La crisis
del Covid-19 ha acelerado el tiempo histórico, generando una ruptura que
determina la aparición de un gobierno fuerte. La salud amenazada genera un
pánico colectivo acompañado de una creciente fobia a la proximidad del otro.
Así se otorga al gobierno la licencia para intervenir regulando drásticamente
el espacio público según el principio de la distancia social, que separa a las
personas. El resultado es la aparición
de una forma de gobierno de somatocracia inquietante, en la que el poder
reglamenta estrictamente la cotidianeidad, mediante la separación física de las
personas. Más allá de lo estrictamente sanitarista, se configura un poder
insólito amparado en los temores colectivos.
El ejercicio
del gobierno somatocrático descansa sobre una casta profesional de
epidemiólogos, salubristas y otras especialidades médicas de emergencias. Esta
casta se funda en los saberes asociados a la gestión de las poblaciones,
clasificada según parámetros biológicos. En el imaginario salubrista, la vida
queda reducida a la ejecución de varias funciones esenciales. Así, se
constituye en una casta hermética con respecto a la vida, siguiendo la estela
histórica de otras castas sacerdotales que han ejercido en distintas formas de
teocracias. La imposición del estilo de
vida saludable, fue el anticipo de la sistematización de la separación de las
personas en el espacio público, penalizando severamente a los portadores de
etiquetas patológicas, así como a los mayores.
El gobierno
somatocrático se funde con la tendencia más importante de las nuevas
sociedades, como es la seguritización. La seguridad es la demanda más arraigada
en grandes sectores de la población, reforzada por los medios. En las últimas
décadas, los ricos erigen barreras espaciales para separarse de los pobres, que
son calificados como una amenaza para la seguridad. Ahora comienza una época en
la que los enfermos y los viejos, son portadores de amenazas para los jóvenes y
sanos. La gran operación del dispositivo de gobierno epidemiológico es
separarlos efectivamente, movilizando todos los medios de coerción disponibles
en los arsenales del poder. En estos días se construyen empalizadas
sofisticadas para aislar a los útiles para la producción y el consumo de la
humanidad doliente definida por la terrible frase que desvela el sustrato del
nuevo poder médico-epidemiológico: “Mayores con patologías previas”. Estos se
configuran así como la última versión de los condenados de la tierra.
La nueva
casta ascendiente comienza el ejercicio del gobierno mostrando su patético
descentramiento con respecto a la vida. Por poner un ejemplo, propone aulas de
quince alumnos separados por las distancias de seguridad. El problema radica en
mantenerlos inmóviles durante varias horas, y así todos los días. Los maestros
tendrán que movilizar toda su capacidad de coerción y maximizarla, para ser
desbordados con el paso del tiempo por los cuerpos vivos de los aislados. Así
los amantes, los participantes en fiestas y otras actividades esenciales de la
vida social. Esta estirpe medicalizada desvela su radical proyecto de
individualización mediante la utopía de abolir la vida, en un extraño estado de
excepción permanente que instituya derogaciones en los cuerpos. He leído sus
recomendaciones de inmovilizar la lengua y restringir sus funciones, dada su
propensión a explorar los cuerpos próximos y aventurarse por sus misteriosas
cavidades.
Esta deriva
de la salud como fundamento de un nuevo totalitarismo incrustado en las vidas,
me ha hecho recuperar la vieja sentencia de Proudhon acerca de la condición de
ser gobernado. Casi dos siglos después, algunos de sus conceptos adquieren una
intensidad que hubiera producido su perplejidad. La digitalización y la
mediatización conforman herramientas para un poder mucho más eficaz que
cualquier iglesia, estado u otro dispositivo de poder de su época. Su lectura
resulta inquietante en estos días en que las ventanas devienen en fronteras. Los
predicadores alcanzan los espacios más íntimos y el espacio personal se restringe
manifiestamente. Me gustaría ver su cara si le pudiéramos explicar lo que
significa hoy “rastrear”.
Ser gobernado es ser observado,
inspeccionado, espiado, dirigido, sometido a la ley, regulado, escriturado,
adoctrinado, sermoneado, verificado, estimado, clasificado según tamaño,
censurado y ordenado por seres que no poseen los títulos, el conocimiento ni
las virtudes apropiadas para ello. Ser gobernado significa, con motivo de cada
operación, transacción o movimiento, ser anotado, registrado, contado, tasado,
estampillado, medido, numerado, evaluado, autorizado, negado, autorizado,
endosado, amonestado, prevenido, reformado, reajustado y corregido. Es, bajo el
pretexto de la utilidad pública y en el nombre del interés general, ser puesto
bajo contribución, engrillado, esquilado, estafado, monopolizado, desarraigado,
agotado, embromado y robado para, a la más ligera resistencia, a la primera
palabra de queja, ser reprimido, multado, difamado, fastidiado, puesto bajo
precio, abatido, vencido, desarmado, restringido, encarcelado, tiroteado,
maltratado, juzgado, condenado, desterrado, sacrificado, vendido, traicionado,
y, para colmo de males, ridiculizado, burlado, ultrajado y deshonrado.
1 comentario:
Usted y su blog son una isla de lucidez y vida en medio de esta farsa basurista y manipuladora de cerebros, en la que estamos inmersos... Gracias.
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