lunes, 28 de septiembre de 2020

LA PANDEMIA Y LA FÁBULA DE LA EVIDENCIA CIENTÍFICA

 

 

 


Cuando te encuentres a ti mismo al lado de la mayoría, es tiempo de parar y reflexionar

 Mark Twain

Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere

Rafael Sánchez Ferlosio

Siete meses después de la emergencia de la pandemia, se evidencian los pésimos resultados que revelan una situación de descontrol por parte de las autoridades. Las imágenes del encuentro del presidente del gobierno con la presidenta de Madrid, representan el estado de delirio de los poderes instituidos. Estos se han replegado al desempeño de la función de una competencia sin límites para la obtención del gobierno, subordinando a esta todas las acciones de gobierno. El escenario de las banderas remitía a la cuestión de Cataluña y todos los gestos tenían una significación específica de críticas veladas al otro. La pandemia es convertida en un arma de destrucción del adversario, leyendo selectivamente los malos resultados. Han bastado tres días para disipar la esperanza de la colaboración.

Pero esta crisis no solo afecta al sistema político caduco y autodestructivo vigente, que determina la estulticia obligada de todos los que ocupan sus posiciones privilegiadas, sino que también alcanza al sistema mediático, así como a los providenciales expertos venidos del frío, los salubristas/epidemiólogos, que hasta ahora se han ubicado en la oscuridad de sus organizaciones profesionales, subalternas al formidable aparato asistencial. Su ascenso súbito a los platós, así como en su nueva función de  escoltas de los actores políticos sumidos en la batalla del gobierno, reanima esta comunidad científica relegada y desplazada de los espacios del poder político. La invitación a Simón al programa de Calleja, representa su acceso a la audiencia, entretenida por las escenificaciones sucesivas del espectáculo de la puja permanente por el gobierno.

El advenimiento de los epidemiólogos-salubristas y otras especies profesionales similares, a los ámbitos de las decisiones, así como a los mercados audiovisuales asociados, ha tenido lugar recurriendo al argumento de la evidencia científica, que es el capital que estos reclaman para sí mismos. En sus intervenciones, así como en las de sus patrocinadores políticos, se apela a tan misterioso concepto. De este modo son convertidos en los nuevos chamanes, en nombre de los cuales se justifican las decisiones. Pues bien, en los largos siete meses de ascenso a los cielos, los contingentes salubristas devotos de la evidencia científica han sustentado una cadena de decisiones cuyos resultados, a día de hoy, resultan inequívocamente catastróficos. Y es que la evidencia científica resulta de la apelación a un baúl repleto de estudios, prestos para ser utilizados a favor de cualquier argumento.

La terrible imagen de los dirigentes autonómicos, que mantienen una cultura pueblerina que se fundamenta en los resultados comparados con otras autonomías, de modo que muestran su orgullo provinciano cuando sus contagiados, ingresados y fallecidos son inferiores a los de las otras autonomías, convertidas en la imagen esperpéntica de Villabajo. Estos desvaríos se escenifican con juegos de cifras generados por sus escoltas epidemiológicos, que se invisten de las mitologías de la evidencia científica. Así, los profesionales se encuadran como subalternos en la batalla política de la lucha por el gobierno, que resignifica las lecturas de sus intervenciones.

Tras el confinamiento, que mostró su eficacia para doblegar la curva, la situación de desescalada y la proclamada nueva normalidad, no ha hecho otra cosa que empeorar manifiestamente, poniendo de manifiesto la debilidad de las estrategias implementadas en el nombre sagrado de la evidencia científica. La situación, tras los dos últimos meses, ha devenido en un fracaso estrepitoso, que remite a un nuevo confinamiento. El fiasco de las estrategias seguidas, ha generado una situación en la que el confinamiento duro es sostenido como alternativa por el dispositivo profesional salubrista, que es utilizado políticamente por una de las partes como estilete frente a las más irresponsables con respecto a la situación epidemiológica. Este descalabro, es situado en un territorio exterior a cualquier evaluación. En estos días no existe autocrítica reflexiva alguna por parte de los providenciales artífices de las políticas que han resultado funestas.

