martes, 7 de abril de 2020

LAS PLANTACIONES DE LOS PAQUETES


El confinamiento determinado por la respuesta a la pandemia del coronavirus, representa la culminación de un proceso de fortificación y blindaje del hogar. Este es el espacio donde se realizan múltiples funciones que anteriormente solo eran posibles en el espacio público exterior. Una de ellas es la compra. El advenimiento de la galaxia Amazon configura la ciudad como una red de pasarelas destinadas al abastecimiento de los enclaustrados domésticos voluntarios. El tráfico de paquetes adquiere un esplendor inimaginable. Estos llegan a las casas mediante una cadena secuencial que comienza en grandes naves lejanas que se asemejan a las antiguas plantaciones agrarias. El sistema productivo registra el ascenso de un conjunto de nuevos gigantes, entre los que Amazon detenta el privilegio del liderazgo en la telecompra, que adquiere una centralidad creciente, reconfigurando así el comercio, el espacio urbano  y la vida diaria.

El año pasado se emitió en Cuatro TV un programa de la serie “Fuera de Cobertura” dirigido por Alejandra Andrade. Su título sintetizaba con precisión su contenido: “Españoles en Holanda: Esclavos de la globalización”. La periodista obtuvo el siguiente Premio Ondas por la serie de estos programas, en los que pone el foco en realidades ocultas. Andrade hace un periodismo incisivo, que pretende que el espectador experimente un choque al visualizar una realidad que se encuentra en el exterior de sus propios esquemas de definición. Este programa desvela una situación que afecta a un contingente de personas que interviene en el proceso de elaboración de los productos que sirve a los fortificados en sus domicilios, la galaxia de los traficantes de paquetes que lidera Amazon.  Recomiendo vivamente su visionado.

El programa se focaliza en aquellos españoles jóvenes que transitan las vías establecidas en el nuevo sistema-mundo, para conseguir un trabajo que aporte a su currículum vitae, en el eterno tránsito para la construcción de la mitológica empleabilidad, que deviene en el pasaporte de la identidad personal y una condición de su existencia. Y digo pasaporte, porque una de sus condiciones es que tiene que ser renovado continuamente. Estos jóvenes también huyen de los contextos sociales en los que las oportunidades se encuentran bloqueadas. El trabajo adquiere en este tiempo una de las propiedades que detentó el oro en una época anterior. Es un estímulo para desplazarse por las misteriosas rutas que conducen a los lugares en los que parece asentarse.

Una de estas es Holanda, en donde se ubica un gran centro logístico de tráfico de las mercancías que terminarán en los hogares-totales de los confinados. Este está ubicado cerca del estratégico puerto de Rotterdam. Este centro actúa como polo de atracción para los precarizados de los países más desfavorecidos de la enigmática Europa. Ellos acuden allí en busca de lo que la socialización ejercida por los poderes económicos, institucionales y mediáticos, define como “una oportunidad”. Así se especifica ese juego, ir allí a probar suerte, en la convicción de que puede hacerse factible el dicho bíblico de “muchos son los llamados, pero pocos son los elegidos”. Cada aspirante, rigurosamente individualizado, arriba e este espacio estimulado por un horizonte imaginario de la materialización de la oportunidad, de modo que constituya una plataforma para el despegue en la imaginaria leyenda de la carrera profesional.

El reportaje es prístino y elocuente. Su relato y las imágenes que lo conforman son pavorosas. Se trata de un verdadero campo de concentración, en los que los allegados viven en un estado de apartheid consumado. Habitan obligatoriamente en un camping compuesto por bungalows-barracones, en régimen de alojamiento compartido,  de modo que no pueden residir en cualquier otra vivienda exterior al campo. Este elemento es esencial, porque al no vivir en una dirección arraigada, no pueden beneficiarse de la legislación laboral del país. Entrar allí significa rubricar la renuncia a los derechos laborales europeos.

Una vez instaladas las víctimas en los barracones, por lo que tienen que pagar 400 euros al mes por persona, se afincan en una realidad que se define por la espera para ser llamados al trabajo. Además del alojamiento, tienen que pagar por las bicis, única forma de llegar a las naves donde laboran, así como por lavanderías, botas y otros enseres. Así comienzan, desde el primer día, a generar un saldo negativo con respecto a sus empleadores, que solo pueden compensar haciendo muchas jornadas de trabajo, pero estas dependen de la administración que tiene la prerrogativa discrecional  de convocarlos.

Los capturados por este dispositivo de subyugación tienen que acreditar una disponibilidad total, esperando para ser llamados a realizar jornadas en las naves. La empresa, bajo la imaginativa forma de ITT, se desembaraza de cualquier compromiso, en tanto que su instalación en el camping-campo los define legalmente como turistas. Así se construye un guetto donde son aparcados, vigilados con cámaras y obligados a habitar en cubículos agobiantes que no pueden cerrar, siquiera para preservar sus exiguas pertenencias. Así se siembra el recelo entre los concentrados, premisa básica para gestionar una población de esta naturaleza.

La crueldad de este sistema alcanza su cénit en lo que denominan como “nómina negativa”, que resulta del balance entre las deudas contraídas por los extraños turistas-prisioneros y el salario obtenido por las jornadas de trabajo. En algunos casos, el sujeto capturado no consigue los suficientes jornales para hacer frente a los gastos de su estancia y desplazamiento, generando un salario negativo. Cualquier gesto de desaprobación es castigado mediante la convocatoria intermitente de jornadas de trabajo, de modo que el saldo final puede ser exiguo, o incluso negativo. El reportaje descubre realidades que se inscriben en la perfección de lo sádico, en tanto que gestiona cruelmente una relación de superioridad contundente.

