El
confinamiento nos convierte a todos en hikikomoris obligatorios. No existe otra
opción. Se denomina como hikikomori a un joven que se aísla en su cuarto para
vivir hiperconectado a internet y las redes sociales. Estos encierros completos
llegan a durar años, y solo en Japón se estima que existe no menos de medio
millón de adolescentes que detentan esta condición. Los ordenadores y las
máquinas portátiles de telecomunicación conforman la suficiencia social para
estas personas, que rechazan de facto la comunicación en un contexto de
proximidad de los cuerpos. La presencia física del otro se difumina, siendo
sustituida por la apoteosis de las pantallas. El mundo real se evapora, incluidos
sus imágenes, colores, ruidos, olores, sabores y sensaciones táctiles. La
cabina-dormitorio de encierro, del segundo episodio de la primera temporada de
Black Mirror, 15 millones de méritos, constituye un emblema de la
virtualización total en detrimento del mundo físico.
El gran
encierro ha sido intuido y anticipado por los publicitarios de Ikea, que
enunciaron su célebre lema de “La República Independiente de tu Hogar”, que
representa un monumento semiológico de la gran individuación, en la que los nuevos
robinsones se emancipan del mundo habitando en un espacio blindado y
fortificado electrónicamente. Ahora, la crisis del coronavirus representa un
salto muy importante en este proceso de administración de la separación de los
cuerpos y la sanción de los distanciamientos sociales. El hogar amurallado, más la cabina cerrada de
las máquinas dela movilidad, los automóviles, representan la consumación de una
individualización radical, que reconfigura drásticamente lo social.
De este
modo, el domicilio deviene en un encierro obligatorio, por el que es
glorificado por su higienización, presidida por la apoteosis de la lejía, los
detergentes y los jabones. Este es considerado como el recinto de protección de
los demás, que representan el peligro viral. Este repliegue domiciliario,
también se inscribe en un proceso de reconfiguración del hogar, que se
constituye como sede de la producción, el consumo y la mediatización. Los
gobiernos y los medios glorifican el teletrabajo, la teleeducación y la
telecompra. Así consuman un proceso en el que ya Amazon, Telepizza y todas sus
configuraciones acompañantes, ya anticiparon con anterioridad a la pandemia. La
vivienda deviene en la sede de un yo blindado y una sociabilidad virtual. La
consecuencia más importante es la expansión de la audiencia, ahora fragmentada
entre los emisores televisivos, las plataformas digitales de ocio, el océano de
Youtube, la densidad de las redes sociales y la inmensidad de internet.
Pero, el
aspecto más relevante del gran repliegue al hogar, radica en que este se
convierte en una prisión blanda, propiciado por la expansión del dichoso
coronavirus. En estos días se decreta que las viviendas son la sede del
encierro del cuerpo, inseparable de las máquinas de telecomunicación, que
conforma un espacio cibervigilado y un lugar identificable en el mapa Google.
Se pueden establecer las analogías y las diferencias entre las vigilancias de
las viejas instituciones de encierro y el nuevo hogar del teleconsumo y
teleproducción. No cabe duda de la eficacia abrumadora de estas nuevas formas
de vigilancia y control. El sumatorio de la inspección domiciliaria y los ojos
electrónicos –las cámaras- que rastrean el espacio público, constituye una
verdadera pesadilla. Nunca un poder se sustentó en un dispositivo tan
formidable para hacer transparente a sus ojos las vidas de los súbditos.
Entonces, el
confinamiento es en realidad algo más que una medida higiénica inscrita en una
estrategia sanitaria de control de la pandemia. Las propuestas de los gobiernos
suponen, inequívocamente, la consumación de una gran descolectivización, así
como la materialización de un proyecto de control. El virus otorga la licencia
y la legitimación del salto en la vigilancia, llevada a extremos delirantes. En
Israel ya se rastrea a los infectados y también a los sospechosos de serlo
mediante el control de sus máquinas portátiles de comunicación. Así anticipan
el futuro de después del encierro, en el que los controles van a adquirir los
atributos de los dioses, y cada cual va a adquirir la condición de un punto
luminoso móvil sobre un tablero panóptico.
