Yo reprendo y disciplino a todos los
que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete.
Apocalipsis 3:19
Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento
de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después
produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por
ella.
Hebreos
12:11
La deriva de
la pandemia del Covid-19 remite a una situación de catástrofe cronificada, en
la que las sinergias entre el gobierno pastoral, la miseria de las
instituciones y la incapacidad de autogestión de las gentes, tiene como
resultado una situación inmanejable. La multiplicación de los contagios
contrasta con la inmovilidad de las organizaciones del sistema sanitario y los
servicios sociales, que manifiestan inequívocamente su bloqueo, que se
encuentra determinado principalmente por la ineptitud de los gobiernos y las
instituciones políticas, que dedican sus energías a transformar los problemas
en argumentos acusatorios a los rivales. Los acontecimientos críticos denotan
un inmenso vacío, tras el que resplandece una desinteligencia colectiva, que
alcanza proporciones cósmicas.
En esta situación,
los gobiernos tratan de liberarse de responsabilidades de su pésima gestión, en
la que los objetivos –restaurar la economía principalmente- se desmoronan
estrepitosamente en períodos de tiempo muy breves. El modo que adopta esta ausencia
de responsabilización, es la transferencia de culpabilidad a la población, en
tanto que una parte de la misma recupera la vida sin asumir condicionantes y
precauciones suficientes, cumpliendo así el designio fatal de ser dirigidos por
un mecanismo de imposición de normas y castigos, que siempre tiene como
consecuencia la infantilización de los conducidos. En esta hecatombe de la
inteligencia tiene lugar el fulgor inusitado de los expertos epidemiólogos,
virólogos, salubristas y especialistas en urgencias y emergencias. Sus
monólogos en las pantallas ocultan el inmenso vacío de la inteligencia en una
sociedad desbordada.
En toda la
crisis del Covid, los gobiernos han asumido el papel de promulgar normas y
determinar los castigos por su incumplimiento. Este gobierno pastoral nunca se
ha planteado movilizar a lo sociedad, que significa apelar a sus capacidades,
que solo pueden desarrollarse mediante formas de autogestión o cogestión. Por
el contrario, el dirigismo se ha acentuado de forma manifiesta. En vísperas de
la reanudación del sistema escolar, este desastre es inminente, en tanto que
solo movilizando la iniciativa y la creatividad de centros, maestros, docentes,
padres y alumnos se puede compensar los condicionantes de la pandemia.
Se pueden
rescatar episodios de situaciones desastrosas, en las que los gobiernos
convocan a las poblaciones a crear y hacer. Me viene a la memoria la defensa de
Londres en 1940, cuando fue atacada por la aviación alemana. El gobierno de
Churchill promulgó directrices comunes e incentivó el espíritu de la defensa
activa, apelando a la red de organizaciones sociales a movilizarse y promover
iniciativas de defensa y reconstrucción. La respuesta fue general,
promoviéndose múltiples formas de cooperación y autogestión, en las que el
gobierno desempeñaba la tarea de coordinación.
Pero aquí y
ahora, los gobiernos y las altas instituciones del estado no creen en las capacidades
de las personas y las organizaciones. Las entienden como súbditos que deben
obedecer las instrucciones precisas del complejo experto ajeno a la vida que ha
ascendido a los cielos del estado epidemiológico en esta crisis. La
antropología en la que se sustenta, es la de considerar a los súbditos como
seres propensos a desobedecer, siendo sensibles a los efectos de los castigos. Así,
los imaginarios gubernamentales de los gobiernos y los expertos salubristas se
asemejan a los de las viejas religiones monoteístas. En estas, el pueblo es
definido siempre por la tentación de la impiedad, necesitando ser corregidos
por el poder pastoral mediante el castigo. Por esta razón estoy recuperando el
arsenal bíblico para conceptualizar los imaginarios epidemiológicos-estatales
punitivos.
El modelo
seguido es el de la supresión de cualquier modelo que tenga relación con la
democracia. No se convoca a nada positivo, sino que desde la cúspide de los
gobiernos, parlamentos y altas instancias del estado, se promulgan catálogos de
prohibiciones y castigos para los incumplidores. Se podría recurrir a movilizar
el potencial de todas las organizaciones sociales de todos los niveles,
promoviendo iniciativas y formas de autogestión en las que pudiera aportar
mucha gente. Sin embargo, se ha optado por reforzar la verticalidad y la
jerarquía, inmovilizando la sociedad, convertida durante el encierro en espectadora
obligatoria del espectáculo político y sanitario.
