En cada instante de tu vida alguien
modifica o borra una cifra. Todo esto sirve para un fin que nunca entenderemos.
Jorge Luis
Borges
Lejos de ser autónoma, la ciencia
florece o se marchita junto con la sociedad. Lo mismo pasa con la tecnología,
las humanidades y las artes.
Mario Bunge
La metáfora de Wittgenstein de
“descubrir las reglas del juego”, los códigos de un grupo, apunta precisamente
a la necesidad de interpretar correcta y
cabalmente ese mundo particular y explicitar sus reglas, pues no es posible
jugar a un juego con las reglas de otro, es decir, explicar una realidad social
con los parámetros de otra, la del investigador.
Rosana Guber
Los meses
transcurridos desde la emergencia de la Covid evidencian una situación
paradójica: En tanto que los hechos desbordan radicalmente todas las
previsiones, poniendo de manifiesto la endeblez, inconsistencia y
provisionalidad de las medidas promulgadas por los dispositivos gubernamentales,
los expertos ascendidos a los recintos decisionales –epidemiólogos, virólogos y
otros especialistas de salud pública- alcanzan la condición sagrada de la ubicuidad
televisiva. Sus palabras son percibidas de manera semejante a las de las
sagradas escrituras. En su nombre se toman las decisiones más pueriles que
empujan el proceso hacia una forma de
catástrofe. Pero lo más ridículo de este espectáculo radica en que los
posicionamientos de los ilustres científicos son alterados inmediatamente en
las decisiones gubernamentales. En esta función se conforma un aspecto
grotesco, que es, precisamente, la negación de lo empírico mismo, que es
sustituido por los discursos manipuladores y vacíos de las autoridades.
Durante mi
vida profesional he estado presente en contextos que pueden ser definidos por
la advertencia de Rosana Guber que abre este texto. Las ciencias sociales, en
su gran mayoría, explican las realidades con sus propios supuestos y reglas,
privando a los investigados de sus propias representaciones sociales. Estas
ciencias desvariadas se presentan pomposamente en los medios haciendo
afirmaciones que significan la subalternidad de lo empírico. Así surgen
continuamente acontecimientos que desbordan la capacidad de interpretación que
tiene este sistema de ciencia autorreferencial, cuyos portavoces ejercen una
función semejante a la de los hechiceros convencionales. Los expertos
mediáticos de guardia comparecen con solemnidad de ejerciendo esta función
pomposa.
En estos
meses vividos bajo el paraguas de tan extraña ciencia, subordinada a un campo
decisional que muestra su capacidad para corregir radicalmente las propuestas
salubristas, la perplejidad va incrementándose y acumulándose. La referencia a
Ulrich Beck parece inevitable. Este propone una noción de lo que denomina como
sociedad de riesgo, en la que son relevantes los riesgos surgidos tanto del
progreso técnico como de la complejidad de la organización social. Estos se
derivan de las acciones y omisiones de los poderes sociales. Así, los riesgos
son el producto del sistema de decisiones. Desde esta perspectiva, las fuentes
del peligro no se encuentran en la ignorancia, sino en el saber. Su afirmación
de que las sociedades del presente se encuentran confrontadas consigo mismas,
se hace patente en esta catástrofe viral. El virus y el sistema de decisiones
se complementan admirablemente para producir resultados fatales.
En el curso
de la pandemia, la contraposición entre la apoteosis del escaparate mediático
de los expertos que hablan en nombre de la ciencia y los resultados, alcanza la
excelencia en lo patético. Todas las medidas comunicadas solemnemente desde la
cúpula de los gobiernos fracasan inmediata y estrepitosamente. El efecto de
esta cadena de fiascos es la rectificación permanente, que no suscita
deliberación alguna. Esta secuencia de
errores termina por manipular los datos mismos. Escribo desde Madrid, la gran
sede de la alteración de los malos guarismos, que son corregidos para amparar
el gobierno catastrófico de la pandemia. El tratamiento de los datos es la
(pen) última fase del mal gobierno.
El resultado
de esta carnavalización del gobierno, que presume referenciarse en los expertos
providenciales, es la progresiva implantación de una zona de oscuridad en torno
a la gestión del virus. Nadie habla ahora de los muertos, que alcanzan el
umbral de las tres cifras en este revival
viral. Cualquier información es transformada en proyectiles de alta
definición contra los adversarios políticos ubicados en cualquiera de los
gobiernos de la trama autonómica. La ausencia de pluralismo y deliberación
siempre termina de esta fatal manera. En medio de las comunicaciones
tenebrosas, los expertos salubristas siguen compareciendo en las pantallas
exponiendo sus pronósticos y explicaciones, ajenos a su propia destitución en
las decisiones finales, que son tomadas en un medio que representa una sima
tenebrosa y acientífica.
