domingo, 10 de mayo de 2020

DEL RIESGO DE QUEDARSE DORMIDO POR DENTRO


El confinamiento súbito desde el mes de marzo y la salida a un espacio público vigilado e hiperreglamentado por las autoridades salubristas, no ha suscitado en España réplica alguna, salvo contadas excepciones. La aceptación fatalista de este estado de lo social, que impone las distancias sociales y aísla a las personas, indica prístinamente el estado de la sociedad española, que tolera ser avasallada por cualquier instancia ubicada en la cúpula del estado y de los medios.

En mis años jóvenes, asistí a una rebelión contra el severo orden cotidiano que imponía entonces la iglesia, instalada en la cúspide de la sociedad y el sistema político, que entonces era una teocracia moderada, pero efectiva. Una generación de jóvenes generó discursos, imaginarios y prácticas sociales que desbordaban las estrictas normas de entender la vida. Más allá del concepto de oposición política, comparecieron múltiples sujetos que en todas las partes generaban comportamientos emplazados más allá de las instituciones grises de la época. 

Las gentes de las artes y de la cultura fueron el epicentro de este terremoto crítico que propició el desgaste del complejo institucional que sustentaba el nacional-catolicismo. Esta fue la condición para que tuviera lugar un cambio sustantivo en los años siguientes. La desobediencia activa se multiplicó mediante, textos, imágenes, poemas, canciones, sátiras, escenificaciones, así como otras formas de vivir que desafiaban al poder político-eclesial que restringía la vida.

El Covid 19 ha significado una conmoción sin precedentes. La cúpula del estado y los medios ha sido ocupada y  monopolizada por una nueva casta médica que impone sus significaciones, deroga las vidas y disuelve los sistemas de relaciones sociales cotidianas. La nueva razón epidemiológica actúa de modo devastador sobre la vida, principalmente mediante el confinamiento y la abolición de la proximidad. Este acontecimiento, no ha encontrado resistencia alguna y todas las racionalidades presentes se han plegado sin condiciones a este imaginario de la apoteosis del miedo a la salud amenazada. La sociedad española es un solar de resignación y renuncia a la vida inquietante.

El resultado es la configuración de un modo de dictadura somatocrática perfecta, en la que la inteligencia y la gente acatan sin reservas las conminaciones del nuevo poder ajeno a la vida. Esta queda extirpada en un solo acto, al modo quirúrgico. Las generaciones jóvenes, en particular, muestran un grado de domesticación inimaginable, conformadas previamente por los dispositivos de la precarización, el credencialismo neoliberal, y la infosfera saturada. También la inteligencia y el mundo de las artes y la cultura, sometidos al imperio supremo de la televisión. La imagen del desierto social deviene inquietante.

Por esta razón rescato tres textos de El lobo Suelto. Ninguno de ellos tiene la pretensión de discutir las estrategias sanitarias para el control de la pandemia. Se ubican en la vida personal, reclamando esta perspectiva irrenunciable. Los tres son muy ricos y denotan inteligencias poéticas que se inscriben en lo sublime. Me han estimulado mucho en mi vigente vivencia del desierto social y la dictadura somatocrática mediatizada, que me hacen soñar con la fantástica película de Buñuel “simón del desierto”.

Las tres autoras son argentinas. El primero es de Malen Otaño y su título es “No quierodormirme por dentro”. Reclama la vida frente el encierro y la separación física entre las personas. El concepto de secarse por dentro es, en mi opinión, el mal que en estos días prolifera fatalmente. El segundo es de  Lila M. Feldman, “Salud mental hoy es noacostumbrarnos”. Rechaza con una lucidez contundente el mundo de seres petrificados resultantes del nuevo orden medicalizado. El tercero es de Sofía Guggiari, “No quiero vivir una vida profiláptica”. Es todo un manifiesto a favor de la vida ahora mutilada por las autoridades somatocratizadas.
Su lectura ha reparado mi inquietud y me ha remitido a mi vida sensorial clausurada por el encierro y el postconfinamiento entendido como el espacio social detentado por el omnipotente gobierno de lo social desde el imaginario de una casta segregada. Los recomiendo encarecidamente, en la convicción de que a algunas personas les puede aliviar de una forma análoga a mí mismo.

