Publicada
en 11 abril 2020
Este pequeño
manifiesto es muy grande en términos de inteligencia crítica. En una situación
de emergencia, se pone de manifiesto la miseria de la inteligencia oficial. Los
pensadores de guardia y los científicos sociales ubicados en las instituciones
políticas y mediáticas que conforman el poder, muestran impúdicamente las
carencias para interpretar la situación. Estas son delegadas en los medios de
comunicación, los operadores políticos centrados en la redistribución del poder
electoral, y en la devenida casta sacerdotal de expertos en virología,
epidemiología y medina de urgencias y emergencias. El orden comunicativo
resultante contribuye a la desolación, en tanto que se presenta haciendo gala
de su ininteligibilidad. El mensaje subyacente es el de “dejarnos conduciros”.
En este
contexto, este manifiesto contribuye justamente a lo contrario, a hacer
inteligible la catástrofe, situándola en su campo histórico específico. La
estrategia de los poderes se concentra en una lucha feroz por conseguir la
posición de “mariscal triunfante” en lo que se entiende como salida a la
catástrofe. Se entiende que los aturdidos, anonadados, mediatizados y
encerrados súbditos, tras su larga experiencia de confinamiento y distancia
social, se presten a aclamar al guía providencial y su casta de expertos,
transigiendo con sus soluciones, que significan el mantenimiento del orden
social que precisamente ha generado la catástrofe.
Según me
hago mayor en un país como España, cada vez estimo más la lucidez. Por eso
recomiendo este texto, que estimula a pensar la situación desde la distancia
que otorga su consideración global, de social-histórico que diría Castoriadis.
Estoy persuadido de que su lectura puede contribuir a una desintoxicación
experta y mediática, recuperando la capacidad de comprender, inteligir y decir,
que solo se puede producir desde la autonomía personal. Me parece tan
sugerente, que ha activado mi gen autoritario de maestro. Ha sido inevitable
pasar lista de personas que tienen imperativamente que leerlo.
Muchas
gracias a los autores y buena lectura
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En nombre
del Colectivo Malgré Tout (“A pesar de todo”) proponemos este breve Manifiesto,
con cinco puntos de reflexión e hipótesis prácticas, para compartir con todos
aquellos y aquellas interesados. Esperamos que sea una contribución útil al
pensamiento y a la acción en medio de la oscuridad de la complejidad.
1.
El retorno del cuerpo
En los últimos cuarenta años,
hemos asistido al triunfo y al dominio absoluto del sistema neoliberal en cada
rincón del planeta. Entre las diversas tendencias que atraviesan este tipo de
sistema, hay una en particular que pareciera constituir la forma mentis de
la época: la que considera a los cuerpos como un ruido de fondo del sistema.
Los cuerpos reales son ‘pesados’, y demasiado opacos, deseantes y vitales, y
por eso mismo, escapan a las lógicas lineales previsibles. Desde siempre, el
objetivo perseguido por las políticas y las proprias prácticas neoliberales
consisten en volver a desterritorializar esos cuerpos. Volverlos
indeterminados, una materia prima manipulable, un ‘capital humano’ utilizable
según lo precisen los circuitos del mercado. Se les exige que sean
disciplinados, movidos sin criterio, flexibles, deben estar siempre listos para
poder adaptarse (esa frase, adaptarse, es el letimotiv de
nuestra época) a las necesidades determinadas por la estructura
macro-económica. En su abstracción extrema, los cuerpos de los indocumentados,
de los desempleados, de los que no son “como se debe”, de los ahogados en el
Mediterráneo o los de los centros de detención, sólo son números:
indiferenciados, sin valor, sin coroporeidad y por ello, sin humanidad.