El
tratamiento de los datos remite al verdadero mal de la época, que en este blog
he denominado como “los traficantes de decimales”. Esta trata consiste en
considerar los datos tomados en un intervalo de tiempo breve, en función de los
inmediatamente anteriores. Así se genera una serie de datos en los que cada
medición adquiere un valor determinado exclusivamente por la anterior. Así, si
la incidencia acumulada es de 500, y la nueva es de 450, se considera un éxito
que se celebra pomposamente. El tráfico de decimales se instaura en el paro, el
PIB y todas las dimensiones de la vida social. Este método tiene efectos
letales, en tanto que oculta la realidad, que se muestra en procesos temporales
más dilatados. Así, el desplome del PIB por efecto de la irrupción de la
pandemia, genera una bajada letal de los guarismos en el intervalo temporal en
que se produce, consolidándose como referencia para la siguiente. Si esta sube
unas décimas, da lugar a interpretaciones triunfalistas que ocultan desmesuradamente
la realidad. Estos juegos de cifras adquieren su plenitud en las noches
electorales.
Pero el
problema de los expertos salubristas reside en su cosmovisión, que, en general,
remite a una situación del pasado que ya ha sido disuelta. Así, el orden social
fordista-keynesiano reinante en las sociedades industriales de la segunda mitad
del siglo XX, confería al estado una posición determinante que se extendía a
todas las estructuras sociales, que detentaban la propiedad de la estabilidad y
la solidez. Este orden social remitía a la centralidad de la configuración
estatal. Pero en los cuarenta últimos años, esta sociedad se ha disuelto para
ser reemplazada por otra en la que domina manifiestamente el mercado. En esta,
la movilidad, la inestabilidad y la provisionalidad se muestran como factores
determinantes. La metáfora de Bauman de lo líquido sintetiza certeramente la
nueva situación.
La nostalgia
de estado de los expertos salubristas colisiona con la lógica del nuevo estado
subordinado drásticamente al mercado. Los problemas que se presentan
sucesivamente son la expresión de la desintegración social asociada al orden
social del mercado. En este, coexisten distintas configuraciones sostenidas por
lazos débiles, que resultan de varias fracturas simultáneas que han tenido
lugar en el nuevo capitalismo desorganizado. La fragmentación de los saberes y
las ciencias ha contribuido decisivamente a que estas transformaciones no se
encuentren presentes y unificadas en la conciencia colectiva. Así, el presente
es, en palabras del fértil sociólogo Eduardo Terrén, “un adiós a lo que no ha
podido ser, y el advenimiento de un no sé qué”. Las incertidumbres y la emergencia
de lo indeterminado y lo no previsto, son las marcas de la época.
El orden
social en el nuevo capitalismo desorganizado implica un alto nivel de
desintegración social, que adquiere la forma de continentes escindidos y
separados por océanos de grandes dimensiones. Los jóvenes conforman uno de esos
continentes, en tanto que son ubicados en situación de larga espera para
ingresar en la institución central del mercado del trabajo. En coherencia con
esta marginación en una jaula de oro, proliferan los comportamientos anómicos
resultantes de su situación estructural. También los mayores, expulsados del
núcleo central del mercado del trabajo y sometidos a un encierro que adquiere
varias formas. Además, los pobres y los inestables terminan por concentrarse en
distintos continentes.
El resultado
es un nivel de cohesión social decreciente, que se configura como el factor más
importante de fracaso de los comportamientos personales requeridos por los
salubristas nostálgicos del orden social fordista-keynesiano. De este modo se
va tejiendo la catástrofe pandémica, que va decantando una sola respuesta
eficaz frente a la expansión del virus: el confinamiento drástico. El precio de
la expulsión de los pobres, inestables, jóvenes y viejos del continente en el
que reina la integración es extremadamente alto. En estas condiciones,
cualquier estrategia naufraga estrepitosamente y remite a la movilización del
capital coercitivo del estado.
Sin
comprender estas cuestiones centrales, los epidemiólogos comparecen en las televisiones
exponiendo sus análisis y pronósticos, siempre referenciados en el tráfico de
datos y de decimales. Sus discursos adquieren un cariz similar a las prédicas
de los clérigos convencionales, con los que comparten su distanciamiento de la
vida y la incomprensión de los comportamientos de los seres vivos. Los nuevos
sermones epidemiológicos están caracterizados por su radical irrealidad. El
distanciamiento con la realidad adquiere cada vez mayores dimensiones. Así, se
ha convertido en un sermón litúrgico la necesidad de “reforzar” la salud
pública y la atención primaria. Entretanto, pasan los meses y no aparece ningún
signo que vaya en esa dirección, sino todo lo contrario. Esta contrariedad no
suscita ninguna reflexión de calado y continúa repitiéndose la letanía del
refuerzo.
Y es que el
tráfico de decimales es una operación que tiene efectos letales sobre la
inteligencia. Concentra toda la acción en la siguiente medición, negando de
facto el concepto de estrategia, y, por consiguiente, de futuro. Así, se
instituye el pánico moral, que es una reacción negativa ante la emergencia de
un acontecimiento no esperado. La Covid resulta un detonante de unos altos
niveles de pánico moral, que terminan por paralizar a la población, que espera pasivamente
ante las pantallas las soluciones mágicas de los nuevos expertos salubristas.
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