Camila es
una chica latinoamericana, procedente de un país de Centroamérica, que llegó a
Madrid hace tres años y medio. Acaba de cumplir veintidós años y carece de
permiso de residencia. Se trata de una persona sinpapeles, que vive en el peligroso territorio de Madrid, en el
que la ausencia de las instituciones es patente. Solo la policía se puede hacer
presente ocasionalmente, en algunas de sus incursiones por esas tierras ignotas.
Ella vive en un espacio lleno de peligros, en el que predomina la fuerza en los
intercambios sociales. Es un mundo duro, inimaginable para un cándido ciudadano
que habite en el territorio tutelado por las instituciones. Su posición es
extremadamente débil frente a los distintos depredadores que habitan en este
medio.
Camila
abandonó su tierra por la dificultad de la vida en ese medio, en el que las
instituciones son muy débiles frente a las distintas mafias que gobiernan los
mundos en los que el estado y el mercado tienen una presencia menguada,
sometiendo a las poblaciones pobres a una situación de terror permanente. Su
viaje se encuentra fundado en la percepción subjetiva de encontrar una
oportunidad de establecerse en un medio que le reporte más beneficios y
seguridad. Su proyecto personal se fundamenta en los relatos de algunos
compatriotas que han conseguido establecerse provisionalmente en esta metrópoli,
en la que la moneda, el euro, representa un valor de cambio formidable con
respecto a la de su país de origen. Se trata de una apuesta, de la creencia de
que las penalidades que experimenta concluirán mediante la aparición de una
oportunidad final. Su plan se fundamenta en una jugada en la que el azar
representa un papel decisivo. Así, tiene que sufrir y esperar pacientemente ese
designio del destino.
Cuando llega
a Madrid, es recibida en un lugar en el que se encuentran varios compatriotas
en una situación difícil, bien desempleados, bien integrados en el mercado de
trabajo coaccionado, en el que el trabajo se realiza por peonadas, y la idea de
futuro termina en mañana. Sus primeros tránsitos le llevan a realizar trabajos
ocasionales por horas en viviendas, en el trabajo doméstico. Realiza jornadas
muy largas que son pagadas exiguamente, pero en la imaginaria moneda-oro del
euro, lo que le permite forjarse la ilusión fundada en calcular el cambio a su
moneda. Los euros representan una fortuna en su tierra. Esta ensoñación le
promueve fuerza interior, que le estimula a esperar su oportunidad, en tanto
que descubre el mísero valor con respecto a los precios de las cosas que
consume.
Tras
encadenar distintos episodios de trabajo, separados por períodos de sequía,
termina en una casa que la contrata varios meses. Al llegar el verano, la
familia se desplaza a un importante pueblo turístico costero de Málaga, en
donde se asientan más de dos largos meses. Le proponen que les acompañe como
interna durante todo este tiempo. Ella acepta, en la creencia de que esta
relación se va a solidificar, aún a pesar de que, en los meses previos, ha sido
maltratada perennemente, tanto por la señora, como por el marido y, lo peor,
por los niños, que manifiestan abiertamente el desprecio a su persona, mediante
sucesivos comportamientos agresivos, que se hacen presentes en la
cotidianeidad.
Al llegar a
la mitológica costa, descubre su nueva vulnerabilidad. Hasta entonces, la
última hora de la tarde era un momento trascendente, en el que escapaba de las
regañinas, las imprecaciones, las peticiones abusivas de tareas, las burlas de
los niños y el menosprecio permanente. El viaje en el metro hasta su guarida,
representaba una liberación, hasta llegar a su camastro en el piso en el que
vivía hacinada con otros compatriotas. Allí también se producían relaciones
tensas, pero estas eran aliviadas por algunas muestras de afecto entre amigas.
En su nueva
situación de interna, descubre su fragilidad. Duerme en el cuartucho de la
plancha, es sometida a un ritmo imposible de trabajo, en tanto que todos
cambian de ropa varias veces al día, comen copiosamente como resultado del
incremento de su actividad física, y reciben amigos o familiares casi a diario.
El resultado es que su jornada es inacabable, reforzada por la falta de
colaboración de la señora, sumida en su vida de playa, noche social y
anfitriona de sus ociosas amistades. También descubre que su día libre es una
quimera, en tanto que no se encuentra explicitado en el acuerdo verbal previo.