En el ámbito
científico-técnico esta tendencia aparece bajo el paraguas de “todo es posible”
y niegan que haya límites biológicos o culturales al deseo patológico de
desregulación orgánica. Se trata de avanzar en mecanismos que aumenten lo vivo,
la posibilidad de vivir mil años ¡devenir inmortales! No es otra cosa que la
voluntad de producir una vida post-orgánica en la que puedan dejarse atrás las
molestias de los cuerpos, por naturaleza demasiado imperfectos y frágiles. La
aceleración catastrófica del Antropoceno en estos últimos treinta años dan
testimonio de los efectos funestos de este “todo es posible” tecnicista, que no
solo ignora sino que arrasa con las singularidades profundas de los
procesos orgánicos.
Es en este
mundo, convencido de poder arrasar con los límites propios de lo viviente, que
ha surgido la pandemia. De una forma catastrófica y bajo los efectos de la
amenaza, súbitamente tomamos conciencia de que los cuerpos, están de regreso.Y
de un día para otro son el primerísimo sujeto de la situación, y de las
políticas que se llevan a cabo. Los cuerpos hacen que los recordemos, y en ese
regreso pareciera abrirse una nueva ventana a través de la cual podemos
entrever múltiples posibilidades de acción.
En primer
lugar, nos permiten constatar que el poder puede, cuando quiere, desplegar las
políticas necesarias para la protección y la salvaguarda de la vida. ¡El Rey
está desnudo! En medio de su estupor, los líderes de las finanzas mundiales han
comprendido que la economía, su monstruo sagrado, finalmente no podía
prescindir de esclavos vivos para funcionar.
Tras haber
intentado persuadirnos de que la única “realidad” seria en el mundo era la determinada
por las exigencias económicas, los gobernantes de (casi) todo el planeta
demostraron que es posible actuar de otro modo, incluso si fuera necesario un
quiebre de la economía mundial.
Es como una
confesión de parte de quienes categóricamente venían sosteniendo que todas las
políticas (sociales, ambientales, sanitarias…) debían forzosamente acompasarse
con el “realismo económico”, erigido en un dios totalitario al cual era
imposible desobedecer.
Sin embargo,
una ficción no debe suceder a otra. En este sentido, a la ficción neoliberal
que afirma que una sociedad está compuesta de individuos serializados y
autónomos, se la sustituyó en estos días por otra ficción, que se resume en la
noble frase de que “todos estamos en el mismo barco”.
Lejos de
criticar esta invitación a la solidaridad, sería un error creer que el carácter
colectivo de la amenaza (el virus) puede por arte de magia eliminar las
disparidades entre los cuerpos. La clase social, el género, la dominación
económica, la violencia militar o la opresión patriarcal son varias de las
realidades que sitúan nuestros cuerpos de manera diferente. Por lo tanto, no
nos dejemos llevar por este romanticismo de confinamiento que pretende, al son
del clarín, hacernos olvidar estas diferencias.
2.
La emergencia de una imagen compartida
Todos
vivimos bajo la sombra de una amenaza mayúscula y generalizada: la de una
desregulación ecológica global con efectos masivos, esto es: calentamiento
climático, destrucción de la biodiversidad, contaminación del aire y de los océanos,
agotamiento de los recursos naturales, que abarcan al conjunto de lo viviente y
de las sociedades humanas. Sin duda hoy hay una mayoría de personas que están
afectadas por ello y perciben (en el sentido neurofisiológico) esta realidad.
Ocurre que para
la mayor parte del planeta, esto transcurre como si la catástrofe, anunciada no
para mañana sino para hoy, no hubiera estado identificada como algo concreto e
inmediato, sino que estuviera en un plano difuso y no vivido directamente.
Estaríamos, digamos, inmersos en la amenaza. Esa es nuestra atmósfera, y, en
consecuencia, no llegamos a producir un conocimiento de las causas que nos
permita formarnos una imagen concreta del peligro que desencadenan nuestras
acciones. A diario recibimos noticias del desastre, pero la información esa, en
vez de provocarnos una acción, nos lleva a la impotencia y a sufrir. ¿Quién,
entonces, está actuando realmente en este contexto? A nuestro entender, los que
participan en la investigación de las causas: las víctimas, los científicos,
los que lanzan la voz de alerta…Dicho de otro modo, quienes están involucrados
en poner a la vista una representación clara del objeto. Ante las amenazas
concientes pero vistas como abstracciones, quedamos paralizados por la
angustia. Y a la inversa, ante una causa identificada, sentimos miedo. Ese
miedo, al contrario de la angustia sin causa, nos empuja a la acción.
