La crisis de
la Covid intensifica y acelera los procesos sociales que ya estaban en
curso. El camino hacia una sociedad
neoliberal completa encuentra obstáculos en distintas estructuras del estado de
bienestar que todavía están operativas según los códigos de las viejas lógicas.
La conmoción resultante del apocalipsis viral proporciona a las fuerzas
promotoras de los cambios una oportunidad inesperada de empujar en la dirección
del cambio. La educación es un campo fundamental, en el que se hacen visibles
los efectos de estas tensiones. Tras las discusiones acerca de la
presencialidad y la educación online, se encuentran presentes las cuestiones de
fondo, que radican en la adaptación de la educación al proyecto neoliberal, que
implica la consolidación de una sociedad manifiestamente dual, así como un
gobierno inequívocamente plutocrático.
La educación
es el campo en el que se manifiesta más nítidamente la incompetencia de los
gobiernos –lo escribo en plural para referirme al central y a los
autonómicos- y la caducidad del sistema
político, incapaz de cooperar ante una situación adversa sostenida. Asimismo,
la educación muestra inequívocamente la subalternidad de los gobiernos frente
al conglomerado de empresas, bancos, fundaciones thin tanks, medios de
comunicación y otras organizaciones, que ejercen el control sobre la
transformación en curso. Escribo este texto todavía impresionado por las colas
de maestros para hacerse las pruebas serológicas en Madrid. Es impresionante
contemplar el desprecio hacia ellos de los gobiernos y las administraciones.
Las instancias del viejo estado de bienestar todavía no reformadas según los
imperativos mercadocentristas, experimentan la denegación de los gobiernos y
las televisiones. En este verano han proliferado las colas al sol frente a los
centros de salud, las comisarías, las oficinas de prestaciones de la
administración y otras instancias estatales. Estas constituyen el símbolo de su
decadencia y el primer paso para ser convertidos en la nueva chusma.
En este
contexto se suscita la cuestión de la educación online. Esta despierta
múltiples simpatías, dada la popularidad de la informatización general. Pero la
digitalización de la educación es un asunto más complejo de lo que puede parecer
en la primera mirada. Esta situación puede representar una oportunidad para el
estado empresarial, debilitando los compromisos con las poblaciones más
frágiles. Las experiencias en las universidades han sido muy negativas, debido
a la incapacidad de los centros y departamentos para asumir esta exigente
modalidad, que implica imperativamente la reducción de la ratio
profesor/alumno. Es imposible programar y tutorizar el trabajo semanal de más
de veinte alumnos, prestando atención a cada uno. Asimismo, es inasequible para
los estudiantes realizar un trabajo
riguroso según el modelo del fraccionamiento en asignaturas. El
resultado ha sido una gran chapuza, que ha concluido con una evaluación pactada
por los actores para encubrir el desastre y liberarse de responsabilidad.
Pero, si
descendemos hacia niveles inferiores del sistema educativo, la situación se
torna más irrealizable. La educación online requiere de una cuidadosa
planificación, de cuantiosos recursos, y de una supervisión individual, que no
puede aplazarse más allá de una semana, de cada semana. La frivolidad de los
voceros mediáticos del conglomerado mercadocéntrico, así como de los
atribulados gobiernos, llega a niveles cosmológicos. Así se elude la cuestión
de los recursos necesarios para la digitalización. Una buena parte de ellos
solo pueden realizarse mediante la incorporación de profesores mediante una
fórmula ineludible: el contrato. Pero este se encuentra en declive inexorable
en el sector público, en trance de reconvertirse al modelo
mercadocentrista.
La verdad es
que, en el curso de la pandemia, no se han contratado nuevos profesores, ni
médicos y enfermeras en los centros de salud, ni técnicos de salud pública, ni
cuidadores en los servicios sociales, ni personal para reforzar la atención en
residencias de ancianos. Esta es la gran verdad que permanece oculta mediante
su tratamiento trivial en el dispositivo de generación del miedo necesario para
ejercer el exigente nuevo control, los medios. También las profesiones y los
sindicatos contribuyen a enterrar la cuestión. Nadie dice una palabra vinculada
a este concepto innombrable en estas sociedades, el contrato. Los gobiernos
hacen trampas con los números, las
televisiones lo tratan en la periferia de sus agendas temáticas, camuflado por
el ruido monumental que produce su espectáculo. Cuando se suscita, es traducido
al teatro de la rivalidad partidaria, que adquiere una complejidad inusitada en
los dieciocho gobiernos, que producen una catarata de dimes y diretes, así como
historias de rivalidades personales, que rozan lo patético.