Tiene que reclamarlo frente a la despiadada señora, que entiende la salida como
una veleidad caprichosa. En pocos días confirma que es un ente similar a un
sufrido electrodoméstico, que rinde cien por cien debido a la demanda de tan
extensa familia y sus invitados.
Pero lo peor
es ratificar que los tratos cotidianos con la familia excluyen lo personal.
Nadie es sensible a su situación personal y las relaciones se tensan hasta el
límite, en tanto que ratifica su naturaleza inhumana. Nadie tiene una buena
palabra con ella, ni un momento de cordialidad. Su soledad se hace patente
súbitamente, reforzada por la imposibilidad de un momento de fuga, como el que
tenía cuando era externa en el final de su jornada. Lo peor radica en el
comportamiento de los niños con respecto a ella. Sus exigencias, mofas, actos
de altanería, peticiones desmesuradas, así como un catálogo de acciones que se
inscriben en el sadismo. Sus escasas salidas intensifican su sensación de
soledad, en tanto que transita un espacio en el que es una extraña, en tanto
que carece de dinero para comprar en un lugar en el que todo se encuentra
sujeto a la lógica inmediata del consumo.
Pero lo
peor, aquí comparece el desafío de lo inverosímil de esta historia, es que
todos los días se cocina una gran cantidad de comida en la casa, pero dada la
voracidad de tan activos miembros de la familia, así como sus invitados, la
mayoría de los días consumen toda la comida, dejándola a ella sin nada que
llevar a la boca. Nada. La señora lleva a cabo una minuciosa vigilancia de los
embutidos, el queso, el pan y otras
viandas que pudieran servir de compensación para alimentar a esta extraña máquina
humana. Cuando reclama comida, la respuesta es áspera y cruel, remitiéndola a
comer galletas María, que es el único alimento accesible para ella. Al concluir
el verano, se encontraba harta de las galletas, por las que ha desarrollado una
fobia de alta intensidad.
Este verano
de trabajo sin fin, soledad inaudita, hambre, marginación y ausencia de
cualquier momento de intimidad, concluye, a la vuelta a Madrid, con una
conversación tensa con la señora, en una relación cara a cara tan desigual, en
la que prescinde de sus servicios y le comunica que ya le pagará el último mes,
en tanto que ahora no le es posible hacerlo. Ella no puede recurrir a ninguna
instancia, pues se encuentra desprotegida por su condición de sinpapeles. Además, en la jungla del
trabajo doméstico el empleador tiene un privilegio irrefutable, como es la
posibilidad de emitir un informe escrito favorable, que avale a la empleada en
el siguiente episodio de su atormentada carrera laboral. El otoño comienza en
una situación de ruina total, por la que tiene que pedir el amparo del grupo
doméstico en el que se encuentra.
De nuevo
tiene que comenzar un nuevo ciclo de búsqueda, en el que su terrible situación
se ve compensada por la llegada de una hermana suya, así como por la
consumación de una relación amorosa con un nuevo novio, que reside en su misma
vivienda. El amor tiene una importancia central en su proyecto de vida, en el
que el amor romántico, el matrimonio y los hijos desempeñan un papel imaginario
fundamental. Además, la cuestión amorosa no debe demorarse, al estilo de las
mujeres de la metrópoli española, que posponen su relación muchos años debido a
las exigencias de la formación eterna y del mercado de trabajo, en un guion
biográfico dominado por lo tardío. Pero la mayoría de los amores que tienen
lugar en este espacio social en el que las instituciones son extrañas, también
muestran la dureza del medio, que termina por asentarse en las relaciones. La
recombinación entre el machismo tradicional, muy arraigado en la cultura de los
países de origen, y la extremada dureza de las condiciones de vida es
explosiva.
Tras unos
meses de búsqueda y el desempeño de algún trabajo ocasional, Camila encuentra
otra casa como externa, en la que trabaja tres días a la semana en horario de
jornada completa. Le pagan seis euros la hora, lo que representa un abuso con
respecto a la media de este mercado coaccionado. Le tratan mal, pero mejor que en su terrible
experiencia veraniega. Su vida experimenta una transitoria mejora, pero su
relación con el novio es cada vez más decepcionante. Ella dice que es muy
machista, que la desprecia y que no la escucha, por lo que no es posible
satisfacer su principal necesidad, que es ser comprendida y querida. El choque
de su relación con el marido ideal/padre de sus hijos al que aspira, es cada
vez más intenso. Así, al comenzar 2020, decide romper, lo que no es fácil, en
tanto que habitan en la misma casa y él no acepta la ruptura, ni siquiera se la
toma en serio, lo que origina una escalada de tensiones entre ellos, que
culmina cuando ella se resiste a follar con él.
