El concepto subalternidad es muy adecuado para designar las múltiples situaciones de dependencia de los distintos poderes sociales. En este tiempo adquiere una intensidad inusitada, multiplicando las categorías sociales afectadas por esta relación. A las posiciones sociales veteranas en esta condición, se unen ahora otras nuevas resultantes del avance del proceso de reclasamiento derivado del viaje hacia la sociedad neoliberal avanzada. En particular, quiero destacar a los segmentos pertenecientes a profesiones clásicas que se encuentran en un proceso de proletarización intensivo. Este se ejecuta mediante la fragilización del vínculo laboral, pero, todavía es más importante la expropiación de sus saberes y autonomía profesional.
En el caso
de los médicos y de los profesores, la subalternización, se efectúa mediante su
conversión de ejecutores ciegos de protocolos. La automatización de las nuevas
posiciones laborales que desempeñan estos sujetos rigurosamente precarizados,
alcanza límites inimaginables. Pero lo peor estriba en que este proceso de
automatización incluye un guion individualizador extremo, que separa al
profesional de sus antaño compañeros, para convertirlo en una unidad en
evaluación permanente. La automatización implica la decadencia de iniciativas
grupales y colectivas, conformando un contingente de gentes integralmente
domesticadas y asociales, en el sentido de disolver sus lazos mutuos como
colectivo profesional y como grupo con intereses comunes.
He conocido
a muchos jóvenes sociólogos y médicos en su etapa de estudiantes, en la que se
mostraban vivos, críticos, activos y relativamente independientes. Años
después, la mayor parte de ellos se muestran silenciosos, oscuros, parcos y
obedientes, en tanto que cumplidores de los guiones que les han sido asignados.
En este sentido afirmo que el MIR y el doctorado, son instancias que acaban con
una persona independiente. Su neutralización se efectúa mediante varios
dispositivos concertados, pero el factor más destructivo es la proliferación de
pequeñas actividades rutinarias que ocupan el tiempo de los novicios y van
socavando su vitalidad y proyecto individual. Ahora estoy preocupado por y varias personas formidables que he conocido
en las aulas, en la sospecha de que las están sometiendo a un proceso de
bonsaización, para que su crecimiento sea dirigido y limitado. Así se consuma
un homicidio académico, al sepultar su especificidad, siendo homologados y
convertidos en numeradores.
El proceso
de conversión de los profesionales a la condición de subalternos, tiene unas consecuencias
especialmente en estos días. El confinamiento general ha funcionado como una
medida eficaz de disciplinamiento y subordinación, cuyos efectos se hacen
visibles en todas las esferas. El postconfinamiento tiene que aceptar la
comparecencia de dos fuerzas formidables: el mercado y la vida. Los grupos con
intereses económicos toman la iniciativa de desbordar los límites impuestos por
los tontos útiles que les acompañan en este viaje: los salubristas,
epidemiólogos y otras especies médicas. Su vigor es asombroso. Hoy abren de
nuevo las casas de apuestas por la presión ejercida por el complejo económico
en nombre de la restauración del PIB y la prosperidad.
Obviamente,
estos grupos de intereses económicos no han sido sometidos a la automatización,
conservando así sus sentidos e iniciativa, que actúan incrementando su
capacidad de interlocución y réplica. Hoy más que nunca, se reconstituyen como
grupo de presión recuperando su iniciativa para rectificar en su favor las
directrices emanadas del dispositivo político-epidemiológico. En una situación
crítica, como la actual, el tiempo adquiere una significación trascendental. Es
menester comparecer activa y enérgicamente en el campo social para defender sus
intereses.
Pero los
sectores desprofesionalizados, automatizados y sometidos por las instituciones
de la gestión y la conducción que actúan concertadamente en los ciclos
superiores de la educación y el mercado de trabajo subalterno, cuya figura
esencial es el becario, actúan según las pautas que han internalizado en una
obediencia encomiable, en la que han sido forjados. Así, no actúan como grupo
de presión activo y esperan pasivamente que cualquier dios del olimpo político,
experto o salubrista, les conceda la gracia de reincorporarse en unas
condiciones aceptables. La inacción es la última fase de la proletarización.
