En estos
días en los que avanza lo que se denomina como segunda ola de la pandemia se confirman cambios muy importantes con
respecto a la primera. En aquella, la sorpresa fue un factor determinante, que
contribuyó a la neutralización de los distintos actores sociales, lo que
facilitó la apoteosis del estado devenido en una somatocracia bajo la codirección
del dispositivo epidemiológico. El confinamiento fue un tiempo de gloria para
los ingenieros de la salud de la población, en tanto que situación factible de ser
administrada como si de un videojuego se tratara. Cualquier decisión o
movimiento de la autoridad tenía un impacto inmediato perceptible en la
realidad.
La salida
del confinamiento y las distintas fases de la enigmática nueva normalidad ha
desembocado en una situación completamente diferente. Ha aparecido el factor
ineludible en todos los procesos sociales, que se puede especificar en la t, el
tiempo. La fiesta epidemiológica, cuya debilidad se encuentra en su naturaleza
manifiestamente sincrónica, ha cesado por la impetuosa reacción de lo
diacrónico. Esto significa que los actores sociales han reaccionado tras los primeros
meses de la pandemia. Estos movilizan sus recursos, ejercen presiones
subterráneas a las autoridades, desarrollan acciones para defender sus
intereses y corrigen las decisiones tomadas por las autoridades, que, tras su
momento epidemiológico de los meses críticos de marzo, abril y mayo,
manifiestan su propensión a la concertación con todas las fuerzas presentes.
El efecto
del regreso de los actores sociales a sus posiciones reactiva dos fuerzas dotadas
de una potencialidad extraordinaria: la economía y la vida, entendida como el
impulso a vivir plenamente el presente. Así se configura un campo de decisión
mucho más complejo que aquél que comparece en la superficie. Las presiones de
los agentes económicos y de los contingentes de las gentes que vuelven a la
vida ordinaria, son manifiestamente eficaces. El dispositivo
médico-epidemiológico sigue pesando en las decisiones, pero se evidencia una
situación en la que las decisiones de
salud van cediendo a los imperativos de las fuerzas presentes en todo el campo
de decisión.
Las
decisiones que se vienen tomando, muestran vacilaciones y falta de
consistencia, lo cual disminuye su eficacia. El largo verano ha legado una
situación epidemiológica que deviene explosiva, por acumulación de infectados,
hospitalizados y fallecidos. No hace falta ser ningún experto para pronosticar
un desastre en una situación de incidencia acumulada sostenida de más de 250
casos. Sin embargo, las medidas proporcionales a la gravedad de la situación
epidemiológica, parecen cada vez más difíciles de tomar. Pero aún más, las
decisiones son manifiestamente versátiles y ellas mismas construyen los caminos
para ser eludidas. El confinamiento perimetral implica libertad de movimiento
en el interior de este espacio, así como la realización de múltiples
actividades. Todas las decisiones tienen esta naturaleza veleidosa. Cuando se
anuncia el toque de queda de doce a seis, esta comunicación es acompañada de un
comentario que alude a que la hostelería podrá estar abierta hasta esa hora.
La
decadencia médico-epidemiológica es manifiesta. Conservan su preponderancia
formal en los oráculos sagrados de las televisiones pero sus decisiones no se
corresponden con rigor a la lógica epidemiológica. Así se forja un vínculo de
las somatocracias del presente con algunas teocracias. Las castas rigoristas
iniciales, muy poderosas e los comienzos, van aggiornándose en las etapas sucesivas. Estas no son desplazadas de
su preeminencia simbólica, pero sus decisiones son corregidas por la acción
subrepticia de las fuerzas presentes en el campo. Las prédicas epidemiológicas
en las televisiones tienen un impacto cada vez menor, alcanzando la plenitud
como sermones moralizantes sin consecuencias.
El aparato
asistencial sanitario sigue una deriva semejante. De la condición de héroes en
los meses fatales de la primavera, pasa a una situación de bloqueo y
minimización en el campo. La verdad es que el sistema se encuentra gravemente
colapsado, pero, al tiempo, pierde posiciones en el campo político y social. Me
parece terrible escuchar a múltiples portavoces profesionales pronunciar unas
palabras que devienen en una letanía litúrgica sin efectos en la realidad. Me
refiero a las sagradas palabras ”hay que
reforzar la atención primaria y los servicios de salud pública”. Porque ¿qué
significa esto? En la hipótesis mínima una multiplicación de sus recursos y
dispositivos que solamente puede ser abordada mediante un plan que
secuencialmente vaya más allá del corto plazo. Los profesionales se muestran
agarrotados, repitiendo el verbo reforzar, que es vaciado de significado
manifiestamente. Simultáneamente, no se producen decisiones coherentes con el
refuerzo. No llega ni un euro adicional fuera de los recintos sagrados de los
cuidados intensivos.