Y en estas
llega el mes de marzo y el confinamiento. Este quiebra su vida bruscamente. Sus
empleadores la despiden contundentemente y se ve abocada a encerrarse en su
piso, en el que se concentran ocho personas, la casi totalidad de ellos en situación
irregular, que se refuerza en tanto que todos los que trabajan ocasionalmente
son despedidos. En la casa viven ocho personas. Un piso así funciona mediante
la drástica separación del día y de la noche. En esta se interrumpe toda la
actividad para dormir, que en estas condiciones de hacinamiento ocupa todo el
espacio. Hay dos dormitorios pequeños en los que duermen dos personas en cada
uno; en la sala común duermen otras dos personas, en tanto que otra duerme en
un pasillo y el último en la entrada. Aún y así, en los meses de confinamiento
reciben alguna persona más.
No sé si se
puede imaginar la dureza de este encierro forzoso para Camila. Tiene que
convivir con su ya exnovio, en un medio donde se encuentran amontonadas
distintas personas, haciendo en el día la convivencia insoportable. La falta de
dinero, el tedio de la vida, la contigüidad en la que desaparecen las
distancias personales, las carencias
materiales, la proliferación de malos rollos, la sexualidad forzada, el miedo
de todos a salir para evitar ser interceptados por la única institución que se
hace presente para esta población, que es la policía, y, además, tener que
sortear a su ex las veinticuatro horas. Apelo a la imaginación de los lectores
para que compongan el cuadro de la situación. Para ella representa un
sufrimiento que alcanza casi el experimentado en el verano fatal como interna.
No obstante, ahora tiene el afecto de dos amigas de las que convive.
La salida
del confinamiento es experimentada como un gran alivio, en tanto que puede
deambular por el espacio público, al tiempo que buscar trabajo alimentando la
ilusión de que este es tan factible como antes de la emergencia del Covid. Pero
ahora, todas las puertas se le cierran, en tanto que su persona, en la que se concitan
varios estigmas, adquiere el nuevo perfil de posible asintomática portadora de
la infección. Nadie se arriesga a meterla en su casa. Pero esta terrible
situación se alivia en tanto que ella no es consciente de la nueva realidad,
donde desaparece hasta incluso el azar, que es su última ratio. Algún compañero
de piso ha conseguido ayudas en las colas para recibir comida, en tanto el
dinero disponible se agota para todos irremisiblemente.
Me ha
impresionado mucho la falta de resentimiento de Camila por la situación que ha
vivido. No alberga sentimiento alguno de venganza. Tiene sólidamente
internalizada su “inferioridad”. En nuestras conversaciones me decía que ella
no venía aquí a quitar el trabajo a nadie, sino a realizar un trabajo que nadie
quería hacer. Todas sus devastadoras experiencias han sido compensadas por la
ilusión en su proyecto, que descansa sobre la posibilidad de la aparición de un
marido/padre de sus hijos, así como de un trabajo que le proporcione una
situación de mayor seguridad. También la consecución de ese bien añorado que
son “los papeles”. Estos tesoros compensan en su imaginario, todas las
experiencias terribles por las que ha tenido que pasar. Estas son entendidas
como el precio de la materialización de su sueño.
Ella tiene algunas
dudas ahora sobre la pertinencia de su viaje, y añora su tierra, a pesar de la
pobreza y la violencia de que fue objeto. Recuerda que le asaltaron con un
cuchillo en su pueblo, robándole una medalla y un móvil. También le ocurrió en
Madrid, una noche al regresar de su trabajo en la salida del metro de Oporto. Además,
los abusos de que ha sido objeto. Para
ella, todas las personas que tienen colgado algo entre las piernas son posibles
abusadores. Los ha sufrido de niños, octogenarios y de todas las edades y
condiciones; de compatriotas y de habitantes de la metrópolis madrileña; en
casa, en el trabajo, en el metro, en la discoteca y en cualquier espacio
público. Pero está habituada a convivir con las violencias, que tienen efecto
minimizado por la motivación que detenta en resolver la cuestión esencial en su
vida-viaje, que es la de su trabajo y matrimonio. Así muestra su pragmatismo
integral.
