Uno dice lo que dice,
mas no dice lo que piensa.
Los espejos no reflejan: transparentan.
Todo mira fascinante de frente, pero no existe.
Todo vuelve por detrás y es lo real, invisible.
En lo que veo, no veo; en lo que no veo, creo;
en toda imagen apunta una múltiple presencia,
palpitante intermitencia del corazón: confusión;
y así me siento indeciso como un pobre hombre perdido,
como tú que ¿quién eres?, como yo que ¿quién soy?
Los espejos que me escupen hacia fuera, y hacia dentro
me proponen transparencias de distancias y silencios,
deben ser, quiero que sean, para mis obras ejemplo,
con mucha luz hacia fuera, con más secreto hacia dentro.
Juego al juego, sí, con trampa, como hay doblez en los versos.
Así se cuentan las cosas que nos pasan cada día,
y bien contadas parecen fascinantes y sin alma.
Si se piensa, nada es lo que se ve en el espejo.
La luz grande es un abismo y un estúpido misterio.
Los espejos no reflejan: transparentan.
Todo mira fascinante de frente, pero no existe.
Todo vuelve por detrás y es lo real, invisible.
En lo que veo, no veo; en lo que no veo, creo;
en toda imagen apunta una múltiple presencia,
palpitante intermitencia del corazón: confusión;
y así me siento indeciso como un pobre hombre perdido,
como tú que ¿quién eres?, como yo que ¿quién soy?
Los espejos que me escupen hacia fuera, y hacia dentro
me proponen transparencias de distancias y silencios,
deben ser, quiero que sean, para mis obras ejemplo,
con mucha luz hacia fuera, con más secreto hacia dentro.
Juego al juego, sí, con trampa, como hay doblez en los versos.
Así se cuentan las cosas que nos pasan cada día,
y bien contadas parecen fascinantes y sin alma.
Si se piensa, nada es lo que se ve en el espejo.
La luz grande es un abismo y un estúpido misterio.
Gabriel Celaya
Los espejos transparentes
El poema de
Celaya resulta atinado para describir el trasfondo del giro biográfico del rey
emérito Juan Carlos. Su semblanza
experimenta una inversión formidable. Su leyenda de héroe de la
transición, de padre providencial de tan virtuosa democracia, se derrumba estrepitosamente en
el mundo virtual narrativo que él mismo y sus mentores crearon para su gloria
en los años confusos del proceso constituyente de 1978. La nueva democracia
hereda del franquismo la constitución de una instancia superior, un nuevo tipo
de caudillaje protegido de la deliberación y la crítica. Este induce a
adhesiones inquebrantables, siendo liberado de cualquier mirada
problematizadora por las prodigiosas sinergias de la sociedad española, y de la
inteligencia en particular, instalada en el mundo de la cultura, la universidad
y los medios de comunicación, imprescindibles para consumar este milagro
político y comunicativo.
Juan Carlos
es un producto fabricado por la nueva clase dirigente, que delega la tarea de
configurarlo simbólicamente como un fruto de las fábricas de idolatrías
audiovisuales contemporáneas. Este es el protagonista de un relato que sustenta
la transición y el régimen del 78. Esta narrativa se ampara en sus máquinas de
escritura múltiples, sus sistemas de trazado y control, sus engranajes
narrativos, sus formatos y sus redes. Así se constituye una fábula acerca de un
héroe capaz de afrontar el desafío que supone el régimen autoritario,
removiendo sus obstáculos y conduciendo al pueblo a la tierra prometida de la
democracia, y todo ello pacíficamente y sin traumas. Esta historia se refuerza
mitológicamente en el 23 de febrero, con una actuación que lo reconfigura como
héroe nacional que está dotado de la competencia de vencer los peligros que se
ciernen sobre la democracia naciente.
Sobre esta
narrativa se constituye la monarquía española, que funciona amparada en el
pacto de hermetismo de los medios, el silencio de la inteligencia y la
complicidad de la izquierda. Así, un rey campechano y bonachón que se prodiga
en todos los acontecimientos audiovisuales, proyectando su imagen liberada de
la evaluación y la crítica. El simbólico año de 1992, se multiplican los
rumores acerca de sus negocios, campo en el que se muestra como un activista virtuoso
y consumado. Pero, tanto el relato como la clase dirigente, le blindan ante
cualquier contingencia y amparan sus actuaciones. Sus comparecencias públicas
en la infosfera, son seleccionadas para reforzar el relato mitológico de su
magnificencia política.