La educación
ha representado un elemento esencial del ascensor social que ha acompañado al
capitalismo del bienestar. Ahora este queda cancelado por las nuevas tendencias
que conforman la flamante sociedad dual, que representa un modelo de
desigualdades diferente al anterior. La debilitación de la escuela pública
contribuye a neutralizar la movilidad social. Las reformas neoliberales son
implacables, y cuentan ya con una experiencia valiosa, que se ha ensayado en la
universidad. El resultado de las reformas efectuadas en los últimos veinticinco
años es la modificación de la universidad-institución. Ahora, su modelo
institucional se asemeja al de las universidades privadas. Las tribus
universitarias están pacificadas y controladas por las fuerzas del mercado, que
se instalan en este suelo mediante las poderosas agencias.
Pero la
cuestión más importante de la educación online radica en que supone una
deslocalización del aula que se instala en el domicilio de los alumnos. Así se
inscribe en lo que me gusta denominar como “la maldición de la clase media”.
Esta es la tendencia de los profesionales a suponer que todos los estudiantes, pacientes
u otros, se encuentran en una situación homologable al arquetipo clase media. Y
esto no es verdad en una parte sustancial de las poblaciones. Así se constituye
una frontera entre las instituciones y los públicos receptores de servicios.
Los profesionales actúan como administradores de sentido de un sistema
colonial, que es incapaz de visualizar las condiciones de “los nativos”. Toda
mi vida profesional he peleado esta cuestión, con resultados verdaderamente
negativos. Los mismos profesionales progresistas, en casi todos los casos,
entienden las desigualdades como las diferencias entre atributos numéricos
entre colectivos, pero sin descender a los mundos de estos, que de ninguna
manera son homologables a los de clase media.
En el caso
de la educación online, la maldición de la clase media alcanza proporciones
monumentales. Así, los profesores, encerrados en sus metrópolis, renuncian a
comprender las dificultades insalvables de muchos de los estudiantes. Este
colonialismo profesional se ejerce mediante la definición de que el requisito
para la educación online de un alumno es la conexión y el ordenador. Una vez
resuelta esta cuestión, esta es factible. Así se elude la espinosa cuestión del
domicilio, que es la sede de la educación online. Ignorando esta realidad, se
supone que los domicilios de todos los estudiantes son aptos para el trabajo
online, una vez que dispongan de la conexión y el soporte. Así reproducen la
ensoñación enunciada por Al Gore, que hace muchos años atribuía a internet la
prodigiosa facultad de transformar a las poblaciones marginadas.
Por el
contrario, el domicilio es el espacio que recrea la condición social de cada
cual. En él confluyen dos cuestiones esenciales: el espacio y la habitabilidad
del trabajo del estudiante, y el sistema relacional de la familia en la que se
ubica. Sobre este suelo se instala la conexión y el ordenador, que se encuentran
subordinados a la lógica derivada de la relación entre el espacio disponible y
el sistema de relaciones familiares. Parece obvio afirmar que una parte muy
considerable de los domicilios se encuentra en una situación más que precaria
para albergar el trabajo online, que implica varias horas de ubicación en un
lugar relativamente espacioso, aislado acústicamente, dotado de una
climatización mínima, de comodidad y de luminosidad. El domicilio es la sede de
las desventajas sociales para numerosas poblaciones.
Para
distintos sectores socialmente frágiles, las casas son lugares en los que el
hacinamiento siempre está presente. Así, sus usos cotidianos son los de comer,
dormir y permanecer conectados a la cultura de masas, mediante la televisión y
los móviles, principalmente. La concentración de los cuerpos coexiste con los
problemas relacionales, que mantienen una estrecha relación con las vicisitudes
laborales y vitales de los miembros de la familia. La aglomeración de los
cuerpos y de las historias genera distintas tensiones que tienden a
cronificarse. En estas condiciones, el móvil significa un equivalente a las
autonomías, haciendo posible el gobierno de las relaciones con el mundo de
forma autónoma para cada uno, así como la evasión de las condiciones del
hábitat familiar.