Muchos de sus avatares negativos son considerados como de orden
secundario y no alteran su sueño basado en la imaginación, que es estimulada en
relatos audiovisuales seriados y cada vez que tiene entre sus manos cuarenta
euros, tras una larga jornada, entregándose al engaño de cambiarlos por la
moneda de su país.
Camila es
inmensamente ingenua y no puede ocultar su bondad, que domina su persona a día
de hoy. Sigue movilizada en espera de la comparecencia de su salvador, lo que
la configura como una persona en situación de peligro extremo, que pueda ser
reclutada por las distintas mafias que pueblan este espacio social. Ella misma,
todavía es indefensa frente a la mafia de contratadores de trabajo doméstico,
manteniendo la incauta esperanza de que al fin aparezca una buena persona. No
puede recurrir a institución alguna, en tanto que está ubicada en una zona de
exclusión. Incluso se encuentra en el margen de los sindicatos, la izquierda o
el feminismo, instalados en las zonas de seguridad de la sociedad que reclama
la abundancia material. En su horizonte solo puede aparecer una ayuda
proporcionada por una persona bondadosa.
Sus
necesidades son muy parcas. Se puede imaginar lo que representa la salud en su
cuadro personal. Esta solo puede ser pensada como respuesta a un accidente u
otro episodio de choque. En su horizonte se encuentran perfectamente
jerarquizadas sus necesidades, y las básicas excluyen a las demás. Así se
configura como un ser sin necesidades secundarias, que se encuentra orientado a
la sobrevivencia y a la consumación de un milagro del azar, que le proporcione
un marido ideal o un trabajo decente. Esta ensoñación le proporciona una fuerza
interior inconmensurable para remontar adversidades. Una vez ha sido increpada
en un parque del sur de Madrid por su naturaleza de extranjera pobre. También
en el metro ha vivido alguna situación tensa con nativos.
Hemos tenido
tres largas conversaciones. La invité a comer, descubriendo que lo que le
gustan son las hamburguesas, las pizzas y similares. Bebe Coca Cola y abusa de
las patatas fritas y otros productos similares. Me alarma extraordinariamente
su respuesta a la cordialidad. Responde bajando todas sus defensas y
mostrándose abiertamente. Carece de doble fondo, que es una propiedad de los
humanos que vivimos en el mundo de la abundancia material. Cuando nos
despedimos, nos abrazamos y ella me insistió en que la avisara si conocía
alguna casa en la que pudiera trabajar. En este momento soltó alguna lágrima.
Cuando la perdí de vista lloré mucho. Me hizo sentir un afecto inversamente
proporcional al desprecio que siento por muchas personas de las zonas sociales
de seguridad. Estas personas van a sufrir mucho en este tiempo de hipercontrol
médico y social, en el que van a ser etiquetadas como bombas víricas
ambulantes. De ahí su coherencia de eludir pruebas y controles, porque sus
necesidades están por encima de las de la salud.
Un relato durísimo, sobre el sufrimiento y exclusión en la vida de una migrante, más duro por ser mujer, que nos toca el corazón y nos enciende la rabia y la indignación , ante un mundo donde tantos y tantas carecen de conciencia social y viven plácidamente su vacío existencial. Leído desde Centroamérica, duele más por la carga de responsabilidad que tiene y ha tenido la corrupción de las elites político económicas de nuestros países y la indiferencia y negligencia de las áreas ciudadanas que si tienen opciones para cambiar la realidad de Centroamérica.
ResponderEliminarHe pensado muchas veces durante esta larga pandemia en lo mal que lo estarían pasando las personas en situaciones parecidas a las de Camila, en tu relato lo describes perfectamente y resumido sin melodrama, sin cargar las tintas, pero a pesar de ello lloraremos juntos, cuanta crueldad y cuanta injusticia para estar, según suponen algunos hechos a la imagen y semejanza de no se sabe muy bien quien, muchas gracias por tus aportaciones que nos ayudan a reflexionar sobre nuestra sociedad, un abrazo Juan.