De este
modo, la recién estrenada democracia hereda un rasgo esencial del régimen
autoritario que la precedió, la omnipresencia de la figura simbólica de un
padre de la patria, que conduce a la trama de las instituciones, y que es reverenciado
por los medios que producen sus apariciones providenciales ante públicos
aclamadores que muestran su veneración. La noche del 24 de diciembre tiene
lugar el ritual central, que consiste en su mensaje fin de año, emitido desde
su trono semiológico, en el que pontifica acerca de la marcha inexorable hacia
el bienestar, así como a los valores necesarios para la excelencia
ciudadana. Sus palabras son comentadas e
interpretadas por una corte de plumillas avezados en el halago en una ceremonia de la unanimidad.
Juan Carlos
encarna una narrativa producida por un dispositivo iconográfico. Su realidad
desborda el concepto definido por Salmon de storytelling,
entendido como forma de contar
historias, para inscribirse en la novísima técnica del storydoing, que implica ir más allá de las historias haciéndolas.
Se trata de producir una secuencia de acciones que sustenten el relato. Así,
las acciones y las narrativas se retroalimentan mutuamente generando una
situación permanente de plenitud comunicativa. Se preparan detalladamente las
acciones y las imágenes que convoquen a su público, para estimularlo,
contagiarlo y seducirlo. Sus actuaciones son respaldadas por las retroacciones
de sus fieles. Las apariciones oficiales, los actos solemnes, los mensajes guía
seleccionados por su corte mediática, sus imágenes entrañables conversando con
el público, mostrándose cercano, sancionando a los héroes deportivos y
sociales, mostrando afectos a su familia. Este es el personaje ubicuo, portador
de una imagen programada, que lo sitúa más allá de las instituciones.
Salmon
define el propósito de estas narrativas de la política contemporánea, entre las
que la monarquía española desempeña un papel destacado en el ranking de
practicantes “Las innumerables stories
que produce la máquina de propaganda son protocolos de entrenamiento, de
domesticación, cuya meta es tomar el control de las prácticas y apropiarse de
los saberes y deseos de los individuos…Bajo la inmensa acumulación de relatos
que producen las sociedades modernas, nace un nuevo orden narrativo (NON) que
preside el formateo de los deseos y la propagación de las emociones –por su
puesta en forma narrativa, su indexación y su archivo, su difusión y su
estandarización, su instrumentalización a través de todas las instancias de control”
(pag.211). Juan Carlos es uno de los referentes del nuevo orden narrativo que
sustenta el régimen del 78, que desde esta perspectiva puede ser considerado
como un caudillismo semiológico.
El episodio
de Botswana significa la crisis de la narrativa que le ha mantenido en la cima
del limbo político donde se ha arraigado en los largos años de reinado. Los
engranajes discursivos se fracturan poniendo de manifiesto la mentira que
sustenta este relato. La disolución de este estimula a algunos medios a sacar
informaciones que lo representan como un depredador de los negocios. Todas sus
actividades resultan ahora instrumentales para la realización del papel del rey
de los comisionistas. En este sentido, no pierde su lugar de referencia, en
tanto que la clase dirigente se caracteriza precisamente por su voracidad en
los negocios. La vieja clase industrial cede su lugar a los patrones de los
negocios, que obtienen beneficios tangibles en jugadas sucesivas fundamentadas
en la transformación, siempre provisional del valor de las cosas.
Desde
entonces, se acentúa el derrumbe, en tanto que se agrieta el monolítico pacto
de silencio que lo ha acompañado, en tanto que el monarca sigue desempeñando el
juego del que es adicto irreversible, que es el de obtener dinero mediante
intermediaciones, tal y como quedó de manifiesto en el caso de su discípulo y
yerno Urdangarín. Sin un relato protector, su edificio artificioso tiende a
deshacerse irremediablemente. En estas condiciones, sus mentores lo abandonan
para proteger a su hijo, en torno al cual se pretende constituir otra historia
que es menester arraigar en las mentes del sufrido pueblo audiovisual.
