Lo que vivimos como shock nos impide pensar; el tiempo real es una herramienta del poder y, también, de su resistencia.
Siempre se infunde miedo en nombre del bien.
Paul Virilio
Paul Virilio es un pensador francés, radicalmente fecundo, original e inclasificable. Fue arquitecto y director de la Escuela de Arquitectura de París durante muchos años, pero sus libros remiten a un prolífico pensador que descifra inapelablemente su tiempo histórico. Puede ser considerado, además de un urbanista, principalmente como un filósofo crítico con las sociedades del presente. Su lucidez le ha reportado un gélido vacío en la venerable institución de la Academia, en tanto que ha construido su obra en sus márgenes. Así forma parte de un catálogo de autores imprescindibles, cuyas aportaciones no son reconocidas por la extraña comunidad académica, entre los que tienen un lugar de honor, entre muchos otros, los situacionistas. Puede ser considerado como un autor inequívocamente autodidacta, como tantos de los grandes pensadores de la modernidad. Toda su obra se sostiene sobre posiciones que cuestionan las ideas dominantes arraigadas en el mundo de los media y el pensamiento patrocinado.
Desde que, a finales de los años noventa, leí su primer libro, quedé fascinado por la potencialidad de su visión. Desde entonces siempre me ha acompañado y ayudado a comprender muchos de los enigmas del tiempo presente. Mi relación con su obra es morbosa, en el sentido de que un destacado prócer de la sociología académica española me dijo en una ocasión que este autor no tenía importancia, en tanto que no era un sociólogo. Ciertamente, el pensamiento de Virilio no puede ser reducido a una casilla de la matriz disciplinar que instituye la Academia. Su lectura a escondidas siempre me ha estimulado. Cualquier lector de este blog que conozca su obra, puede reconocer su influencia sobre mis textos.
Aunque murió en 2018, la emergencia de la Covid, pone de manifiesto la lucidez y actualidad de su obra, específicamente en lo que se refiere a una categoría central en su pensamiento, como es el accidente. La pandemia global es una catástrofe que puede comprenderse desde las coordenadas de sus libros. “El accidente originario”; “El arte del motor: aceleración y realidad virtual”; “Cibermundo: La política de lo peor”; “La administración del miedo”; “La bomba informática”; “Velocidad y política”; “Lo que viene”. En mi opinión, su obra constituye una aportación imprescindible para comprender la pandemia y las respuestas que ha suscitado desde unas instituciones agotadas y un pensamiento mutilado. Cada mañana, cuando comienzo a deglutir mi ración de “información” manufacturada mediáticamente, aparece su figura para esclarecer las cuestiones esenciales que permanecen invisibilizadas en la papilla mediática.
El concepto principal que articula toda su obra es el de la velocidad. Esta genera una destrucción progresiva de las instituciones y de los arquetipos personales de la época, sometidos a una dinámica de cambios y ritmos inasumible. La velocidad se constituye en el principio de autodestrucción, que se instala en todos los espacios del orden social. La consecuencia más notoria es el accidente, que es autoproducido por los efectos de la velocidad. Así, la tecnociencia misma se ha convertido en un arsenal de los accidentes mayores y una fábrica de catástrofes. El siglo XX es esclarecedor al respecto. La ciencia experimenta la presión de batir récords, a semejanza del mundo del deporte. De este modo se incuban las condiciones para la autodestrucción.
Afirma Virilio que “La velocidad domina, la velocidad de la luz, de las ondas se impusieron sobre la velocidad de los móviles, del transporte, de los medios de transmisión tradicionales. Es imposible comprender la realidad del mundo sin esta configuración. En los años cuarenta se hablaba de la aceleración de la historia, hoy estamos ante la aceleración de lo real, la aceleración de la realidad. Todos los sectores de nuestra civilización están afectados por la aceleración de lo real. Es una evidencia que aún no ha sido reconocida plenamente”. La aceleración termina afectando a todos los dominios, constituyéndose como un factor letal.