ResponderEliminarGracias Juan,
ResponderEliminarel estilo del relato me recuerda a los estudios pioneros de casos sobre personas migrantes de Juan Francisco Marsal por el que se que tienes aprecio.
La dureza del relato me ha recordado un libro de Bauman muy recomendable para comprender los pensamientos y emociones de los que viven dentro y de los que viven fuera de los espacios de confort y consumo:
https://www.traficantes.net/libros/trabajo-consumismo-y-nuevos-pobres
Cada día siento una necesidad imperiosa por transcender la familia, los amigos, el trabajo y el ocio... Más allá o más acá está el camino.
Una vez más historias que rompen el alma, que destrozan corazones, más si cabe en esta etapa de estío veraniego donde parece que nada puede funcionar a velocidad de crucero, ni tan siquiera nuestra "versión más solidaria", esa que tiene incluso sus épocas de máximo apogeo, la que suele comprender desde el otoño a la primavera. Siempre me pregunto, yo el primero, si nos estaremos convirtiendo en auténticos profesionales de poner ante situaciones como esta el "corazón partío" encima de la mesa. Siempre me pregunto, yo el primero, si cada vez que leemos algo de esto, no será para que alguno a los que se nos rompe el corazón tantas veces demos un paso al frente. Este verano me estoy dando cuenta que me estoy cansando de leer tantas y tantas situaciones de injusticia extrema en el mundo, que al final, lo que provocan, es otro acumulo de experiencias, que a lo más que me lleva, es a reciclar mis propias versiones de historietas para provocar más corazones rotos en otros. También me planteo que, de alguna forma, hay que romper ese círculo vicioso, no podemos estar lamentandonos infinitamente y retroalimentando nuestro "dolor". Somos muchos los que podemos hacer una derivada y salirnos del círculo, escuchar estas historias sólo, no basta, hay que dar un paso al frente, hay que atajarlas con valentía, no dejemos que nuestros corazones se partan más en mil pedazos. No nos engañemos, estas personas, estas historias, están presentes, existen, porque nosotros estamos al otro lado, crucemos la línea, démosle la mano, hagamos algo más que lamentar lo mal que está este mundo.
ResponderEliminarEn mi comentario anterior también quise acordarme del clásico de Thomas y Znaniecki:
ResponderEliminarhttps://libreria.cis.es/libros/el-campesino-polaco-en-europa-y-en-america/9788434015289/
Tan recomendable como el libro de Marsal "Hacer la América":
https://www.iberlibro.com/Am%C3%A9rica-Biograf%C3%ADa-emigrante-Marsal-Juan-Francisco/30343870982/bd
Por un lado, por si le interesa a algún lector del blog.
Por otro lado, porque la historia de Camila me hace pensar en la madre patria, la vieja europa y el moribundo American way of life.
Gracias a todos por vuestras aportaciones y reflexiones. Metv propone no retroalimentar nuestro dolor y salirnos del círculo. No comprendo bien cómo puede realizarse esto. Las personas que nos sentimos afectadas por estas historias nos encontramos en una situación permanente de impotencia política. La gran mayoría tiene sus corazones cambiantes, en tanto que puede experimentar un momento de dolor -el caso de los recogidos en barcos solidarios en el Mediterráneo- para inmediatamente después disiparse por el efecto del flujo narrativo de las industrias del imaginario, que ubican el dolor en segundo plano. En una situación así el dilema es contarlo o silenciarlo. En mi caso lo tengo claro, lo cuento, a pesar de que se puede generar el efecto de la impotencia de la acción. Pero pienso que es peor contribuir a silenciarlo y expulsarlo al gigantesco cubo de la basura del capitalismo vigente.
ResponderEliminarNO SUELO VIVIR al margen de la realidad pero este relato estremecedor me hace entrar algo en la realidad de la que a veces escapamos. Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias por este relato que es un golpe de realidad para quienes vivimos ajenos a la vida cotidiana de un colectivo invisible a muchos y castigado por todos.
ResponderEliminarMe ha conmovido profundamente tanto por las injusticias que viven las mujeres como Camila, como por el carácter ingenuo y bondadoso de estas mujeres que han interiorizado la sumisión... En algunos puntos me vi identificada como mujer de clase social obrera y como inmigrante. Qué pena y qué impotencia.
Estoy de acuerdo con usted, mejor dar voz y visibilizar que silenciar.
Un saludo.