El primer
confinamiento ha actuado de manera semejante a un terremoto para todos los
sectores sociales vinculados al mercado de trabajo. Pero, en particular,
aquellos que se encuentran insertos en zonas desreguladas e informalizadas, de
trabajo coaccionado no sujeto a legislación alguna, o los sectores más frágiles,
tales como la hostelería, han sufrido un efecto demoledor. Así se multiplican
los contingentes desvalidos que quedan en el exterior de las zonas susceptibles
de recibir ayudas. Estos forman bolsas de personas cuya condición se sitúa más
allá de las estadísticas. Estas personas se hacen presentes en las calles,
deambulando en busca de una oportunidad derivada de algún informante o cartel puesto
en la vía pública por algún posible demandante. Son los escombros humanos
resultantes del terremoto vírico y económico.
Las calles
registran la presencia de estos contingentes que se encuentran
sobrerrepresentados en las mismas, principalmente en las mañanas. Así, las rúas
se reconfiguran en distintos tiempos para acoger selectivamente a los distintos
usuarios. Los integrados frecuentan el espacio público para relacionarse en los
bares, restaurantes y realizar actividades de compra. Los asolados por la
conmoción de la economía transitan en horarios diferentes, de modo que las
calles conforman un ecosistema regido por varias lógicas complementarias. Cuando
unos se retiran, otros comparecen inmediatamente y a la inversa. Algunas
imágenes de los escombros humanos de la Covid remiten a las derivas por las
calles de Chaplin en sus propias películas ubicadas tras la gran depresión del
29.
En estos
meses he deambulado por las calles y me he encontrado cara a cara con distintos
seres humanos ubicados en el limbo estadístico, ese lugar extraño a los medios,
los tecnócratas, los partidos políticos, los sindicatos, las administraciones
públicas y la sociedad establecida. Ellos ni siquiera están presentes en las
movilizaciones colectivas, que son un patrimonio de los estables en el mercado
de trabajo dotados de la capacidad de generar unos intreses comunes. Son un
extraño residuo que puede ser capturado por algún medio de comunicación, pero
que no es capaz de atribuirle su identidad específica, que es denegada socialmente,
e integrada en el gran cubo de la basura indiscriminado que es la exclusión
social.
Estos son
los múltiples buscadores de milagros, que habitan un mercado informal de
chollos, chapuzas, intercambios, ayudas, favores y otras formas no reguladas de
relación económica. Este medio es el único accesible para estas personas, dado
que el terremoto Covid ha cerrado el mercado de trabajo, los servicios públicos
y las administraciones, que solo funcionan en la gran quimera online. La falta
de oportunidades los convoca en las calles para buscar en este ecosistema de
deshecho laboral. Estas se asemejan a esos grandes vertederos de basura en los
que muchos desheredaros buscan algún residuo que pueda tener valor.
Voy a
presentar a algunas de esas personas sobrevivientes al naufragio económico.
Estando frente a frente con ellas, he podido comprender las limitaciones de las
categorías que utilizo para conceptualizar, que casi siempre es estereotipar,
procedentes del arsenal conceptual de las ciencias sociales. Su especificidad
no puede ser definida como parte de ese gran saco que se denomina como
exclusión social. Por el contrario, existen múltiples clases de un fenómeno tan
generalizado como es el de marginación. Estas personas son la consecuencia de
una combinación de distintas marginaciones. Los nombres que utilizo aquí son
figurados.
UN ASTURIANO FUGADO DE SU MUNDO
SOCIAL
Conocí a
Ramón una tarde del pasado mes de octubre en la calle Alcalá. Se trata de una
persona joven, portador de una estética cutre, en la que se complementaban
algunos signos punkis con otros que indican una situación de incipiente degradación
personal. Estaba pidiendo ayuda, pero no era un pedigüeño al uso. Me pidió dinero
para desplazarse a un comedor social, ubicado en la calle Martínez Campos. Para
eso necesitaba ir en el autobús 61, y no tenía dinero para el billete. Llevaba
en Madrid sólo dos días y ya había percibido la dureza de las gentes que
pueblan esta Villa y Corte en sus distritos nobles. En la zona que se
encontraba, próximo a Príncipe de Vergara, su colisión con los viandantes era
inevitable.
