Orwell tenía razón: el verdadero
totalitarismo parece exactamente una parodia de sí mismo.
Robert Anton Wilson
El ascenso
de Vox sintetiza dos elementos diferenciados. De un lado, es el resultado de la
degradación de las democracias, que resulta de varios factores recombinados, entre
los que la consolidación del nuevo capitalismo postfordista resulta primordial.
La reindustrialización que comienza en los años ochenta fragmenta decisivamente
lo que había sido la clase obrera industrial, así como las instituciones del
capitalismo keynesiano. El deterioro de las instituciones y el desgarro del
tejido social, genera un espacio sobre
el que se asienta la nueva extrema derecha, que se expande en la gran mayoría
de los países europeos.
En España
este fenómeno tiene una significación adicional. Esta es la recuperación del
pasado. Vox significa la quiebra del frágil compromiso cristalizado en los años
de la transición, y el retorno, por parte de algunos sectores de la derecha, a
la nostalgia del franquismo. Eso sí, a la versión más posibilista del
franquismo en este contexto histórico específico. En los actos partidarios se congrega
una multitud que denota la supervivencia de elementos culturales y arquetipos
personales dominantes en aquél tiempo. Así, se puede definir a este partido con
una versión española del manido lema “otro franquismo es posible ahora”. En los
discursos y las prácticas de Vox se muestra inequívocamente el núcleo básico de
lo que fue este régimen político que trasciende lo estrictamente estatal.
El
franquismo fue un régimen que atravesó distintas situaciones y en el que pueden
distinguirse varias etapas diferenciadas. Cabe diferenciar entre dos
franquismos que se retroalimentan mutuamente. El primero es la etapa que
antecede a la industrialización, que puede considerarse entre el final de la
guerra civil y 1959, año en el que convergen el fin definitivo de la autarquía,
el acceso de una generación de tecnócratas al poder y el comienzo de una
industrialización. En la primera etapa, la situación de las clases trabajadoras
y campesinas es catastrófica. La pobreza, las penurias múltiples, el autoritarismo
de las instituciones y de las clases poderosas, la inmovilidad social y la
ausencia de perspectivas.
En este
orden social agobiante el poder se ejerce en nombre de unas abstracciones que
compensan la fatal vida material. En nombre de Dios, de la gloriosa España, del
Movimiento Nacional providencial, del Caudillo Franco y otros espectros de
gloria, se gobierna rígidamente generando una ficción que compensa las
carencias de la vida. La austeridad y el autoritarismo se matrimonian para
clausurar cualquier veleidad para tan felices súbditos liberados de los males
de la masonería, el comunismo y otros fantasmas agitados por los medios del
régimen. En este contexto se puede comprender el significado de la frase con la
que Luis Buñuel sintetiza este orden político y social “Dios y el país son un equipo inmejorable; rompen todos los récords de
opresión y derramamiento de sangre”.
El contexto
de este primer franquismo es aterrador. Las clases subalternas viven un
verdadero régimen de terror, en tanto que las instituciones lo controlan y
gobiernan con mano de hierro ejerciendo la represión sobre cualquier
desafección. Pero lo peor resulta de la situación económica. La gran mayoría se
encuentra inmovilizada por parte de la pésima situación económica, en la que no
hay alternativas de empleo. Este contexto tiene un efecto decisivo sobre el
imaginario y las prácticas de ejercicio de poder de las clases medias-altas.
Estas gobiernan la cotidianeidad sobre una población en la que las carencias
adquieren toda su plenitud. Así, en las empresas, en los servicios, en los
espacios domésticos y en todas las esferas de la vida, ejercen implacablemente
su autoridad persuadidos de su superioridad sobre una población deprivada
integralmente, que no tiene otra alternativa que obedecer, agradecer y
renunciar a cualquier proyecto de mejora.
