El devenir
de la pandemia ha generado una esperanza en los mundos profesionales de la
atención primaria y la salud pública. Desde sus posiciones se evidencia la
necesidad de reforzarse considerablemente en la nueva situación. Las mismas autoridades
sanitarias recurren a esta aseveración en sus discursos del día. Pero, pasados
ya tres meses de desconfinamiento, no existe ninguna señal que avale esta
aserción. Por el contrario, se reafirma la tendencia de apuntalar a los hospitales,
así como las transferencias al sector privado, mediante las concertaciones.
Así, se produce un fenómeno muy frecuente de este tiempo, como es la
popularización de un aserto que carece de verosimilitud, pero que obtiene las
adhesiones incrementales de múltiples personas. La generación más preparada de
la historia o el mejor sistema sanitario del mundo mundial son ejemplos de
estas extrañas concurrencias semánticas.
Así se forja
un espejismo que contribuye a la desorientación y a la ininteligibilidad, que
es una condición esencial para permanecer en silencio, asumiendo
disciplinadamente el papel de víctimas y espectadores en este proceso, que en
la referencia de las autoridades significa ganar el tiempo necesario hasta que
llegue la riada de las vacunas y se restablezca la antigua situación. El
enfoque de los gobiernos se caracteriza por entender la crisis como un
paréntesis excepcional, tras el cual todo retornará a la situación anterior. Sigo
con interés los tuits de protesta, elegante pero incisiva, de Salvador Casado y
otros médicos de Atención Primaria, que alertan sobre una situación
insostenible, en tanto que la respuesta es la omisión, al tiempo que este
asunto se suscita tangencialmente en las instituciones políticas, en las que se
instala en la periferia de las agendas de políticas públicas.
La atención
primaria ha sido incrementalmente devaluada en los últimos veinte años. La
alegoría inicial, que la presenta como el centro del nuevo sistema sanitario,
genera un proceso gradual de desgaste, en el que se va desplazando al sufrido
campo de lo imposible, que deviene inevitablemente en lo bloqueado. En los
últimos cuatro años este proceso de depreciación se intensifica manifiestamente,
avanzando sin oposición alguna. Surgen algunas voces discordantes, pero la
aceptación de esta degradación es manifiesta por parte de una mayoría
profesional, de la que no pocos efectivos no han conocido su tiempo de
esplendor, y se han integrado en condiciones de provisionalidad y precariedad.
Los
servicios de salud pública permanecen en estado de fragilidad desde siempre,
así como los servicios sociosanitarios, que no han conocido una rehabilitación
discursiva en ningún momento. Estos se encuentran en estado de estancamiento
permanente, en el que coexisten los menguados recursos con las retóricas parvas,
siendo invisibilizados por la sombra alargada de los hospitales y el sistema
asistencial, que le confieren el estatuto de dispositivo subalterno. La
cuestión de la gestión de las relaciones de los contagiados, indica a las
claras que las autoridades no piensan en un escenario que les reporte más
funciones. Lo simbólico tiene una importancia esencial, y los dispositivos de
salud pública y atención primaria no han estado presentes ni en los discursos
de las autoridades, ni en los actos simbólicos, que se han especificado en los
desfiles realizados en la Puerta del Sol y el exterior de INAGRA, en donde las
jerarquías médicas especializadas han posado junto a las autoridades en
posición de formación. Los relegados ni siquiera han concitado una pequeña
fracción de los aplausos de los balcones.
Esta
contraposición entre las evidencias y los espejismos retóricos puede ser
inteligida desde las perspectivas que otorgan algunos enfoques de las ciencias
sociales. Así, el proceso de degradación de la atención primaria y marginalidad
crónica de la salud pública, no tienen su causalidad en la neglicencia de los
dirigentes políticos o las cegueras consustanciales a las políticas sanitarias
hospitalocentristas, todas ellas entendidas en relación a España. Por el
contrario, estas políticas presentan un conjunto de coherencias con algunos
procesos sistémicos esenciales, cuya naturaleza remite a lo global. El sistema
sanitario en su conjunto experimenta una mutación en cuanto a sus finalidades y
significaciones. En este tiempo se reconvierte para incrementar su contribución
al valor del conjunto de la economía.
