El tercer
Hombre es una película británica clásica portentosa, dirigida por Carol Reed,
sobre un guion de Graham Green y protagonizada por Orson Welles. La historia se
ubica en la Viena de 1947, en la ciudad dividida en cuatro zonas controladas
por las potencias vencedoras. La historia transcurre en las calles vacías,
liberadas de viandantes y ocupadas por las fuerzas de seguridad. La fotografía
es prodigiosa y la hace inolvidable con sus juegos de luces y sombras. Los escasos transeúntes se huyen mutuamente
en un medio en el que el recelo con respecto al otro alcanza proporciones
inauditas. Las fuerzas de seguridad
desempeñan un papel elocuente, que se concentra en un término que no
admite dudas: ocupar. La calle es un espacio de su pertenencia, de modo que su
licencia de inspeccionar a los solitarios caminantes, carece de límites.
En estos días,
las calles de Madrid adquieren un perfil que las asemeja a la de la ínclita
Viena inmediatamente posterior a la guerra. En mis paseos nocturnos revivo esta
inolvidable película. Los encuentros con otros viandantes desvelan la
socialidad que se ha instalado con el estado de confinamiento y mediatización
que ensalza los temores colectivos. Los caminantes rehúyen la proximidad y la
mirada. El otro es un extraño, sospechoso de ser portador de la infección. El
paso de los días intensifica el distanciamiento y multiplica los vigilantes de
balcón. Las fuerzas de seguridad maximizan su papel de ocupantes del espacio.
Las excepciones son sometidas a una suspicacia creciente.
Tengo la
impresión de vivir en un régimen totalitario perfecto, en el que la circulación
por la calle es peligrosa, en tanto puedes ser interceptado por la policía,
denunciado por un vigilante de balcón, reprobado por quien te cruces
circunstancialmente y condenado por los predicadores de la institución central
de la televisión. Con el paso de los días se incrementa la sensibilización
punitiva con respecto a las excepciones y los incumplidores, que devienen en
chivo expiatorio en el que se proyecta la ira. La mentalidad represiva adquiere
niveles inquietantes, en el que los detalles revelan una saña inimaginable un
tiempo atrás. Mientras tanto, el nuevo mercado negro se multiplica protegido
por el silencio absoluto de las autoridades y los predicadores mediáticos.
Lo mismo
ocurre en esta fantástica película. En medio de las ruinas, comprar y vender adquiere
un esplendor inusitado. Me faltan solo tres horas para revivir Viena la noche
de viernes santo de hoy. Espero que podáis disfrutar de estas imágenes
prodigiosas. Incluso puede que estimulen a pensar el sinsentido que vivimos. Yo
volveré con otras pelis que ilustran esta excepción. Por ahora, pienso en el peligro
de que, en el caso de que se dilate esta situación, me pueda convertir en un
monstruo que necesita imperiosamente una distancia de seguridad con los otros.
Cuando transito por la calle y la gente me evita, me digo a mí mismo a media
voz que soy un feroz demonio de Tasmania,
que cuando comen y están fuera de su guarida son temibles.
Bueno casi mejor los espías que estos virus que tienen viejofobia, cuídate Juan.
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=6gAj3R0KaKE