…ignoramos, según creo, el domicilio de la
posteridad, escribimos mal su dirección
Chateaubriand
Me ha
conmovido la serie “Dime quién soy”, en tanto que ha ocasionado una revuelta de
mi memoria. La biografía de Amelia Garayoa presenta algunas similitudes con la
mía. En ambos casos, hemos sido habitantes del engañoso siglo XX, que es en
realidad un tiempo oscuro, en el que, tras no pocos sobreentendidos, subyacen
enigmas muy relevantes que se ciernen sobre el presente. Mi identificación con Amelia se sustenta en
que ambos orientamos nuestras vidas a una posteridad que, con el paso del
tiempo se ha mostrado quimérica y obstruida. Se evidencia que escribimos mal su
dirección, tal y como plantea Chateaubriand. He preferido dejar pasar unos días
para escribir esta entrada con mis emociones amortiguadas.
Es preciso
advertir que, aún a pesar de las trayectorias biográficas, que se encuentran en
varios aspectos fundamentales, existen diferencias estimables. Estas radican
principalmente en el contexto histórico en el que nos encontrábamos inmersos.
Amelia rompió con su medio en los años treinta, teniendo que vivir en primera
persona todos los totalitarismos presentes en las mismas sedes rectoras de los
mismos: Berlín, Moscú y Roma. En mi caso, mi ruptura fue en los años relativamente
blandos del tardofranquismo. Este presentaba ya unas grietas de unas
dimensiones considerables, anticipando lo que sería la transición política y el
advenimiento de la democracia resultante de la metamorfosis del sistema
autoritario.
En la
historia de Garayoa, la ruptura familiar presenta unos efectos irreversibles. Sus
consecuencias se extienden a toda la vida. Pero, el aspecto más terrible de la
fuga de su medio social radica en que su adhesión al partido comunista, dura
tan sólo tres años. La depuración de su compañero Pierre en Moscú tiene lugar
en la efervescencia represiva de final de los años treinta. De este modo, en un
breve intervalo de tiempo, tiene que vivir dos rupturas encadenadas y
desgarradoras, la del medio conservador del que procede y la del partido. El
capítulo de Moscú expresa muy bien la apoteosis estatal-policial y el ambiente
de terror existente, en el que la caza de brujas se extiende a los mismos
comunistas. Este elemento político-cultural que entiende que el enemigo está
principalmente dentro, va a perdurar sine die como seña de identidad de los
partidos comunistas, así como en aquellas organizaciones nacidas mediante
distintas metamorfosis de estos.
La ruptura
de Amelia con el comunismo tras su experiencia trágica, no se puede asentar ni
racionalizar, en tanto que el ascenso del nazismo la reclama inmediatamente. Los
años en que se desempeña en distintas misiones como agente de los servicios
secretos británicos, implican una aceleración temporal inusitada. Desde el año
35 hasta el final de la guerra transcurren diez años frenéticos, en los que la
acción y la velocidad impiden asentar racionalizaciones. El desenlace de estos
es infausto, en tanto que queda atada a su amante alemán mediante un vínculo
personal muy fuerte, pero localizada en el Berlín de la Alemania del Este. Allí
vive cuarenta y cuatro años, entre el 45 y el 89, año en el que la caída del
muro le permite retornar, ya muy mayor, a un Madrid en el que el mundo de su pasado
se ha disipado y su estatuto personal remite a un extrañamiento completo. Este
se ha esfumado en los largos años transcurridos desde su fuga con Pierre al
futuro iluso.
En los
largos y pausados años en los que envejece, tiene que interiorizar su tragedia
personal, que se solapa con la hecatombe del régimen de socialismo real. Esta lo vive en una posición relativamente
periférica, a partir de su trabajo y la rebeldía inicial de su hijastro. Las
imágenes de su puesto de trabajo son elocuentes y sintetizan muy bien la
dominación total del aparato comunista sobre la sociedad y la vida. Todos son
estrictamente inmovilizados y vigilados por una policía de dimensiones siderales,
como es la Stasi. El silencio absoluto de la población frente a las
definiciones de las situaciones de las autoridades, revela un orden social
hermético y sofocante, análogo del que vivió en Moscú acompañando a Pierre.
