Las
sociedades del presente se encuentran sometidas a una gran conmoción
determinada por un conjunto de cambios de gran profundidad que desbordan el
paradigma convencional del progreso. Una de las dimensiones de esta mutación
radica en que una gran parte de la población se encuentra en movimiento
perpetuo. Según los distintos móviles de estos movimientos, se puede recurrir
al concepto de trashumancia, que adquiere perfiles nuevos. Así, se puede establecer
una analogía con los movimientos de población que determinó la revolución
industrial. La nueva sociedad tecnológica avanzada implica un terremoto
demográfico.
Sin ánimo de
agotarlos, cabe distinguir entre varios flujos de poblaciones en movimiento. El
principal es aquél compuesto por distintos segmentos de poblaciones de países
no desarrollados que se desplazan buscando mercados de trabajo definidos por la
temporalidad. Así se configura un ejército de reserva circulante que sigue las
rutas del espacio-mundo para realizar tareas agrícolas principalmente. Junto a
éste, el capitalismo cognitivo genera un espacio-mundo académico por el que se desplazan los
contingentes en situación de acumulación de capital académico, en espera de su
acceso al trabajo inmaterial, rigurosamente credencializado. En este blog, este
proceso fue definido como "la fiebre del oro inmaterial”. La tercera diáspora
es aquella que tiene como móvil escapar de los sistemas de control social, que
hasta hoy son principalmente estáticos y territoriales, mediante una vida
caracterizada por dosis variables de errancias.
La
multiplicación de diásporas y movimientos en este tiempo contrasta con el sesgo
estático que caracteriza a los saberes de la población, que proceden a la
deificación del censo, que es un mapa quimérico y engañoso en este tiempo. Los
saberes médicos referenciados principalmente en la epidemiología, constituyen
miradas afectadas gravemente por el sesgo censal. Así se incuba una concepción
de la población como un conjunto estable y anclado en un territorio, que
distorsiona la realidad del movimiento creciente y perpetuo. Las televisiones
informan acerca del número de movimientos en fines de semana de los ciudadanos
convertidos en viajeros de ocasión, muchos de ellos confinados en sus
portentosas máquinas de la movilidad, que devienen en el sector industrial más
relevante.
El Covid-19
representa una contradicción patente. Se instala en las sociedades mediante su
acceso a los cuerpos viajeros, que lo diseminan por todo el espacio social,
siendo transferido aleatoriamente a cuerpos ubicados en lo espacial-estático.
La respuesta del confinamiento general tiene como consecuencia la suspensión de
los movimientos, penalizando la expansión de este virus viajero. Sin embargo,
tras un tiempo de recuperación, es imprescindible restablecer de nuevo los
viajes. En esta restauración de los movimientos, prevalecen los obligatorios.
Los temporeros de la agricultura no pueden esperar, en tanto que las frutas y
las verduras tienen su tiempo, siendo esperadas por los ilustres confinados y
sometidos a la restricción de movimientos. Así, la imagen de las calles vacías
es una información sesgada, que hace invisibles los tránsitos obligados de este
formidable segmento de riesgo, carente de patria audiovisual, ni discurso experto
en la defensa de su seguridad.
El ejército
de reserva circulante sigue desplazándose por su red de rutas, de posadas, de
casas de acogida y refugio, de ayuda mutua, de estaciones de autobuses sórdidas,
de coches de quita y pon que han pasado por muchas manos. Esta subsociedad deviene invisible a
los ojos del poder somatocrático, de sus operadores de seguridad, de sus
expertos epidemiológicos y sus asesores de imágenes editadas y fragmentadas.
Pero está ahí. Los instalados estamos comiendo fresas, cerezas, melocotones y
otras frutas y verduras que los ordenadores no pueden recolectar. No, han sido
ellos, seguro. El resultado es la constatación de una gran área ciega, que
funciona mediante la magia del teletrabajo, que niega a estas categorías de población,
situándolos en el umbral de la no-existencia.
El
confinamiento y la posterior desescalada, ha tenido el efecto de blindar a
grandes sectores y espacios sociales frente a la expansión del virus. Las
clases altas y medias han fortificado sus espacios y establecido defensas
frente a las contingencias de relaciones sociales que puedan ser portadoras de algún
peligro. Su pericia recién adquirida es celebrada por los agentes
gubernamentales, los epidemiólogos de guardia y los operadores televisivos,
todos afectados por el sesgo del censo. Mientras tanto, el camino a la nueva
normalidad, la nueva versión dulcificada del orden nuevo, constituye una nueva
edición de la edad media, en el que contrastaba la seguridad de los recintos
amurallados donde se asentaban los estables, con los caminos y vías de
tránsito, llenas de peligros.
El resultado
de esta secuencia es que el virus, que comienza a difundirse mediante su
instalación aleatoria en cuerpos de todas las clases, ahora se hace selectivo y
dual, renunciando a penetrar en los espacios fortificados de los asentados,
para alcanzar los cuerpos desarmados de los transeúntes forzosos. Los rebrotes
son selectivos y afectan a nudos de las redes del ejército de reserva
circulante. El Covid termina por ser un agente activo de la dualización social,
concentrándose en los espacios de libre acceso, que se corresponden con los que
realizan los trabajos imposibles de virtualizar, que, además, son rigurosamente
estacionales, lo que determina la precarización de sus ejecutores.
