La sociedad
epidemiológica avanzada se constituye sobre el acontecimiento originario, que
es la pandemia de la Covid 19. Se trata de un plano específico agregado sobre
la sociedad neoliberal avanzada, que absorbe los cambios generados por la
pandemia para reforzar sus procesos y sus estructuras. Así, la producción
incesante del miedo, manufacturada industrialmente por los medios, encuentra
una oportunidad de expansión. El terror a la incertidumbre económica, a la
delincuencia, a la emergencia de mundos oscuros o a la expansión de la
contingencia, se ve ahora acompañada del miedo a la enfermedad, la invalidez y
la muerte. Así, las estrategias epidemiológicas ascendidas a la cúpula del
estado-mercado, se fusionan con todos los procesos en curso, constituyéndose en
un argumento demoledor que refuerza la eficacia de la gestión y gobierno de las
poblaciones.
La apoteosis
epidemiológica se constituye sobre un método intrínseco que aporta al conjunto
de los operadores sistémicos una oportunidad formidable. Este es el
confinamiento. En los últimos meses han comparecido, alternándose entre sí,
distintas variantes del mismo. El confinamiento domiciliario estricto inicial,
ha cedido el paso a distintas formas de confinamiento parcial, entre las que se
encuentran varios modos de establecer regulaciones estatales que reducen las
relaciones sociales. El confinamiento es un concepto versátil, que se
manifiesta bien encerrando a todos, bien limitando su movilidad, o
estableciéndolo en el tiempo de la noche. Pero el estado epidemiológico tiene
la licencia de discernir entre distintas categorías en la población, que es
catalogada, separada, conducida y gestionada por tan científico poder. Vivo en
Madrid, una ciudad dual en la que los operadores epidemiológicos han escindido
eficazmente los territorios según su composición social.
El
fundamento del gobierno epidemiológico radica en un acto axial, como es la patologización
de la población entendida en su conjunto. Se sobreentiende que el cuerpo social
es equivalente a un paciente al que hay que pilotar, guiar y establecer
actuaciones sobre su cuerpo, negándole
de facto su autonomía para su autogestión. Así, se recupera en su plenitud el
concepto de inhabilitación, que tanto Illich como otros pensadores críticos
enunciaron en los años setenta. La patologización implica la negativa a
considerar que el ilustre paciente tenga la capacidad de pilotar su vida
ordinaria. De este modo, sus órganos son suspendidos y sometidos a intervención
del poder epidemiológico. Bajo este imperativo muchas de las actividades son
impedidas o intervenidas, promulgándose normas que fijan límites a la vida,
tanto en la esfera pública como de la privada. La sociedad civil es derogada
por el estado epidemiológico, que toma sus decisiones fundadas en la abolición
de la capacidad de las distintas instituciones para cogestionar su futuro.
El modo de
operar del poder epidemiológico es la implementación de una mediatización
audiovisual absoluta. Así se confirma una de las cuestiones básicas del camino
hacia una sociedad neoliberal avanzada, que funda su poder sobre los medios de
comunicación, que pierden radicalmente su condición de constituirse en “el
cuarto poder”, para integrarse en el corazón del poder instituido. El
alineamiento de todos los medios en posiciones activas a favor de sus patrones
políticos alcanza cotas escandalosas. Se puede hablar, en rigor, de gobierno de
los platós, en los que los políticos, los próceres de la comunicación y los expertos,
se apoderan de la totalidad de los flujos de la comunicación y sus sentidos.
Pero el
gobierno epidemiológico no significa de ninguna manera que los epidemiólogos
detenten autonomía en sus decisiones. No, ellos son ensalzados por los
operadores mediáticos y presentados fragmentariamente en las pantallas con
reiteración. Pero sus recomendaciones son corregidas por los decisores, que operan
en un área gris invisible en la que interaccionan los directivos del mercado
con los huéspedes instalados provisionalmente en el gobierno. Los salubristas
son presentados profusamente como expertos infalibles, de modo que sus
decisiones tienen que ser aceptadas sin réplica alguna. Así refuerzan un
aspecto central de las sociedades neoliberales avanzadas, que se fundan en la
institución de la experticia como forma de reducción radical de la democracia.
Los expertos
epidemiológicos son convertidos en consejeros aúlicos de un poder oscuro que
reglamenta la vida estrictamente según criterios altamente discutibles. Así,
durante el confinamiento duro y sus sucesivas desescaladas y revivals, en las
pantallas no se muestran imágenes en relación con los afectados severamente por
los contagios, ni tampoco por los fallecidos. Por el contrario, se muestran imágenes
“positivas” de personajes centrales de la comunicación, que conforman un coro
que interpreta la canción “Resistiré”. La figura central y única del
dispositivo epidemiológico, que a imagen y semejanza de los líderes de los
partidos no tiene número dos cuando se ausenta, Fernando Simón, desempeña un
papel más cercano a la troupe mediática que la de un científico.
Los
discursos de los científicos, advenidos a la cúpula de los estados-mercado, son
manifiestamente inconsistentes e interesados, y no resistirían una conversación
abierta en una sociedad democrática. Sus decisiones arbitrarias hacen
desaparecer los contagios del transporte público, de las actividades laborales,
comerciales y de las interacciones privadas. Así, asignan en monopolio del
contagio a la hostelería, el ocio y la noche, que adquiere la condición de
maldita. La cultura sociológica de las autoridades se inscribe en lo más
patético que se pueda imaginar. Estos políticos y su corte de asesores
epidemiólogos pretenden intervenir toda la vida y las instituciones desde sus
posiciones. No consideran la opción de comunicar, escuchar, conversar, influir,
acordar, concertar o ganar apoyos. Su imagen en los atriles, rodeados de
autoridades policiales y militares es paradigmática.
