La crisis
del Covid-19 ha situado a la salud pública, entendida como salud colectiva, en
el centro de la vida social. En la nueva situación, los profesionales salubristas,
siempre subordinados al imperio de la asistencia médica - concentrada principalmente
en los hospitales y en donde nunca se pone el sol - han adquirido una
importancia inusitada. Situados en la cúspide del estado, adquieren la
competencia de regular la totalidad de la vida cotidiana de toda la población,
respaldados por los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, los medios de
comunicación y las legiones movilizadas por el miedo. El Covid-19 instaura
súbitamente el milagro de hacer efectivo el sueño salubrista acerca del control
efectivo de la población para incrementar el nivel de salud de la misma.
Los
dispositivos de la salud pública han desarrollado sus actuaciones dirigidas a
determinados colectivos o a la población general mediante un conjunto de
métodos cuya pretensión era cambiar los comportamientos mediante la persuasión
e influencia. Los resultados obtenidos son, en general, muy modestos. La
envergadura de los dispositivos sociales, principalmente instalados en el
mercado, que influyen negativamente en la salud es colosal. Así, apenas se han desarrollado métodos
basados en la coacción, sólo en el caso de los colectivos marginalizados. Pero
la emergencia vírica ha legitimado la intervención basada en la coacción. Tras
el confinamiento, esta apoteosis de coerción parece haber ofrecido buenos resultados
en el control de la pandemia. Sin embargo, esta realidad es manifiestamente engañosa. En
los próximos meses comparecerán los efectos negativos del encierro en términos
de salud, así como en el sistema sanitario, dañado y obligado a cerrarse sobre
sí mismo y establecer una selección efectiva de los pacientes a tratar.
El estado de
excepción sanitario que ha rehabilitado al salubrismo, catapultando a algunos
de sus ilustres miembros al olimpo mediático, ha generado un estado de euforia
entre los epidemiólogos y salubristas, que se encuentran reconocidos
socialmente, en contraste con su inexistencia mediática y política anterior a
la llegada del virus. La licencia para rastrear las relaciones de los
infectados y sospechosos, remite a la insigne función de detectives de la vida,
que es un supuesto subyacente que siempre he confirmado en mis interacciones
con esta comunidad científica, aspirante a la instauración de una gran
racionalización de la vida. El desayuno de los niños, el ocio saludable de los
jóvenes, el sujeto sano liberado de enfermedades o adicciones, son figuras que
representan el imaginario de la salud entendida en formulaciones inscritas en
lo místico.
Pero el
estado de euforia vigente en esta comunidad científica, se encuentra
inevitablemente con los mismos problemas de salud que antes de la llegada del
nuevo Alien, huésped indeseable que se
asienta en los cuerpos arbitrariamente. En los problemas estructurales de la
salud colectiva no es posible utilizar métodos coactivos, en tanto que los agentes de
comportamientos poco saludables son grandes estructuras sistémicas que
desempeñan un papel fundamental en el sistema productivo. Esta es la razón por
la que he decidido recordar los grandes problemas existentes en la promoción de
la salud y la eficacia en la intervención. He rescatado un modelo que utilicé
en mis clases y en algunas intervenciones en foros profesionales de salud comunitaria.
Estas son las falacias de Polgar. Este es un antropólogo norteamericano que en
los años cincuenta del pasado siglo colaboró en distintos programas de salud
pública haciendo aportaciones fértiles.
Sus
falacias, representan una sabiduría encomiable, y pueden sintetizarse en el
precepto de que nadie es propietario de la población o de un sector de esta. Por
el contrario, la población es un sistema vivo y abierto que resulta de la
diversidad de las estructuras y de los procesos de interacción social. En este
sistema nadie es otra cosa que un agente que puede influir el estado del campo
total, pero que se encuentra limitado por el curso de otros procesos. Las
iniciativas en el campo de la Salud Comunitaria u otras formulaciones
equivalentes, son ejecutadas por una agencia especializada, que tan solo ocupa
una posición en el campo social total. En estas condiciones, la factibilidad de
modificar las estructuras que generan los problemas o las condiciones de vida
de la gente, que determinan sus prácticas - que siempre son invenciones
sociales nacidas en este suelo - es, cuanto menos, muy limitada.