No quiero dormirme por dentro // Malen Otaño
Publicada en 3 mayo 2020
Los conté, son cuarenta soles consecutivos que veo apilarse en la ventana. Creo que hubo dos lunas llenas. Ninguna día tengo conocimiento de que día es. Pienso que podríamos inventar un nuevo calendario, pero con días más largos o que no sean días, que sean otra cosa, pero qué? Tiempo mudo, tiempo muerto, tiempo dormido. Las emociones se presentan minuto a minuto. Tienen un movimiento extraño, desconocido, aleatorio.  
Bueno pero tengo ideas, como dicen ahora hay que tener preguntas. No quiero hacerme preguntas. No las tengo. No se me ocurren. No las encuentro. No tengo ganas. No tengo ganas de hacer nada. No tengo ganas de hacer un orgasmo colectivo. No tengo ganas de interpretar “esto” ni como una crisis, ni como una oportunidad, ni como un antes y un después, ni un pasaje, ni un cruce, ni un desafío, ni una mutación, ni un cambio. No tengo ganas de encontrarle la vuelta. Ni el reverso. 
Me he secado. 
Pensar que hace no muchos meses-que parecen años- corría detrás de los fluidos, como un perro que ladra sin parar en la vereda, porque algo lo paraliza pero también le abre el cogote. Ni saliva, ni sudor, ni transpiración, ni mocos, ni cera, ni menstruación, ni sangre, ni flujo, ni semen, ni lágrimas, ni pus, ni vómito, ni gases, ni mierda. Extraño profundamente este intercambio de fluidos entre las personas. 
Extraño el malentendido, la confusión, pisarnos en las conversaciones, los fallidos, las lagunas, las contradicciones, chocarnos en la calle, pegarnos codazos en la cama, escupirnos la cara, languetiarnos, mordernos, el vértigo en la panza, los empujones. Extraño la ansiedad, el nerviosismo, la vergüenza, el mareo, la incomodidad, los dolores, el cansancio. Extraño disimular, temblar, burlarme, pelear, gritar, bostezar, pellizcar. 
Guardo el último beso como un tesoro en el fondo de mi patio. Estoy cansada de verme el cuerpo. Me resisto, me aferro con mis uñitas a la pared de piedra, aguanto la respiración debajo del agua, hago abdominales. Me pellizco antes de dormir. Me acaricio el pelo al despertar. ¿Esto es la vida? ¿Esto es vida? No me quiero acostumbrar tampoco quiero ser imprudente. No quiero perder la sorpresa ni la imaginación. No quiero dormirme por dentro. Afuera no hay nada, o lo que hay es plano y sin forma. El único brillo es el de las pantallas. El mundo se plegó. Somos espectadores expectantes. Lo inminente. Lo inevitable. La amenaza paralizante. 
Me desperté en medio de la noche con mi propia voz. Tuve miedo de escuchar un grito.