Para
comprender mejor este punto, es útil referirse a la distinción propuesta por el
filósofo alemán Leibniz, y retomada por la neurofisiología,
entre percepción y apercepción.
El ser humano al igual que el conjunto de los organismos vivos, está en
constante interacción material con el ambiente. La percepción es la que
registra este primer nivel, constituido por el conjunto de acoplamientos
perceptivos que el organismo establece con su entorno físico-químico, y
energético.
Para
ilustrar este mecanismo, Leibniz da el ejemplo de cómo apercibimos el ruido de
una ola. Explica que tenemos una percepción infinitesimal de millones de gotitas
de agua que afectan el nervio auditivo sin que podamos apercibir el ruido de
cada una de las gotas de agua. Solo en un segundo nivel, en la dimensión de los
cuerpos organizados, podemos construir la imagen sonora de una ola. Esto
significa que solo una pequeña parte de lo que percibimos del sustrato material
deviene una apercepción, para luego participar en los fenómenos de la
conciencia.
El punto
central es, entonces, comprender cuándo y por qué emerge una apercepción. Esta,
en un principio, está determinada por el organismo que la apercibe: un mamífero
y un insecto evidentemente no producirán la misma imagen aperceptiva que una
ola. En el caso de los animales sociales y en particular los humanos, la
apercepción está también condicionada por la cultura y por los instrumentos
técnicos con los que éstos interactúan. Al contrario de lo que sucede con
ciertos mamíferos, los humanos no aperciben las frecuencias sonoras sin
articular su sistema aperceptivo con máquinas que les permiten hacer emerger
una nueva dimensión aperceptiva. Por otro lado, si el nivel aperceptivo
participa en la singularidad que refiere a la unidad orgánica, no hay razón
para considerarla como propia de un individuo o el resultado de una
subjetividad individual. Una singularidad puede estar compuesta por un grupo de
individuos, e incluso de naturaleza muy diversa (animal, vegetal y hasta un
ecosistema) que participa en la producción de una superficie aperceptiva común.
Lejos de ser un ‘super-organismo’ que existiría en sí, esta dimensión existe de
forma distributiva entre los cuerpos que son capturados por ella, y es así que
cada cuerpo individual resulta afectado. Los cuerpos participan
en la creación de esta dimensión aperceptiva común, la que a su vez influencia
y estructura los cuerpos. Cotidianamente, esta dimensión se manifiesta bajo la
forma de lo que por costumbre llamamos ‘sentido común’, que actúa socialmente
como una instancia concreta de sentido compartido.
Estamos
asistiendo a un acontecimiento histórico e inédito: por primera vez toda la
humanidad produce una imagen de la amenaza. Esta imagen no se
reduce a un conocimiento científico de los hechos que condujeron a la aparición
del virus. Lo que está profundamente en juego es la emergencia de una
experiencia compartida de la fragilidad de los sistemas ecológicos, que hasta
ahora habían negado y que fueron arrasados por los intereses macro-económicos
del neoliberalismo.
La
particularidad de esta apercepción común se debe al marco en el que emerge.
Paradójicamente, no es el peligro intrínseco de la pandemia el que la impulsa,
sino más bien el dispositivo disciplinario que la acompaña. Y es este
dispositivo el que nos instala en una nueva dimensión.
No podemos
comprender lo que ocurre si evaluamos el tema desde su dimensión sanitaria.
Este es el escollo que lleva a que algunos se lancen a hacer peligrosos
cálculos macabros para responder al carácter inédito de la crisis, y compararla
con otros flagelos. Ante esta nueva situación, nosotros vemos emerger dos
interpretaciones opuestas.
