El pasado
fin de semana tuve una experiencia sobrecargada de autenticidad. Mi perra se
puso muy malita. Vomitaba todo lo que comía y bebía, tenía una descomposición
terrible y hacía contorsiones de la parte inferior de su cuerpo. Cuando pasaron
varias horas y la situación empeoraba me fui a Urgencias Veterinarias de un
flamante Hospital Veterinario. En la espera en tan científico templo, recordé
toda su vida conmigo. Cuando nos encontramos con la veterinaria y le expliqué
la situación, recurrió a una radiografía, la cual identificó una gastritis
considerable. Le puso un tratamiento de una semana con tres medicamentos, le
administró una inyección y me sugirió tratarle una lesión minúscula en un ojo,
una limpieza de boca y una analítica para confirmar la relación de la gastritis
con los órganos principales, que se inscribía en un chequeo geriátrico, dada su
edad.
Durante la
espera pude comprobar el grado de medicalización asombrosa que se ha alcanzado.
Firma de permisos de hospitalización; informes para compañías de seguros para
hacerse cargo de los costes; convalecientes de cirugías diversas; consultas de
revisión, y perros y gatos en muy mala situación debido a su avanzada edad y
precaria salud. Dos asturianos discutían desolados la estrategia a seguir con
su perro ingresado de dieciséis años, al que pretendían alargar su vida pese a
su estado fatal. Al tiempo, recordaba el estado de Totas el día anterior en el
que correteaba por los prados de la Casa de Campo llena de alegría, y olfateaba
la comida que cocinaba para mí, sabedora de que era una beneficiaria segura de
algún diezmo y primicia. Su alegría de vivir la cotidianeidad y sus actos
gratificantes, contrastaba con la definición veterinaria como portadora de
riesgos de enfermedades y propietaria de una enfermedad incurable: la vejez.
Esta
experiencia me llevó a una reflexión sobre la vida, la enfermedad y la muerte.
También me removió la terrible experiencia hospitalaria que tuve con Carmen, mi
querida compañera, cuyos últimos años fueron un rosario de ingresos
hospitalarios, que se acompañaban de tratamientos extremadamente agresivos, que
socavaron su último tiempo a favor de prolongar su vida en un estado deplorable
que limitaba su vida diaria. Aprendí que el tratamiento puede ser indistinta y
simultáneamente, un alivio o un castigo sórdido y cruel. No, no quiero que
Totas viva entre cables, máquinas, analíticas y el arsenal
diagnóstico-terapéutico veterinario. Conocí en Granada, la experiencia de un
perro diabético al que suministraban insulina dos veces al día. Murió en unos
meses de vida infernal, sufriendo una dieta y tratamiento terrible.
Dos días
después he quedado conmocionado por las iconografías de la inauguración del
hospital de pandemias de Madrid. Las imágenes de las salas enormes, llenas de
camas asistidas por aparatos, tubos, monitores y pantallas, remitían a unos
dispositivos industriales semejantes a las granjas, en las que cada interno es
clasificado por atributos objetivos y medibles. La apoteosis de las
instituciones políticas de la era de la videopolítica, que maximizaban la
imagen de las autoridades mediante la gestión semiótica de la enfermedad y el
dolor, me generaban un rechazo de dimensiones inmanejables. El tratamiento
industrial por macrodispositivos asistenciales
de la enfermedad, converge con la apoteosis de la imagen política,
representando nítidamente la deriva fatal de las sociedades del presente, en
las que el concepto progreso se disipa alarmantemente.
En una situación así, he tenido que aliviarme recurriendo a
la inteligencia alternativa del maestro Agustín García calvo. En este blog ya
publiqué un pequeño texto suyo “García Calvo y la salud persecutoria”. Ahora
recupero dos textos que son columnas escritas en periódicos de grandes tiradas
y que están recopiladas en un libro “mentiras principales”, editado por Lucina.
Los textos de periódicos de este autor, son engañosos, en tanto que tienen una
apariencia simple, que los asemeja a las apoteósicas verdades gritadas por las
distintas clases de raperos. Pero sus contundentes afirmaciones encierran una
sabiduría encomiable. Es su forma elegida de ir a la contra de lo que denomina
“El Régimen”, que entiende como un dispositivo ubicado en la política y el más
allá. Por eso su lectura requiere ser acompañada de una reflexión imprescindible.
SANIDAD
Seguro que,
si te oyen por ahí despotricar del Régimen, lo primero que te sacarán los
fieles de la mayoría será lo de la Sanidad Pública, los avances de la Medicina,
la prolongación de la esperanza de vida y demás monsergas que ya sabes. Así que
conviene que echemos cuentas, a ver si también eso es mentira, como todas las
justificaciones del poder que te meten a diario.
