La crisis
sanitaria desencadenada por la llegada del Covid-19 es un acontecimiento
poliédrico. Su complejidad contrasta con la simplicidad de las miradas internas
de los actores sanitarios. Así se constituye como un excedente que desborda las
representaciones sociales de los profesionales y de la audiencia –más cautiva
que nunca- que conforma la venerable opinión pública. Las realidades que
permanecen ocultas a los actores, en tanto que sus piadosos esquemas de
referencia no las contemplan, adquieren un volumen desmedido. En estos días
proliferan los náufragos profesionales, sumidos en el desconcierto ante las
políticas gubernamentales. En una situación así renacen las sagradas virtudes
de la fe, la esperanza, y hasta la caridad, revalorizándose la paciencia en
espera de la dádiva gubernamental.
Los
acontecimientos se han producido velozmente, conformando un escenario en el que
lo visible se contrapone a lo invisibilizado, y en el que conlleva una alta
tasa de confusión. Mientras que el dispositivo mediático teje la narrativa de
los héroes y moviliza a las masas encerradas y atemorizadas, la maquinaria
política que sirve a las políticas neoliberales devasta el sistema sanitario,
estableciendo una barrera insalvable entre unas élites profesionales nutridas y
el contingente de temporeros movilizados para la ocasión. En los momentos
solemnes de puesta en escena de esta leyenda, las élites profesionales desfilan
con oficio y solemnidad junto a las autoridades, asumiendo para sí la gloria de
lo que se entiende como una victoria contra el fantasmático virus.
La respuesta
a esta crisis ha supuesto la aceleración del proceso de proletarización
profesional, que en el caso de los médicos y enfermeras ha consolidado la nueva
figura del temporero. Un contingente numeroso ha sido movilizado, para ser
después desmovilizado y regresado al ejército de reserva profesional. El
movimiento “somos necesarios” ha representado la voz de este precariado uniformado
de blanco y verde. Las huelgas de los mir en Madrid y Valencia muestran su
cruda realidad, que sanciona un cambio definitivo en su formación profesional.
Ambos conflictos muestran el desconcierto de estos contingentes progresivamente
desprofesionalizados. Lo que late en estas acciones es la desesperanza, al
vivir la experiencia de un sistema sanitario dual, en el que los instalados en
la red asistencial y de formación actúan sincronizadamente como verdaderos
patrones industriales.
Los sectores
debilitados y proletarizados se encuentran indefensos ante las estrategias
mediáticas de los poderosos en el entramado profesional-industrial que conforma
el sistema sanitario. Este aparece concertadamente en los medios audiovisuales,
alcanzando el rango supremo de nueva experticia, pontificando acerca de sus
saberes, sus máquinas, sus métodos y sus productos. La atemorizada audiencia
asiste fascinada a esa ceremonia del próspero mercado audiovisual del miedo, en
el que una nueva casta médica flirtea con las cámaras y protagoniza el
espectáculo del heroísmo en ausencia de los temporeros movilizados para esta
ocasión. Así, estos profesionales precarizados son expropiados y privados de
sus propias aportaciones. Los aplausos contribuyen a su invisibilidad singular.
Un factor
emergente fundamental acompaña a la crisis del Covid. Este es la degradación de
la atención primaria. Los últimos signos emitidos por las autoridades, suenan
inequívocamente a funeral grande de la misma. El hospitalocentrismo se
consolida contundentemente en esta crisis. A la atención primaria le son asignadas
funciones subsidiarias, pero es privada de su esencia, y, explícitamente, de
una buena parte de su proyecto originario. El valor de una unidad de cuidados
intensivos, asciende en la bolsa de valores sanitarios hasta niveles
mayúsculos. En las grandes ciudades, los centros de salud llegan a ser cerrados
y algunos de sus profesionales movilizados para contribuir al dispositivo de
emergencias del hospital de Ifema en Madrid, o los hospitales de campaña que se
extienden por distintos territorios.