La
desventura de Amelia en la segunda parte de su fuga radica en su silencio
forzoso y prolongado; en la vida diaria, cuyo sentido último es sobrevivir sin
ser penalizado; en una vida social reducida, en tanto que más allá de su
círculo inmediato se encuentran los ojos y los oídos de la Stasi, así como en
la constancia de forjarse en el arte de ocultarse a la sociedad oficial. Pero
lo peor radica en cómo llevaría la catástrofe personal de haber invertido su
esfuerzo en un proyecto fracasado, que desde su perspectiva, ubicada en el
Berlín de la RDA, representa justamente la inversión de aquello por lo que
había abandonado su medio, su hijo y se había comprometido en una secuencia de
riesgos y sacrificios en los que fue perdiendo las relaciones afectivas que le
acompañaron.
De ahí su
desenlace. No poder responder, siendo anciana, a la pregunta de quién soy yo. Miles
y miles de personas de esta época tampoco pueden responder. Son las personas
que han militado en partidos comunistas y han abandonado tardíamente. En
Francia o Italia son millones. Son los ex, convertidos en progresistas
genéricos, de los que existen distintas categorías, pero todas unificadas por
su silencio sepulcral. Los partidos comunistas del sur de Europa tenían
millones de miembros en los mismos años setenta, inmediatamente antes de su
deflagración final. Paradójicamente, la disolución de los mismos no supone su
incorporación a otra izquierda ascendiente. También es contradictorio el
contraste con el endurecimiento del capitalismo postfordista y global, que
comienza precisamente con la crisis de los estados y partidos comunistas de la
posguerra. La masa de militantes ha aprendido a callar y sobrevivir. De vez en
cuando, cuando se produce una revuelta social, los reservistas de estos
contingentes de naufragados comparecen con sus viejos símbolos movilizando su
nostalgia.
Mi
trayectoria biográfica registra dos terremotos iniciales análogos a los de
Amelia. Mi ruptura dramática con mi familia y medio social y la militancia
comunista en un tiempo de intensificación prodigiosa. Comencé mis actividades
comprometidas en el 67, reduciendo mi vida a una militancia frenética. Todo
terminó el año 1978, en los que abandoné el partido tras dimitir el año
anterior de todos mis cargos. En este tiempo se sucedieron detenciones, cuatro
estancias en la cárcel, amistades intensas, recompensas, frustraciones y amores
de guerra. Pero todo se derrumbó precisamente cuando el final del franquismo
propició el regreso del aparato del partido.
La
organización en la que me había integrado estaba compuesta por obreros,
estudiantes y profesionales venidos de los movimientos sociales del franquismo
maduro. Ese partido “del interior”, que tenía una vitalidad incuestionable, en
donde se producían varios flujos de energías, fue asaltado por el aparato “exterior”, que
representaba unos conocimientos, métodos y prácticas que inevitablemente
mostraban las marcas del socialismo real. Este conflicto de gran intensidad
tuvo lugar desde 1976 y concluyó el año 82, con la salida del partido de miles
de personas que habían sustentado su actividad en los últimos años de la
dictadura. Yo formé parte de los contingentes tempranos, que abandonamos el 78. Después siguió la riada de
defunciones de militancia.
Mi abandono
de la militancia representó una tragedia personal, en tanto que tenía que
empezar a vivir de nuevo renunciando a hacerme inteligible a los demás. Me
encontraba en un territorio de sombra, que la historia oficial, formada por las
narrativas de ocasión que escribieron los vencedores, omitían deliberadamente.
Así se forjó una identidad sombría, en la que mi libro de referencia siempre
fue el del abate Dinouart, “El arte de callar”. Solo me quedaba una opción
factible, que es la que siguieron miles de compañeros, como es la de arribar en
alguno de los partidos vencedores, en este caso, la mayor parte en el pesoe. Mi
decisión de no seguir ese camino de adopción de otra identidad me situó en un
limbo permanente, en el que mi pasado tenía que permanecer oculto.
Así, mi vida
tras los años fogosos de activismo, consistió en salir de la situación de
marginalidad en la que me encontraba tras el abandono del partido. En España,
la crisis del comunismo reviste una naturaleza singular. Los comunistas habían
protagonizado la oposición al franquismo durante casi cuatro décadas de
sacrificios y penalidades. De este modo habían labrado su licencia de
respetabilidad democrática. Esta ocultaba los excesos en el control del partido
realizados por el aparato, y también su cultura política, que Koestler define
como la inexistencia de distancia entre el cero y el infinito. El célebre lema
de “dentro del partido todo, fuera del partido nada” simbolizaba una realidad
interna crítica, en la que el monolitismo es obligatorio.
