El
confinamiento determinado por la respuesta a la pandemia del coronavirus,
representa la culminación de un proceso de fortificación y blindaje del hogar.
Este es el espacio donde se realizan múltiples funciones que anteriormente solo
eran posibles en el espacio público exterior. Una de ellas es la compra. El
advenimiento de la galaxia Amazon configura la ciudad como una red de pasarelas
destinadas al abastecimiento de los enclaustrados domésticos voluntarios. El
tráfico de paquetes adquiere un esplendor inimaginable. Estos llegan a las
casas mediante una cadena secuencial que comienza en grandes naves lejanas que
se asemejan a las antiguas plantaciones agrarias. El sistema productivo
registra el ascenso de un conjunto de nuevos gigantes, entre los que Amazon
detenta el privilegio del liderazgo en la telecompra, que adquiere una
centralidad creciente, reconfigurando así el comercio, el espacio urbano y la vida diaria.
El año
pasado se emitió en Cuatro TV un programa de la serie “Fuera de Cobertura”
dirigido por Alejandra Andrade. Su título sintetizaba con precisión su
contenido: “Españoles en Holanda: Esclavos de la globalización”. La periodista
obtuvo el siguiente Premio Ondas por la serie de estos programas, en los que
pone el foco en realidades ocultas. Andrade hace un periodismo incisivo, que
pretende que el espectador experimente un choque al visualizar una realidad que
se encuentra en el exterior de sus propios esquemas de definición. Este
programa desvela una situación que afecta a un contingente de personas que
interviene en el proceso de elaboración de los productos que sirve a los fortificados
en sus domicilios, la galaxia de los traficantes de paquetes que lidera
Amazon. Recomiendo vivamente su
visionado.
El programa
se focaliza en aquellos españoles jóvenes que transitan las vías establecidas
en el nuevo sistema-mundo, para conseguir un trabajo que aporte a su currículum
vitae, en el eterno tránsito para la construcción de la mitológica
empleabilidad, que deviene en el pasaporte de la identidad personal y una
condición de su existencia. Y digo pasaporte, porque una de sus condiciones es
que tiene que ser renovado continuamente. Estos jóvenes también huyen de los
contextos sociales en los que las oportunidades se encuentran bloqueadas. El
trabajo adquiere en este tiempo una de las propiedades que detentó el oro en
una época anterior. Es un estímulo para desplazarse por las misteriosas rutas
que conducen a los lugares en los que parece asentarse.
Una de estas
es Holanda, en donde se ubica un gran centro logístico de tráfico de las
mercancías que terminarán en los hogares-totales de los confinados. Este está
ubicado cerca del estratégico puerto de Rotterdam. Este centro actúa como polo
de atracción para los precarizados de los países más desfavorecidos de la
enigmática Europa. Ellos acuden allí en busca de lo que la socialización
ejercida por los poderes económicos, institucionales y mediáticos, define como
“una oportunidad”. Así se especifica ese juego, ir allí a probar suerte, en la convicción de que puede hacerse factible el
dicho bíblico de “muchos son los llamados, pero pocos son los elegidos”. Cada
aspirante, rigurosamente individualizado, arriba e este espacio estimulado por
un horizonte imaginario de la materialización de la oportunidad, de modo que
constituya una plataforma para el despegue en la imaginaria leyenda de la
carrera profesional.
El reportaje es prístino y elocuente. Su relato y las imágenes que lo conforman son
pavorosas. Se trata de un verdadero campo de concentración, en los que los
allegados viven en un estado de apartheid consumado. Habitan obligatoriamente
en un camping compuesto por bungalows-barracones,
en régimen de alojamiento compartido, de
modo que no pueden residir en cualquier otra vivienda exterior al campo. Este
elemento es esencial, porque al no vivir en una dirección arraigada, no pueden
beneficiarse de la legislación laboral del país. Entrar allí significa rubricar
la renuncia a los derechos laborales europeos.
Una vez
instaladas las víctimas en los barracones, por lo que tienen que pagar 400
euros al mes por persona, se afincan en una realidad que se define por la
espera para ser llamados al trabajo. Además del alojamiento, tienen que pagar
por las bicis, única forma de llegar a las naves donde laboran, así como por
lavanderías, botas y otros enseres. Así comienzan, desde el primer día, a
generar un saldo negativo con respecto a sus empleadores, que solo pueden
compensar haciendo muchas jornadas de trabajo, pero estas dependen de la
administración que tiene la prerrogativa discrecional de convocarlos.
Los
capturados por este dispositivo de subyugación tienen que acreditar una
disponibilidad total, esperando para ser llamados a realizar jornadas en las
naves. La empresa, bajo la imaginativa
forma de ITT, se desembaraza de cualquier compromiso, en tanto que su
instalación en el camping-campo los define legalmente como turistas. Así se
construye un guetto donde son aparcados, vigilados con cámaras y obligados a
habitar en cubículos agobiantes que no pueden cerrar, siquiera para preservar
sus exiguas pertenencias. Así se siembra el recelo entre los concentrados,
premisa básica para gestionar una población de esta naturaleza.
La crueldad
de este sistema alcanza su cénit en lo que denominan como “nómina negativa”,
que resulta del balance entre las deudas contraídas por los extraños turistas-prisioneros
y el salario obtenido por las jornadas de trabajo. En algunos casos, el sujeto
capturado no consigue los suficientes jornales para hacer frente a los gastos
de su estancia y desplazamiento, generando un salario negativo. Cualquier gesto
de desaprobación es castigado mediante la convocatoria intermitente de jornadas
de trabajo, de modo que el saldo final puede ser exiguo, o incluso negativo. El
reportaje descubre realidades que se inscriben en la perfección de lo sádico,
en tanto que gestiona cruelmente una relación de superioridad contundente.
