Escuché la
frase “No tengo suelto” en boca de un ilustrísimo prócer de la clase dirigente,
que simultaneaba su presencia en varias castas: universitaria, política y
de la judicatura. Así respondía en un
acto público a un fogoso joven aspirante a la renovación de esas posiciones,
que tuvo la osadía de preguntarle con la intención de descubrir ante el público
la parte que ocultaba tan insigne persona. Su respuesta me
impresionó mucho, en tanto que representaba un concepto integral del orden
aristocrático. Presuponía que la distancia entre ambos era tan cuantiosa que
hacía imposible la comunicación bidireccional. Así, la imagen de un menesteroso
que pide una moneda y es rechazado por el señor mediante esta fórmula
imperativa.
Esta
manifestación de superioridad total, que implica un desprecio augusto, se
inscribe en un orden social qu, pese a sus apariencias y disfraces, remite al
concepto de casta, entendida como la perpetuación y solidificación de la
distancia social. En los alegres años del post 15 M, vi en la televisión una
escena que reactivó el precepto de “no tengo suelto”. Era en Pamplona, en un
acto del entonces príncipe Felipe. Este se encontraba en un acto social, siendo
increpado por varias personas concentradas tras el cordón policial. Entonces,
se dirigió a los congregados. En este momento una mujer joven le dirigió una
crítica argumentada y en un tono moderado, pretendiendo conversar con él. El
príncipe le respondió diciendo “Ya has disfrutado de tu minuto de gloria”. Tras
esta respuesta se alejó de la concentración.
Esta fórmula
remite a un modo aristocrático supremo, en tanto que no respondió a la objeción
de la mujer, sino que le atribuyó deseo de protagonismo por realizar esta
interacción ante las sagradas cámaras de la televisión. Así reafirmaba el
monopolio real de este espacio frente a la minucia del minuto de gloria al que
podía aspirar su interlocutora, inmediatamente antes de regresar a la oscuridad
de su existencia. Su minuto de protagonismo no incluía el don de conversar con
él, en tanto que no merecía respuesta alguna. Así confirmaba su condición de
vasalla sin voz ni existencia, que la sociedad postmediática aliviaba con ese fugaz
tiempo de existencia pública, en la que, al no ser respondida, quedaba reducida
a un grito estéril.
El mensaje
navideño del pasado día 24, confirma este desprecio aristocrático con respecto
a la audiencia, que esperaba una respuesta con respecto a la secuencia de
escándalos protagonizados por su padre, Juan Carlos I. Así, siguió la pauta
proverbial de pronunciar un discurso enmarcado en los gritos de rigor de los
años del postfranquismo. Estos son las nobles palabras y frases escritas con
mayúsculas que remiten a grandes principios, y que se emancipan de cualquier
contexto y situación. Así, todos los discursos son rigurosamente idénticos,
proporcionando a sus enunciadores la prerrogativa de escapar de cualquier
realidad. Así, el rey se ubica por encima de cualquier situación y elude el
imperativo de responder y conversar con la sociedad.
En este
discurso mecanizado se distingue entre dos esferas. Una es la de las distintas
corporaciones, que son aludidas en términos de los elogios de rigor, y que
conforman una red de una sociedad cortesana. El resto, es una sociedad
ignorada, que es unificada por la denegación de su especificidad, siendo
incluida en ese término universal de “los españoles”. Este es el código que
rige los discursos del rey Felipe: La distinción entre un nivel de sociedad
estamental representada específicamente, y un nivel de población destinada a
componer el fondo de los actos, regida por el principio de su inhabilitación
conversacional. Son los destinatarios del “no tengo suelto”.
En esta
ocasión, en el último año se han acumulado los denominados “escándalos”
protagonizados por Juan Carlos I, un labrador de amores y billetes irredento,
que ha compatibilizado la jefatura del estado con un activismo intenso como
hombre de negocios infatigable. La secuencia de informaciones acerca de sus
actividades, adquiere una dimensión ciclópea. Las indagaciones de distintos
medios visibilizan sus negocios múltiples, de los que resulta una fortuna
descomunal. Regalar sesenta millones de euros a una de sus amantes constituye
un indicador inequívoco de la dimensión colosal de su patrimonio.