Las
políticas sanitarias que desvalorizan ambos dispositivos tienen una relación robusta
con una mutación fundamental que tiene lugar en este tiempo. Me refiero a la
reformulación del estado y la transformación del modo de gobierno. Las
democracias convencionales son erosionadas por la preponderancia terminante del
mercado, que impone su lógica en todas las esferas sociales. En particular, se
pueden considerar dos transformaciones que actúan de modo concurrente: la construcción
de un dispositivo supraestatal como resultado de la globalización, y la explosión de un nuevo modo de gobierno
basado en la comunicación, la videopolítica. Los efectos de estos cambios recombinados
son demoledores, y constituyen el programa invisible que ha reformulado a la
atención primaria en los últimos treinta años.
La construcción de una instancia supraestatal,
se deriva de la concurrencia de las corporaciones globales, sectores
financieros y grupos de comunicación en un proyecto común, cuya principal
vertiente es la conquista de la producción del conocimiento. Este es elaborado
en una red de nuevas organizaciones globales compuesta por varios tipos de
organizaciones –think tank, fundaciones, agencias especializadas, centros de
producción de conocimiento y otras- que construyen un discurso universal acerca
de los programas de gobierno, estableciendo límites precisos a la acción de
estos. Esta cuestión la traté recientemente en el blog, La atención Primaria yel partido transversal.
Este
dispositivo global entiende las políticas sanitarias como una inversión de finalidades,
en las que se entiende al sistema sanitario como un mercado que aporta valor a
la economía del crecimiento. Este dispositivo industrial relega la finalidad
del cuidado de la salud de la población, que pasa a segundo plano. Este es el
sentido organizador que subyace en todas las reformas. Esta mutación de las
misiones reformula a la Atención Primaria y la Salud Pública, situándolas en
una condición relegada en la atención sanitaria. Los anclajes de las industrias
biomédicas, son, principalmente, los hospitales y las especialidades, que
constituyen el espacio en el que se asienta este dispositivo industrial. En
estas condiciones, la salud deviene en un repertorio de productos que tiene un
precio, lo que penaliza a las poblaciones con menor capacidad adquisitiva.
Pero, más
importante todavía es la segunda mutación, la que se refiere al cambio de la
forma de gobierno. En la nueva situación de preponderancia del mercado, estar
en el gobierno deviene en una cuestión fundamental, en tanto que sanciona a los
partidos como intermediarios con el formidable dispositivo industrial. Esta
revalorización del gobierno agudiza la competición entre los partidos,
convirtiendo la política en una campaña electoral permanente, carente de
pausas. En esta contienda, desempeña un papel fundamental la televisión. Esta
es la ventana mágica que permite comunicar con el electorado en la eterna puja
por el gobierno. De ahí la emergencia de la comunicación, denominada como
“comunicación transformativa”, que desplaza la importancia de los programas
políticos.
Esta
mutación implica que la finalidad esencial de cualquier partido no es realizar
un programa, sino estar en el gobierno evitando la tumba de la oposición. En
coherencia con este supuesto, se produce el ascenso de nuevos expertos
politólogos especialistas en encuestas, comunicación política y estrategias
electorales. Las acciones de los partidos se concentran en esta esfera,
descuidando cuestiones esenciales en un tiempo anterior. Esta aceleración
derivada de la preponderancia de la comunicación política mantiene la
movilización perenne del electorado, transformado en una entidad sondeable y
estimulable por los novísimos próceres de la política, que programan y
alimentan el espectáculo permanente ante las cámaras. Así, las distintas
cuestiones que conforman los programas esperan un acontecimiento que las ubique
en los platós y las tertulias, disfrutando de su breve tiempo de gloria, hasta
ser sustituidas en esas instancias comunicativas por las siguientes.