Porque Ramón
no pedía al estilo tradicional, que implica presentarse en estado supremo de
necesidad, adoptando una máscara que pueda suscitar la piedad. Él mantenía su
porte de persona expulsada del mercado de trabajo, y, por tanto, mantenía una
dignidad insostenible en ese territorio enemigo. Conversé con él unos minutos.
Comenzó expresando sus quejas acerca de los viandantes, lamentando que nadie le
ayudara. Solo pedía que “le picaran un billete de autobús para poder comer en
un comedor social”. Las respuestas que obtenía en la forma que estaba en la
calle eran agrias y agresivas. Así se generaba un círculo vicioso de tensión
que iba creciendo en cada encuentro.
Decidí
ayudarle y le acompañé hasta la parada del 61. En ese breve trayecto me contó
que era de un pueblo de Asturias asolado por la desindustrialización. Su
familia había pasado por el trauma de convertirse en receptores de ayudas. Las
tensiones familiares se proyectan a su infancia. Todo termina en conflicto
familiar severo, fracaso académico, ausencia total de oportunidades de trabajo
y consumo problemático de drogas. Durante años se convierte en una persona tratada
por los servicios sociales. Esta situación le otorga una marca social
insuperable. Su situación familiar y vecinal se agrava y decide venir a Madrid
a “buscarse la vida”.
En los años
cincuenta, muchos campesinos procedentes de pueblos del sur principalmente,
llegaban a Madrid con unas señas escritas en un papel de algún vecino que había
emprendido la marcha antes. Ramón llegaba con un destartalado teléfono móvil,
en cuyos Contactos se encontraban un par de direcciones que una vez llegado
hasta allí, no eran verosímiles. Sus contactos comparten con él su condición de
portadores de marginaciones combinadas, lo que les empuja a una trashumancia
forzosa, que en cada etapa dejan a atrás trozos de su vida. Nada sólido queda a
la espalda del hoy.
Así, Ramón
se encontraba completamente solo. Llevaba dos días en los madriles y se había
aventurado en esta parte de la calle de Alcalá, en la que la ostentación de la
abundancia se hace presente en cada escaparate o portal. Lo que más le irritaba
era la no respuesta de tan distinguidos ciudadanos. Nadie contestaba a sus
preguntas solicitando información. En ese día solo una persona le había
informado de la existencia de ese comedor social. Los integrados comparten una
competencia esencial. Esta es la de saber esquivar a cualquier persona que
pueda representar un problema. Según esa pauta, es menester no iniciar ninguna
conversación con una persona sospechosa de ser menesterosa. Se precisa mantener
la distancia de seguridad y ser firme en la no respuesta.
Ramón estaba
descubriendo esta realidad, en tanto que nunca había pedido en la calle en su
tierra asturiana. La vivencia de ser invisibilizado por tan sofisticados y
capacitados en el arte de evitar de estas personas le afectaba mucho. Así su
respuesta de replicar a las personas. En nuestra conversación cometió un error
fatal en el arte de la mendicidad. Esto es la de realizar juicios valorativos
críticos referidos a situaciones generales. Asumía que un menesteroso en la
calle está inhabilitado para hacer cualquier juicio. Esta es el precio de la
contraprestación de pedir algo a tan refinadas señoras y caballeros. Los
agentes de ONG y otras causas que realizan su trabajo en las calles respetan
escrupulosamente este principio de no generalización ni descalificación de cualquier
posible cliente.
Le despedí
en la puerta del autobús, recomendándole otras zonas en las que pudiera ser
factible encontrar algún benefactor. Le advertí de los peligros de las malas
calles de los barrios que acogen posiciones fronterizas a su posición social.
