sábado, 25 de julio de 2020

EL HOSPITAL DE IFEMA Y EL NUEVO SISTEMA SANITARIO INDUSTRIAL




La crisis sanitaria desencadenada por la llegada del Covid-19 es un acontecimiento poliédrico. Su complejidad contrasta con la simplicidad de las miradas internas de los actores sanitarios. Así se constituye como un excedente que desborda las representaciones sociales de los profesionales y de la audiencia –más cautiva que nunca- que conforma la venerable opinión pública. Las realidades que permanecen ocultas a los actores, en tanto que sus piadosos esquemas de referencia no las contemplan, adquieren un volumen desmedido. En estos días proliferan los náufragos profesionales, sumidos en el desconcierto ante las políticas gubernamentales. En una situación así renacen las sagradas virtudes de la fe, la esperanza, y hasta la caridad, revalorizándose la paciencia en espera de la dádiva gubernamental.

Los acontecimientos se han producido velozmente, conformando un escenario en el que lo visible se contrapone a lo invisibilizado, y en el que conlleva una alta tasa de confusión. Mientras que el dispositivo mediático teje la narrativa de los héroes y moviliza a las masas encerradas y atemorizadas, la maquinaria política que sirve a las políticas neoliberales devasta el sistema sanitario, estableciendo una barrera insalvable entre unas élites profesionales nutridas y el contingente de temporeros movilizados para la ocasión. En los momentos solemnes de puesta en escena de esta leyenda, las élites profesionales desfilan con oficio y solemnidad junto a las autoridades, asumiendo para sí la gloria de lo que se entiende como una victoria contra el fantasmático virus.

La respuesta a esta crisis ha supuesto la aceleración del proceso de proletarización profesional, que en el caso de los médicos y enfermeras ha consolidado la nueva figura del temporero. Un contingente numeroso ha sido movilizado, para ser después desmovilizado y regresado al ejército de reserva profesional. El movimiento “somos necesarios” ha representado la voz de este precariado uniformado de blanco y verde. Las huelgas de los mir en Madrid y Valencia muestran su cruda realidad, que sanciona un cambio definitivo en su formación profesional. Ambos conflictos muestran el desconcierto de estos contingentes progresivamente desprofesionalizados. Lo que late en estas acciones es la desesperanza, al vivir la experiencia de un sistema sanitario dual, en el que los instalados en la red asistencial y de formación actúan sincronizadamente como verdaderos patrones industriales.

Los sectores debilitados y proletarizados se encuentran indefensos ante las estrategias mediáticas de los poderosos en el entramado profesional-industrial que conforma el sistema sanitario. Este aparece concertadamente en los medios audiovisuales, alcanzando el rango supremo de nueva experticia, pontificando acerca de sus saberes, sus máquinas, sus métodos y sus productos. La atemorizada audiencia asiste fascinada a esa ceremonia del próspero mercado audiovisual del miedo, en el que una nueva casta médica flirtea con las cámaras y protagoniza el espectáculo del heroísmo en ausencia de los temporeros movilizados para esta ocasión. Así, estos profesionales precarizados son expropiados y privados de sus propias aportaciones. Los aplausos contribuyen a su invisibilidad singular.

Un factor emergente fundamental acompaña a la crisis del Covid. Este es la degradación de la atención primaria. Los últimos signos emitidos por las autoridades, suenan inequívocamente a funeral grande de la misma. El hospitalocentrismo se consolida contundentemente en esta crisis. A la atención primaria le son asignadas funciones subsidiarias, pero es privada de su esencia, y, explícitamente, de una buena parte de su proyecto originario. El valor de una unidad de cuidados intensivos, asciende en la bolsa de valores sanitarios hasta niveles mayúsculos. En las grandes ciudades, los centros de salud llegan a ser cerrados y algunos de sus profesionales movilizados para contribuir al dispositivo de emergencias del hospital de Ifema en Madrid, o los hospitales de campaña que se extienden por distintos territorios.