Este sistema
implica una nueva ley del valor para los distintos problemas. Si el tema tiene
significación para la contienda política tiene luz verde, pero no tanto por su
impacto sino por la pertinencia de ser convertido en un factor de acoso a los
adversarios, así como por su índice de espectacularización. Por el contrario,
si carece de valor para esta finalidad pasa al olvido, o a la lista de espera
en la probabilidad de que algún acontecimiento lo reavive como arma para la
disputa partidaria. Así de configura una lista de problemas que van rotando,
según su impacto mediático, en el centro de la actualidad.
Los efectos
perversos de este sistema de videopolítica son más que funestos. Todos los
servicios de proximidad, que constituyen el fundamento de la acción del viejo
estado de bienestar, son penalizados severamente, en tanto que su índice de
espectacularización es poco competitivo. Así, importa pasa desapercibido que en
una situación como la vigente, cierren centros de salud, disminuyan sus
horarios o que se proponga que los dispositivos de seguimiento de los
infectados sean realizados por voluntarios. Este circo ha alterado brutalmente
la percepción de la gente, e incluso, diría que de los mismos profesionales.
En este
contexto aparece una realidad que me gusta denominar como la tómbola. Este es
un juego que reparte premios menores sorteados al azar para esperanzados
apostantes. En las políticas sanitarias se configura la tentación de la
tómbola, esta se puede definir como la esperanza en que aparezca un ministro,
secretario de estado u otro prócer, que reparta premios modestos que no
modifiquen ni las estructuras ni las dinámicas. En mi opinión esta la posición
dominante en las desconcertadas huestes profesionales de la atención primaria y
la salud pública. Se trata de esperar una dádiva generosa de alguna autoridad,
en tanto que la palabra atención primaria –salud pública ni siquiera eso- suene
en los platós disuelto en la exuberancia argumental que caracteriza el próspero
mercado de la comunicación de la salud, que ha ascendido a los cielos mediante
el miedo.
En estas
condiciones no cabe esperar mucho. Pero, incluso cuando un tema ha logrado su
ascenso a las pantallas, el Ingreso Mínimo Vital por ejemplo, una vez tratado
mediáticamente asignando réditos electorales a sus progenitores, es olvidado,
en tanto que su desarrollo queda bloqueado por el déficit de la administración.
La videopolítica remite a la ficción en la gran mayoría de los casos. En el
IMV, primero es recortado por el partido transversal, generando una versión
mínima compatible con los límites establecidos. Después entra en acción la
videopolítica, llevándolo a las tertulias y a imágenes que otorguen a los
vencedores honores. Y, con posterioridad, es arrojado al basurero de la
administración ordinaria, que tramita los expedientes mediante el reparto de
ráfagas de letra pequeña entre los solicitantes. Pero, este tema, ya ha
caducado mediáticamente, en tanto que sus progenitores necesitan conceder al
agitado pueblo mediático otra golosina programática en formato de espectáculo
audiovisual. Así, el IMV se inscribe en el paradigma de la tómbola, en tanto que aporta algo a sus beneficiarios, pero no resulve el problema de fondo, constituyéndose en un lastre para la administración en los próximos años.
En un tiempo
así solo se puede esperar que se creen condiciones para un cambio que solo
puede tener el formato de una gran ruptura, en la que se acumulen los
malestares, los discursos, las réplicas, las acciones y las propuestas.
Recuerdo los últimos años de la dictadura en la universidad, en los que había
brotado una nueva realidad y las autoridades se encontraban acorraladas. Esto
es, proliferación de resistencias, porque los premios de la tómbola dejan todo
como está. En el caso de la Atención Primaria y la Salud Pública, un estado de
ruina.
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