El tiempo
presente es extremadamente rico en paradojas. La institución de la Medicina se
encuentra involucrada en varias de ellas. La reciente inauguración del hospital
de Valdebebas hace patentes varios contrasentidos altamente elocuentes. Se
trata de un acontecimiento que remite a significaciones que se encuentran más
allá de la asistencia sanitaria. Esta, tras su etapa gloriosa en la que constituyó un pilar de los flamantes estados de
bienestar del capitalismo fordista, en la esplendorosa época de los treinta gloriosos, ha sido
intervenida por un mercado desbocado que la reformula según un proyecto de
bienestar definido por el exceso para las clases pudientes y el déficit para
las clases herederas de la clase trabajadora industrial.
Así, el
progreso de los métodos de diagnóstico y de sus capacidades terapéuticas se ve
lastrado por su conversión en un próspero mercado cuyo techo parece no tener
fin, pero que es inaccesible para no pocos segmentos sociales. En esta
situación emerge la pandemia de la Covid 19, que refuerza la dependencia de la
asistencia sanitaria de las instituciones de la época. Así, las atribuladas
instituciones políticas y los medios de comunicación, reconvierten
drásticamente la respuesta estrictamente sanitaria, para inscribirla en órdenes
de significación ajenos a los sentidos mismos de la respuesta. La politización
y mediatización extrema remite a la subordinación de las profesiones sanitarias
a las fuerzas sistémicas imperantes.
La extremada
mediatización de este acontecimiento moviliza a múltiples expertos, ubicados en
la red de organizaciones burocráticas académicas y de investigación, que
comparecen en las pantallas encantados con su nuevo papel de portavoces de la
mitologizada señora ciencia. Pero, en general, sus intervenciones son
reformuladas mediante su adscripción a un orden de significación que sirve como
munición a la contienda política. La dignidad menguante de esta alegre troupe de expertos, se manifiesta en su
aceptación y silencio frente a la opacidad de las decisiones de las
autoridades, que omiten las identidades de los supuestos científicos que los
asesoran. La verdad es que la Covid ha intensificado una suerte de outsourcing
salubrista, en el que cada cual busca ideas en
el almacén de las soluciones.
La troupe mediática de
expertos, monopoliza la voz de las instituciones de la asistencia, en
detrimento de los profesionales que ejercen en relación a los pacientes, que
son rigurosamente silenciados. He leído un lúcido texto de un médico de
atención primaria tan acreditado como Luis Palomo en el fértil blog “Salud,Dinero y Atención Primaria”, de Juan Simó. En el mismo afirma algo incontrovertible: que los
expertos que pueblan las pantallas carecen de experiencia directa adquirida en
el campo. Dice que estos “No atienden ni entienden”. Este consistente argumento remite a una
perversión asociada a los medios audiovisuales, que se ausentan del terreno
específico en el que se producen los hechos para configurar un espectáculo que
termina por emanciparse de las realidades críticas de la pandemia.
Esta suplantación de los actores, expropia a médicos, enfermeras y
pacientes de su protagonismo en la pandemia. Esta es una de las razones por las
que, desee el primer día, he focalizado las críticas a los epidemiólogos y
salubristas ubicados en las organizaciones situadas en la atmósfera sanitaria,
que es un espacio gaseoso donde todo termina mezclándose, siendo absorbido por
el poder. La aceptación de facto de los profesionales de la atención, de esta
relegación radical del relato de la pandemia, constituye un indicador de
declive profesional. La mayoría guarda silencio sepulcral, pero cuando se
expresa lo hace en nombre de sus intereses pisoteados por la troupe
político/mediática/experta. Pero no existe disputa por el relato de la pandemia.
Las significaciones son elaboradas en el exterior del sistema asistencial.
El resultado es que carecemos de información sobre el devenir de los
infectados, de los que, en los códigos del aparato
político-epidemiológico-mediático, son denominados como gentes que han salvado
sus vidas. Por eso parece pertinente preguntarse: ¿después de los cuidados
intensivos, qué? ¿cómo son las vidas de los salvados
o sobrevivientes? ¿cuál es la atención sanitaria que reciben?. Al igual que en
la atención sanitaria definida por el exceso, la información de la pandemia,
que desborda por saturación la capacidad de cualquier receptor, tiene efectos
letales. La perfección mediática en el arte de mostrar ocultando, sepulta al
receptor y contribuye a su confusión, de modo que solo queda la alternativa de
creen a los expertos atmosféricos-epidemiológicos, convertidos en verdaderos
brujos.
UN HOSPITAL ENTRE LA MÍSTICA MÉDICA Y LAS GRANJAS DE ÚLTIMA GENERACIÓN
Decía que el nuevo hospital remite a un orden de significación exterior a
la asistencia sanitaria. Este se ha levantado contradiciendo la opinión de la
gran mayoría de especialistas en sistemas sanitarios, que no lo consideraban
imprescindible, además de debilitar a los hospitales de la red asistencial
ordinaria. El acto de inauguración representa una apoteosis de las
significaciones extrasanitarias. Los discursos de las autoridades son
clarificadores. Estos remiten al objeto mágico de la España modernizada: el
edificio. El orgullo de ser realizado en pocos meses; el encontrarse inserto en
un espacio junto a otros edificios como el aeropuerto. Su estatuto simbólico es
ser nada menos que una infraestructura. La Ciudad de Las Artes y las Ciencias
de Valencia es el símbolo de la época. Palacio de la ciencia sin científicos.