Así, los
rebrotes se localizan principalmente en mataderos, industrias cárnicas, centros
de acogida, empresas agrarias, pateras y otros espacios de concentración de los
circulantes laborales. Estos contingentes se encuentran desprotegidos debido a
sus condiciones, una de cuyas divisas es la transitoriedad. Pero el estado
mayor de la guerra contra el virus, sigue manteniendo discursos universalistas
referidos a toda la población sin distinciones. De este modo, se presupone que
los rebrotes se deben al comportamiento individual irresponsable. Así se
proyecta la culpabilidad en los circulantes obligados, que no pueden acceder al
privilegio del universo on line y sus beneficiarios.
Los primeros
efectos de esta gran estigmatización son las órdenes de busca y captura de
varias personas responsables de varias infecciones debido a su movilidad
obligatoria y falta de arraigo. Así se instituye una medievalización en la que
es más que probable que estallen violencias en contra de los temporeros de las
distintas clases. El miedo y la mediatización total se funden en la
configuración de un estigma inquietante. Ahora se hacen inteligibles las
coherencias de la presencia de las fuerzas de seguridad en el dispositivo
somatocrático. Es la defensa de los buenos, los responsables, los solidarios,
los limpios, los normales, los ciudadanos. Estos son amenazados por los nuevos
metecos circulantes y peligrosos. La vigilancia y el rastreo alcanzan su
apoteosis.
En tanto que
el protagonismo de los rebrotes recae en el ejército de reserva circulante, los
turistas irrumpen en los escenarios del ocio estival. Estos no son sometidos a
vigilancia de modo equivalente al ejército de reserva del trabajo. Así se
confirma la ley del valor económico establecida en la sociedad del rendimiento.
Parece obvio que el gasto por día de estancia, es la licencia para ser aceptado
y eximido del estigma de portador de riesgo. Cada diáspora tiene asignado un
estatuto diferencial, en perjuicio de los caminantes en busca de un salario
temporal, o algo que se parezca a esto.
En mis
últimos años como profesor de sociología, una alumna europea de Erasmus
presentó en la clase un trabajo elogiando a los viajes y los viajeros.
Identificaba estos en los turistas, los viajeros buscadores de experiencias,
los nómadas laborales cognitivos y universitarios en trance de vivir un tercer ciclo
enriquecedor. Cuando concluyó le pregunté acerca de los africanos y asiáticos
que realizan desplazamientos en los que se viven experiencias límite, tales
como ahogarse, ser esclavizado u objeto de violencias superlativas, que
culminaban en no pocos casos en la muerte. Esta intervención era una
premonición de este tiempo que el Covid ha venido a apuntalar. La dualización
rigurosa de los desplazamientos y el tratamiento diferencial de los viajeros.
El discurso
oficial universal, y los discursos expertos que lo sustentan, que construyen la
normalidad como propiedad de una persona con arraigo espacial estable,
acompañado por una ubicación estable en el mercado de trabajo, parte integrante
de una familia estable, y dotado de un estilo de vida de consumo normalizado,
contribuye a generar un estigma sobre las numerosas categorías sociales que
acampan en el exterior de este espacio social confortable. Las precauciones de
los integrados con sus sirvientes externos, que en el confinamiento han sido distanciados discretamente, es un acontecimiento que permite vislumbrar un futuro de la
novísima edad media on line. Se pueden esperar violencias que se correspondan
con estos códigos. Trascender el censo es imprescindible para descriminalizar a
los nuevos trashumantes.
Me pregunto acerca de su acceso imposible a la asistencia sanitaria, blindada al exterior y facturada como servicio on line que prescinde de los cuerpos, sustituidos ahora por las historias clínicas, que alcanzan el estatuto angelical. Espero que siga existiendo algún médico benevolente que atienda los problemas de estos transeúntes arraigados en sus propios cuerpos en movimiento.
Sí, quizás la categoría de los temporeros es el ejemplo más evidente pero también es de interés los flujos intermitentes de las mujeres internas de procedencia latinoamericana que cuidan de personas mayores. Su rutina es estable, pero en su único día libre de la semana suelen desplazarse para visitar a familiares.
ResponderEliminarTambién pienso en los fijos discontinuos españoles que trabajan en la hostelería durante 6 meses (de semana santa hasta septiembre). En el pueblo de Pedrera representan el contingente de migrantes de temporada. Antes podían llegar a permanecer casi todo el año fuera. Pero ahora retornan tras la temporada y o bien complementar sus ahorros con peonadas en el campo o hacen filigranas con diferentes subsidios (un año desempleo y al otro ayuda o pequeños préstamos).
En ambos casos, es importante reconocer su condición de sospechosos. En el primero, porque pueden infectar a la persona mayor con sus imprudencias. En el segundo, trayendo el virus al pueblo.
Como dices "sin ánimo de agotarlos"
Sí, supongo que tendremos que ver escenas obscenas contra los apestados que realizan trabajos imprescindibles y estacionales. Se está construyendo un estigma demoledor, y eso llama siempre a la lapidación.
ResponderEliminar