La
problemática de la intervención en salud se encuentra determinada por una
cuestión esencial: los agentes que intervienen proceden a la reducción del
campo social total mediante una gran distorsión. Así se atribuyen la totalidad
de la autoridad y reducen a la población objeto de la intervención a una
homogeneidad y simplicidad descomunal. En este sentido cumplen con el sabio
precepto enunciado por Nicolás De Cusa, teólogo y filósofo alemán, que dice que
“Donde quiera que se halle el observador pensará que está en el centro”. Esta
es la tragedia de muchos proyectos en el presente, el sesgo de sus promotores
en cuanto a su ubicación en el campo social. Así, la promoción de la salud se
encuentra afectada por una suerte de etnocentrismo que moldea artificialmente
la sociedad en torno a su posición. He conocido distintas teorizaciones al
respecto, que varían en el tiempo, desde la mitología de los consejos locales
de salud, o a los activos de salud, que implican lecturas de la realidad en la
que la multiplicidad de agentes sociales se encuentran subordinados en la
galaxia imaginaria de la salud.
Polgar
define cuatro falacias, presentes en las intervenciones de salud pública, que
disminuyen la eficacia de los programas de intervención. Estas son
independientes unas de las otras, aunque he vivido en distintas ocasiones la
recombinación entre ellas. Estas son: La falacia del Arca Vacía; La falacia de
la Cápsula Separada; La falacia de la Pirámide Única, y la falacia de los
Rostros Intercambiables.
La falacia
del Arca Vacía es la propensión a actuar como si el sistema social receptor se
encontrase vacío por la inexistencia de culturas populares y prácticas sociales
con respecto a la salud y a la asistencia. Así, la intervención se concibe
según la metáfora del trasplante. La información científica y profesional es
vehiculada a los receptores, entendidos como vasos vacíos que es preciso
rellenar con raciones de información. Los métodos utilizados en muchas
intervenciones se asemejan a los modelos coloniales, en los que “los salvajes”
deben ser instruidos por los colonizadores. Durante muchos años he vivido en primera
persona este tipo de acción en el Plan Nacional de Drogas y sus constelaciones
asociadas. En sus actividades no existe, ni puede existir, el diálogo
recíproco. Parte de una condena del sujeto consumidor que debe ser salvado
mediante su salida guiada de su medio social y su tratamiento, del que se debe
obtener su adhesión.
El supuesto
que rige el Arca Vacía imposibilita la construcción de una alternativa
determinada por la relación de ambas partes, y que tenga en cuenta los saberes
(representaciones sociales) y prácticas de los afectados. Se trata de exportar
el paquete saludable en su integridad para ser instalado en los destinatarios. El
fracaso estrepitoso de las intervenciones en alimentación, alcohol, drogas y
otros campos es patente. Así se forja un mundo social segregado, propio de los
equipos de intervención, que asumen supuestos que son manifiestamente
fundamentalistas con respecto a la vida diaria. La asunción del arca vacía
convierte en marginales a los dispositivos de intervención. He vivido episodios
fantásticos de automarginación labrada como una excelsa obra de arte. La
cruzada contra las bebidas alcohólicas, la bollería industrial y la comida
rápida termina mediante el hundimiento de la flota saludable salvadora.
El vaciado
de los sujetos destinatarios y sus mundos sociales se extiende a la
investigación. He visto numerosos estudios realizados con metodologías
cualitativas en los que los investigadores imponen sus definiciones y
convierten a los investigados en sujetos afectados por la ecolalia. La
reducción de la investigación a la metodología utilizada, en ausencia de la
reflexión, cierra las puertas a cualquier indagación. He sentido mucha
vergüenza en la exposición de trabajos que se referenciaban en la
investigación-acción o participativa, que refrendaban las hipótesis de los
investigadores en una apoteosis de negación de la especificidad de los
supuestamente investigados, convertidos de facto en cobayas.