Esta
cuestión exigía alguna alusión o respuesta específica, diferente a la de los
anteriores discursos. Pero no, esta no fue considerada como suficiente para ser
mentada en tan relevante discurso. Algunos periodistas habían generado
expectativas acerca de que estas fueran tratadas, debido a su impacto en la
opinión pública. Así la audiencia congregada esperaba algún gesto magnánimo que
aliviara el estado de sospecha instaurado por las sucesivas informaciones que
conformaban a Juan Carlos I como un ser politeísta de los paraísos fiscales.
Pero el rey Felipe hizo gala de sus coherencias y eludió cualquier alusión
específica, enunciando así un contundente “no tengo suelto”.
El resultado
de este acontecimiento remite a un orden político hermético, que se ha
movilizado para asegurar la clausura de cualquier pretensión de cambio. Así se
configura una situación de comicidad institucional, en tanto que el emérito Juan
Carlos se encuentra evadido del país, en tanto que afloran informaciones y
pruebas materiales de sus actividades de acumulador de billetes industrial.
Pero, estas informaciones no tienen impacto alguno en las instituciones, poniendo
de manifiesto la condición cortesana del orden político vigente. Hacienda ni
siquiera abre una investigación, los tribunales eluden cualquier indagación, el
parlamento rechaza investigar al respecto y se reproduce un consenso político
mayoritario en su defensa.
En este
ambiente de cierre del régimen para la preservación incondicional de la
monarquía, la alusión de Felipe VI a la ética, la moral y las responsabilidades
institucionales, solo puede ser aludida desde las garantías que confieren la
convicción de que ningún interlocutor institucional va a responder. Así se produce
un vaciamiento de la democracia que consagra esta como la unión de
instituciones y castas unificadas por su adhesión al orden del silenciamiento.
La impunidad de la familia real alcanza una condición apoteósica.
En una
situación de cierre concertado y monolítico de las élites e instituciones, con
escasas excepciones, parece pertinente formular dudas gruesas con respecto a la
democracia. El régimen inmediatamente anterior, el franquismo, funcionaba
también sobre el principio de la red de corporaciones sobre la que se
consagraba el poder del general Franco. En este sólido edificio no aparecieron
grietas hasta su misma muerte. Dice un historiador tan fértil como Isaac
Deutscher, que las instituciones autoritarias que perduran durante períodos
temporales dilatados terminan por transferir algunas de sus propiedades a sus
oposiciones. Ciertamente, el régimen del 78 ha conferido a Juan Carlos un
estatuto similar al que ostentó su antecesor.
El
desvelamiento de sus múltiples actividades, así como las de su clan familiar,
pone de manifiesto la consistencia pétrea de su impunidad. Ni siquiera es cuestionado
o investigado por las instituciones devenidas en cortesanas. El entramado de
apoyo al ilustre emérito ha mostrado su consistencia. El programa de Pepa Bueno
en la SER tras el discurso es un monumento de transparencia acerca del régimen.
Todo son elogios y las leves críticas de Carmena suscitan unos silencios
inconmensurables. Porque un nivel de corrupción institucional de esta
envergadura precisa un monolitismo institucional sin fisuras. La institución
monárquica en España, tras el descubrimiento de la laboriosa construcción de la
fortuna familiar, precisa un monolitismo férreo. Y esto parece incompatible con
la democracia, que por definición es plural.
En una
situación así, definida por una realidad traumática, la única vía de escape es
la proliferación del humor negro, compañero inseparable de cualquier
autoritarismo. Las televisiones impulsan programas en los que se trata con
hilaridad la situación, recomponiendo sus historias con los periodistas del
corazón y el inefable Jaime Peñafiel. El humor negro es una vía de escape que
denota una situación que no puede cambiarse, aliviando los sentimientos
negativos derivados de la impotencia de la acción. Así, este permite cambiar
cómo se siente la gente ante acontecimientos que juzga como negativos e inmodificables.
