La
catástrofe del Covid-19 en España, que combina la alta incidencia y mortalidad
con la suspensión del sistema productivo y el confinamiento total de la
población, es un acontecimiento que ha desbordado las capacidades perceptivas,
tanto de los analistas como las de las personas. La gradual salida del encierro
supone la comparecencia de testigos que van a desvelar las facetas más duras de
estos días oscuros. En ausencia de otras instituciones capaces de abordar las
realidades vividas, estas terminan por judicializarse. La catarata de denuncias
y testimonios va a nutrir a los medios, estimulados por este nuevo mercado
audiovisual del dolor, la muerte y la negligencia política y sanitaria. La
ironía de la historia, se materializa en este caso, en que los aplausos en los
balcones van a abrir paso a las iras incontenibles e inducidas.
En una
sociedad como la española, que manifiesta un nivel de inteligencia crítica muy
cercano al cero, y en la que la universidad y la cultura se ausentan de lo político
y lo social desde la misma transición, parapetándose bajo el paraguas de los poderes fácticos, es
irremediable que este asunto termine por ubicarse en las instituciones
políticas, en las que los partidos se culpan mutuamente de lo sucedido en una
secuencia interminable de infamias. El abandono de los ancianos internados en
las residencias y de aquellos que habitan en soledad en sus domicilios, es un
problema inequívocamente estructural, que visibiliza las carencias escandalosas
de los servicios sociales, así como del “mejor sistema sanitario del mundo”. Este
es un episodio que muestra las miserias de las políticas públicas de tan
flamante y modernizada sociedad. El silencio sepulcral de la profesión médica
ante la catástrofe vírica y la asistencial, se inscribe en el molde de “la
obediencia debida”, proyectando la responsabilidad hacia arriba, a los mandos
políticos. Pero, en los próximos meses, va a salir a la superficie la
inconsistencia de la ética en situaciones
de emergencia sanitaria, así como sus dilemas y sus agujeros negros.
En este
ambiente hipermediatizado de crispación, en el que se van a proyectar los
sentimientos de hostilidad incubados en el encierro, va a tener lugar la
deliberación pública del sacrificio de los ancianos internados, laminados de
facto de la asistencia sanitaria universal. La manipulación política va
alcanzar cuotas inimaginables, según se vayan acumulando las historias y los
testimonios, apareciendo las primeras grietas en la pétrea ley del silencio
ejercida por las profesiones sanitarias. Los huracanes de emociones se van a
suceder, reemplazando a una reflexión sólida de las políticas sociales y
sanitarias, que quedan a merced del mercado y la mirada liviana de los medios.
En este
contexto quiero suscitar una cuestión fundamental, que es el problema de fondo
por el que los internados en residencias han sido sacrificados sin
consideración alguna. Esta es la preponderancia de los criterios médicos en una
sociedad tan medicalizada. En esta, la historia clínica deviene en una
sentencia social y cotidiana, para aquellas personas portadoras de diagnósticos
o de lo que se entiende por discapacidades. Siendo diagnosticado con diabetes
de tipo 2 en 1986, un ilustre endocrino me dijo que podía ir a la playa,
incluso darme un chapuzón, siempre con precaución por supuesto. Así, el
diagnóstico implicaba una condena a ser dependiente en mi vida cotidiana. Desde
entonces he metido mi cuerpo en varios mares, en todos los que he podido, y
detesto la naturaleza constrictiva y coercitiva de los diagnósticos.
La clausura
de las residencias de ancianos a la atención médica, no se puede comprender sin
la apelación al papel que representan los diagnósticos médicos. Estos son
acumulados en las historias clínicas, que son reinterpretadas por los demiurgos
del mercado del trabajo, por las industrias del imaginario y por la sociedad
medicalizada. Así se produce un fenómeno de conversión de las personas con un
alto índice combinado de años y diagnósticos, en verdaderos reos, que son
lapidados públicamente mediante una lluvia de diagnósticos-piedras. Los
operadores de la factoría de la salud totalitaria lo escriben y lanzan la
primera piedra, pero son seguidos por las instituciones y las huestes
mediatizadas y medicalizadas que pueblan toda la vida y la sociedad.
Los mayores
se encuentran inexorablemente insertos en un proceso de decadencia biológica,
pero eso no los incapacita para el ejercicio de múltiples actividades de la
vida. La historia clínica hace inventario de las dolencias y problemas
experimentado por su portador. Estos son calificados mediante un conjunto de
palabrotas diagnósticas que se asocian a un espíritu punitivo, que conforma una
condena y un estigma. El portador debe ser vigilado y supervisado en nombre de
la ciencia médica, reconfigurándose como un ciudadano de segundo orden, un ser
patologizado. La medicalización de las sociedades contemporáneas ha llegado un
nivel en el que los diagnosticados son marcados en otras estructuras, como el
trabajo, el ocio y otras.
