Destronar a la exactitud de su sitial
divino.
Elias
Canetti
La irrupción
de la pandemia de la Covid ha significado la instauración de un nuevo modo de
gobierno, en la que una nueva casta médico-epidemiológica asciende a las
instancias directivas del estado para promulgar medidas para la gestión de la
misma. Estas se refieren a la vida diaria de las personas, que es interferida
por este novísimo poder experto. Se puede constatar la paradoja de que la
escalada salubrista, que supone la multiplicación de decisiones y medidas
respaldadas por el poder coactivo del estado, contrasta con los pésimos
resultados en términos de salud.
El nuevo
poder experto adopta la forma de una burocracia salubrista, debido a que sus
portavoces ejercen profesionalmente en organizaciones que representan modelos
de burocracias médicas rigoristas. La OMS representa este modelo. En coherencia
con el patrón burocrático, los expertos actúan mediante la reducción de realidades
múltiples y complejas a patrones normativos simples y uniformes. Así, reducen
los contextos en los que viven las personas en moldes simplificados. Sus
edictos a propósito de las distancias en los espacios públicos, el número de
comensales en las comidas de encuentros familiares, las categorizaciones con
respecto a las relaciones interpersonales, con sus figuras fantasmáticas de
convivientes y allegados, adquieren una dimensión patética con respecto a las
realidades sociales. El precepto de las burocracias de reducir la multiplicidad
de las situaciones a varios tipos simples, se hace imposible en lo que se
refiere a la vida cotidiana, que desborda estos moldes normativos. La evocación
a Kafka es insoslayable.
Esta
explosión de reglamentaciones de la vida promovidas por las nuevas burocracias
expertas, tiene como consecuencia la anulación de facto del estatuto de
ciudadanía. Las normas se promulgan acompañadas de las sanciones
correspondientes, así como la asignación de su cumplimiento a las fuerzas de seguridad.
Después de diez meses, se puede afirmar que la pandemia implica una apoteosis
policial. La policía interviene en todos los espacios de la vida y se hace
omnipresente en el espacio público, alcanzando el espacio privado de los
domicilios para asegurar el monopolio de los convivientes, la acreditación de
los allegados y el control de los extraños.
Pero el
efecto más pernicioso de este frenesí autoritario, es la destitución de facto
del estatuto de ciudadanía. La comunicación adquiere la condición estricta de
la unidireccionalidad, y cualquier diálogo, conversación, consideración o
consulta, queda drásticamente excluida. El nuevo poder experto salubrista no
dialoga ni escucha, e impone sus medidas mediante la conminación respaldada en
la policía. Cualquier duda o consideración es interpretada mediante la
asignación de la etiqueta de “negacionista”. La obediencia requerida adquiere
un esplendor inimaginable.
En una
viñeta memorable, El Roto afirmaba que nos están convirtiendo en pacientes del
estado. Ciertamente, la pandemia significa el retorno del paciente parsoniano
obediente, que delega en el médico toda la responsabilidad de la acción
terapéutica. Se puede afirmar que estamos inmersos en un proceso de regresión
democrática sin antecedentes. La fábula de la clientelización de los sistemas
sanitarios se ha disipado súbitamente. Cada cual es definido como un paciente,
en tanto que no tiene valor alguno lo que pueda alegar, prestando pasivamente
su cuerpo para ser tratado por los profesionales. El conocimiento es un
patrimonio de los expertos que se presentan profusamente en los medios para
certificar la inhabilitación de la población, así como la confirmación del
estatuto de sospechosa.
Este modelo
autoritario se ha asentado con el paso del tiempo, mostrando impúdicamente la
ausencia de eficacia. Su asalto a la población y su silenciamiento, tiene como
contrapartida la generación de una resistencia fatal que adquiere la forma de
infantilización. Los niños-pacientes se comportan inadecuadamente cuando el poder
pastoral no se encuentra presente. Estas navidades han estimulado múltiples
prácticas de desobediencia a las normas promulgadas por los clérigos de la
epidemiología. En Madrid, las colas inmensas en Navacerrada desvelan las
estrategias de las gentes, que inventan formas de relacionarse y prácticas de
vivir nuevas para eludir el control de unas autoridades cuya legitimidad se
minimiza hasta alcanzar mínimos inquietantes.