La evidencia científica se ausenta desvergonzadamente de este escenario, y sus portadores no aluden al fracaso ni a sus causas. Quiero recordar que en estos días, los muertos oficiales tienen cifras de tres dígitos cada día. Sin embargo, nadie ya alude a los muertos, que son deshumanizados, desmediatizados y convertidos en una masa anónima de sacrificados en la perspectiva de la vacuna triunfal. Porque ¿los muertos de las últimas semanas quiénes son? ¿Son mayores o portadores de patologías como en los meses de marzo y abril? Estos muertos han perdido su valor real, que radicaba en su conversión en un arma mediática para arrojárselos al gobierno. Tras la descentralización de la gestión de la crisis a las autonomías, se forja el pacto implícito de silenciar a los muertos, en tanto que su nueva condición es ser asignados a cada autonomía. Así adquieren su condición equivalente a los del tráfico, la guerra o la pobreza, que se fundamentan en su inevitabilidad, al ser subordinados a un beneficio mayor, en tanto que cuota humana sacrificada inevitable.

En este mundo de puesta en escena mediática de la evidencia científica, la imprecisión de las palabras y los conceptos alcanza el nivel de la apoteosis. Expresiones como “reforzar la salud pública o la atención primaria” se multiplican hasta el infinito sin precisión alguna, generando un discurso que carece de cualquier veracidad. Porque ¿qué significa exactamente reforzar la salud pública o la atención primaria, tras los largos años de desmontaje acumulativo que ha tenido lugar con gobiernos del pepé y del pesoe? Nos podemos interrogar acerca de las cifras de las que estamos hablando, que nunca pueden ser inferiores a miles de profesionales. Además ¿la insuficiencia de la atención primaria solo tiene lugar en Madrid? En esta situación de irrealidad, propia de tertulia audiovisual, las significaciones se desvanecen y todo es resignificado como parte de un torneo entre la derecha y una izquierda que puede ser definida como “rabanita”, es decir, roja por fuera y blanca por dentro.

En este tiempo de fracaso de la respuesta a la pandemia se pone de manifiesto la debilidad del sistema sanitario, al igual que los servicios sociales y la administración pública. Los gobiernos de toda clase parecen renunciar a su fortalecimiento, que implica imprescindiblemente no sólo contratar contingentes de profesionales y empleados, sino ser coherentes con las misiones de estos dispositivos. Parece imposible que las organizaciones profesionales duales, en las que coexisten sectores estables con segmentos precarizados que rotan incesantemente, alcancen un nivel de cohesión necesario para afrontar situaciones tan adversas, que requieren coordinación e inteligencia colectiva. Por el contrario, las derechas y las izquierdas rabanitas entienden la situación como un paréntesis hasta que llegue el maná vacunal. Se trata de resistir unos meses. Esta es la razón principal que explica sus actuaciones, entre las que destacan su renuncia a fortalecer las escuálidas administraciones y dispositivos sanitarios, que son excluidos de las agendas temáticas en las tertulias y los platós.

En una situación así lo único efectivo es el confinamiento total. Este es el camino adoptado para controlar la pandemia, entendida desde las coordenadas del supuesto del paréntesis prevacunal. En ausencia de cualquier reflexión o autocrítica sobre el fracaso de la desescalada, que resulta inviable en un contexto político de polarización mediática encarnizada, solo queda el confinamiento. De ahí que los epidemiólogos y salubristas progresistas lo propongan para el conjunto de Madrid, al tiempo que la derecha lo ha instaurado selectivamente en los barrios populares, liberando a los guapos, estilosos, emprendedores y sanos contingentes de las clases medias y altas. Este fin de semana en Madrid, tenían lugar carreras de camiones en el Jarama con mil quinientos espectadores, carreras de caballos que concitan la presencia de la muchachada elegante, convocada tanto por la distinción de esta actividad como por la pasión de las apuestas, así como una activación de la red de bares, restaurantes y tiendas frecuentadas por públicos selectos.

La explicación acerca del fiasco del control de la pandemia se inscribe en un limbo ágrafo, en el que no tiene lugar la mítica evidencia científica. Las medidas sucesivas adoptadas en estos siete meses, se encuentran determinadas por las sinergias entre dos imaginarios profesionales fatales, el de los salubristas-epidemiólogos, que remite a la matriz del laboratorio, medio en el que es posible manipular la realidad, y la de las ciencias normativas, que entienden la realidad como un objeto susceptible de ser estrictamente reglamentado. La colusión de ambos imaginarios, genera unas políticas en las que las personas son seres abstractos manipulables por los programadores. Esta es la causa de la catástrofe de la Covid en términos de multiplicación de los rebrotes y expansión de los infectados.