La visión
médica implica que una persona es definida por el sumatorio de diagnósticos
inventariado en la historia. La mirada médica adquiere una preponderancia
inquietante. Porque, aún admitiendo que los diagnósticos implican limitaciones
variables, el centro de una persona no es el estado de salud. Más allá de este,
existen un conjunto de dimensiones que influyen en distinta medida en las
actividades que conforman la vida. Cada cual no es, principalmente, su
historial médico. Una persona es mucho más que eso, incluso diría que es otra
cosa que eso. Me inquieta mucho que, al ser etiquetado como diabético, esto
implique ser homologado con otros diabéticos con los que no comparto otra cosa
que la avería en el pinche páncreas.
Los ancianos
internados han sido reducidos, en el interior de su confinamiento permanente, a
sus historias clínicas, siendo sentenciados a una vida asistida, y en lo que lo
principal radica en subsistir con la carga de su paquete diagnóstico. Así,
sancionado por la medicina y epidemiología como un grupo dependiente y
subordinado, han creado las condiciones por las que han sido brutalmente
excluidos de la asistencia en la catástrofe del coronavirus. Los diagnósticos han devenido en un arma de
destrucción masiva, en un arsenal de materiales destructivos, que descalifican
severamente a sus portadores. Cuando un segmento de población es descalificado
mediante su etiquetación diagnóstica, adquiere la condición de vulnerable. En
mi opinión, esa palabrota “vulnerable”, implica dependencia de operadores
externos profesionales, que tratan a los afectados despojándolos de su
condición individual. He tenido muchos desencuentros en consultas médicas
cuando he percibido que era tratado como un caso y no como una persona. La casi
totalidad de la gente que me ha tratado, o, más bien, ha intentado tratarme, lo
ha hecho manejando un diagnóstico alojado en mi cuerpo, prescindiendo sin
consideraciones de Juan.
En la crisis
del Covid-19 el sistema sanitario ha trabajado según las pautas prevalentes en esta
institución, que se muestra ahora nítidamente como una fábrica de diagnósticos
y tratamientos. La lógica industrial ha priorizado que se conceda prioridad a
los productos de mayor calidad, desechando aquellos afectados por el riesgo de
las imperfecciones. Así, ha funcionado la lógica de la pirámide de
diagnósticos. Los pacientes pluripatológicos y portadores de diagnósticos
fatales han sido desplazados, siendo sacrificados a la eficacia del conjunto
del sistema. Esta operación, invisible a la mirada de la sociedad, va a
reflotar en los próximos meses, compareciendo distintos casos que son más que
discutibles desde las coordenadas de cualquier ética. Después de los días del
virus, siguen días en los que se manifestarán episodios de cólera.
Termino
presentando a varios ancianos insignes, que han roto el estigma recombinado de
la edad y la salud, entendida como el recuento de diagnósticos especificado en
su historia clínica, en la que cada especialista añade una hoja fatal, que
termina unificando la atención primaria, que representa una sentencia a su
autonomía personal. Muchos de ellos han vivido sus vidas intensamente, al igual
que sus días de declive físico, pero conservando su vitalidad. Las huellas de
sus vivencias tienen que estar presentes en sus hígados, cerebros, sistemas
circulatorios y otros ilustres componentes de su entidad biológica. Pero sus
prácticas vitales, fundadas en su espíritu creativo y vigoroso, compensan sobradamente
sus hándicaps. Como reza la célebre canción del caballo viejo “Pero no se dan de cuenta que un corazón
amarrao', Cuando le sueltan la rienda, Es caballo desbocao'”. Cualquier
revisión de las políticas públicas, tiene que asumir soltar las riendas a los
portadores de cumpleaños y diagnósticos acumulados.
La primera
anciana sublime es Chavela Vargas. En el video comparece su rostro tan
enigmático y bello, dotado de arrugas y en donde se han depositado todas las
vicisitudes de una vida que ha sido todo menos neutra. Su imagen es descartada
por el complejo de dermatólogos, médicos estéticos, así como por los distintos
profesionales de la legión estética, acompañados por los industriosos
operadores del extraño mundo industrial de la imagen ¿Os imagináis su historia
clínica? A Chavela ni siquiera le permitirían darse el chapuzón vigilado. Sí
querida Chavela, este mundo es cada vez más raro para una sensibilidad suprema
como la tuya.