Inmediatamente
después del reflujo de contagios, los sectores profesionales más penalizados,
los precarizados y la atención primaria, esperan alguna señal en el cielo
gubernamental que indique que, cuanto menos, las aguas vuelvan a su cauce. Pero
las señales emitidas por las autoridades parecen discurrir por el camino
contrario. El fantasma del hospital de IFEMA se convierte en proyecto en
ejecución de un hospital de epidemias, que consagra el giro sanitario hacia la
preponderancia de los dispositivos de emergencias y urgencias, cuyas voces se
encuentran sobrerrepresentadas en los platós.
Los sectores
profesionales críticos se encuentran en una situación que se corresponde con el
concepto “groggy”. Muchos esperan que se refuerce la atención primaria mediante
nuevas incorporaciones de gentes que accedan al suceso milagroso que representa
un contrato. Sin embargo, los hechos dicen lo contrario. Ni siquiera se
contrata para las vacaciones y donde es posible, tienden a contratarse los
rastreos como un servicio externalizado.
Las moderadas quejas en twitter de algunos relevantes profesionales
contrastan con el silencio sepulcral de la mayoría, que se apresta a acomodarse
en estas condiciones, en espera de algún milagro político que contribuya a
desbloquear la situación.
Los tuits de
Salvador Casado y otros, resultan explosivos, en tanto que desvelan unas
condiciones en el que es imposible el ejercicio profesional. Pero el umbral de
insensibilidad se encuentra muy alto. La audiencia es ajena a este
acontecimiento, en tanto que se encuentra fascinada por el carnaval de las
máquinas, los laboratorios, los tratamientos y las vacunas. Los novísimos
expertos devienen en tertulianos que alimentan la ansiedad de tan agitados espectadores,
en espera de una solución final en la que la ciencia se imponga sobre el
fatídico virus. Este espectáculo congrega a una audiencia insólita, que
estimula los mercados publicitarios. La Sexta ha multiplicado por tres su
publicidad, debido al éxito de su apuesta por la puesta en escena de la
biopolítica y sus emociones, entre las que la seguridad y el miedo representan
un lugar privilegiado.
Pero el
problema principal para los degradados en esta reconversión sanitaria, radica
en el modo de conocer la realidad. Este se polariza al sistema sanitario,
deteniéndose en sus fronteras. Más allá solo se aprecia el territorio nebuloso
de lo que se entiende como política. En estas condiciones, su debilitación es
inexorable, siendo desplazados a los márgenes del campo sanitario. La
despolitización radical resulta un arma de suicidio masivo, que incrementa su
indefensión ante otros segmentos profesionales en ascenso. No, el sistema
sanitario no es una entidad aislada, sino, por el contrario, una parte de la sociedad,
que en este tiempo se encuentra muy integrada. Lo global incide más que nunca
en la configuración del sistema sanitario.
Un autor tan
lúcido como Maurizio Lazzarato afirma que “Cincuenta
años de neoliberalismo han mostrado que, por ejemplo, la salud pública, un
dispositivo biopolítico por excelencia, se encuentra completamente investida
por el capital, privatizada, con fondos recortados, con la introducción de una
gestión “just in time”, con una
lógica de cero camas desocupadas que representan cero “stock” de camas
disponibles, como si se tratase de una industria automovilística. De ahí la
falta de camas, de respiradores: no producían porque no querían almacenar, no
querían perder dinero guardando y planificaban la producción para no tener
dinero ocioso. La lógica actual de intervención del Estado no es aquella del
“cuidado de la salud de la población”, sino la que se asegura de la
productividad del hospital y de la estructura sanitaria”.
Los
acontecimientos derivados de la irrupción del Covid, y la construcción del
nuevo hospital de Valdebebas, definido como hospital para pandemias, parecen
respaldar las palabras de Lazzarato. Sí, se evidencia la naturaleza de
factoría industrial del sistema sanitario, en la que las oscilaciones de la
demanda revalorizan las estrategias de justo
a tiempo. Así, la movilización de los reservistas parece coherente con el
modelo. También el declive de la atención primaria, en tanto que declina el
cuidado de la salud de la población, entendido en términos convencionales. El
es una factoría de diagnósticos y tratamientos, homologada con las grandes
factorías de producción industrial y de servicios.