La presión a la tecnociencia es vehiculizada por una de las estructuras sociales productoras de la velocidad: los medios de comunicación. Estos se regocijan en la presentación del espectáculo de las distintas catástrofes: accidentes, atentados terroristas, catástrofes ambientales, criminalidad y otras similares. Así, amplifican sus efectos y generan una situación en la que es inviable la reflexión acerca de su causalidad y posibles soluciones anticipatorias. Los medios terminan por producir una apoteosis de las emociones colectivas, alimentando los temores colectivos. El miedo administrado por los medios, deviene en un instrumento de manipulación formidable. En un ambiente así, la acción política se encuentra con obstáculos insuperables. Esta es la sustanciade lo que Virilio denomina como “cronopolítica”. Las euforias derivadas de las sociedades de consumo colisionan con los estados de psicosis colectiva resultantes del miedo, generando así lo que denomina como “sociedad del desamparo”. Frente a una situación así, propone construir una nueva inteligencia preventiva.
Las categorías principales del pensamiento de Virilio, resultan pertinentes para la comprensión de la crisis derivada de la emergencia de la Covid. Las actuaciones de las autoridades, la preponderancia de los medios, la apoteosis del miedo y el manejo de las emociones negativas, la mediatización de la ciencia y la asistencia sanitaria, la catástrofe política derivada de la conversión del accidente en arma electoral, el silencio de la inteligencia, la incapacidad de los científicos para posicionarse globalmente y la gestión emocional de la población atemorizada. Este tiempo es un laboratorio para los conceptos claves de este autor. Quizás el más importante resulta de los estados colectivos derivados de esta apoteosis vírica. Dice Virilio que “las catástrofes son desagües emocionales donde van a parar las pasiones enfrentadas a un acontecimiento de riesgo”.
La catástrofe de la Covid ha puesto de manifiesto la debilidad de la inteligencia médica. La pandemia ha intensificado la aceleración, reforzando las condiciones que impiden comprender la asistencia en relación a la sociedad en la que se inscribe. En el caso de la salud pública, la ausencia proverbial de un pensamiento crítico actualizado, facilita pensar la sociedad como un ente subordinado a la esfera sanitaria. Así, se entiende aquella como un sumatorio de unidades (comunidades) locales. Esta visión tiene consecuencias nefastas para la inteligibilidad, en tanto que los procesos históricos que configuran el presente tienen el signo contrario. Son los procesos globales los que reconfiguran drásticamente lo local.
La pobreza severa de las referencias del pensamiento médico, con pocas excepciones, se extienden a la izquierda sanitaria, que agota su campo de visión en el sistema sanitario, siendo radicalmente ajena a la progresiva implementación de una nueva sociedad de control. Así, sus propuestas se agotan en la defensa de un sistema público y universal, ausentándose de las realidades emergentes en los distintos planos sociales. La preponderancia de lo que se entiende como zonas básicas de salud, para esta visión egocéntrica de lo social, constituye un ejemplo de los efectos demoledores de un pensamiento mutilado, que puede ocupar un lugar de honor en el museo del descentramiento y las cegueras sanitarias en este tiempo histórico.
Esta es la razón que me ha llevado a presentar en este texto a Virilio, con la intención de recuperar sus fértiles aportaciones. El aspecto más relevante de su obra, desde la crisis Covid es el del miedo. Su libro “La administración del miedo” es premonitorio de la explosión securitaria que antecede a la Covid, y que ha sido reforzado por ella. Para presentar a Virilio aquí, voy a reproducir algunos fragmentos de dos entrevistas publicadas en los años 2005 y 2009. Sus palabras testifican la lucidez con respecto a la naturaleza de las sociedades del presente. Recomiendo leer los textos. Aquí voy a reproducir algunos fragmentos que incluyen consideraciones de los entrevistadores y las respuestas del propio Virilio. En un panorama tan gris, dominado por las estrellas de las televisiones y los profesionales y científicos autorrecluidos en sus parcelas, sus reflexiones alcanzan el rango de lo prodigioso para la inteligencia y la sabiduría.