Salud mental hoy es no acostumbrarnos // Lila M. Feldman
Publicada en 26 abril 2020
Primero entró el agua. No entró de golpe. Y al principio parecía que podíamos prepararnos.
Como en toda inundación, tratamos de poner a salvo lo que podíamos.
Había una cierta altura posible aún donde poner los abrazos. Los encuentros. Los mates impunemente compartidos. La ingenuidad de una mano sobre otra. Tocar el mundo libremente, y ser tocados por él. La desprolijidad y la improvisación. Un beso.
Pero hubo un momento en el que el agua nos tapó y no nos dimos cuenta. La ventana pasó a ser un límite infranqueable. La puerta el umbral que divide lo sucio y peligroso de lo limpio y a salvo. Los miedos ya no eran un problema sino un marcador de riesgo…del otro. La sospecha una herramienta. La denuncia una obligación social o un cuidado. La ilusión un escape para crédulos. El apocalipsis, el derrumbe, el tsunami y el naufragio dejaron de ser figuras de delirios, fantasmas y locuras. El sueño es nuestro último refugio. El futuro un lugar incierto para un tiempo incierto.
Lo peor fue darnos cuenta que el agua podía taparlo todo. Nos acostumbramos a respirar bajo el agua. Seguimos aferrados a costumbres, más habitantes de las casas que nunca. La música y el sueño nos siguen transportando a los que fuimos. A veces nos calman y otras son sal en la herida. En músicas y sueños aún viajamos.
Ya no nos prometemos una fecha en la que el agua se irá, y el mundo ya no volverá a ser lo que era. Será una Pompeya de seres congelados, petrificados y polvorientos? Ya no hacemos planes, la ropa nos hace bromas desde el ropero, es colorida acumulación de inutilidades y absurdos.
La locura tendrá que inventarse otros delirios, lo imposible y las distopías parasitaron nuestra vieja cordura. 
Entonces, mientras el agua sube y con ella aumenta la potencia de lo irrespirable, habrá que inventar alguna “altura” en la que ponernos a salvo.
Adaptarnos bien es perder la cabeza. 
Salud mental hoy es no acostumbrarnos.