Mientras
tanto, la sociedad se muestra extremadamente activa, conformándose según una
lógica dual. De un lado los temerosos autoconfinados –mayores y enfermos- , así
como aquellos posicionados en el temor colectivo ante la deriva de la pandemia,
que asisten perplejos al espectáculo de renacimiento de la vida, protagonizado
por los sectores que actúan a favor de recuperar las prácticas de la vida. Estos
conquistan territorios y tiempos en los que se disuelven las distancias
personales y que son regidos por las euforias del deseo de vivir. En tanto que las calles y las actividades
productivas muestran su declive atravesadas por los temores colectivos, los
bares y los espacios liberados de los fantasmas víricos renacen con una
vitalidad encomiable. Los actores muestran su iniciativa y su rápida respuesta
a las reglamentaciones. La prohibición de servir en las barras es respondida en
24 horas con la implantación a lo largo de las barras de taburetes y mesas
altas que no están vetadas. De ahí resulta una situación cómica, en la que los
clientes reducen las distancias personales, dado el pequeño diámetro de tan
elegantes mesas.
En este
contexto se toma la decisión del toque de queda, pero este es una coartada
dirigida a proporcionar una apariencia digna. La verdad es que la operación
nuclear de la estrategia epidemiológica es el rastreo. Y este, en general, ha fracasado estrepitosamente por ausencia de
un dispositivo de apoyo. Su bloqueo implica un efecto dominó que desactiva
todas las medidas adjuntas. Así se explica que los decisores vayan a remolque
de la incertidumbre de las cifras. La consecuencia fatal es el riesgo de un
nuevo confinamiento global. La debilidad del rastreo permite a cada autoridad
manejar las cifras según su interés. Así, el ocio nocturno y la hostelería
desempeñan el rol de malvado en esta ficción. Y nadie se infecta en el
transporte, en actividades productivas ni escolares.
Las fuerzas
presentes en el campo decisional, tales como los grupos de interés en la
galaxia de la hostelería, los viajes, el ocio y otros, así como una gran masa
crítica de jóvenes convocados por las múltiples praxis de vivir, se hacen
presentes en el campo político, en el que distintas fuerzas consideran sus
intereses. De este modo se rompe la unanimidad necesaria para respaldar las
decisiones. Así el cierre perimetral de Madrid durante dos semanas, que apenas
ha tenido efecto sobre la evolución de la pandemia. En estas condiciones se
pueden inteligir las vacilaciones de las autoridades y el caos resultante. Las
autoridades son devoradas por las propias fuerzas políticas.
En este
cuadro se puede comprender el aggiornamento epidemiológico. La dupla Illa/Simón
traga con todo y retroceden ante la oposición de los portavoces de los
intereses económicos y vitales vivos en el campo social. Los epidemiólogos y
portavoces claman en las televisiones a favor de medidas más drásticas, pero
sus advertencias pasan desapercibidas para una gran parte de las gentes.
Escribo este texto el viernes al caer la tarde, rodeado de personas que se
aprestan a salir de Madrid para gozar de un finde gratificante tras las dos
semanas absurdas de reclusión en la ciudad. El gobierno elude tomas decisiones
que generen costes electorales y transfiere a las comunidades autónomas las mismas.
Estas toman las decisiones a regañadientes. De ahí resultan situaciones
antológicas. Navarra, en una situación epidemiológica explosiva, espera el
cierre de la comunidad a que pase la caravana de la vuelta ciclista a España.
Estas
medidas se inscriben en el universo de los hermanos Marx, cuya gracia reside en
que muchas de las palabras que pronuncian son contradichas por sus gestos. Hoy
ha hablado en la tele el pomposo y astuto presidente Pedro Sánchez, para
pronunciar un discurso apelando místicamente a la responsabilidad individual.
Pero los oyentes pueden percibir las grietas de su discurso. Está claro que
quien tome medidas contundentes se quema. Así, el proceso decisional se
dispersa y tiende a evadirse. El gran peligro de esta situación radica en que
se van a tomar medidas duras dirigidas a los más débiles en el campo político.
Madrid es una premonición. Mano dura en los barrios populares y guante de seda
en Núñez de Balboa.
Las
televisiones son las instituciones centrales de la época. En el tiempo de la
segunda ola representan los temores colectivos imperantes en la pandemia en los
informativos y géneros similares. En ellos, la casta sacerdotal epidemiológica
clama por las restricciones y apela a la responsabilidad. Los presentadores
reclaman castigos a los incumplidores y glorifican a la policía. Al mismo
tiempo, en los realitys y géneros de ficción apuestan por las emociones de las
citas ciegas y los misterios de los amores prohibidos. Firs Dates y La Isla de
las Tentaciones satisfacen los deseos de una masa de espectadores deseosa de
vivir en primera persona las aventuras del amor enlatado e incierto. Los
programas de la televisión no son inocentes. Los programadores muestran los
guiones sociales a los espectadores. La consecuencia es la multiplicación de
los encuentros forjados en los portales de citas online. He querido
experimentar y he probado en uno. En cuatro horas tenía ocho mujeres
disponibles para una cita. Todas ellas
fuera de mi zona de salud. Me ha dado miedo pensar que alguna de ellas fuera
epidemióloga y se suscitase una tensión inmanejable en el encuentro cuando
descubriese que mi cuerpo es la sede de varios riesgos.
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