La primera entrevista es la realizada por Pablo Rodríguez para Clarín el 26/03/2005. Su título es “Paul Virilio y la política del miedo”.
https://cafedelasciudades.com.ar/carajillo/imagenes6/ENTREVISTA%20PARA%20FORO%20A%20VIRILIO.pdf
Virilio considera que tiene una misión: alertar. En su urgencia se puede entrever lo que el alemán Hans Jonas denominó "la heurística del miedo", la convicción de que la acción política consiste en tomar nota de los peligros. En el caso de Virilio, se trata del peligro de desestabilizar absolutamente todos los aspectos de la conciencia y la percepción occidental, algo propio en realidad de la modernidad capitalista, cuando no paDos son las consecuencias de esta transformación sensible de la política.
Al interior de las ciudades, el sujeto no sabe cuándo ser soldado ni cuándo ciudadano, porque desconfía del vecino, no sabe quién es el enemigo y las fuerzas de seguridad son a un tiempo una policía y un ejército. En este sentido, Virilio estudia la creciente indistinción de las fuerzas de seguridad en los Estados Unidos, máximo ariete de los procesos políticos contemporáneos. Las grandes urbes serían hoy el terreno de una silenciosa guerra de todos contra todos que deriva no sólo en la más evidente histeria que rodea a los atentados y a los accidentes, sino también en la comisión de crímenes que guardan características similares a los de los campos de concentración, pues son producto de bandas que atacan a seres indefensos (mediante secuestros, violaciones colectivas, asesinatos seriales, etcétera) en lugares cerrados sin importarles su vida. Fuera de las ciudades, sin embargo, este cambio de lógica obliga al establecimiento de una "guerra civil global" que por principio no se detiene en las fronteras nacionales y prerrogativas estatales, por más que esté comandada por un Estado-nación como los Estados Unidos.
El principal de estos nuevos problemas es lo que yo llamo la democracia de la emoción. Pasamos de una democracia de la opinión, con la libertad de la prensa, la estandarización de la opinión pública, a una democracia de la emoción donde lo que ocurre es la sincronización de las emociones.
Para mí, el paso de la geopolítica a la metropolítica implica la vuelta al Estado policial. La guerra contra el terrorismo, lo que ocurre concretamente hoy en Irak, es un ejemplo patente de esta vuelta al Estado policial. Las ciudades-Estado griegas, que están en el origen de nuestra idea de la democracia, era también estados policiales. Los ciudadanos eran soldados. La polis y la policía iban unidos. Pero hoy en día se disociaron estos dos aspectos y se rescata sólo el valor de policía. Es en este sentido que hay que entender el término "sociedades de control". Y además, estas sociedades de control operan con una lógica concentracionaria que, eso sí, no apunta como en el pasado a la exterminación a gran escala. El proceso actual en Estados Unidos lo ilustra perfectamente: la Patriot Act que restringe las libertades civiles, lo que ocurre en Guantánamo, en fin, toda la guerra contra el terrorismo consiste en la puesta en acto de un Estado policial global. Hemos salido de los grandes ejércitos nacionales a la policía de la metropolítica mundial.
Para mí, la lógica concentracionaria tiene que ver con el abandono de la cosmópolis, la ciudad abierta al mundo, que es reemplazada por la claustrópolis, una vigilancia global a través de las tecnologías que América latina conoce bien, con los radares y los satélites que dominan el
subcontinente con el argumento que fuere (lucha contra el narcotráfico, guerra contra el terrorismo). Esto es un fenómeno netamente retrógrado. - —Se puede decir que el control a través del espacio, algo que usted llama "aeropolítica", no es un fenómeno nuevo.