Este súbito
declive del caudillo de la nueva democracia española, disuelve los escenarios
de cartón piedra que lo han protegido de las miradas, y permite emerger la
realidad económica, política, social y cultural. Sin ánimo de hacer un balance
aquí, se puede afirmar que la polarización a los negocios ha desplazado a la
sociedad de los proyectos. La prometedora España de finales de los setenta,
formada por varias promociones de profesores, profesionales, empresarios,
gentes de la cultura, periodistas e intelectuales, ha sido penalizada con una
severidad insólita. Todos los proyectos han fracasado secuencialmente,
empezando por la desindustrialización, y siguiendo por la Administración
Pública, la Enseñanza, la Universidad, los Servicios sociales, así como otras
esferas, entre las que cabe destacar el súbito desgaste del sistema sanitario
mejor del mundo. El resultado es una extraña contraposición entre una renta
relativamente alta y un estado de ruina en el Estado y la organización de lo
que se entiende como sociedad civil. La clase dirigente ampara a un tipo de
jugadores competentes en la captación de flujos financieros derivados de los
procesos de alteración del valor.
En este
escenario, sustentado en una clase política formada por los herederos de las
élites que protagonizaron el primer tiempo de la nueva democracia, las
maquinarias narrativas se aprestan a generar otra historia que salve a su
sucesor, Felipe VI, distanciándolo de su desgastado progenitor. Parece
increíble contemplar las maniobras de salvación de la institución monárquica,
basadas en el secreto, en la manipulación y la recomposición del pasado para operar
el milagro de separar al padre y el hijo. Las dificultades para constituir a
Felipe como caudillo semiológico a semejanza del padre, se encuentran en el
territorio de lo imposible, pero en el mundo de las narrativas la imaginación
puede tener consecuencias prodigiosas.
La paradoja
final de Juan Carlos, radica en que una vez disgregada la historia que lo
asentaba sobre su pedestal, atribuyéndole un compendio de virtudes heroicas,
pasa a formar parte del mundo de la caricatura cruel. Sus andanzas personales
recuperan las prácticas de la nobleza improductiva característica de la clase
dirigente del capitalismo atrasado español. Estas gentes han sido dibujadas
magistralmente en las películas de Luis García Berlanga. El declive del monarca
remite al penúltimo capítulo de la serie de la escopeta nacional. El elenco de
figuras decrépitas se hace patente en las televisiones, algunas de las cuales
presentan el espectáculo patético de la declinación final de estas gentes. Las
monterías terminan por devenir como acontecimientos fatales para estos
jugadores de la especulación financiera.
Si la
institución monárquica logra salvarse y asentarse, las consecuencias serán
fatales. Pero lo peor radica en que, a diferencia de los años setenta, no se
vislumbra a una España prometedora. La crisis de proyecto se recombina con la
crisis de los actores, que muestran impúdicamente el cuadro de sus
incapacidades. Por el contrario, lo que predomina es el desengaño en estado
químicamente puro. Las nuevas generaciones son brutalmente subalternizadas en
un paisaje en el que reina el bloqueo de las organizaciones la educación y el
estado. El vacío pavoroso, en sus vertientes sociales, intelectuales y
sociales, se hace presente mediante una clase política avezada en una guerra de
trincheras, emancipada del suelo social,
que carece de competencia de dirigir
nada que no sea su propia reproducción. Las maniobras grotescas de protección
del monarca apuntan a la cuestión esencial de la supervivencia de todos ellos,
que es el único proyecto en que se sustentan.
Precisamente,
la penúltima película de Berlanga, Todos
a la cárcel, representa una lúcida descripción del devenir fatal de lo que
se denominó como “la generación del cambio”. El desgaste debido principalmente
a la ausencia de proyecto, parece inevitable. En una situación así, su único
proyecto es implementar aplicadamente el paquete de reformas neoliberales
globales. Las transparencias de los espejos del poema de Celaya apuntan a un
tiempo paradójico en el que la Accountability es aplicada para todos, con la
excepción de los gobiernos e instancias directivas, que se eximen a sí mismos
de la rendición de cuentas, que trasvasan a sus gobernados.
Don Juan me encanta el final truncado, sea a propósito o no: proyec
ResponderEliminarY bueno, sin duda Berlanga era imaginativo pero esta irrealidad supera de largo su ficción. Un abrazo amigo.
ResponderEliminarGracias Juan. Lo del final es una travesura del ratón, que es el que manda en la edición de los textos. Sí, a pesar de lo rico que era Berlanga, este caso desborda todas las imaginaciones posibles. Recuerdo sus conversaciones con los periodistas que le reían las gracias y le seguían el juego del rey campechano.
ResponderEliminarUn abrazo
https://m.youtube.com/watch?v=ZzoYKwQzfew&feature=share Qué lo disfrutes desde Cádiz profesor!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Juanma, qué buena noticia que pases por aquí. Gracias por el video
ResponderEliminarJuan, imposible mejorar el retrato de una biografía en tan corto espacio.Me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo
Edi