En la
población subalterna de la época, proliferan múltiples formas cutres de ganarse
la vida, que ilustran las carestías integrales experimentadas por aquellos que
son incluidos imaginariamente en el eslogan de que “en España empieza a
amanecer”. Una de las que más me ha impresionado, es aquella que se ubicó en
numerosos pueblos andaluces, en los que la gran mayoría de la población estaba
compuesta por jornaleros, que era una forma fatal de vínculo laboral, en tanto
que el poder de los contratadores no tenía contrapeso alguno, obligando a los
candidatos a la exteriorización de la más estricta obediencia.
Se trataba
de los colilleros. El tabaco representaba una evasión cotidiana en ese contexto
de privación, constituyéndose como una gratificación central en la vida
cotidiana. La sociedad de consumo a la española se asienta sobre el tránsito de
los Celtas cortos al Ducados y el rubio Cherterfield americano. Pues bien, una
forma ingeniosa de paliar la miseria era recoger las colillas del suelo y otros
ceniceros, recuperar el tabaco sobrante tras retirar el quemado, y agruparlo
con otros idénticos para terminar fabricando un cigarrillo que se vendía en la
calle. De ahí el nombre de colilleros, los tratantes de colillas o de deshechos
de tabaco. Hasta el comienzo de los años sesenta, los colilleros seguían
operativos en sus espacios sociales inmovilizados.
La verdad es
que me produce una sensación de inquietud contar esto ahora, porque más de un tecnócrata neoliberal
progresista puede calificarlos con alguna palabra altisonante de la nueva jerga,
como “Emprendedores de los residuos tabáquicos” u otros similares. Además
podría proponerlo como actividad emprendedora transformada en reproche a los
privados de trabajo. Los colilleros representan el nivel más bajo de la escala
del trabajo degradado de la época. En mi infancia, recuerdo haber contemplado
recoger colillas, que se llamaban piltras,
de opulentos fumadores que tiraban sus cigarros a la mitad para el regocijo
de los fumadores de la escala social inferior. Confieso haber fumado yo mismo
alguna que otra.
Los
colilleros remiten a un pueblo caracterizado por privaciones de gran
envergadura, que es gobernado autoritariamente por unos señores que los desprecian,
de modo que su relación se funda en este supuesto. Las clases medias y altas de
la época mostraban su desconfianza y desdén hacia ellos, fundados en que su
condición social se asentaba en la cuna. El clasismo y el autoritarismo
conforman un matrimonio ejemplar en este tiempo. Y este espíritu de menosprecio
por los inferiores en la escala social sobrevive a pesar de todas las
transformaciones experimentadas hasta el presente. Así se entiende la
democracia como una deformación que amenaza el gobierno eficaz de los nuevos
colilleros, que son ahora los ubicados en las listas del desempleo, los
sometidos a formación permanente, los que se desempeñan en trabajos de la
economía informal, doméstica y de los cuidados, así como los empleados en
empresas con exiguos salarios.
En el
imaginario de Vox se encuentra presente el espectro de los inferiores-nuevos
colilleros, pero también otro elemento axial procedente de la segunda etapa del
franquismo. Esta se puede explicar mediante un desarrollo económico notable, que
instaura tasas considerables de movilidad social y constituye una clase media,
así como una clase obrera que mejora sustantivamente sus condiciones de vida y
de trabajo. Esta transformación económica y de las condiciones de las clases
sociales se acompaña con el salto de la constelación de instituciones asociadas
al estado del bienestar.
Para los
múltiples sectores sociales que experimentan una mejoría y viajan
ascendentemente en el ascensor social, el último franquismo remite al precepto
de que es posible la mejora de las condiciones de vida en un régimen político
autoritario. En palabras del sociólogo español Luis Enrique Alonso, se modifica
la norma de consumo en tanto que se estanca el cambio político. Así, todas las
crisis económicas en el postfranquismo reactivan este inconsciente colectivo
selectivo, focalizando las críticas en la clase política. Este es uno de los
factores más adversos de la izquierda política y de sus pérdidas de clientelas
cuando se agudizan las crisis.
La nueva
democracia nace de un pacto determinado por la convergencia en evitar la
perpetuación del régimen franquista. Es un equilibrio precario que se proyecta
en su incapacidad de constituir símbolos colectivos que convoquen a las gentes.