El Ministerio de Información de 1984, y los mecanismos clásicos de la censura, trabajan en la lógica de la subexposición. Creo que hoy asistimos a una censura que es producto de la sobreexposición. La subexposición fracasa frente a la necesidad de sobreexponer, de dar información sin cesar. Pero esta sobreexposición no es un símbolo de libertad, porque al invadirnos completamente perdemos de vista la realidad y nos impide la acción. Hoy es muy difícil ocultar información, pero igual de difícil es que una revelación de información (que no es la revelación accidental que mencioné anteriormente) provoque un "despertar" de las conciencias y un cambio político profundo. O sea, el escenario es bastante más complicado que el previsto en 1984. El poder de los medios a nivel global es mucho más complejo que la televigilancia que describía Orwell. Este es un fenómeno nuevo, que yo estudié en varios de mis libros, pero que requiere todavía de muchos análisis. El Ministerio del Miedo que yo pienso se refiere a la obra homónima de Graham Greene, publicada en 1943. El miedo y el pánico son los grandes argumentos de la política moderna. Esto ya había comenzado con el equilibrio del terror de la Guerra Fría, pero el proceso fue relanzado con una potencia nueva por el desequilibrio del terrorismo. Asistimos a un relanzamiento del pánico como política y tenemos que trabajar mucho para comprenderlo y combatirlo.
La segunda entrevista es la realizada por Eduardo Febbro, ublicada en Cuadernos del CENDES en septiembre de 2010. Es un texto que sintetiza bien las posiciones del autor https://www.redalyc.org/pdf/403/40318704007.pdf
Algunas de sus respuestas:
La velocidad destruye. En una suerte de paradoja vinculante donde se combinan el progreso y la catástrofe, la velocidad y su corolario de soportes técnicos han interconectado al mundo al mismo tiempo que creado una peligrosa simultaneidad de emociones. Esta es la tesis central que, con una anticipación sorprendente, viene argumentando el urbanista y pensador francés Paul Virilio. Antes de que la extrema velocidad de Internet se instalara en la vida cotidiana de casi todo el planeta, Paul Virilio intuyó el riesgo intrínseco en el corazón de esa hipercomunicación y los desarreglos profundos que acarrean el desarrollo tecnológico y la velocidad. La férrea crítica que Paul Virilio despliega le valió el apodo de «pensador y promotor de la catástrofe»[…..] la velocidad de las transmisiones reduce el mundo a proporciones ínfimas», al tiempo que la rapidez reemplazó la uniformización de las opiniones por «la uniformización de las emociones». Para Virilio, los conceptos de democracia y derechos humanos están en peligro. El uso actual de la tecnología conduce a una reactualización del totalitarismo. La velocidad es poder, poder de destrucción, poder que inhibe la posibilidad de pensar. En su último libro, La administración del miedo, el ensayista francés apunta hacia otro de los mecanismos de control político con que el poder gestiona las sociedades humanas: el miedo.
Las sociedades de antes estaban bajo el signo de la estandarización de las opiniones. Si tomamos como referencia la Revolución Industrial nos encontramos con la estandarización de los productos, lo que llamamos la industria, y también de las opiniones. A través del desarrollo de la prensa y de los medios de comunicación se operó una uniformización de las opiniones públicas. Ahora, hoy, con la interactividad, ya no se trata más de la uniformización de las opiniones, sino de la sincronización de las emociones. Estamos ante una sociedad en donde la comunidad de emociones reemplaza la comunidad de intereses. Se trata de un acontecimiento político prodigioso. Las sociedades vivieron bajo el régimen de la comunidad de intereses, de allí la estructura de las clases sociales, los ricos y los pobres, el marxismo, etc., etc. Hoy vivimos bajo el régimen de una comunidad de emoción, estamos en lo que he llamado un comunismo de los afectos: resentir la misma emoción, en el mismo instante. El 11 de septiembre de 2001, delante de una catástrofe telúrica equivalente a un terremoto o un tsunami, el planeta estuvo en la misma sintonía de emoción. Es un acontecimiento político inédito en la historia de la humanidad. Se trata de un acontecimiento pánico que pone en tela de juicio la democracia. La tiranía del tiempo real representa una amenaza considerable que no ha sido tomada en cuenta. Se hacen bromas sobre la telerrealidad y esas cosas, pero este fenómeno nada tiene que ver con la telerrealidad. ¡Ocurre que se ha llegado a sincronizar a la misma realidad!