Vamos a ver:
cuando proclaman esos adelantos, ¿con qué están comparando?: con una situación
en la que no había antibióticos y los niños se morían de cosas que hoy no
mueren, que la falta de una Higiene elemental daba cancha hasta a pojos y
sabañones, que ir una noche de bureo le costaba a don Tadeo lo que la copla
dice, que, al no haberse desarrollado la Profilaxis de casi todo, los tísicos
condenados a escupir sus pulmones, o si alguna moría de cáncer, ni se enteraba
de qué era lo que la mataba…en fin.
Pues bien:
aquí no tenemos a los niños de antaño muertos de garrotillo ni las víctimas de
la sífilis o la gota que les acortó la esperanza; y sospechamos de la
comparación de los muertos con que el Régimen quiere alegrarles a los vivos la
pajarita. Y, si te mandan a comparar con los restos de salvajes que queden por
los alrededores (que el Régimen ya les está metiendo a toda prisa la bendición
de la Higiene y la Profilaxis), dí que tampoco vas a ir a preguntarles a ésos lo que opinan de los
cambios de máscara de la muerte.
Aquí lo que
nos toca es descubrir su cara, sacar a la luz las enfermedades que ese mismo
progreso nos ha metido a cambio: no ya el invento del SIDA o las anorexias
adolescentes ni la proliferación bajo el nombre del cáncer de terrores
insospechados o las misteriosas pestes hospitalarias que suelen en clínicas
públicas o privadas, acabar con los aquejados de cualquier mal o exitosamente
sajados por la cirugía, sino algo más grande y hondo: la propia enfermedad que
trae consigo la Profilaxis, los masivos chequeos y cuidados administrados de lo Alto, de donde
está la Administración de Muerte: la creciente ansiedad y miedo que se apodera
de la gente por las enfermedades futuras del repertorio que les anuncian: esa
preocupación por la enfermedad futura en su sola enfermedad presente, la que
les mata lo que de Vidales quedase.
Pues la
enfermedad es la conciencia. Y, como esto había que razonarlo más largo y ya no
va a caberme en la columna, lo dejaremos para otro día, si el Señor no tiene a
bien cortarnos la esperanza de vida antes.
SANIDAD II
Eso de la
Enfermedad es conciencia (una vez razoné
de cómo la entrada de información no pedida en el cerebro alto produce
en el bajo un desconcierto en la multiplicación de células, o sea: cáncer), lo
cual implica que la conciencia es una enfermedad; y, para que sea justamente
humana (los animales libres no se sabe que tengan cánceres ni nada), es de
entender que esa conciencia es ante todo una previsión, que convierte lo que no
ha pasado en un saber de lo que va a pasar.
Y eso, a lo
que nos queda de sano (de eso que el alma llama cuerpo), no le hace ninguna
gracia: la profilaxis de los futuros que el miedo, religión, cálculo
científico, inventan, cada vez más aprisa, lo condena a una ristra de gimnasias,
chequeos, regímenes, a usar nombres caídos de lo alto, cafeína, colesterol,
como si fueran cosas palpables, a vigilar números del metrónomo de tensión, a
saludarnos con “cuídate mucho”…que apenas le dejan a uno tiempo para hablar con
unos amigos del automóvil que se ha comprado o se va a comprar. Y si a eso es
decente llamarlo vida, ustedes me dirán.
Pero al
Señor le gusta así: vean, por ejemplo,
la campaña contra el tabaco: el Estado, paternal, se preocupa por
nuestra salvación: nos cuida de los males que nos puedan tocar mañana (para ese
truco, los factores innumerables se
reducen a cadena escueta y una causa: “fumar mata”) y, en tanto, el trastorno y
latazo ingente que la campaña nos echa, hoy, encima…eso no cuenta.
Tú, por el
contrario, honesto lector, recuerda lo
que el corazón te dice por lo bajo: salud es despreocupación, pues el futuro es
muerte. Y esa táctica, claro, trae consigo algún riesgo (sin riesgo no se hace
más que lo que está hecho), pero, en cambio, la de someterse a la ley de
cuidarte de los males del mañana, o de tu ancianidad, no es que tenga riesgo: es un resultado
inmediato y cierto: que te han cambiado la vida, que a lo mejor podía vivirse,
por futuro, donde no vive nadie.
En estos
días agobiantes de la Covid, en los que la medicalización ha alcanzado niveles
inauditos, parece preciso resaltar la verdad de las afirmaciones de que
someterse a la lógica de los males del mañana, renunciando a una vida plena,
dentro de las condiciones de cada cual, supone una grave amputación biográfica,
porque, como afirma el maestro, en el futuro no vive nadie. Parece inevitable
referirse aquí a los confinados en vida en las terribles instituciones de
internamiento de ancianos.
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