El 6 de diciembre es un día anodino, en el que solo la España oficial celebra
la Constitución. El fracaso simbólico del régimen del 78 es manifiesto. Este
factor propicia una vuelta al pasado de importantes sectores sociales, que
reflotan en un contexto de bloqueo económico y político y crispación
institucional. Este es el ambiente en el que se desempeña Vox, recogiendo una
parte de la derecha nostálgica con el pasado esplendoroso, que se manifiesta en
tres elementos: el gobierno sin trabas del entramado de clases colilleras; la añoranza del final
económico feliz del franquismo, y la
restauración de los viejos símbolos patrios.
Las
posiciones de Vox se articulan en torno a estos tres elementos, referenciándose
también en las experiencias de la nueva extrema derecha europea y americana.
Desde luego, en su núcleo dirigente están sobrerrepresentadas las élites de
ambos franquismos. Santiago Abascal, Espinosa de los Monteros, Ortega Smith o
Hermann Tetsch conforman un verdadero joyero de la arqueología política. Justo
lo contrario de las élites económicas o financieras del capitalismo global. El
capitalismo en la versión retro-autárquica se concita en ellos. Me asombra
contemplar cómo en sus intervenciones apenas alcanzan a comprender la
significación de las estadísticas. Pero sus discursos endebles son suplidos con
el excedente simbólico de la restauración del viejo espíritu nacional. En este
tiempo, en el que proliferan nuevos colilleros y poblaciones desahuciadas, su
propuesta es a la vuelta a la grandeza del discurso que aplasta las condiciones
de vida miserables. Precisamente en eso consisten la casi totalidad de las
cruzadas.
Lo peor
radica en que los sistemas políticos son ecosistemas en los que proliferan las
interacciones entre las especies que las habitan. Así, Vox deviene en una nueva
especie depredadora que altera todos los equilibrios. En muchas ocasiones es
difícil discernir quién es quién. Así se acredita el triunfo de la retórica
sobre la inteligencia. Esta es precisamente una de las características del
primer franquismo, y también del segundo. El espectro de la grandeur de las clases dirigentes
improductivas singulares del franquismo, cabalga de nuevo, en esta ocasión
asociada a las últimas actualizaciones de los viejos colilleros. Aunque represente la parodia de sí mismo, representa un riesgo añadido en un cuadro histórico tan enigmático como el del presente.
1 comentario:
Buen análisis Juan, me he reido bastante con algunos pasajes, pero creo que Vox, no está en la línea exclusiva de una vuelta al pasado, creo que su campo es mucho más amplio y sofisticado, ya que a diferencia de epocas pasadas los de VOX no son un grupo de fascistas, falangistas y gente de extrema derecha insulsa que viene con el discurso trasnochado, su discurso y forma de hacer y entender la politica va más alla y precisamente lo que no hay que menospreciarla y reducirla (creo yo) a eso.
Si uno por ejemplo coge a Santiago Abascal, sabe que no es precisamente un tonto (aunque nos lo parezca) discipulo aventajado de Gustavo Bueno, del cual bebe, entiende bien, y extrapola la teoría marxista sobretodo en lo referente a la batalla.
Vox a día de hoy no representa solo a las élites pasadas, ni tampoco a las grandes fortunas ni siquiera a los excomulgados del pepé, sino que representa a muchos obreros, a muchos jornaleros, y todas aquellas personas a las que el régimen del 78 ha dejado fuera del sistema, para muestra un botón:52 diputados no son precisamete sólo los votos de las élites.
Uno de los errores clásicos de la izquierda precisamente ha sido éste, si uno le pregunta a una persona de izquierdas sobre pensadores de derechas, sabe poco o casi nada, a diferencia de esta nueva derecha que no sólo lee y bebe de los pensadores de izquierdas, sino que leen y entienden (y no veas como) a pensadores de izquierdas.
En resumidas cuentas... reducir a VOX a grupo de fascistas que se han unido para echar al PSOE y a los Comunistas de Podemos, creo que simplifica mucho la realidad...
Continuamos....
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