La democracia es la reflexión común y no el reflejo condicionado. No existe opinión política sin una reflexión común. Pero hoy lo que domina no es la reflexión sino el reflejo. Lo propio de la instantaneidad consiste en anular la reflexión en provecho del reflejo. Cuando me invitan a un debate en la televisión, me dicen: «Qué bien, usted trabaja desde el año 77 en los fenómenos de velocidad. ¿Tiene un minuto para explicarme todo eso?». No es posible. Estamos ante un fenómeno reflejo, pero la democracia reflejo es una imposibilidad, no existe. Lo mismo ocurre con la confianza. Las Bolsas están en crisis, porque hay una crisis de la confianza. ¿Y por qué hay una crisis de confianza? Porque la confianza no puede ser instantánea. La confianza en un sistema político o financiero no es automática. La opinión tampoco puede ser instantánea. Ahora bien, los sistemas administrados por los políticos, incluido el sistema financiero, son fenómenos que tienden hacia el automatismo. La automatización es todo lo contrario de la democratización.
En primer lugar, quiero decir que el mundo de la velocidad instantánea conduce a la inercia. De alguna manera, la lentitud de las sociedades antiguas anuncia la inercia de las sociedades futuras. La rapidez absoluta conduce a la inercia y la parálisis. La interactividad prescinde del desplazamiento físico y de la reflexión, por consiguiente, el incremento constante de la velocidad nos llevará a la inercia. El problema ya no concierne tanto a la lentitud o la velocidad, sino que concierne a la inteligencia del movimiento. Cuando me preguntan «¿Acaso hay que aminorar?», yo respondo: «No, hay que reflexionar».
Yo no expongo un trabajo retrospectivo sobre el bienestar del pasado, sino una reflexión sobre el porvenir. Soy un progresista. Por ello no hablo de desacelerar sino de elaborar una inteligencia del movimiento, una suerte de economía política de la velocidad. Esto consiste en reencontrarse con el tempo. El descontrol del tempo hizo volar en pedazos el sistema de producción y de trabajo. Las consecuencias de esta desregulación del tempo las constatamos en la empresa France Telecom, donde los empleados se suicidan. Nos falta el ritmo. Todas las sociedades antiguas eran rítmicas: estaban la liturgia, las fiestas, las estaciones, la alternancia del día y de la noche, el calendario, etc., etc. Pero con la aceleración de lo real hemos perdido esta organización rítmica. Vivimos en una sociedad caótica. La velocidad redujo el mundo a nada. El mundo es demasiado pequeño para el progreso, demasiado pequeño para la instantaneidad, la ubicuidad. Esta es una de las grandes cuestiones políticas y uno de los grandes planteos de mañana en materia de derechos humanos.
Ello explica el desarrollo de la televigilancia, las propuestas para recabar las huellas de los individuos. Hasta podemos pensar que, mañana, la noción de identidad, de documento de identidad, será remplazada por la trazabilidad de las personas. Una vez que se controlan todos los movimientos de un individuo, la cuestión de su identidad pierde todo interés. Basta con recabar informaciones sobre sus movimientos y la velocidad para localizar la persona o el producto. La trazabilidad es un elemento inquietante de la vigilancia. El miedo siempre ha sido un instrumento para gobernar.
Infinitamente más lúcido que Harari, Chul-Han o Zizek.
ResponderEliminarY muy lúcido tu rescate del gran artista y pensador galo.
Felicitaciones.