Por un lado
quienes sostienen que se trata de un hecho muy grave para el que hay que
encontrar una solución, entendiendo por solución una vacuna o un medicamento.
Al entender la crisis desde esta perspectiva, obviamente no se cuestiona el
paradigma de pensamiento y de actuar dominante.
Del otro
lado, hay otra interpretación a la que adherimos e intentamos contribuir, que
consiste en ver en esta ruptura un hecho concreto que pone en cuestión de forma
irreversible la ideología productivista y hasta la hegemonía. El coronavirus,
para nosotros, es el nombre de este punto crítico que marca al mismo tiempo -al
menos eso esperamos -, un punto de no retorno a partir del cual nuestra
relación con el mundo, y el lugar del ser humano dentro de los ecosistemas,
debe ser profundamente puesto en debate.
3.
Una experiencia del común
En el horror
que estamos viviendo, si hacemos el esfuerzo de no renunciar a pensar,
comprobaremos que hay una sola cosa que podemos experimentar positivamente en
esta crisis: la realidad de los lazos que nos constituyen. Pero esto también
hay que preservarlo de una mirada inocente. No somos todos iguales frente a
nuestra interioridad. Y dado que el frenesí de la vida cotidiana no permite
auto-evitarnos, algunos de nosotros nos damos cuenta del hecho de tener una
pésima relación consigo mismo, y con el entorno inmediato. En un circuito
cerrado, el verdadero infierno, a menudo, es uno mismo. Un odio de sí que
termina por transformarse en un infierno para los demás.
En nuestra
vida de confinamiento, tomamos conciencia de que somos seres territorializados,
incapaces de vivir exclusivamente de manera virtual, dejando a un costado
cualquier elemento de la corporeidad. Millones de individuos experimentan en
sus cuerpos que la vida no es una cosa estrictamente personal. Las tan mentadas
virtudes del mundo de la comunicación y de sus instrumentos muestran en
plenitud su impotencia para hacernos salir de nuestro aislamiento. En el mejor
de los casos, nos entretienen con la ilusión de reunir a los separados, como
separados.
En medio de
la crisis, de algo tenemos certeza: nadie se salva solo. Lo que están
experimentando nuestros contemporáneos, para bien o para mal, es la fragilidad
de los lazos que nos constituyen y que nos obligan a ir más allá de las
ilusiones del individuo autónomo y serializado. O sea, que estamos entendiendo
que no se trata de ser fuertes o débiles, loosers o winners,
sino que existimos, todas y todos, en la forma de esta fragilidad que nos
permite sentir y probar nuestra pertenencia al común. Nuestra vida individual y
la vida social son dos lados de una misma moneda. Obligados al aislamiento, nos
damos cuenta de estar atravesados por múltiples lazos y de no corresponder de
modo alguno al diseño thatcheriano según el cual “la sociedad no existe. Todo
lo que existe son individuos”.
En realidad,
lo que nos permite actuar en esta situación es el propio deseo del cómún, el
deseo de la vida, no la amenaza. En este movimiento de la balanza, nuestros
puntos de vista habituales se invierten: no se trata todo de mí y de mi vida
individual. Lo que cuenta en este momento, es en qué está inserta la vida, ese
tejido a través del cual adquiere su sentido. En este momento en que los lazos
se reducen a la pura virtualidad comunicacional, nos parece crucial pensar los
límites de esta abstracción. Pensar en lo que no es posible experimentar vía
Skype ni por ninguna red social. En síntesis, cuál es, en el fondo, la
singularidad propia de nuestros cuerpos, y de sus experiencias.
4.
Contra el biopoder
La ventana
que se ha abierto, sin embargo, no apunta solo hacia nuevas posibilidades de
actuar de manera positiva. La experiencia que estamos viviendo ofrece al
biopoder en acción un ejemplo sin precedentes: asistimos a la posibilidad de
disciplinar países enteros, continentes enteros, y a la vez mostrando, con
mucha frecuencia, el propio deseo de las personas de hacerse disciplinar cuando
le agitan la bandera de la superviviencia.