“NO QUIERO VIVIR UNA VIDA PROFILÁCTICA” // Sofía Guggiari
Publicada en 25 abril 2020
Pienso en la potencia del agua turbia, del polvo, de la suciedad de la calle, del barro, del olor y la espesura de las gotas de sudor, del temblor de un orgasmo en pleno aislamiento, de los cuerpos bailando en un aquelarre feminista, a haciendo pogo en un acto popular. En la potencia de un fallido o de un olvido que hace que el estornudo no llegue a taparse, de ese abrazo público desesperado y prohibido, ese chape callejero mal visto. Todo fragmento de vida al que no le llega el alcohol en gel. Escucho un grito en medio del silencio de cuarentena: ¡No quiero vivir una vida profiláctica!
Me cuesta respirar a veces y no es el Covid-19. Es el afecto que el encierro y el aislamiento están produciendo en mi cuerpo. Estoy empezando a somatizar. Salgo para distraerme, pero ya no sé qué me hace mejor. Es difícil distinguir el adentro y el afuera. Me impacta la imagen de los rostros enbarbijadxs, los cuerpos, sus distancias,  el control masivo y permanente policial. Todxs hablando del horror a un posible contagio, y de las técnicas y tecnologías que se inventan para prevenir.
¿Desde cuándo la palabra contagio se volvió una mala palabra? ¿Porqué el concepto de propagación, ese concepto tan poderoso, causa miedo y no alegría?¿Qué lugar hay en medio de todo esto para el deseo? ¿Cómo sobrevivir en un mundo donde el contacto físico se volvió un accionar peligroso y hasta algo a denunciar?
La idea de que esto es momentáneo calma mi tormenta intempestiva, pero ¿hay manera de salir “ilesxs” o “como si nada hubiera pasado”? Pienso, me late con fuerza el corazón, me asusto, suspiro: las preguntas, sensaciones, tristezas e  incomodidades se me vuelven un mapa o una alerta para atreverme a pensar qué tipo de vida se está configurando.
No me cerró nunca la idea de una guerra. Me gusta más la imagen y la fuerza de una crisis, de un movimiento de tierra, de un rompimiento de estructuras y de sentidos.
Las guerras nos meten en la escena de lo terrorífico, nos quitan autonomía, nos dejan como víctimas o como merxs soldadxs contra un “enemigo invisible” como le dicen, pero a veces el enemigo es muy visible y está conviviendo con vos en tu casa. Y si no preguntémosle cómo se sienten a esas más de 567 mujeres que llaman todos los días para denunciar violencia de género  intrafamiliar, y ni hablar de lxs más de 25 que fueron asesinadxs (entre feminicidios y travesticidios)
Pero pareciera que allá las vidas que se lleva el patriarcado, y acá las vidas que se lleva el Covid-19. Se las lleva porque efectivamente mata  y  por qué a las que no mata las vuelve unas vidas in vivibles. Toda una arquitectura cotidiana -para aquellxs privilegiadxs que podemos llevarla a cabo-  de profilaxis para evitar cualquier tipo de posible territorio propicio para la propagación del virus: desinfectar permanentemente todo lo que esté a nuestro alcance, desinfectarlo bien, que no queden partes que hayan podido estar expuestas, – y de paso aprovechar, que es un buen momento, para  “desinfectarnos del otrx”, escuche decir a una persona en un vivo de instagram.
Hace poco una amiga me dijo, preocupada por la situación, con la pesadumbres de quien extraña, como quien escribe,  ese encuentro del cuerpo a cuerpo diario, ese pegoteo imperfecto, ese piel a piel,  me dijo – ¿y si ahora nos da fiaca vernos, y cuándo nos veamos es solo un ratito porque queremos volver a estar solxs? El acostumbramiento a las vidas aisladas se me vuelve una imagen que me produce pánico y entonces me produce ganas de aislarme y el pánico es la base para el consumo, ya lo había escuchado por ahí.
No puedo pensar mi vida sin el peligro que implica vivirla. O algo así leí en un post qué escribió mi hermano Ramiro, que me hizo producir este texto y producir ciertos pensamientos, porque también las alianzas afectivas en la catástrofe, las redes colectivas de otrxs que importan y te hacen sentir que también importás. Esa fuerza del amor y la desmesura del lazo, del encuentro y del desencuentro, porqué no del odio y la tempestad también. No se puede gozar, desear, hacer política, amar, enojarse, crear, inventar desde la vida higiénica. La vida es la peste, es germen de potencias y potencias que producen gérmenes que hacen florecer las primaveras y contagian las revoluciones, aunque sean esas pequeñas, micro, cotidianas, que hacemos todos los días para tratar de sentir que tenemos una ética y que confiamos en ella para existir. Porque “no queremos ser más esta humanidad” como dice Susy Shock y “porque no queremos volver a la normalidad” como leí en alguna nota en alguna reflexión.
Me gusta pensar que la vida es vida en tanto incertidumbre y acontecimiento, la vida implica la no garantía, lo inesperado nos conmueve y nos transforma. Me gusta pensar que la vida está menos en lo que pensamos y diagramamos con tanta certeza, y más en ese despertar entre húmedo y atemorizante, que es el deseo.
No quiero vivir una vida profiláctica. No quiero ni creo que pueda. Y no es una desobediencia al “quédate en casa”; -aunque las desobediencias son los actos que crean insurgencias políticas y es algo que las feministas sabemos muy bien-, ni mucho menos un arrojo al descuido, ni un llamado a esa mentira de la “libertad individual”. En todo caso es un intento de volver a re conectarme con cierta vitalidad y sensualidad de la existencia. Y como nunca, desde este lugar, desde el confinamiento, de lo que trato es de hacer escritura y cuerpo -aunque son lo mismo-  lo que pienso, lo que siento, compartir un afecto, una pregunta, que se propague, que se contagie como se pueda porque también es la manera que tengo, que tenemos,  de  tenernos los unxs a lxs otrxs.


3 comentarios:

  1. Hola Juan, me ha gustado tu artículo, es la primera vez que te leo. Me gustaría que me aclarases de manera sencilla, si es posible, el término somatocrático, que veo que usas con profusión y no sitúo convenientemente. Un saludo

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  2. Hola, gracias por tu pregunta. Somatocracia es un concepto que enunció Foucault para designar una forma de gobierno en la que la salud y la medicina desempeñan un papel determinante. Esta implica que la institución tiene competencia para intervenir en todos los lugares y generar documentación sobre los individuos. El estado ampara esta función. La comparación con una teocracia es ineludible. Otros autores como Szasz utilizan el concepto de Estado Clínico, y principalmente se utiliza el término de medicalización por Illich y otros autores, para definir cómo la institución medicina sale de sus propios límites para ocupar un papel central en las sociedades.

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  3. Gracias Juan por tu serie de artículos sobre el confinamiento que sientan como aire fresco en este periodo de apnea decretada y sumisamente aceptada, aunque a algunxs ya se les puede ver poniéndose azules y a punto de reventar.

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