Pero el
mérito de este trabajo periodístico radica en la precisión con que presenta a
los sujetos capturados y subyugados. Sus discursos son el reflejo fiel de las
narrativas elaboradas por los nuevos dispositivos corporativos e industriales.
Repiten palabras que, en este contexto, resultan aterradoras. Dicen “Me salió
esta oportunidad”, “Vengo para salir adelante”, “Aguanto porque quiero tener mi
propio trabajo”. Estos muestran nítidamente su estado de desolación, que viven en
estricta soledad. En las conversaciones con sus familiares, ocultan su
realidad, mediante unos silencios administrados con maestría.
Este sistema
de campos de concentración se funda en la eficacia de la individualización
total de los sujetos. Sus lazos laterales son socavados mediante la competencia
empresarial de convocarlos en cada jornada, así como su existencia privada de
intimidad, en la que cualquiera puede robarles el mismo dinero que cobran. En
los discursos de los afectados no aparecen sino insinuaciones acerca de su
situación. Se encuentran en estado de shock, pero no comparece resentimiento alguno,
que sería la antesala del conflicto.
Están perplejos, paralizados, pasmados. Asumen su victimización de
manera natural. Este es una de las
virtudes de este documento visual.
Se puede
sintetizar este estado depresivo y pasivo de los trabajadores-prisioneros
mediante el término de anonadamiento. Este es el principio sobre el que se
constituye el nuevo mercado de trabajo, y su factor más importante: la
precarización general. Esta se funda en presentar a cada sujeto una realidad
que rompe el estatuto sobre el que este funciona. Este ha acumulado méritos en
un largo aprendizaje en la creencia de que accederá a una posición laboral estable
y acorde con su formación. El elemento central de la precarización se articula
sobre el descubrimiento individual de una realidad insólita, que contradice la
realidad construida por el sujeto. El choque resultante entre estas dos
realidades paraliza al precarizado, rompiendo bruscamente todos sus esquemas.
Esta
disociación entre la realidad vivida y la realidad esperada desorganiza todos
los sentidos del sujeto precarizado, que confirma como los demás aceptan de
facto esta situación. Sobre esta brecha se yergue el instinto de sobrevivencia,
que es acompañada de un pragmatismo sobrio y austero, que se materializa en el
gran precepto de la época, sintetizado en la expresión de “Esto es lo que hay”.
Esta conformidad del sujeto precarizado escindido, fundamenta el suicidio
ciudadano de toda una generación, que manifiesta su pasividad ante la precarización.
En este documental se presenta con agudeza y elocuencia.
El mecanismo
psicológico de configuración de los jóvenes precarizados se asienta en la
instauración de lo imposible en lo real del sujeto. Cuando experimenta su
impotencia total ante esta situación, termina replegándose hacia su interior,
generando una regresión infantil, en tanto que termina por aceptar esta realidad
mediante su desentendimiento de la misma y su evasión ficcional. El paso del
tiempo en esta situación termina por difuminar cualquier resentimiento. Este
proceso fatal se cierra mediante una adaptación que tiene como finalidad la
sobrevivencia. La vida se polariza en producir fragmentos de prácticas vitales
que compensen las desdichas de su posición social, escapando imaginariamente de
la misma. Este es un misterio de las sociedades contemporáneas, muy bien
tratado en este trabajo de Alejandra Andrade.
Uno de los
aspectos mejor tratados radica en la presencia de la cámara en la población
cercana al campo de concentración. Las respuestas de los ciudadanos normales
sancionan el estatuto de apartheid. Nadie manifiesta ningún interés por los
concentrados, que adquieren la naturaleza de extraños, que requieren una
distancia social que avale su lejanía. Así se configura una misteriosa
categoría social que los asemeja a los proverbiales metecos de las
ciudades-estado de la antigua Grecia. Uno de los secretos bien guardados del
capitalismo postfordista es el del confinamiento de varias categorías sociales
que incluyen a sectores muy amplios de la población.
Me interrogo
sobre el impacto de este reportaje tan claro. Mi posición al respecto es más
que ecléctica, porque una de las características del medio televisivo es la
continuidad. La programación encadena distintos fragmentos discursivos, pero
estos carecen de autonomía, justamente por la imposición de la continuidad
permanente del flujo televisivo, que neutraliza los efectos de cualesquiera de
ellos. El olvido es el resultado de este medio que genera un estado de
dispersión monumental en sus espectadores. Por consiguiente, algunos
espectadores comentarían al día siguiente de su emisión el episodio de la precariedad
suprema ce las factorías de paquetes. En el día siguiente, todo está olvidado,
siendo reemplazado por otro acontecimiento audiovisual. Esta es la lógica de un
medio que algunos han definido lúcidamente, diciendo que “arranca los
acontecimientos de sus contextos”.
______________________________________________________
Aprovecho
este espacio para mandar un mensaje a un lector. Hace dos semanas, un lector
que se presenta como Libreoyente, envió un comentario. Por mi torpeza
informática y saturación de estos días, me confundí y cliqueé sobre no aceptar,
en vez de publicar. Esto fue irreversible porque destruyó el mensaje. El
programa no me permite ponerme en contacto con él. Por eso aprovecho este
espacio para pedirle disculpas y rogarle que lo reenvíe. Muchas gracias
_____________________________________________________
No hay comentarios:
Publicar un comentario