Me impresionó mucho la contundencia con la que había descubierto que el sistema
no tenía nada que ofrecerle. Había asimilado muy bien su experiencia con los
servicios sociales. Estos carecen de los recursos para ofrecer alternativas. En
su ausencia, su oferta es la de aceptar su situación de subalternidad sin
salida. Para esto se manejan varias prótesis que no pueden engañar a nadie
durante mucho tiempo. Se trata de un servicio para acompañarle en su aceptación
de la no salida. Me pregunté qué haría tras la cena en el comedor social de
Martínez Campos.
En las
sociedades manifiestamente duales del presente, los servicios sociales, en la
mayor parte de las situaciones, carecen
de la capacidad de integrar, vehiculizando a los sujetos con carencias básicas
a guetos institucionales donde la vida se minimiza. Ramón se encuentra en una
fuga de su mundo y de esas prótesis sociales que se le ofertaban. Su huida se
funda en una esperanza indefinida en tener la fortuna de encontrar una
oportunidad. Para esa causa ha movilizado todo su potencial personal, asumiendo
unos riesgos imposibles de remontar.
La verdad es
que solo puede encontrar una oportunidad precaria en la economía ilegal y sus
mundos. Allí es factible desarrollar una trayectoria que le permita desarrollar
consumos en una sucesión de situaciones siempre inestables y amenazadas por las
reglas que rigen en esos espacios, que remiten a la fuerza. Pero su certeza de
que la sociedad oficial no tiene nada que ofrecerle, antes, durante y después
de la Covid, es irrebatible.
Cuando se
fue su autobús me vino a la cabeza la frase inventada por los asesores de
comunicación de “Saldremos de esta crisis más fuertes”. Y efectivamente,
algunos van a salir así, como en todas las crisis. Pero no Ramón, que no es un átomo
aislado, sino que forma parte de una parte de la sociedad no reconocida
explícitamente, que en los discursos adopta formas muy generales y confusas: la
clase trabajadora; los excluidos; los vulnerables, y otras semejantes
inventadas por saberes asociados a los poderes instituidos. Seguiré presentando
personas de este mundo ajeno a las políticas públicas, que terminan
inexorablemente en los contenedores policiales, judiciales, psicológicos y
psiquiátricos. La apelación a la analogía con los residuos es inevitable: los
orgánicos; los plásticos: el papel; el vidrio y la versatilidad de los puntos
limpios.
Gracias Juan por seguir narrando lo que los medios de formación de masas (como decía García Calvo) no cuentan.
ResponderEliminarMientras tanto, los integrados tenemos el abastecimiento asegurado:
https://www.eldiario.es/edcreativo/perfil-consumidor-digital-demanda-aplicaciones-le-permitan-comprar-facil-seguro_1_6369831.html
El siguiente artículo, escrito desde una perspectiva de derechas y con mucha ironía, me recuerda a la película el HOYO, más que de la pobreza creo que nos habla de todas las personas que están viviendo la caída de su estatus, los que caen: los nuevos pobres.
ResponderEliminarhttps://www.abc.es/cultura/abci-cosas-pobres-deberian-saber-instrucciones-para-cuando-pierdas-todo-202011031638_noticia.html
Lo que narras, contado por la derecha, con cinismo, como si pudiera contarse como un chiste:
ResponderEliminarhttps://www.abc.es/cultura/abci-cosas-pobres-deberian-saber-instrucciones-para-cuando-pierdas-todo-202011031638_noticia.html
Gracias Lirón. Se puede utilizar la fina ironía cuando la distancia con los afectados es suficientemente grande, como la que otorga una posición social sólida. Pero este texto, en el fondo, se sustenta en la idea de que la pobreza es un accidente o un resultado de un comportamiento poco racional. Esto es lo que verdaderamente piensan la gran mayoría de los acomodados.
ResponderEliminarSí, volví sobre mis palabras porque no podía tolerar el texto publicado en ABC y,por cierto, premiado; como fina ironía sino como cinismo. Sobre todo cuando habla de los desclasados, cuando se ríe de la izquierda, los progres y la madre que nos parió me ha hecho gracia el chiste.
ResponderEliminarhttps://ctxt.es/es/20201101/Politica/34043/sin-hogar-madrid-la-latina-testimonios-israel-merino.htm
ResponderEliminar