En millones
de hogares, las condiciones de habitabilidad son deficitarias para permitir la
educación online. La escuela representa un espacio de fuga de las tensiones del
hacinamiento. Recuerdo en Granada una biblioteca municipal en la Plaza de la
Hípica, que tenía grandes salas que eran visibles desde el exterior. Siempre
estaban abarrotadas de estudiantes fugitivos de sus hogares, que realizaban sus
tareas allí. Me gustaba observar sus comportamientos. También la universidad de
Granada habilita sus bibliotecas en horario nocturno en épocas de exámenes. Las
salas están repletas de estudiantes que huyen de los pisos de alquiler –el oro
negro de la clase acomodada granaína- en
tanto que sus parcas habitaciones no permiten realizar otra tarea que dormir o
compartir una fuga provisional con los compañeros. El mobiliario es incómodo,
el espacio menguado, la climatización cara y mala, y la habitabilidad muy
deficiente.
Los
profesores, así como los profesionales de la salud y los servicios sociales,
viven en un país imaginario, en el que la realidad domiciliaria es una
transposición imaginaria de su situación. Esta quimera carece de fundamento
alguno. En los últimos años, muchos profesores precarizados, componentes del
nuevo proletariado concentrado en la masa de doctorandos y estudiantes del
último grado, se encuentran en condiciones de habitabilidad más que
deficientes. En alguna ocasión he podido constatar que algunos profesores
vivían en pisos compartidos en peores condiciones que los estudiantes bien
dotados económicamente.
Imagino a un estudiante de secundaria instalado en la única mesa disponible, que es la del
comedor, en la que está en marcha el dispositivo de producción del miedo y la
conformidad, la televisión, acompañada de interrupciones auditivas constantes,
reforzadas por la irrupción permanente del móvil, que es el soporte de una comunicación
incesante y absorbente. La alternativa es el dormitorio, en el que trabajar
varias horas seguidas alcanza el estatuto de heroicidad. En el presente, la
inteligencia y la empatía se encuentra en estado de ausencia, principalmente en
los profesionales. Este es un mal síntoma, en tanto que los discursos oficiales
carecen de verosimilitud.
En estas
condiciones, la educación online deviene en una herramienta cruel de selección
social, que descarta a una parte de la población e instituye la experimentación
personal de realizar tareas triviales, que es la antesala de la condición
social de los superfluos a la producción. La segura catástrofe derivada de la
reanudación de las clases presenciales sin preparación ni inversión alguna, va
a deparar la reactivación del fantasma de la educación online. Así se reafirma
el cerco a la escuela pública, reconvirtiéndola en un depósito de personas de
la serie b. Todos los servicios públicos son gradualmente vaciados y
convertidos en instancias asistenciales a poblaciones desfavorecidas. La
formación online representa la expulsión de las gentes de los espacios públicos
a sus deficitarios domicilios. De ahí la coherencia de hacerlos esperar en
colas bajo el sol del verano, o, en unos meses, en el frío invierno. La cola es
un modo de marcar a poblaciones en esta época de gobierno plutocrático.
Pues On Line u Off Line cuando yo era estudiante en casa tocaba "empollar" a base de bien y el colega que tenía en su casa una habitación amplia, como era el caso de un servidor, para el solo, jugaba con ventaja, aunque a veces de puro tranquilo se presentaban las musarañas y se nos iba el Santo al Cielo o sea no nos concentrábamos en el estudio , a mi me solía entrar un sueño invencible y me picaba todo el cuerpo y tenía que salir a espabilarme y pasear por zonas mas habitadas del hogar familiar, ¡¡¡que recuerdos¡¡¡
ResponderEliminarQuerido Juan
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte, con mi agradecimiento por tus magníficos comentarios y con el recuerdo de las charlas por las calles de Granada.