En esta
línea, los nuevos púlpitos en los que se señala, se hostiga y se clama por el
castigo a los impíos, que en un alarde de percepción selectiva mayúscula se
ubica solo en la noche, son los platós de televisión. Estas son las sedes de
los nuevos expertos, en los que dictan las homilías y comunican su contrariedad
por los incumplimientos de los impíos múltiples, que comparecen en imágenes de
fiestas o actos sociales en ambientes de euforia. Las condenas adquieren un vigor inusitado, y,
tras ellas, se formula la amenaza para todos del confinamiento. Estas
divinidades mediáticas realizan un peritaje de la vida cotidiana que comporta
un ascetismo equivalente al de los profetas más esencialistas bíblicos. Los
periodistas y tertulianos rivalizan en el clamor por el castigo de los
habitantes de una Sodoma y Gomorra imaginaria, facturada en los platós por los
novísimos anacoretas.
La expansión
de los contagios remite a la intensificación de las gestualidades
gubernamentales e institucionales para liberarse de la responsabilidad,
transfiriéndola a un culpable tangible, que es el pueblo impío, que, como el
relato de Moisés puso de manifiesto, es propenso a abandonar la disciplina y la
debida obediencia, entregándose a actividades veleidosas. Así se va
reconfigurando la idea de castigo y el imaginario del encierro para los
pecadores de la salud. Las reprimendas expertas y mediáticas van incrementando
su volumen, y remiten a un furor punitivo creciente. Los impíos deben ser
castigados, y la policía tiene que incrementar su papel. Las personas
vulnerables de Las Delicias en Zaragoza empiezan a experimentar esta situación.
Nunca los visitaron los servicios sociales ni sanitarios, pero ahora el estado
muestra su interés y envía a los agentes.
Esta
apoteosis creciente del castigo me ha llevado a recurrir al libro del Apocalipsis de San Juan. En él, aparece
la imagen inquietante del lago de fuego, como lugar en donde expulsar a los
malos de la época. Juan lo define así “Pero
los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros,
idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con
fuego y azufre, que es la muerte segunda.” Apocalipsis 21:8. Ese
lugar simbólico en el que se castiga a los culpables, es restaurado en esta
nueva edad media epidemiológica, en la que la incapacidad para detener la
pandemia suscita la necesidad de descargar la ira sobre un culpable tangible.
Así se va reconstituyendo la versión en la era tecnológica de la mitología del
lago de fuego.
Los
discursos expertos mediáticos responden al código de promover temor. No
convocan a la liberación de la inteligencia colectiva para conservar lo que sea
posible de la vida social, sino que recurren a las sinergias de los miedos: A
la enfermedad, a la muerte, al castigo de las fuerzas de seguridad, a las
sanciones y a la reprobación mediática. Así, se presentan enfáticamente los
casos del Covid permanente, que permanece instalado en el cuerpo generando
problemas y trabas a la vida normal. El código es el mismo que el de Juan
cuando apela a la muerte segunda. Se trata de un sufrimiento perenne, que no
tiene fin. Así se espera paralizar a los jóvenes para suprimir temporalmente la
vida, en espera del equivalente al día del juicio final, que es la llegada de
la mitológica vacuna, entendida como un milagro liberador.
En estas
condiciones, el otoño se cierne como un horizonte inquietante, en tanto que la
interacción entre la persistencia de la pandemia, las restricciones crecientes
a la vida, el desgaste del gobierno autoritario, la acción de los sectores políticos
ubicados en la derecha más montaraz, la crisis económica monumental y la
decepción de muchos sectores populares desengañados por la evaporación del
escudo social imaginario, que tan excelentemente vende la maga Yolanda en las
pantallas, así como el desfondamiento de las multitudes del consumo penalizadas
por situaciones de carencia, convergen en una situación explosiva.
Lo peor
radica en que la inteligencia es devaluada drásticamente por un modo de
gobierno autoritario que se funda en las prescripciones de los expertos epidemiólogos,
privando así al conjunto social de la posibilidad de pensar, decir, deliberar,
dudar, conversar, discutir… En este escenario es seguro que van a converger
varias iras sociales que alimentan movilizaciones negativas y violencias
inusitadas. Este es el caldo de cultivo de lo peor, en tanto que un pueblo
conducido estrictamente desde el gobierno autoritario de los expertos, puede
respaldar aventuras políticas que conllevan múltiples peligros.
Y es que la
inteligencia solo prospera en un medio en la que es convocada y practicada, y
en una situación así es inevitable el pluralismo.
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