En este caso, se trata de un hospital con vocación de monumental, pero dotado
con un equipo humano de ocasión. La
España postfranquista, principalmente, pero no solo, del pepé.
Pero, además, la ausencia de controversia sobre sus usos es sustituida
por su traducción al imaginario del orden político-mediático. Es un edificio,
en palabras de la ínclita presidenta Ayuso, que suscita la envidia de la
oposición. Ciertamente, se trata de un edificio susceptible de convertirse en
un plató que sirva imágenes para cautivar a un público ajeno a las
significaciones estrictamente sanitarias. Así, deviene en un edificio
prodigioso, capaz de emanciparse de su función, en tanto que, como sugiere la
presidenta, es susceptible de ser multiusos. Así, contribuye a reforzar a la
institución de la época vigente del capitalismo de ficción: La Expo. Esta es un
escaparate mediático en el que se realiza un espectáculo audiovisual concertado
con las visitas, que reavivan la institución de la cola. La Expo es un museo
propio de esta era, y el hospital de valdebebas es como un museo de cera de la
asistencia sanitaria.
El vídeo de la inauguración representa un monumento semiológico
inconmensurable. Lo recomiendo vivamente, sobre todo la primera hora, en el que
es escenificada una vieja institución reavivada por la videopolítica: la
Comitiva. Viendo este documento visual, lamenté la ausencia de Berlanga, que
hubiera descifrado las interioridades de la comitiva. La presidenta en el
centro; el director dando explicaciones; el séquito muy eficaz en su función de
conformar un fondo a las imágenes. El realizador mostrando lo grande: las
salas, los pasillos, las oficinas, los recibidores. La apoteosis de las
imágenes de las máquinas de las camas de cuidados intensivos. Las preguntas
inoportunas de ilustres acompañantes acerca de quirófanos. La presencia
inigualable del alcalde, manteniendo el segundo plano y mostrando sus
sentimientos de asombro frente a tan monumental infraestructura.
Todos los elementos de la institución de la Comitiva alcanzan su
esplendor: El séquito de los asesores y los responsables de la imagen; la
centralidad de la presidenta y su relación con la corte ambulante que la
rodeaba; la perfecta escolta de los admirados cargos y la escenificación de la
comparsa. La recreación perfecta del protocolo. Solo faltaban los médicos. No
se pudo ver ni una bata blanca. Este es un elemento esencial que pone de
manifiesto el declive de la profesión. En el principio de la pandemia, en
IFEMA, Ayuso desfiló ante ellos. Volvió a repetirse en La Puerta del Sol. Las instituciones
políticas se sobreponen a las autoridades profesionales.
LA
DECADENCIA DEL PACIENTE
Una autoridad médica tan carismática de la institución medicina en su
época dorada, William Osler, afirma que “El
buen médico trata la enfermedad, el gran médico trata al paciente que tiene la
enfermedad”. Parece pertinente recordar esta sentencia en estos días en los
que se ha generalizado la expresión “paciente Covid”. Las arquitecturas del
novísimo hospital de Valdebebas se asemejan a las granjas. Las grandes salas en
las que son almacenados los leves se encuentran separadas de los que son
tratados en cuidados intensivos, que en ese misterioso edificio carecen de un
entorno clínico. El paciente Covid adquiere así la naturaleza de un cuerpo
tratado en un sistema de atención que se asemeja a una industria de
manufactura, en la que los pasillos como autopistas para el desplazamiento de
los cuerpos desempeñan un papel primordial. No pude evitar recordar la cadena de montaje y
pensar acerca de un inquietante taylorismo asistencial.
La producción mediática de la pandemia, en la que se simultanean
discursos electorales con significaciones macrosalubristas, excluyendo a
quienes conforman el encuentro en la asistencia, implica una robotización
desoladora de los pacientes, cuyas historias y contextos vitales son ignorados,
siendo reconvertidos a estadísticas, índices, numeradores y otros guarismos por
los discursos de los expertos de la atmósfera sanitaria. La deshumanización de
los pacientes es patente y seguro que influye en los malos resultados de las
olas sucesivas.
Pero el aspecto más inquietante radica en el declive profesional derivado
del relato Covid, que convierte a los profesionales en administradores de
providenciales vacunas, con la salvedad de los salvadores de vidas, los intensivistas, de cuyo desenlace no se
sabe nada. La Covid ha automatizado la asistencia y el orden médico, reduciendo
manifiestamente las funciones profesionales. Me encorajina contemplar los
silencios profesionales y la declinación de las profesiones frente a las
instituciones políticas, económicas y mediáticas, así como sus asesores
sanitario-siderales. Incluso algunos de los que hacen patentes sus quejas, lo
hacen en unos términos de subalternidad suprema.
La voz de Luis Palomo y otros profesionales remite a la imperiosa
necesidad de reclamar algo tan importante como el conocimiento situado, al que
no puede acceder la corte de expertos mediáticos vivientes en la estratosfera
sanitaria. En ese lugar, la distorsión
de la realidad es inevitable, facilitando la conversión de las complejas
realidades asistenciales en ficciones propias de esta época de capitalismo
mediático de ficción. El dulce relato del milagro vacunal no puede desplazar a
la emergencia de lo que me gusta denominar como la deuda patológica, que es el
acumulado de problemas no tratados que va a comparecer inevitablemente en las
consultas y las urgencias.
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