El mismo
Kant decía que “La risa procede de algo que se espera y que de pronto se
resuelve en nada”. No queda otra opción que aliviarse mediante el humor. La
burla termina por ser un factor de regeneración psicológica frente al bloqueo
de las situaciones. En todas las dictaduras prolifera el humor negro,
construyendo lo que un autor tan inteligente como Batjín denomina como “el
mundo al revés”. El amargo sabor del discurso navideño estimula una riada de
memes que se disemina en todas las direcciones, consolidando el asunto del rey
emérito como un género televisivo para los oscuros meses del invierno.
Al fin y al
cabo, majestad, solo pretendían que inventase alguna frase vacía, propia de su estilo, en la que vieran reconocida su
respuesta y se sintiesen aliviados, al estilo jurídico minimalista del
tratamiento a su hermana Cristina, que al menos fue sentada en el banquillo de
los investigados. Pero usted se mantuvo firme y respondió en tono contundente
“No tengo suelto”. Con la venia, afirmo que lo más sorprendente de todo es el
papel que tiene asignado de reinar, pero no gobernar. Eso sí que es una verdad a medias.
En este momento, no sé como lo ves, a los únicos que Felipe VI no se atreve a responderles con un "no tengo suelto" es a los independentistas catalanes.
ResponderEliminarEste preparao es de derechas como su madre y también mas obtuso aunque menos golfo que su padre y los golfos que le aconsejan de lo mas reaccionario del palacio.
ResponderEliminarTragan y tragan y vuelven a tragar los sociolistos con el borbon río, si se me permite esa broma en alusión al villancico, por los días que estamos, pandémicos y navideños, así que un fuerte abrazo Juan y por último decirte que yo también recordaba lo de "has tenido tu minuto de gloria" me gusta mas Leonor que el, hay esperanza pues, jajajaja
Este preparao es de derechas como su madre y también mas obtuso aunque menos golfo que su padre y los golfos que le aconsejan de lo mas reaccionario del palacio.
ResponderEliminarTragan y tragan y vuelven a tragar los sociolistos en el rio borbón, si se me permite esa broma en alusión al villancico, por los días que estamos, pandémicos y navideños, así que un fuerte abrazo Juan y por último decirte que yo también recordaba lo de "has tenido tu minuto de gloria" me gusta mas Leonor que él, hay esperanza pues, jajajaja
Sí querido domingo, los independentistas catalanes, y también los vascos no forman parte de la corte real. Pero con respecto al último franquismo la monarquía ha avanzado, absorbiendo al psoe y minimizando así su oposición.
ResponderEliminarEn Cataluña es sorprendente la construcción de una corte en torno a Jordi Pujol, que tiene algunos rasgos idénticos a la monarquía del régimen del 78. Sus dos esculturas a la impunidad compiten en su magnificencia
Otro abrazo Futbolín. Y no tientes la suerte nombrando a Leonor. Espero que esta a mí ya no me toque.
ResponderEliminarCiertamente, Juan, tras la muerte de Franco y, especialmente, después del 23F, la política era corrupción o corrupción, con la excepción de un independentismo vasco apostando por la guerra de ETA. Lo sorprendente es que únicamente los catalanes han sido capaces de arrinconar ese pasado en cuanto Pujol desapareció de la escena, primero intentando la continuidad con el Estatut de 2006 y, ante el fracaso, apostando por la independencia, creando una situación explosiva que debilita de tal forma al Estado que, de nuevo, Marruecos acude al festín reclamando Ceuta y Melilla con la ayuda de USA. España está perdida, salvo que Felipe VI se de cuenta que tiene que desaparecer. Todo depende de una persona en este país, ahora como entonces, pero este no podría morir de viejo, aún.
ResponderEliminarExcelente post, leído con mucho retraso. En síntesis es una ejemplificación del muy conocido cuento de Andersen el Nuevo traje del emperador. Cuanto más desnudo va el rey, cuanto más muestra sus vergüenzas, más hay que recubrirlo de ropajes imperativamente imaginarios que niegan la evidencia. A veces, y ya es el colmo, uno echa en falta el autoritarismo pasado frente al rampante totalitarismo actual.
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