El resultado
de esta disparidad en el campo social es la explosión de las actividades con
valor económico, que arrollan a los operadores epidemiológicos sin piedad
alguna. Los comercios, bares, restaurantes, hoteles, discotecas y otros,
restauran sus actividades con limitaciones. La presión que se está efectuando
para que en el fútbol haya público, es formidable. Las limitaciones y
reglamentaciones son rebasadas sin consideración alguna. La prohibición de los
salubristas autoritarios de celebrar los goles abrazándose, ha sido desbordada
en una semana en la Bundesliga. Las reglamentaciones de acontecimientos en los
que las pasiones están presentes son absurdas. Los aforos requeridos de los
templos de la vida, expresados en mitades, tercios y cuartos, solo funcionan en
la fantástica industria del –para mí- sagrado líquido de la cerveza, cuyos
envases son exactos en cuanto a su capacidad expresada en mililitros.
En este
escenario, la reconfiguración del sistema sanitario, mediante la recuperación
de la institución hospital, así como la centralidad de las UVI, penalizando de
facto la nueva teleatención primaria, implica la consumación de una reforma
sanitaria secreta, además de la llegada a una nueva fase de la precarización
profesional, que es aquella en la que contingentes de contratados acuden para
resolver una demanda temporalizada, tal y como ocurre en las cosechas. Este
proceso se realiza sin que los afectados ejecuten ninguna réplica. La consagración
de IFEMA como la nueva figura de hospital
de temporada, tiene unas consecuencias irreversibles para todo el sistema
sanitario. Así se inaugura un sistema en el que la estacionalidad desempeña un
papel axial.
Y todo esto
sin deliberación pública profesional alguna. Los médicos y las enfermeras se
consuman como una figura análoga a la de los operadores de la fábrica
automatizada. Son ejecutores de protocolos elaborados por los expertos de lo
que Minzberg denominó “tecnoestructura”. Así son expropiados profesionalmente,
ahora derivados a la telemedicina, que en un sistema sobrecargado y
desorganizado, adquiere un perfil que se ubica en la frontera de lo patético. El
anuncio inquietante de un robot inteligente que resuelva la mayor parte de las
preguntas de los atribulados usuarios y ejecute instrucciones protocolizadas,
ya no es una pesadilla, sino un horizonte inmediato. Los mismos profesionales
debilitados se han ubicado en la condición de prescindibles.
Al igual en
la enseñanza y la universidad. El proceso de neutralización de maestros,
profesores de todos los niveles e investigadores ha tenido un éxito
espectacular. Ya solo responden a sus condiciones laborales, emancipándose de
la cuestión de los modelos de enseñanza. Esta es la competencia en régimen de
monopolio de las castas universitarias, los tecnócratas de las agencias y los
operadores del mercado, que diseñan los modelos sin deliberación alguna con el
contingente devaluado y desprofesionalizado de los docentes. Aquí se propone la
quimera de la educación virtual, que degrada a los profesores, en tanto que
para que esta sea efectiva, requiere una inversión en horas de trabajo que hace
imposible que un grupo sea mayor de 15 alumnos. Este es el límite de la
supervisión efectiva. De ahí para arriba, se convierte en una simulación
indisimulada.
Uno de los
sociólogos que me ha acompañado durante largos años, Piotr Sztompka, enuncia su
concepto de campo social. Entiende que las sociedades son campos en los que
suceden múltiples interacciones. Estos tienen cuatro entramados o niveles que
interactúan mutuamente: El de las ideas; el de las reglas; el de las acciones,
y el de los intereses. Estos acogen múltiples procesos que se suceden en el
campo. De ellos se deriva en un momento determinado el estado del campo, que
manifiesta las correlaciones entre los agentes sociales en los cuatro planos.
Estos equilibrios siempre son abiertos y susceptibles de modificación según la
acción colectiva de los agentes.