Una de las
cuestiones más pésimas de las normas promulgadas por las burocracias salubristas
se refiere a la distancia personal. Las aglomeraciones en el transporte público
son ignoradas, al tiempo que se censuran las concentraciones en las zonas
comerciales y se persiguen en las zonas de ocio. Pero el aspecto más patético
de la mística burocrática salubrista de la distancia personal es la de los
bares. En las mesas de estos es imposible una distancia entre contiguos que
alcance el metro. En mis paseos por Madrid me divierte susurrar cancioncillas
acerca de la convergencia de las cabezas en los bares. La credibilidad de los
expertos se encuentra por debajo del nivel cero. Solo queda obedecer por temor
a sanción. Así, cuando la autoridad no se encuentre a la vista, las
reglamentaciones se disipan. Este es el modo de fabricar eso que llaman “tercera
ola”.
La
burocracia salubrista experta ha constituido un campo de concentración
imperfecto. Este funciona en el momento del confinamiento estricto, pero es
desbordado en las situaciones abiertas. Los niños-pacientes muestran
indecorosamente su competencia para desviar el orden burocrático establecido.
Estos movilizan sus capacidades de hacer acompañadas del no discurso. Nadie
replica ni expresa abiertamente objeciones a las normas, pero generan
comportamientos sofisticados que las erosionan. Una de las invenciones en estas
navidades ha sido adelantar los encuentros familiares. Estas situaciones me
recuerdan a las paradojas del rígido orden religioso imperante en mi infancia.
Nadie replicaba en términos de discurso a las conminaciones de los clérigos, pero
la variedad y riqueza de las prácticas para satisfacer las necesidades
corporales adquiría la condición de arte mayor. Entonces, al igual que ahora,
los rincones adquieren una magnificencia indescriptible, en tanto que espacios
liberados de la mirada panóptica de la autoridad.
El problema
de este modelo autoritario radica en que nos priva de la capacidad de movilizar
nuestra inteligencia y nuestra capacidad de aprendizaje para afrontar las
situaciones con las que nos enfrentamos en los distintos contextos en los que
tiene lugar la vida diaria. La vida se produce mediante situaciones abiertas y
múltiples que desbordan los moldes normativos promulgados por la burocracia
epidemiológica. Estas microsituaciones, que siempre son singulares, son
susceptibles de nuestra intervención para reducir los riesgos de contagio. Y
somos nosotros, cada uno de nosotros, los que vivimos estas situaciones, de
modo que nos corresponde resolverlas satisfactoriamente. En este sentido, somos
imprescindibles. Nadie nos puede sustituir en cada situación de la vida diaria.
Pero la
burocracia epidemiológica nos deniega esta capacidad y nos constituye como
sujetos obedientes a unas normas generales que son desbordadas por la
multiplicidad y singularidad de las situaciones. Así, somos destituidos como
personas y constituidos como sujetos que solo podemos pensar en cómo cumplir
las normas. Una cena de tres personas puede ser un acto de riesgo elevado en
contraste con otra de doce personas de distinta composición. Todo depende de la
inteligencia de los asistentes y su capacidad de generar comportamientos que
minimicen el riesgo. Pero si se hurta este protagonismo a la gente, y se le
ubica en una situación en la que tiene que obedecer las normas, siendo privada
de su capacidad para dilucidar sobre circunstancias que modelan las conductas,
el resultado es catastrófico.
Me siento
fatal en este orden epidemiológico-policial. Tengo claro en qué situaciones
debo utilizar la mascarilla y en cuáles no. Cuando paseo por zonas no
frecuentadas del Retiro, la Casa de Campo u otro parque similar, me la quito.
Me invade una sensación de vergüenza por ser conminado a cumplir esta norma en
una situación de riesgo cero. Detesto contemplar a los paisanos que pasean
enmascarados por lugares solitarios. Me siento avasallado por esta burocracia
irracional, así como por sus vasallos robotizados que cumplen las normas, pero,
como contrapartida, se relajan en los espacios cerrados no vigilados.