La falacia
de la Cápsula Separada se puede definir por la tendencia a establecer los
límites de la intervención sanitaria en términos de representaciones sociales y
prácticas exclusivas, aisladas de la integridad de las personas y sus
contextos. Aquí se suscita el dichoso problema de la (ultra)sectorialidad. La
salud es una cosa, la educación otra y los problemas sociales otra distinta. Un
proyecto sectorial segrega al sujeto destinatario del conjunto de su propia
persona y ambiente, disgregando sus necesidades. Esta falacia tiene como efecto
perverso la lluvia de intervenciones desintegradas, cuando no rivales, en un
mismo espacio social. El aspecto más negativo de las cápsulas separadas radica,
no sólo en que los resultados tienen un techo bajo, sino en que cada red
interviniente plantea su acción en términos de cooptar nativos para su proyecto, desplazando a sus propios objetivos
específicos.
La falacia
de la Cápsula Separada tiene sus efectos más perversos en lo que llamamos
educación, disgregando esta en múltiples versiones competitivas entre sí:
Educación para la salud, Educación Sexual, Educación para la Movilidad,
Educación Cívica, Educación para las drogas, Educación para la igualdad de
género, Educación para la nutrición… Estas educaciones parciales no pueden
eludir la cuestión de fondo de la educación, que no es disponer de un arsenal
de conocimientos especializados, sino lograr la capacidad de utilizar los
disponibles de cada uno para vivir mejor. Siempre que me he encontrado con
distintos educadores de la salud les he planteado acerca de si su intervención
incrementaba las capacidades generales de los educados, más allá del ámbito del
programa específico. Volveré a esta cuestión de la educación sanitaria.
La falacia
de la Pirámide Única radica en atribuir una homogeneidad a los colectivos
sociales unificados por compartir una característica común. La simplificación
de una población estriba en fraccionarla en paquetes según variables
establecidas por la organización administrativa. Así, las zonas de salud, las
áreas, los distritos municipales y otras unidades de población artificialmente
establecidas, no se corresponden con realidades en los sistemas sociales. La
tendencia a construir un interlocutor artificial atribuyéndole la homogeneidad,
erosiona la eficacia de cualquier programa. El aspecto más patético de las
experiencias de intervención, radica precisamente en atribuir representatividad
a conglomerados heterogéneos. En los antiguos consejos de salud, el éxtasis de
los legisladores alcanzó niveles insólitos. Se designaba a un representante de
un conglomerado dispar de asociaciones voluntarias.
La falacia
de los Rostros Intercambiables ignora las diferencias individuales y no tiene
en cuenta las relaciones interpersonales. Combinada con la falacia anterior
otorga representatividad a personas que encarnan a categorías sociales radicalmente
dispares. Así, se opera el milagro de que una mujer o un joven sean designados
como representantes de una categoría social, es decir, de un colectivo que
comparte un rasgo común, pero que no tiene la condición de grupo, en tanto que
no existe la interacción. Así se procede a generar pequeñas monarquías
ficcionales en los espacios de intervención.
El efecto
combinado y acumulado de estas falacias conforma a la promoción de la salud
como un campo estancado en el que reina la autorreferencialidad. En este se
producen acontecimientos cuando arriba una nueva profesión en busca de
anclajes, cuando llega un nuevo método o técnica de intervención que reactiva
el imaginario de la comunidad profesional, que le atribuye virtudes milagrosas.
Asimismo, cuando comparece un nuevo autor que contribuye a una extraña
regeneración psicológica en todos los practicantes. El campo de las drogas es
paradigmático. Suelo decir que este es un sector en el que un participante puede
abandonar durante muchos años y regresar mediante un reciclaje mínimo,
consistente en conocer la nueva jerga, porque en el fondo todo sigue
exactamente igual.
Gracias
Polgar
2 comentarios:
La teoría de la acción planificada se ha aplicado con éxito en programas de salud pública, pero no incorpora los aspectos sociales y económicos que mencionadas.
Sí es más completa que otras para entender como las creencias, mediadas por la presión social y la percepción de control impactan en el comportamiento. Alguna vez intenté aplicar la teoría a mi labor de consultoría para farmacéuticas, pero es difícil diseñar metodologías cuantitativas basadas en la TAP.
No recuerdo que explicaras las falacias de Polgar en clase, : )
Ángeles
Gracias Ángeles: En los cursos de promoción que participé como profe no utilicé las falacias. Lo hice en dos ediciones del máster de la easp y en un foro de salud comunitaria, apoyando mis posiciones en una controversia. También en algunas ediciones de Sociología de la Salud en mi facultad de sociología. Pero ya no recuerdo específicamente este foro.
Publicar un comentario