Nuria Espert
es una persona especial para mí, en todas mis épocas. De niño, su imagen
suscitaba efectos prodigiosos en mi sensibilidad en aquella España de blanco y
negro. El choque que provocaba su presencia imponente en mí era definitivo. Su
inteligencia y sensualidad alcanzaban lo sublime. Siempre he estado enamorado
de ella, que me interpela con el teatro, una actividad que tiene para mí un misterio
indescifrable. Mi admiración se ha reproducido en los distintos tiempos. Aquí
la presento en un video del premio que recibió en Asturias. Siento mucho que
aparezcan en él muchas personas que representan justo lo contrario a las artes
escénicas, pero en el contraste la figura de Nuria adquiere un esplendor
inigualable. Es tan hermosa que me produce una turbación indescriptible. En su
figura se concitan todas las virtudes imaginables. En su caso no puedo pensar
siquiera la presencia de un diagnóstico. Nuria se encuentra mucho más allá de
cualquier historia clínica, reduciendo lo biológico a un factor poco
significante de su persona.
Borges
representa en mi imaginario personal el arquetipo de la belleza. Sus obras
suscitan en mí algo similar a una inmersión en un mundo completamente diferente
al que vivo. Esto me ha sucedido en todas las épocas. Esta entrevista presenta
un Borges muy anciano y desgastado, pero que conserva su inteligencia literaria
y su porte prodigioso. Imagino lo que diría más de un neurólogo ante este
video, conformándolo como sospechoso de varios diagnósticos estigmáticos. En
estas imágenes, su declive no puede ocultar su grandeza.
Chomsky es
otra de las personas que se ubica en mi vida en todos los tiempos. En este
video, el viejo Chomsky acredita su lucidez intacta y su espíritu vital fundado
en una vida en un medio adverso. Su grandeza ética inconmensurable, acreditada
aquí en contra del estigma resultante de la suma de los años y los
diagnósticos. La inteligencia y la integridad de este sublime anciano, adquiere
esplendor por contraste con la gran mayoría de pensadores de generaciones
siguientes, anudados por las grandes corporaciones e instituciones.
Los Roling
Stones representan un modelo de envejecimiento en el que se hace patente el
declive físico con la conservación de su espíritu de los sesenta. Su creatividad
y sus músicas constituyen un desafío a la biología y sus determinismos. Imagino
la reacción de Jagger ante la limitación horaria de sus paseos y de sus
actividades. Puedo intuir que el sumatorio de diagnósticos de los cuatro en
vidas tan plenas podía desbordar varias sesiones clínicas y reventar las
interconsultas de cualquier hospital. Mi devoción por Keit Richards es máxima.
En este video tenía 73 años. Ahora tiene 76 y se ha emancipado completamente de
las segmentaciones por edad que hacen los gestores de poblaciones.
Todas estas
personas forman parte del pelotón de autoexcluidos de la dictadura geriátrica
que reduce a las personas de edad a los diagnósticos que portan, así como de
candidatos inminentes a la aparición de diagnósticos nuevos. Escribiendo he
recordado a los bluesman sublimes y longevos, que viven intensamente sus
músicas hasta el último momento. La lapidación diagnóstica ha funcionado como
la condición esencial para su exclusión en la operación institucional de la determinación de las prioridades. Seguiré próximamente con este tema, tratando de
distanciarme de las contingencias del lodazal político/mediático/judicial. Pero
no quiero contribuir al silencio, ni admitir que esta es una cuestión de
expertos.
Irigoyen, no sé cuánto de razón tienes tus reflexiones; en lo que no hay duda es que siempres nos haces pensar, poner en cuarentena nuestras apreciaciones, autocuestionarnos y cuestionar, motivarnos por ir más allá del debate público. Nos hace sorprendernos y afilar nuestras presunciones; revolucionas el status quo intelectual y nos pones freno al pensamiento antes de acelerar. No dejes de inquietarnos. Saludos.
ResponderEliminarEste es el comentario que he recibido en el blog más satisfactorio para mí en función de mis propósitos. Es lo que he hecho treinta años como docente cara a cara con los beneficiarios y las víctimas. Precisamente lo recibo hoy que es mi cumpleaños. Como se dice ahora, es todo un regalazo.
ResponderEliminarEzkerrikasko y doble felicitación para ti Juan Irigoyen, por tu ímpetu y entrega. En particular en este día en que celebras el aniversario de tu llegada a este bello Planeta al que tus padres acertaron al a-traerte al mismo.
ResponderEliminarUn saludo amigo.
Iulen
Siéntase muy satisfecho, profesor.
ResponderEliminarAunque hablemos poco, somos legión los que le seguimos y reflexionamos en profundidad gracias a usted.
Espero que ese sembrar que hace años que practica vaya dando sus frutos.
Un muy afectuoso, peses no conocernos, saludo. Y, aunque con retraso, feliz cumpleaños!