Inmediatamente después del reflujo de contagios, los sectores profesionales más penalizados, los precarizados y la atención primaria, esperan alguna señal en el cielo gubernamental que indique que, cuanto menos, las aguas vuelvan a su cauce. Pero las señales emitidas por las autoridades parecen discurrir por el camino contrario. El fantasma del hospital de IFEMA se convierte en proyecto en ejecución de un hospital de epidemias, que consagra el giro sanitario hacia la preponderancia de los dispositivos de emergencias y urgencias, cuyas voces se encuentran sobrerrepresentadas en los platós.

Los sectores profesionales críticos se encuentran en una situación que se corresponde con el concepto “groggy”. Muchos esperan que se refuerce la atención primaria mediante nuevas incorporaciones de gentes que accedan al suceso milagroso que representa un contrato. Sin embargo, los hechos dicen lo contrario. Ni siquiera se contrata para las vacaciones y donde es posible, tienden a contratarse los rastreos como un servicio externalizado.  Las moderadas quejas en twitter de algunos relevantes profesionales contrastan con el silencio sepulcral de la mayoría, que se apresta a acomodarse en estas condiciones, en espera de algún milagro político que contribuya a desbloquear la situación.

Los tuits de Salvador Casado y otros, resultan explosivos, en tanto que desvelan unas condiciones en el que es imposible el ejercicio profesional. Pero el umbral de insensibilidad se encuentra muy alto. La audiencia es ajena a este acontecimiento, en tanto que se encuentra fascinada por el carnaval de las máquinas, los laboratorios, los tratamientos y las vacunas. Los novísimos expertos devienen en tertulianos que alimentan la ansiedad de tan agitados espectadores, en espera de una solución final en la que la ciencia se imponga sobre el fatídico virus. Este espectáculo congrega a una audiencia insólita, que estimula los mercados publicitarios. La Sexta ha multiplicado por tres su publicidad, debido al éxito de su apuesta por la puesta en escena de la biopolítica y sus emociones, entre las que la seguridad y el miedo representan un lugar privilegiado.

Pero el problema principal para los degradados en esta reconversión sanitaria, radica en el modo de conocer la realidad. Este se polariza al sistema sanitario, deteniéndose en sus fronteras. Más allá solo se aprecia el territorio nebuloso de lo que se entiende como política. En estas condiciones, su debilitación es inexorable, siendo desplazados a los márgenes del campo sanitario. La despolitización radical resulta un arma de suicidio masivo, que incrementa su indefensión ante otros segmentos profesionales en ascenso. No, el sistema sanitario no es una entidad aislada, sino, por el contrario, una parte de la sociedad, que en este tiempo se encuentra muy integrada. Lo global incide más que nunca en la configuración del sistema sanitario.

Un autor tan lúcido como Maurizio Lazzarato afirma que “Cincuenta años de neoliberalismo han mostrado que, por ejemplo, la salud pública, un dispositivo biopolítico por excelencia, se encuentra completamente investida por el capital, privatizada, con fondos recortados, con la introducción de una gestión “just in time”, con una lógica de cero camas desocupadas que representan cero “stock” de camas disponibles, como si se tratase de una industria automovilística. De ahí la falta de camas, de respiradores: no producían porque no querían almacenar, no querían perder dinero guardando y planificaban la producción para no tener dinero ocioso. La lógica actual de intervención del Estado no es aquella del “cuidado de la salud de la población”, sino la que se asegura de la productividad del hospital y de la estructura sanitaria”.

Los acontecimientos derivados de la irrupción del Covid, y la construcción del nuevo hospital de Valdebebas, definido como hospital para pandemias, parecen respaldar las palabras de Lazzarato. Sí, se evidencia la naturaleza de factoría industrial del sistema sanitario, en la que las oscilaciones de la demanda revalorizan las estrategias de justo a tiempo. Así, la movilización de los reservistas parece coherente con el modelo. También el declive de la atención primaria, en tanto que declina el cuidado de la salud de la población, entendido en términos convencionales. El es una factoría de diagnósticos y tratamientos, homologada con las grandes factorías de producción industrial y de servicios.