Las programaciones de las instancias estatales referenciadas en el laboratorio y la factoría jurídica normativa, resultan manifiestamente ineficaces, en tanto que la gente no actúa del modo previsto por estos dispositivos autoritarios. La espiral de reprobación, amenaza y castigo es inevitable. En Lorca, Murcia, en las dos últimas semanas han multado a más de seiscientas personas, de una población de sesenta mil. La ira de los frustrados promotores de encierros se descarga inapelablemente sobre las poblaciones que viven en peores condiciones. Estas devienen en un chivo expiatorio de los dispositivos autoritarios nacidos en la sala de máquinas del laboratorio y la factoría jurídica.

Los imaginarios de los salubristas y los juristas se muestran incapaces de entender los comportamientos de la gente, así como los ricos y variados contextos en los que se producen. El resultado es la proliferación del castigo, que adquiere la forma del encierro intermitente severo. Pero, el aspecto más inquietante radica en que tras el encierro, como el que se propone ahora en Madrid, parece inevitable el retorno de las malas cifras, que amenaza con cristalizar en ciclos recurrentes, que se supone que solo la vacuna puede resolver. Esta es la espiral fatal, determinada por la ausencia de cualquier crítica y autocrítica a unas autoridades desbocadas en su imaginario tiempo de paréntesis prevacunal, involucradas en un combate cruento por conservar o alcanzar el gobierno.

Así se construye una condena moral vehiculizada por los medios y referenciada en la evidencia científica, de los contingentes de incumplidores, ubicados en los espacios sociales desfavorecidos y penalizados por las lógicas del sistema económico y cultural. En una situación de ininteligibilidad y caos conceptual, los salubristas representan una aportación imprescindible de la gestión de esa condena moral, de la que resulta una ocupación de sus territorios por las cámaras y los agentes de las policías, que supervisan estos territorios mapeados y escrutados al servicio de la gestión de la seguridad. La identificación, el rastreo, la inmovilización de los sospechosos, son una parte de las finalidades del gobierno de esta extraña sociedad dual, en la que las fronteras entre bloques sociales son definidas y cartografiadas para facilitar su vigilancia y control.

De este modo, la evidencia científica deviene en un agujero negro que ampara cualquier solución, adquiriendo la naturaleza de una conjura hechicera. No es de extrañar que esta invocación sea utilizada a favor del control de los territorios y poblaciones en desventaja social. Una cuestión inquietante radica en que apenas existen controversias entre tan acreditados representantes de la ciencia. Para cada ocasión es posible sacar del baúl de la evidencia un estudio concluyente que respalda una actuación. Así, la invocación universal de la evidencia científica termina constituyendo una extraña iglesia epidemiológica-salubrista, en la que los saberes devienen en dogmas que generan una insólita unanimidad. Mi posición al respecto está representada en la ironía de las frases que abren este texto, así como en una frase que pronuncio enfáticamente cada vez que contemplo el espectáculo de un experto afirmar cualquier disparate referenciado en la santa evidencia. Esta es “Anda de ahí”.

 

 

4 comentarios:

  1. Me gusta mucho su escrito, le agradezco que haya puesto palabras a nuestros pensamientos que a veces no sabemos expresar de forma tan clara (y graciosa, me encanta lo de la izquierda rabanita)

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  2. Una vez más:

    ¡OBEDIENCIA O FIN DEL MUNDO!

    http://lobosuelto.com/obediencia-estrategia-de-disuasion-fernandez-savater/

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  3. La verdad que no sé de donde se saca ud. las cifras cuando habla de muertos de tres cifras cada día. Me parece muy bien que escriba lo que piensa pero...por favor, rectifique eso porque no es verdad. Cuando he llegado ahí ciertamente he dejado de leer.
    Eche un vistazo a los datos porque a día de hoy yo no veo pandemia por ninguna parte
    https://www.isciii.es/QueHacemos/Servicios/VigilanciaSaludPublicaRENAVE/EnfermedadesTransmisibles/MoMo/Documents/informesMoMo2020/MoMo_Situacion%20a%206%20de%20octubre_CNE.pdf

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  4. https://www.eldiario.es/sociedad/crece-mortalidad-segunda-ola-espana-encadena-semanas-cien-fallecidos-dia-covid-19_1_6276422.html

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