Reconocemos
que tiene algo de tragicómico constatar que la geolocalización de los
individuos supone que éstos no registran la idea espantosa y perversa que es
dejar su smartphone en la mesa de luz. La servidumbre voluntaria es mayúscula
cuando la pulsera electrónica que se coloca a un preso deviene en un teléfono
móvil comprado con total cariño. Esta experiencia inédita de control social
podría servir, entonces, para ser repetida. Imaginamos que a futuro, no será
difícil encontrar nuevas amenazas o nuevas emergencias para justificar
semejantes prácticas de control.
En este
contexto, la cuestión de si estamos o no en guerra contra el virus no es un
asunto meramente retórico. En primer lugar porque tiene implicancias jurídicas
concretas, y luego porque nos señala el modo en que esta crisis puede dar lugar
a prácticas autoritarias perdurables. No estamos en guerra. Esa visión viril y
conquistadora es parte del problema. Sufrimos las consecuencias de un régimen
económico y social aberrante y mortífero. Seamos cautelosos con estos discursos
marciales y donde baten los tambores que siempre preceden a convocar a
sacrificios al pueblo. Nuestro objetivo no es ganar una batalla sino asumir la
fragilidad del mundo y un cambio radical en la manera de habitarlo.
De otro
modo, una vez que la pandemia termine, el poder no dudará -con todos sus
énfasis de mariscal victorioso -, en enrolar a la población detrás de la causa
patrótica económica. Y nos dirá que ahora no es el momento de pensar o de
protestar a favor de los grandes cambios socio-estructurales (sin ir más lejos,
una mejora de los sistemas públicos de salud). Cualquier demanda de justicia
social pasará por una traición a la patria porque estaremos en el momento de
abocarnos a la tarea sagrada: reencaminar la economía y el crecimiento.
La historia
oficial nos dirá, primero, que hemos vencido, enfrentado y vencido un accidente
desgraciado e imprevisible. Nos explicará, a continuación, que hay que redoblar
los esfuerzos para vencer la resistencia de la naturaleza a todo el poderío
humano. O sea que, de forma irresponsable llamarán ‘accidente’ imprevisible a
lo que en realidad los biólogos y epidemiólogos vienen anticipando hace 25
años. Entre los múltiples vectores que están en el origen de enfermedades
emergentes y re-emergentes, sabemos que la destrucción de los mecanismos de
regulación metabólica de los ecosistemas, notablemente ligada a la
deforestación, juega un rol fundamental. Además, la urbanización salvaje y la
presión constante de las actividades humanas sobre los entornos naturales
favorcen situaciaciones de promiscuidad inédita entre las especies.
Sea cual
fuere la reacción de los gobernantes, una cosa es segura: hay una nueva
dimensión aperceptiva, o sea, una nueva imagen del desastre ecológico que está
a la vista y se ha incorporado al sentido común. El dispositivo según el cual
el humano era el sujeto que debía erigirse en el dominador y propietario de la
naturaleza se muestra en su rostro más pesadillezco.
5.
Pensar y actuar en la situación actual
Como
escribió Proust, “los hechos nunca penetran el mundo donde viven nuestras
creencias”. No existen los hechos ‘neutros’ que expresan un significado en sí.
Todo hecho existe solo en un conjunto interpretativo que le da un sentido y una
validez.
La ciencia
se ocupa de los hechos, pero al mismo tiempo construye su propia narrativa, su
interpretación. Al contrario de lo que pretende el cientificismo, la actividad
científica no consiste en producir simples agregaciones de hechos desnudos. La
narración que afirma que la ciencia ordena los hechos surge de una interacción
con las otras dimensiones que son, entre otras, el arte, las luchas sociales,
el imaginario afectivo, y más globalmente la experiencia vivida. Diversas
dimensiones que participan de la producción del sentido común.