Las
competencias para vivir en situaciones abiertas y múltiples, son indelegables.
Solo se pueden adquirir y fortalecer en libertad, mediante el aprendizaje
compartido con los próximos. No somos pacientes en instituciones cerradas,
custodiados por profesionales externos, sino sujetos vivientes que solo podemos
desarrollar nuestras capacidades en nuestra autonomía. Somos el activo
determinante e insustituible de nosotros mismos. La instauración de un campo de
concentración salubrista imperfecto solo estimula un resentimiento no
racionalizado que tiene como consecuencia la proliferación de comportamientos
irresponsables.
El nuevo
poder que representa la burocracia del estado clínico, remite al retorno de
Eric Fromm y su célebre libro de “El miedo a la libertad”, en el que se
analizaban los mecanismos psíquicos que generó el fascismo. En esta ocasión, la
producción y explotación del miedo tiene también como consecuencia el
conformismo extremo y el debilitamiento del yo. Las disposiciones psíquicas que
se están generando resultan fatales para el arquetipo del individuo pasivo,
atemorizado, obediente y deprivado de su capacidad de vivir. De este poder,
resulta una disposición a aceptar la reducción de libertad a cambio de
seguridad. Parece necesario recordar las palabras de Ortega y Gasett cuando
afirma que “Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a
decidir qué vamos a ser en este mundo”. Es mester liberarse de este síndrome de
Estocolmo colectivo incubado en el confinamiento.
Parece
imprescindible liberarse de este novísimo despotismo médico-estatal y recuperar
la autonomía para reforzar las capacidades imprescindibles para asumir nuestra
responsabilidad frente al riesgo. Por eso las palabras de Canetti que abren
este texto. Destronar la pretendida exactitud que rige en el espíritu de la
burocracia salubrista para recuperar la capacidad de abordar lo múltiple, lo
abierto y lo indeterminado que rige en las situaciones que vivimos todos los
días. Como decía Fromm “El sentido de la vida consiste solamente en el mismo
acto de vivir”.
Por fin coherencia y lógica ...gracias
ResponderEliminarTodos los inviernos hacíamos las campañas de prevención la gripe con los mismos argumentos. Lavado de manos, toser en el codo o en pañuelos de un uso, líquidos abundantes, no saturar urgencias, cuidarse, evitar espacios cerrados. Resultados urgencias abarrotadas. Este año he visto compañeros por fin lavarse entre pacientes. He visto pacientes que rehuian el centro de salud, en vez de reunirse para hablar y toser se. Yo creo que para algo ha servido.
ResponderEliminarJesus: sí, ha servido para que aumente el número de muertes (ancianos abandonados a su suerte, tratamientos crónicos interrumpidos, enfermedades y dolencias graves desatendidas, soledad autodestructiva, "todo es covid y sólo covid"...), para que se estén causando daños sociales irreversibles, para que el pensamiento crítico no circule y sea censurado en los medios, para que las normas coercitivas contradictorias y arbitrarias cercenen cualquier posibilidad de goce,en suma,para que la vida cotidiana sea, literal y metafóricamente, irrespirable.o
ResponderEliminarAyer escribia una oveja en algun sitio "Dejadnos vacunar en paz, miserables"
ResponderEliminarNos espera un largo camino
Enhorabuena! Siempre le he admirado desde que tuve la gran fortuna de ser su alumna. Cada día que pasa recuerdo sus frases que han marcado mi vida en muchos aspectos y le sigo en todas sus publicaciones. Cuanta coherencia a todo lo que está ocurriendo y me alegro que ud siempre siga al pie del cañón. Y sobretodo saber que esta bien. Muchísimas gracias por haberme enseñado a ser una persona crítica y sobretodo por hacerme crecer respecto a todo los que nos rodea. Me alegra mucho leerle. Un gran saludo su admiradora y fan Sandra!
ResponderEliminarGracias Sandra, agradezco tus palabras. Solo una puntualización: detesto el significado de la palabrota "fan". Es una relación perversa entre una deidad y un incondicional. Eso no porfa
ResponderEliminarSaludos cordiales
No hay ninguna "pandemia", por lo que no hay nada de lo que "protegerse". El resto bien.
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