Las
actuaciones de las autoridades sí tienen una lógica desde esta perspectiva
global. Lazzarato asegura que “La actual crisis provocada por el Covid-19 es
una muestra de un capitalismo moribundo, lo cual no significa que vaya a
desaparecer así porque sí: ya sabemos que es un sistema que vive de crisis. El
problema es que, para el capitalismo, incluso la vida es un problema de
generación de renta. No hay nada humanitario en él, porque todo está
puesto en función de la circulación y concentración de dinero, de poder
económico. Por eso vinculo a la crisis ecológica como parte de esta crisis
pandémica: una está ligada a la otra […]
Con la financiarización, muchos oligopolios farmacéuticos han cerrado
sus unidades de investigación y se limitan a comprar patentes de empresas
nuevas para poseer el monopolio de la innovación. Gracias al control
monopolista, luego ofrecen medicamentos a precios exorbitantes, lo que reduce
su acceso por parte de los enfermos. Gilead Sciences Inc., por ejemplo, además
de tener enormes dividendos por la patente del medicamento contra la hepatitis
C, es también quien tiene el medicamento más prometedor contra el Covid-19.
Pero si estos chacales no son expropiados, si los oligopolios de las Big Pharms no son destruidos,
cualquier política de salud pública es imposible. Los sectores de “salud” no se
rigen por la lógica biopolítica de “cuidar a la población” ni por la
“necropolítica”, igualmente genérica. Están ordenados por dispositivos
precisos, meticulosos, racionales en su locura, violentos en su desempeño, para
la producción de ganancias e ingresos”.
Desde una
posición estática y localizada en el interior del sistema, las políticas
sanitarias pueden ser percibidas como un conjunto de errores de gestión y
catástrofes políticas. Pero, desde una mirada global exterior, las políticas
tienen una lógica contundente. El proceso actual opera en la dirección de
transformar un sistema de cuidado de la salud de la población, en el que la
atención primaria es relevante, sustituyéndolo por un sistema industrial en el
que la productividad de los dispositivos y las máquinas generen un alto valor
económico. El hospital de IFEMA no es
una fantasmagoría de una clase política representada en los depredadores del
suelo madrileños, sino un requerimiento del nuevo sistema de salud focalizado a
la obtención de valor para el crecimiento de la economía.
El problema, entonces, radica en que los sectores profesionales degradados en esta reconversión, no han entendido el mensaje. Los cuantiosos vecinos de los pueblos madrileños, se deben conformar con un servicio mínimo, minimalizado y minimalista, en tanto que avanza la constitución de las sinergias entre los laboratorios, las máquinas y los dispositivos industriales de tratamiento. Lo más paradójico de esta realidad, es que a esto le llaman "salvar vidas". Pero es que lo mediático es inevitablemente así, la inversión de la realidad.
Hola Juan,
ResponderEliminardescarnado análisis de la realidad, que bien demuestras que huele a difuntos.
La sinergia de los porteadores del féretro, satisfechos por ya no tener que ver pacientes presenciales, con la excusa del Covid19, con las tesis más mercantilistas de los políticos seducidos por el brillo de los acristalados templos, termina por satanizar a la AP como rémora al desarrollo, la modernidad, el futuro, como tal fuera el bisonte de las praderas americanas, para el que se abrió la veda, hasta su casi completa extinción.
La Atención Primaria no puede no estar politizada, pues forma parte nuclear del equilibrio de supervivencia social, pero tal vez, ante su próxima extinción, pueda, buena parte de la sociedad, movilizarse y alinearse en defensa conservacionista de la misma.
Pero para eso el profesional ha de sentir que ha de volver a serlo, puesto que lleva años acomodado, básicamente el instalado, lógicamente, a su funcionaria condición.
¿Qué pena va a sentir nadie en salvar a un funcionario?
ART