Las actuaciones de las autoridades sí tienen una lógica desde esta perspectiva global. Lazzarato asegura que “La actual crisis provocada por el Covid-19 es una muestra de un capitalismo moribundo, lo cual no significa que vaya a desaparecer así porque sí: ya sabemos que es un sistema que vive de crisis. El problema es que, para el capitalismo, incluso la vida es un problema de generación de renta. No hay nada humanitario en él, porque todo está puesto en función de la circulación y concentración de dinero, de poder económico. Por eso vinculo a la crisis ecológica como parte de esta crisis pandémica: una está ligada a la otra […]  Con la financiarización, muchos oligopolios farmacéuticos han cerrado sus unidades de investigación y se limitan a comprar patentes de empresas nuevas para poseer el monopolio de la innovación. Gracias al control monopolista, luego ofrecen medicamentos a precios exorbitantes, lo que reduce su acceso por parte de los enfermos. Gilead Sciences Inc., por ejemplo, además de tener enormes dividendos por la patente del medicamento contra la hepatitis C, es también quien tiene el medicamento más prometedor contra el Covid-19. Pero si estos chacales no son expropiados, si los oligopolios de las Big Pharms no son destruidos, cualquier política de salud pública es imposible. Los sectores de “salud” no se rigen por la lógica biopolítica de “cuidar a la población” ni por la “necropolítica”, igualmente genérica. Están ordenados por dispositivos precisos, meticulosos, racionales en su locura, violentos en su desempeño, para la producción de ganancias e ingresos”.

Desde una posición estática y localizada en el interior del sistema, las políticas sanitarias pueden ser percibidas como un conjunto de errores de gestión y catástrofes políticas. Pero, desde una mirada global exterior, las políticas tienen una lógica contundente. El proceso actual opera en la dirección de transformar un sistema de cuidado de la salud de la población, en el que la atención primaria es relevante, sustituyéndolo por un sistema industrial en el que la productividad de los dispositivos y las máquinas generen un alto valor económico.  El hospital de IFEMA no es una fantasmagoría de una clase política representada en los depredadores del suelo madrileños, sino un requerimiento del nuevo sistema de salud focalizado a la obtención de valor para el crecimiento de la economía.

El problema, entonces, radica en que los sectores profesionales degradados en esta reconversión, no han entendido el mensaje. Los cuantiosos vecinos de los pueblos madrileños, se deben conformar con un servicio mínimo, minimalizado y minimalista, en tanto que avanza la constitución de las sinergias entre los laboratorios, las máquinas y los dispositivos industriales de tratamiento. Lo más paradójico de esta realidad, es que a esto le llaman "salvar vidas". Pero es que lo mediático es inevitablemente así, la inversión de la realidad. 

1 comentario:

  1. Hola Juan,
    descarnado análisis de la realidad, que bien demuestras que huele a difuntos.
    La sinergia de los porteadores del féretro, satisfechos por ya no tener que ver pacientes presenciales, con la excusa del Covid19, con las tesis más mercantilistas de los políticos seducidos por el brillo de los acristalados templos, termina por satanizar a la AP como rémora al desarrollo, la modernidad, el futuro, como tal fuera el bisonte de las praderas americanas, para el que se abrió la veda, hasta su casi completa extinción.
    La Atención Primaria no puede no estar politizada, pues forma parte nuclear del equilibrio de supervivencia social, pero tal vez, ante su próxima extinción, pueda, buena parte de la sociedad, movilizarse y alinearse en defensa conservacionista de la misma.
    Pero para eso el profesional ha de sentir que ha de volver a serlo, puesto que lleva años acomodado, básicamente el instalado, lógicamente, a su funcionaria condición.
    ¿Qué pena va a sentir nadie en salvar a un funcionario?
    ART

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