Desde esta
perspectiva, el estado del campo social a la salida del confinamiento refleja
una realidad inquietante. En tanto que los grupos de interés en turismo,
transporte, finanzas y otros sectores productivos toman posiciones en la
promoción de sus intereses, realizando acciones y comunicaciones, compareciendo
activamente en la calle y en la infosfera, los colectivos sociales ubicados en
el mundo del trabajo, tales como los desprofesionalizados y otros, permanecen
inactivos en espera de su suerte, que es delegada en el gobierno, las
corporaciones locales o las burocracias sindicales.
Esta
inacción en un tiempo crucial, significa, tal y como reza el título de este
texto, autoconfinarse del mismo campo social en el que se encuentran inscritos.
Esta es una conducta, en términos de sus propios intereses, que puede calificarse
como un suicidio dulce. Este se realiza renunciando a su propia acción y
delegándolo en las instancias fantasmáticas del gobierno y las corporaciones.
Se espera que sus intereses se sancionen mediante las actuaciones de líderes
providenciales en el teatro del congreso de los diputados, las asambleas
autonómicas o de las televisiones buenas, en las que los tertulianos buenos
triunfen sobre los malos, en la ficcionalización del acontecer político.
Esta
situación denota el éxito del proceso neoliberal, que ha socavado eficazmente
varios tejidos sociales, quedando desamparados sus miembros, ahora
individualizados mediante su adscripción a la sagrada institución de la
evaluación. En esta se establecen, reproducen incesantemente y se gestionan,
las diferencias individuales entre los atribulados y eternos aspirantes a tener
un lugar bajo el sol de la república quimérica de la calidad y la excelencia.
En esta esfera no existe oposición alguna. El revés más duro para mí fue
cuando, tras analizar la mística del currículum como herramienta indispensable
de la destrucción de los vínculos horizontales entre sujetos evaluados, un
aspirante a doctor comentó en este blog que hacía el currículum abreviado
mediante la colaboración.
Ausentarse
del campo y ceder las instancias en las que se dirimen los equilibrios entre
intereses anuncia un tiempo sombrío. Desayuno con mi perra en una terraza
frente al Retiro. Mi desayuno costaba tres euros justos antes del
confinamiento. Ahora vale tres con cincuenta. Es una subida espectacular. Lo
peor es que los analistas simbólicos de la izquierda parlamentaria y los
columnistas digitales, lo interpretarían positivamente en términos de que los
costes laborales han aumentado. No, es justamente lo contrario. Esta es una
buena oportunidad para los intereses fuertes ante la inacción de los intereses
“débiles”, que depositan su confianza en alguna deidad que los salve. Pero la
teoría del campo social de Sztompka es inapelable. El equilibrio solo puede
resultar de la acción de los agentes en los cuatro niveles.
La pesadilla
que denomino como “rural” va incrementando su factibilidad. Esta es la de un
propietario llegando a un lugar donde están concentrados los aspirantes a
trabajar ese día. Con su dedo prodigioso designa arbitrariamente a los
afortunados, en tanto que los rechazados generan sentimientos que discurren
cercanos al carril de la autoculpabilización y el fatalismo. En esta pesadilla,
comparecen en la sede del rectorado de Granada, El Hospital Real, varios
cientos de aspirantes a dar clase ese día. Comparece un tipo que combina en sus
modos el porte de un señor del campo, un miembro ilustre de una casta académica
y un activo responsable de recursos humanos. Con un tono de voz fuerte les dice
que tengan en sus manos el currículum abreviado. Efectúa su elección por
facultades con una energía y altivez encomiables.
La otra
versión es la de los médicos y enfermeras, pero esa la dejo para otro día, recordando que la subalternidad es una condición que puede acrecentarse si el ocupante de una posición subalterna, y el grupo de ubicados en posiciones similares, consienten con ese equilibrio. Un tío mío, latifundista valenciano, me decía en mi infancia "Juan, tú a lo tuyo y a joder a los demás". Ahora entiendo su mensaje que anticipaba el tiempo presente.
Usted es un mirlo blanco. No me suele suceder con ninguna frecuencia. Estoy de acuerdo hasta en las comas. Así que sólo deseo agradecerle su gratísima compañía. Un abrazo amigo.
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