Pero el
problema más importante que genera la pandemia radica en el advenimiento de un
nuevo e intenso puritanismo, que conlleva la cuarentena perpetua de los cuerpos
desconocidos. Esta cuestión viene para quedarse tras la crisis del estado de
alerta. El virus sanciona el estatuto de sospecha sobre el cuerpo. Este es
percibido como la sede del contagio y el espacio donde se ubica la enfermedad,
que se filtra por los orificios del rostro. El cuerpo representa una amenaza y
es menester protegerlo mediante el alejamiento de los sospechosos, así como la
consagración de nuevas barreras físicas: las mascarillas, los guantes, y pronto
las gafas y otros elementos de separación fronteriza. El cuerpo está siendo
empaquetado y sellado inquietantemente.
Asimismo, el
cuerpo expuesto a la interacción con los otros, deber ser purificado, lavado
incesantemente y metódicamente. Me vienen a la cabeza las prácticas corporales
de Viridiana, la heroína de la película inolvidable de Buñuel, que acreditaba
una coherencia encomiable en la protección de su cuerpo frente a irrupciones
externas que confirmasen que este era la sede del pecado. Admito que comienzo a
estar aterrorizado por el avance de esta tendencia derivada del aislamiento
social obligatorio. Recuerdo que en mi adolescencia asediada por la iglesia, la
sensación más gratificante era la derivada de la proximidad a un cuerpo que
registraba la misma emoción física que yo cuando se estrechaban las distancias.
Una célebre canción de la época, Nostalgias, lo sintetizaba con gran precisión,
decía “Nostalgias, de escuchar tu risa
loca, y sentir junto a mi boca, como un fuego tu respiración”. Justamente
era eso, un fuego que se extendía a todo el cuerpo y precedía a la apoteosis de
una secuencia de sensaciones estupendas.
El cuerpo ha
sido sacrificado y puesto en cuarentena por el éxtasis de la salud entendida
como preservación al contagio. En este sentido, se consuma esa admonición con
respecto a la masturbación, primero condenada en nombre Dios y del acceso al
paraíso, y después reemplazada por la sagrada institución de la medicina, que
advertía de sus efectos negativos corporales, y culminada por la psicología
contemporánea, para la que el goce es una realidad que debe ser administrada
por el sujeto que delega su vida en sus sapienciales recomendaciones.
El reverso
de los delirios del confinamiento es el declive del espacio público. La calle
es el envés de la casa-fuerte amurallada. Esta sigue siendo lugar de encuentros
con los otros, que adquieren el perfil de instantáneos. Cada cual se preserva
de los peligros de la contigüidad. Las personas deambulan en busca de sus
provisiones para abastecer los fortines electrónicos con alimentos y fármacos,
principalmente. Entre los escasos y efímeros circulantes, algunos adquieren el
estatuto de sospechoso de incumplimiento. El imaginario de balcón los
estigmatiza como incumplidores, como excepciones a la pauta general de
obediencia estricta, adquiriendo así la naturaleza del luto. Los incumplidores
rompen el luto y son increpados y descalificados.
El aspecto
más pavoroso de las calles semivacías son sus sonidos. La ausencia de sonidos
derivados de su bullicio genera un fondo sobrecogedor, en el que los sonidos
inmediatos adquieren una intensidad inquietante. Los mismos encerrados observan
un cumplimiento riguroso de las distancias, evitando las conversaciones entre
ellos. Los viandantes silenciosos anuncian el éxito de la subjetivación
instaurada por las autoridades y los medios. En los informativos se procede a
la caricaturización de los incumplidores, mediante valoraciones que restituyen
la mala saña a un papel esencial. Me
impresiona muchísimo cuando me cruzo en una acera con una persona silenciosa y
asustada y sale tras los coches para evitar mi fugaz contigüidad. Entonces me
acuerdo de Carmen, mi compañera y me alegra que no haya conocido este estado
perverso de lo social.
Una vez que
los incumplidores han sido convertidos en el espectro del mal, los confinados
mediatizados y subjetivados por el estado de alerta, reclaman la presencia y
las actuaciones policiales contra los mismos. Así se confirma un estado de
opinión que confiere a la policía la licencia de sancionar de muy diferentes
maneras. Las cadenas de televisión movilizan sus expertos en seguridad para
estigmatizar a los indeseables. Se presentan casos extremos de comportamiento
antisocial para escalar los reproches y las adhesiones. Las calles adquieren la
naturaleza de espacios patrullados, donde cada cual tiene que confesar con
precisión su motivo y su itinerario. Las excepciones son examinadas por los
agentes y los vigilantes de los balcones, estimulados por las televisiones.