Frente a la
complejidad del mundo, la tentación reaccionaria nos invita a delegar nuestra
potencia de acción en los tecnócratas, cuando no directamente en las máquinas
algorítmicas. En esta visión oligárquica, los que saben son los científicos y
los políticos, y el pueblo obedece. Pero hay una relación conflictiva mucho más
profunda entre el pensamiento crítico y el sentido común a la que no podemos
oponernos. El rol del pensamiento estructurado no es el de ordenar y
disciplinar el sentido común, sino más bien agregar dimensiones de
significación que puedan luego convertirse en mayoritarias y hegemónicas. Por
eso mismo es que cualquier proyecto emancipador, lejos de representar la
revelación de una escena oculta de la verdad es siempre la creación libre de
una nueva subjetividad.
Esa fantasía
de proyectar la gran celebración que sobrevendrá al día de la liberación
implica, en su entendible inocencia, olvidar los procesos que nos han conducido
a la actual situación; y por tanto esos procesos no se van a retirar como un
ejército derrotado. Los elementos continuarán sirviéndonos de diversas maneras.
Es necesario que esta crisis no se termine con los aliviadores aplausos de una
guerra ganada. Este acontecimiento histórico abre la puerta a la apercepción
común de los lazos de fragilidad que constituyen nuestro mundo.
No sabemos
lo que nos espera y no tenemos la mínima pretensión de predecirlo. Sí sabemos
que las fuerzas reaccionarias de todo el planeta estarán listas para
aprovecharse del aturdimiento en el que todavía estaremos inmersos. Por eso,
estando en el corazón mismo de esta situación oscura y amenazante, debemos
asumir esta realidad no esperando ‘que pase’, sino preparando desde ahora las
condiciones y los lazos que nos permitan resistir la avanzada del biopoder y
del control.
Esta
situación de crisis no debe conducir a un aumento de la delegación de nuestra
responsabilidad. Seguramente hemos visto que ‘los grandes del mundo’ (esos
enanos morales) nos hablan de guerra, pretenden otra vez hacer de nosotros
recursos humanos, carne de cañón.
Solo una
clara oposición al mundo neoliberal de las finanzas y de la pura ganancia, solo
una reivindicación de los cuerpos reales no sometidos a la pura virtualidad del
mundo algorítmico, pueden ser hoy nuestros objetivos.
Como en toda
situación compleja, debemos cohabitar con un no-saber estructural, que no es
ignorancia, sino una exigencia para el desarrollo de todo conocimiento.
No se trata
de pensar el día después viviendo el presente como un simple paréntesis.
Nuestra vida se despliega hoy. Y por eso este pequeño Manifiesto es un llamado
a aquellas y aquellos que buscan imaginar, pensar y actuar en y por nuestro
presente.
Contacto:
collectifmalgretout.net
Por el
«Collectif Malgré Tout» Francia: Miguel Benasayag, Bastien Cany, Angélique del
Rey, Teodoro Cohen, Maeva Musso, Maud Rivière.
Por el
«Collettivo Malgrado Tutto» Italia: Roberta Padovano y Mary Nicotra
2 comentarios:
Sin duda muy estimulante y lúcido. Gracias Juan por compartir.
Mucho me temo que no asumiremos nuestra vulnerabilidad, tampoco revertiremos nuestra relación con la naturaleza y como bien apuntan, volveremos a esa "normalidad" que forma parte del problema. Mientras tanto, las mentes lúcidas seguimos resistiendo, antes, durante y después de la pandemia.
Un abrazo
Silvia
El Sistema absorbe los discursos críticos a una velocidad de vértigo. La foto que comparto me ha llegado por whatsapp y supongo que estará rondando por ahí cuál mantra apaciguador:
https://drive.google.com/file/d/1_UaFom9AEpNdFs-iJI15wvvpuagaZuBN/view?usp=drivesdk
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