Creo que no nos quedamos
ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven.
José Saramago
La
emergencia de la pandemia de la Covid constituye un acontecimiento que, más
allá de su naturaleza estrictamente sanitaria,
modifica sustancialmente los modos de gobierno de las sociedades del
presente. Un autor tan importante como Castoriadis, entiende las sociedades -el
social-histórico en su lenguaje- como un proceso incesante de invenciones que
responden a situaciones nuevas, y que, con posterioridad, son instituidas e
incorporadas al imaginario colectivo. La pandemia ha requerido nuevos métodos
de gestión de la población, que descansan sobre la reinvención de la nueva
institución del confinamiento de poblaciones, que alcanza la categoría de
“sagrada” en el nuevo orden social.
Así, el
confinamiento originario de los meses de marzo, abril y mayo, es la matriz
sobre la que se experimenta la gestión de la población para contener la
pandemia, estableciendo un nuevo orden social fundado en la trilogía
contagiadores/contagiados/contagiables. El confinamiento instituye una cadena
de ensayos de gobierno unificados por la severa constricción de lo social, que
siguiendo la pauta ensayo/error, configuran un nuevo social histórico
resultante de la nueva gestión de la población. El estado decreta normas que
limitan la movilidad y las relaciones sociales, instituyendo un repertorio de
unidades sociales artificiales, constituidas para aislar a racimos de personas
en las burbujas convivenciales, así como una categorización de las gentes según
su riesgo pandémico. Convivientes, allegados y extraños, conforman distintas
geometrías en el nuevo social programado por el extravagante estado
epidemiológico.
El ascenso a
los cielos de la nueva ciencia de gestión de la población, tiene varias
significaciones simultáneas. Una de las mismas es la estrictamente sanitaria,
implementada para detener las cadenas de contagios. Pero, con independencia de
esta, también significa la realización de un gran experimento político, que
genera una nueva forma de conducir a las gentes, que no puede ocultar su
naturaleza explícitamente coercitiva. La pandemia rescata distintas formas de
gobierno procedentes de los viejos arsenales del derecho penal y de las
gubernamentalidades estrictas anteriores a la irrupción del nuevo capitalismo
desorganizado en los años ochenta, que Lipovetsky sintetiza en el sagaz término
de “orden democrático-disciplinario”.
La nueva
gestión de la población remite a la creación de facto de un nuevo gobierno
mundial, que implica la generalización de las medidas implantadas por otros ejecutivos,
que adoptan la forma de gobiernos-franquicia. Pero, tras esta convergencia de
las élites gubernamentales, que intercambian medidas de emergencia frente a
coyunturas críticas de la pandemia, subyace la hegemonía del modelo chino y de
varios países asiáticos, caracterizados por una férrea disciplina social. La
OMS adopta posiciones que suponen la promoción de este modelo, cuyos
resultados, en términos de gestión de la pandemia, son concluyentes. La
nostalgia de un poder efectivo contundente y sin contrapesos es manifiesta en
el atribulado mundo profesional de médicos, salubristas y epidemiólogos, así
como en la burocracia médica y salubrista que conforma la OMS.
El
confinamiento, pues, adquiere una centralidad absoluta, que multiplica sus
formas y variantes, configurándose como una institución flexible que se instala
en una secuencia de metamorfosis sociales. Confinamiento integral en la
primavera, perimetrales y parciales en el verano, limitados a segmentos de
población, instaurados en horarios o tiempos específicos, como el toque de
queda. Este modo prolífico de gestión de la población descansa sobre un
supuesto esencial: la constricción severa de la vida social. El sujeto es
encerrado en unidades sociales artificiales, establecidas por el poder, para
restringir sus lazos sociales. Este es un experimento relativamente eficaz para
gestionar la pandemia, pero muy peligroso en el plano político, en tanto que
supone una regresión democrática y civilizatoria inquietante.
LA GUBERNAMENTALIDAD EPIDEMIOLÓGICA Y
EL ENCAPSULAMIENTO
La forma
específica de gobierno epidemiológico, el confinamiento en sus distintas
variantes, descansa sobre el supuesto esencial del encapsulamiento. Individuos,
grupos, colectivos o segmentos de población son encapsulados para separarlos de
los contiguos. Los métodos de encapsulamiento se organizan según el principio
de constricción severa de la vida social. Una parte sustancial de esta, es
eliminada drásticamente para preservar a la población encapsulada. Asimismo, la
limitación de la movilidad es otro factor determinante. De este modo, la vida
social ordinaria es intervenida por el poder epidemiológico pastoral, que
constituye una sociedad artificial formada por distintas burbujas de
convivientes, reales en algunas ocasiones, e imaginarios en la mayoría. La
sanción y el castigo respaldan a este orden social, que se impone sobre la
voluntad de las personas. Así, se suspenden los espacios públicos que albergan
las fiestas, el ocio o el encuentro social.