Pero sus
recetas son siempre variantes del confinamiento. En una situación así renacen
inevitablemente las fuerzas corporativas y sociales que ocupan posiciones altas
en la estructura social. El confinamiento, en todas sus variantes, debilita
gravemente a los sectores sociales más débiles. En un cuadro como este, los
sectores que se denominan progresistas se
encuentran manifiestamente bloqueados, noqueados y desnortados, en tanto que
sus posiciones se encuentran determinadas por la unidimensionalidad en un campo
social que activa todas las dimensiones. Así, sus actuaciones muestran un
extrañamiento mayúsculo con respecto a los distintos procesos que tienen lugar
simultáneamente en el campo político y social. Algunas intervenciones de
ilustres miembros de la progresía noble sanitaria en los últimos meses muestran
inequívocamente el vacío derivado de la mutilación de su mirada
unidimensionalidad sanitaria.
La
ignorancia de los procesos en curso a favor de la consolidación de una poderosa
sociedad de control, fundada en la vigilancia extrema y la gestión autoritaria
de la población, confiere a sus posicionamientos una ingenuidad desoladora. En
una situación de suspensión de las organizaciones sociales por parte del estado
epidemiológico-neoliberal, que monopoliza las decisiones, cancela los procesos
de concertación y deniega radicalmente la consulta y la cogestión, la mayor
parte de los progresistas sanitarios se encuentra sumergida en el campo de la
asistencia, ajena a la realidad inquietante de deterioro radical de las
instituciones y la democracia. La situación epidemiológica deviene en un arma a
favor del gobierno aristocrático de los poderosos, respaldado por su corte de
expertos salubristas y sustentado en los cuerpos de seguridad.
Algunas
declaraciones y actuaciones de personas relevantes del progresismo sanitario en
este tiempo resultan desoladoras, en tanto que son monumentos de
unidimensionalidad. He escuchado palabras punitivas de gentes de la Federación
de Defensa de la Salud Pública caracterizadas por una trayectoria impecable, y
que durante los largos años del postfranquismo han propugnado siempre la
democratización, entendida como coparticipación en las decisiones. Mi amigo
Rafa Cofiño, promotor de múltiples iniciativas y textos, autor de un blog
sugerente y fértil, devenido ahora en director general de Salud Pública de
Asturias, corre el riesgo de actuar como un autómata programado de las
instituciones autoritarias, determinadas por los designios sistémicos del
estado epidemiológico/neoliberal, convirtiéndose justamente en lo opuesto a lo
que representa. El deterioro institucional lo puede convertir en Rafa Confiño, un ejecutor de
confinamientos que generan un vacío político y social amenazante y atenazante.
El
confinamiento, en cualesquiera de sus versiones, representa una agresión a la
sociedad y a las personas, cuyas consecuencias son incalculables. En este
tiempo estoy muy atento a las vicisitudes de la gestión autoritaria de la
población. Por poner un ejemplo que sirva de muestra de los efectos demoledores
de la cadena de confinamientos, me refiero a una figura frecuente en las
sociedades posmodernas: los hijos solos. Para muchos niños, estar encerrados
sin relación con las personas de su clase de edad, representa una fatalidad que
los reconfigura psicológicamente. Los discursos epidemiológicos de estos meses
con respecto a la figura espectral de los convivientes, omiten a estas
personas, así como a muchas otras para las que ser encerrados representa una fatalidad
irreparable.
Pero el
poder epidemiológico procede mediante la reducción de todos a categorías
uniformizadoras, que en muchos casos mutilan su condición. Nadie piensa en lo
que representa para la vida sexual de las personas que viven solas el encierro
y las restricciones. En estas exclusiones se manifiesta la naturaleza
autoritaria del experimento epidemiológico en curso, que convierte a las
personas en partes anónimas de ese gran paciente –la población total- que
pretenden tratar frente al virus. Así, las personas tales como los niños sin
hermanos o los singles de todas las
condiciones, son privados de su singularidad humana, siendo reducidos a
partículas sometidas a una lógica ajena a sus vidas, que acumulan sufrimientos
derivados de su tratamiento pandémico.
Durante
muchos años he entendido la reforma sanitaria de la atención primaria como la
conformación de una red asistencial en la que sus operadores profesionales trasciendan
la unidimensionalidad, recuperando la clínica su espacio natural. Asimismo, siempre he albergado la esperanza
de que se quebrase la ley fatal de la izquierda sanitaria, consistente en que,
cuando son ascendidos a tareas de gobierno, son absorbidos por la lógica
imperante en esos aparatos. En este tiempo de pandemia se acrecienta esta
alienación derivada de la unidimensionalidad sanitarista. Así, la consolidación
de una sociedad epidemiológica avanzada, caracterizada por sus métodos
autoritarios y sus lógicas al servicio de los intereses sociales fuertes,
apenas encuentran oposición. Otro progresismo sanitario es necesario y quizás
posible.
Profesor Irigoyen, muchísimas gracias por la solidez intelectual y la lucidez que está compartiendo con nosotros en estos meses en los que se quiebran de forma general ambas cosas.
ResponderEliminarAyuda usted a mantener la esperanza cuando más difícil resulta.
Un cordial saludo de un antiguo lector suyo.