Pero el mérito de este trabajo periodístico radica en la precisión con que presenta a los sujetos capturados y subyugados. Sus discursos son el reflejo fiel de las narrativas elaboradas por los nuevos dispositivos corporativos e industriales. Repiten palabras que, en este contexto, resultan aterradoras. Dicen “Me salió esta oportunidad”, “Vengo para salir adelante”, “Aguanto porque quiero tener mi propio trabajo”. Estos muestran nítidamente su estado de desolación, que viven en estricta soledad. En las conversaciones con sus familiares, ocultan su realidad, mediante unos silencios administrados con maestría.

Este sistema de campos de concentración se funda en la eficacia de la individualización total de los sujetos. Sus lazos laterales son socavados mediante la competencia empresarial de convocarlos en cada jornada, así como su existencia privada de intimidad, en la que cualquiera puede robarles el mismo dinero que cobran. En los discursos de los afectados no aparecen sino insinuaciones acerca de su situación. Se encuentran en estado de shock, pero no comparece resentimiento alguno, que sería la antesala del conflicto.  Están perplejos, paralizados, pasmados. Asumen su victimización de manera natural. Este es una de las  virtudes de este documento visual.

Se puede sintetizar este estado depresivo y pasivo de los trabajadores-prisioneros mediante el término de anonadamiento. Este es el principio sobre el que se constituye el nuevo mercado de trabajo, y su factor más importante: la precarización general. Esta se funda en presentar a cada sujeto una realidad que rompe el estatuto sobre el que este funciona. Este ha acumulado méritos en un largo aprendizaje en la creencia de que accederá a una posición laboral estable y acorde con su formación. El elemento central de la precarización se articula sobre el descubrimiento individual de una realidad insólita, que contradice la realidad construida por el sujeto. El choque resultante entre estas dos realidades paraliza al precarizado, rompiendo bruscamente todos sus esquemas.

Esta disociación entre la realidad vivida y la realidad esperada desorganiza todos los sentidos del sujeto precarizado, que confirma como los demás aceptan de facto esta situación. Sobre esta brecha se yergue el instinto de sobrevivencia, que es acompañada de un pragmatismo sobrio y austero, que se materializa en el gran precepto de la época, sintetizado en la expresión de “Esto es lo que hay”. Esta conformidad del sujeto precarizado escindido, fundamenta el suicidio ciudadano de toda una generación, que manifiesta su pasividad ante la precarización. En este documental se presenta con agudeza y elocuencia.

El mecanismo psicológico de configuración de los jóvenes precarizados se asienta en la instauración de lo imposible en lo real del sujeto. Cuando experimenta su impotencia total ante esta situación, termina replegándose hacia su interior, generando una regresión infantil, en tanto que termina por aceptar esta realidad mediante su desentendimiento de la misma y su evasión ficcional. El paso del tiempo en esta situación termina por difuminar cualquier resentimiento. Este proceso fatal se cierra mediante una adaptación que tiene como finalidad la sobrevivencia. La vida se polariza en producir fragmentos de prácticas vitales que compensen las desdichas de su posición social, escapando imaginariamente de la misma. Este es un misterio de las sociedades contemporáneas, muy bien tratado en este trabajo de Alejandra Andrade.

Uno de los aspectos mejor tratados radica en la presencia de la cámara en la población cercana al campo de concentración. Las respuestas de los ciudadanos normales sancionan el estatuto de apartheid. Nadie manifiesta ningún interés por los concentrados, que adquieren la naturaleza de extraños, que requieren una distancia social que avale su lejanía. Así se configura una misteriosa categoría social que los asemeja a los proverbiales metecos de las ciudades-estado de la antigua Grecia. Uno de los secretos bien guardados del capitalismo postfordista es el del confinamiento de varias categorías sociales que incluyen a sectores muy amplios de la población.

Me interrogo sobre el impacto de este reportaje tan claro. Mi posición al respecto es más que ecléctica, porque una de las características del medio televisivo es la continuidad. La programación encadena distintos fragmentos discursivos, pero estos carecen de autonomía, justamente por la imposición de la continuidad permanente del flujo televisivo, que neutraliza los efectos de cualesquiera de ellos. El olvido es el resultado de este medio que genera un estado de dispersión monumental en sus espectadores. Por consiguiente, algunos espectadores comentarían al día siguiente de su emisión el episodio de la precariedad suprema ce las factorías de paquetes. En el día siguiente, todo está olvidado, siendo reemplazado por otro acontecimiento audiovisual. Esta es la lógica de un medio que algunos han definido lúcidamente,  diciendo que “arranca los acontecimientos de sus contextos”.
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Aprovecho este espacio para mandar un mensaje a un lector. Hace dos semanas, un lector que se presenta como Libreoyente, envió un comentario. Por mi torpeza informática y saturación de estos días, me confundí y cliqueé sobre no aceptar, en vez de publicar. Esto fue irreversible porque destruyó el mensaje. El programa no me permite ponerme en contacto con él. Por eso aprovecho este espacio para pedirle disculpas y rogarle que lo reenvíe. Muchas gracias
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