El sujeto
epidemiológico encapsulado, resultante de las operaciones epidemiológicas de
los confinamientos y encapsulamientos, presenta analogías con el sujeto
constituido por la gubernamentalidad neoliberal. Este se constituye en torno a
sus capitales personales, que son inventariados por las instituciones de la
evaluación, para establecer un sistema permanente de microdiferencias entre las
personas, que constituyen el fundamento de la gestión del gobierno. Así, cada
cual es un competidor permanente en una carrera de méritos que se extiende de
lo profesional a lo cotidiano, espacio en el que cada uno debe acreditar la
diversidad de prácticas y experiencias ante los demás en el sacramental espacio
virtual.
La pandemia
y sus epidemiologías desbocadas refuerzan esta severísima individuación. Cada
uno debe permanecer disciplinadamente encuadrado en las cápsulas sociales o
burbujas de convivientes asignadas. El solapamiento entre el modelo de sujeto
acreditable en competencia y el del sujeto epidemiológico encuadrado, deviene
en una necesidad ineludible. En ambos casos debe hacerse visible a los poderes
que lo conducen, así como seguir estrictamente sus instrucciones y
conminaciones, aunque en el primer caso se revista de la apariencia de la
autodeterminación personal. El buen ciudadano neoliberal que se forja en la
gestión de sí mismo en la competencia con los demás y el buen ciudadano
epidemiológico, que se forja en la obediencia a la autoridad experta, se
solapan en un extraño arquetipo personal.
EL ROMPECABEZAS EPIDEMIOLÓGICO
De estas
operaciones gubernamentales resulta un misterioso rompecabezas fluctuante,
compuesto por las burbujas impuestas por los ingenieros de la salud de la
población. Sus antecedentes remiten a las operaciones realizadas por las
potencias coloniales en los procesos y conflictos de la descolonización, en los
que se creaban aldeas estratégicas para aislar las poblaciones de los
insurgentes. La reinvención epidemiológica de la sociedad es el resultado del
sumatorio de confinamientos y encapsulamientos. La sociedad ordinaria es
reconfigurada y desviada para contener el furor vírico, instaurando un control
social integral, con respecto al cual se pueden albergar dudas acerca de su
desaparición en la pospandemia..
La sociedad
artificial epidemiológica resulta algo patética, alcanzando en muchos casos el
estatuto de la comicidad. La reinvención de la familia como espacio de
convivientes, resulta desoladora. Esta se entiende como una mistificación del
arraigo, en tanto que los miembros de
esta proverbial institución se encuentran, en una gran parte de los casos,
sujetos a unas movilidades intensísimas. No me cabe duda que la persistencia de
los contagios, que los operadores epidemiológicos ciegos no se explican, tiene
como causa el cierre de las universidades y los tránsitos de los compradores de
créditos en sus idas y venidas al hogar. Pero, la epidemiología remite siempre
a la apoteosis de lo sincrónico, constituyendo un sesgo fatal. Se sobreentiende
al hijo vinculado perennemente al papá y a la mamá, configurando una fantasía
que se puede asignar a las viejas civilizaciones agrarias.
Un aspecto
sugerente de la crisis de conocimiento resulta de la glorificación de los
hogares familiares en una situación en la que una parte muy considerable de la
población vive en hogares unipersonales, o en distintas formas de compartir espacio
doméstico, que, en general, presentan también una movilidad superlativa, dando
lugar a un gran mosaico móvil. Las visiones estáticas prevalentes en el estado
epidemiológico se contraponen con la explosión de las movilidades, que desborda
las piadosas categorías de convivientes y allegados, que remiten al orden de la
quietud. He anhelado ser ahora profesor de sociología, como lo fui en mi
pasado,. En un curso pondría a todos los distinguidos científicos a conseguir
citas en portales de internet. Gozo solo con imaginar lo que sería la puesta en
común final de los perplejos descubridores de los mundos de los flujos y las
movilidades de las relaciones personales efímeras.