Esta
especificidad española reforzaba el silencio de los contingentes de
exmilitantes, que viajaban a las fértiles tierras –en términos de posiciones
estatales- del pesoe. Otros muchos se asentaron en sus sectores profesionales y
esperaron a ejercer el progreso mediante la adhesión a la penúltima ideología
parcial recién llegada de alguna agencia internacional. Pero todos están unificados
por la ocultación de su pasado comunista. Solo el aparato, que selecciona los
candidatos a las cuotas estatales derivadas de las instituciones, mantiene esa
identidad. En pocos años esta misma se transformó semánticamente en “Izquierda
Unida”. En las campañas electorales tenía lugar un proceso prodigioso de
metamorfosis, en la que los símbolos partidarios e ideológicos eran maquillados
y transformados. Así, la identidad comunista, queda relegada a los fieles que
sufrieron muchos años de cárcel y postración.
Estos conforman una verdadera sociedad con modelo de iglesia que sale a
flote en las grandes ocasiones electorales o cuando tienen lugar grandes
crisis.
Tuve que
aprender a vivir estos largos años negándome cuidadosamente. Se había borrado
el pasado. Según fueron pasando los años, la imagen de los comunistas era
incrementalmente patética. Así se reforzaba el silencio. Todos temíamos que, al
contar que habíamos sido comunistas, la gente nos identificara con los del
momento. He vivido episodios dramáticos como habitante de un espacio público
tan expuesto a las miradas como es el de profesor. Así se constituye un círculo
cerrado que comparte esta información que deviene en secreto. Mi amor con
Carmen estuvo marcado por blindar nuestra intimidad fundada en ocultar el
pasado. En una situación así, la misma identidad antifranquista no la han
terminado por robar la legión de arribistas que se generó en la transición.
Durante
muchos años fui en la estela del pesoe en las cuestiones que polarizaban a la
opinión pública, pero tuve que guardar prudencial silencio en aquellas
ignoradas, tales como el renacimiento del autoritarismo y el vaciamiento de las
instituciones democráticas. Me tuve que convertir en un sujeto difícil de leer
e imposible de clasificar desde el conocimiento incompleto imperante tras
la falsificación de la realidad en la
oposición al franquismo. Esta condición de ser un cuerpo no alfabetizado para
las miradas externas, siempre me produjo un dolor inexpresable. Por eso me ha
impresionado el personaje de Amelia, en tanto que imagino el suyo.
Todo se
complicó en los años noventa, cuando se incubó mi tercera disidencia, esta vez
en contraposición con el nuevo capitalismo postfordista, postmediático y
global. En estos años y hasta el presente, se ha incrementado mi tasa de
ininteligibilidad. Me encuentro en un paisaje intelectual tan miserable que no
puedo ser adscrito a las casillas de las clasificaciones vigentes. Prefiero
autodefinirme tal y como lo hace Koestler es su novela “Era un disidente nato,
pero no por frivolidad o narcisismo, sino por
una muy respetable ineptitud a aceptar verdades absolutas
y un horror a cualquier tipo de fe.” Este es
el mensaje que he trasmitido como profesor en mis largos años de docencia, con
resultados extremadamente modestos. También en este blog.
En esta
situación el 15 M representó para mí un acontecimiento reconfortante, en tanto
que pude vivir en primera persona y durante un largo mes, la multiplicación de
iniciativas, la creatividad, la multiplicidad y la heterogeneidad. Con
posterioridad, el nacimiento de Podemos suscitó en mí la esperanza de una
izquierda no comunista. Durante dos años viví escudriñando la actualidad
política y las actuaciones de los recién llegados. Este blog es testigo de mi
posicionamiento al respecto. En un tiempo tan breve comparecieron el cero, el
infinito, la caza de enemigos internos, la homogeneidad absoluta, la apoteosis
de lo que Koestler denomina como “el número uno”. Mi entrada de Pablo Iglesias
y la ruta de los salmones”, inicia un
posicionamiento crítico con el proceso fatal de Podemos. Lo peor resulta del
hecho de que una parte de la energía que impulsó su ascenso radica en que fue
la única opción que defendía unos intereses sociales no representados de facto
en las instituciones.
Tendremos
que esperar y no renunciar a la dignidad que se deriva de nuestra vida de
perdedores, así como saber sobrellevar nuestra ininteligibilidad. Porque
nosotros sí sabemos quiénes somos. Nuestro problema es que no cabemos en las
narrativas oficiales.
Te quiero
Amelia.
Debe ser usted uno de los pocos tipos que, parafraseando al rumano, no considero automáticamente mi enemigo cuando ocasionalmente utiliza el 'nosotros'. Debe ser que le quiero. Buen día Juan.
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