Este es un
aspecto nuevo muy relevante. Tanto la Policía como las fuerzas armadas,
adquieren con el virus y la pandemia una nueva condición. Su presencia y
actuación es percibida como necesaria y deseable por la gran mayoría de la masa
confinada y mediatizada. Así se restituyen investidos de bondad. En este
contexto la cuestión de los excesos en sus actuaciones pasa a segundo plano. Me
parece insólita la propuesta del gobierno de establecer patrullas mixtas entre
la guardia civil y el ejército. Por fin se ha descartado esta propuesta pero
nadie ha dicho ni una palabra al respecto, lo cual indica que la conciencia democrática se encuentra atomizada y desmovilizada.
La verdad es
que, reconociendo el relevante papel de las unidades de La Unidad Militar De
Emergencias, así como otras misiones del ejército, me parece muy delicado
otorgar a esta institución un papel que le aproxime al de gendarme. La eficacia
en un conflicto bélico depende de la capacidad de controlar en régimen de
monopolio las calles vacías. El imaginario que se deriva de esta evidencia, se
encuentra presente en algunos gestos. Por eso me inquieta tanta alusión a la guerra y a los frentes. La vigilancia democrática acerca de que
cada institución actúe en el interior de sus propias fronteras, adquiere una
relevancia especial.
Termino
aludiendo a mi propia experiencia personal. Ayer compré una bandeja de
deliciosos pastelillos para una vecina que cuida a una persona de más de
noventa años. Cuando llamé a su timbre no me abrieron. Comentando
posteriormente con ella, me dijo que las señoras mayores seguían las
indicaciones de la televisión, que les advertía del incremento de los robos en
las viviendas. No sé si sería Ana Rosa, Susana,
Mamen Mendizábal u otra similar, pero el imaginario del miedo resulta
explosivo, y recombinado con una crisis económica que desposee de sus recursos
a millones de personas, supone una situación política y social inmanejable. En
este social excepcional se expanden los procesos centrales de la mediatización y la seguritización,
que están en curso desde hace muchos años, amueblando inquietantemente el
presente.
Confesiones de un Hikikomoris:
ResponderEliminarhttps://drive.google.com/file/d/1ZFPShUYYu61ggdKXym9K07VtTJV4EYQX/view?usp=drivesdk
PD: Él no te conoce ni sabía nada de ti.
Un abrazo.
Sí, es cierto, no cabe duda de que soy una antigualla pesimista. El virus abre un futuro en el que el capitalismo se disolverá voluntariamente y aparecerá un mundo de fraternidad y felicidad universal. Para este cambio no será necesario siquiera una agencia humana. Los congregados en los balcones aplaudirán más intensamente este nuevo mundo que conjura las amenazas y exalta las oportunidades.
ResponderEliminarDurante toda la mañana he estado pensando en una cita de Marcuse en el "Hombre unidimensional" que le tengo mucho cariño:
ResponderEliminarEl hombre unidimensional oscilará continuamente entre
dos hipótesis contradictorias: 1) que la sociedad industrial avanzada
es capaz de contener la posibilidad de un cambio cualitativo para el
futuro previsible; 2) que existen fuerzas y tendencias que pueden
romper esta contención y hacer estallar la sociedad. Yo no creo que
pueda darse una respuesta clara. Las dos tendencias están ahí, una al
lado de otra, e incluso una en la otra. La primera tendencia domina, y
todas las precondiciones que puedan existir para una reversión están
siendo empleadas para evitarlo. Quizá un accidente pueda alterar la
situación, pero a no ser que el reconocimiento de lo que se está
haciendo y lo que se está evitando subvierta la conciencia y la
conducta del hombre, ni siquiera una catástrofe provocará el cambio (página 25).
Muy pertinente la frase de Marcuse. Lo más probable es que los poderes que controlan el presente salgan reforzados, en tanto que adquieran licencia para separar y gestionar a la población. No descarto que se generen nuevos movimientos sociales que propugnen otro social. Yo trabajo en esta dirección. Me posiciono críticamente en espera de algo nuevo pueda surgir en el horizonte inmediato, aunque apenas algunas voces se han apercibido de las competencias extraordinarias que están siendo concedidas a los poderes. Gerardo Tecé en twitter lo dice con agudeza, contrastando el primer día de encierro con el quince, en el que se aplaude a la policía y las fuerzas armadas. Termina pronosticando un salto de Vox. En fin
ResponderEliminarSeguimos...
ResponderEliminarTe recomiendo como distracción-reflexion la película "El hoyo" dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia y los libros de poesía: "De como sangra el lobo" de Pedro del Pozo y "PAÍS" de Alberto Porlan.
Salud!