El
rompecabezas epidemiológico, sus tipologías, catalogaciones y burbujas, quedan
manifiestamente desbordadas por la multiplicidad de las sociedades del
presente. Desde la perspectiva de una persona, el mundo inmediato registra la
proliferación de los otros. Los otros pueden ser los desconocidos indescifrables;
los desconocidos reconocibles; los extraños cotidianos; los extraños
inquietantes; los vecinos; los próximos cotidianos; los próximos profesionales; los espectrales
presentes en el vivo espacio virtual; los amigos, los enemigos y los inesperados.
Cada cual transita por un espacio social en el que se intersecciona con muy distintas
clases de gentes. La reducción de ese mundo a las categorías de riesgo y de las
dicotomías epidemiológicas resulta simplificadora.
LAS NAVIDADES COMO TIEMPO DE
CONMOCIÓN EPIDEMIOLÓGICA
La llegada
de las Navidades en una situación epidemiológica crítica ha desencadenado una
secuencia de decisiones fundadas en los viejos conceptos de la familia y las
relaciones sociales, almacenados en los desvanes del olvido. Así, se entiende
que los convivientes en un hogar son estáticos. Sin embargo, el riesgo radica
precisamente en que la Nochebuena y Navidad es un tiempo de encuentro de los
consanguíneos diseminados. La enorme masa de becarios, estudiantes de los
distintos ciclos, así como otras especies laborales vinculadas a la producción
del conocimiento, se mueven hacia sus hogares para diseminarse de nuevo en la
sagrada noche del Nochevieja.
Al tiempo,
la nueva familia nuclear reactiva sus lazos con la familia amplia mediante
encuentros, regalos, celebraciones y rituales amistosos. Las navidades
significan un sustancial incremento de la actividad social. Esta efervescencia
social implica una intensificación del uso de los espacios públicos para la
actividad comercial imprescindible para los intercambios. En este tiempo, las
personas mutan para transformarse en portadores de paquetes, al tiempo que las
grandes plantaciones de paquetes (Amazon y otras) alcanzan su esplendor
supremo. El paquete es el verdadero símbolo navideño que denota la movilización
de todo el sistema social.
Las
advertencias del nuevo estado epidemiológico acerca de las prohibiciones y los
límites a las relaciones, han estimulado a las gentes a implementar estrategias
para conservar estos rituales de relación. Así demuestran, su proverbial
capacidad e desviar el orden administrativo en su favor. El elocuente ejemplo
de las compras anticipadas de productos alimenticios para evitar la subida de
precios final, se ha clonado en las relaciones. El pasado puente ha registrado
un incremento de encuentros familiares sin precedentes, anticipándose así a las
restricciones impuestas por los gestores de la pandemia. Los resultados en
términos de cifras de infectados se harán patentes en los próximos días.
La forma de gobernar
una población es la concertación, para multiplicar la fuerza. Los operadores
del gobierno epidemiológico han renunciado a ella desde el principio. Solo
confían en su control de los media y de la policía. El resultado es la
intensificación de las resistencias sin discurso, que en Navidades va a
alcanzar cotas excelsas. Uno de los ejemplos que visibiliza la crisis de
conocimiento es la ilusión de control. ¿quién puede controlar efectivamente a
los invitados de las comidas y cenas en espacios privados? ¿y quién puede
avalar a los posibles allegados, interceptándolos en las calles? El nuevo
estado autoritario ha perdido la cabeza. La inconsistencia de las burbujas que
conforman su rompecabezas; las definiciones estáticas de las personas y de las
familias; la negación de la multiplicidad de hogares; la denegación de las
movilidades… Estamos asistiendo a las prodigiosas sinergias de las cegueras de
las élites estatales y las élites salubristas y epidemiológicas, huérfanas en
el exterior de los laboratorios.
Las
arquitecturas del nuevo hospital de Madrid, que remite a la institución granja,
así como las colas frente a los centros de salud y de las administraciones
públicas, denotan una mutación en la forma de gobierno. Se están modificando
los criterios de valoración de las personas, y todo apunta a una gran
regresión. Cada uno es considerado como una unidad de un rompecabezas múltiple: comercial, epidemiológico, electoral...Pero esto lo analizaré en la siguiente entrega. Para etiquetar esta entrada he tenido dudas. Pero me he decidido por el presente, en tanto que lo epidemiológico-sanitario ya se ha instalado en el corazón del estado y los medios.
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