El coronavirus
está produciendo un efecto demoledor sobre la población anciana. La acumulación
de fallecidos en domicilios, residencias y hospitales, pone de manifiesto la
combinación entre los factores ocultos que facilitan la consumación de un
verdadero geronticidio, que tiene lugar por la convergencia entre los factores
biológicos derivados del envejecimiento, y los socioculturales,
resultantes de su posición marginal en
las estructuras familiares, su deportación para ser almacenados en centros
segregados, y las deficiencias estructurales del sistema de atención. El virus, recombinado
con estos elementos, ha significado un multiplicador fatal de la mortalidad.
En estos
días de miedo y monolitismo, se ponen de manifiesto las debilidades de la
deliberación pública al respecto. Apenas aparecen voces discordantes del
discurso oficial, que se condensa en la ambigüedad del lema “salvar vidas” en
medio de la catástrofe. Pero lo que realmente está ocurriendo, es que se han
suspendido todos los dispositivos de cuidado y atención a los mayores, siendo
reemplazados por la atención hospitalaria, polarizada en las unidades de
cuidados intensivos de los hospitales. El resultado es una catástrofe, cuyas
dimensiones exceden todas las previsiones. El vacío generado por las
estructuras asistenciales de proximidad, sobrecarga el dispositivo hospitalario
de emergencia, que tiene que actuar en situaciones límite.
La
desinteligencia se apodera de las instituciones de gobierno, que elaboran una
narrativa que tiene como finalidad su propia justificación. Así, proyectan
sobre el dispositivo hospitalario la responsabilidad, creando una leyenda de
héroes de quita y pon, que deben ser adorados por los anonadados súbditos, que
expulsan sus demonios internos en los balcones al atardecer. La magia y la
seducción reemplazan a las políticas públicas entendidas como resultados de
procesos de deliberación, en los que se contrastan distintas voces.
La mediatización
de la pandemia, genera una agenda temática brutalmente selectiva, que elimina
el foco de los lugares en los que los ancianos reciben cuidados, como son sus
propios domicilios, las residencias y los centros de atención primaria. Estos
dispositivos son suspendidos para ser sustituidos en régimen de monopolio por
la épica guerrera de salvar vidas en las UCI. Los operadores de estas unidades,
son ensalzados y las tertulias se pueblan de médicos de emergencias, urgencias,
intensivistas y otros similares. El súmmum en la generación de esta narrativa,
lo formula la ínclita Díaz Ayuso, que se prodiga como fotografiada ante los
aviones que llegan con material sanitario, en un contexto de manifiesto déficit
de los mismos, y en IFEMA, verdadera muralla iconográfica construida para
evitar la inteligibilidad de las actuaciones. Dice de los médicos que asisten a
los internados que “estos son los soldados de la vida”. Esta frase vacía,
grandilocuente y reveladora de sus déficits culturales la delata como reproductora
de la España atrasada. Supongo que querría decir que IFEMA es una unidad de
destino en lo universal, hoy en lo sideral.
El
geronticidio derivado de la expansión del virus, se encuentra vinculado a una
situación específica de los ancianos, generada desde hace muchos años por un
modelo de sociedad singular. Se trata de la debilidad extrema de las
estructuras del estado del bienestar en el tratamiento a ancianos y
discapacitados. Apenas existen estructuras de apoyo en los hogares y las
residencias y centros especializados son de muy baja calidad. Estos factores,
junto a la descapitalización y debilitamiento sostenido y acumulativo de la
atención primaria, son verdaderamente los que explican el diferencial español
de mortalidad con respecto a otros países, cuyas estructuras de atención
hospitalaria, son sustentadas por las de atención primaria y cuidado de
ancianos y discapacitados.
Los lemas
que sustentan la narrativa de las autoridades, salvar vidas por parte de los
nuevos héroes operadores de máquinas de monitorización, respiradores, cables y
otros artilugios que adquieren la condición de mágicos, encubren su falta de
eficacia patente. El discurso mediático de estos días, supone la consagración
de la propuesta de Debord acerca de la mediatización como inversión de la
realidad. Justamente es eso, una inversión de lo que verdaderamente es eficaz.
Los verdaderos héroes no son los comandos especiales, sino las personas que desde
estructuras estables realizan día a día y cara a cara la tarea de, no salvar la
vida, sino de hacerla lo más vivible y satisfactoria que sea posible.
Este
catálogo de profesionales de cuidados y ayuda, que siempre ha experimentado la
condición de ser el pariente pobre del estado del bienestar, es denegado en
esta catástrofe por parte de los gobiernos, las oposiciones y los medios. El
raquitismo de las estructuras de proximidad, ayuda domiciliaria e instituciones
de internamiento se hace patente. El indicador más elocuente es la ausencia
radical y absoluta de enfermeras. Así, estas se transforman en el indicador
diferencial más elocuente. Apenas están operando enfermeras en estas
estructuras. En España las tasas de enfermeras empleadas son tan endebles, que
muestran las miserias del sistema de salud, que se hace patente en situaciones
de catástrofe.
Así se
oculta la realidad asistencial, en la que los recortes son selectivos,
penalizando principalmente, a las endebles estructuras sociosanitarias
arraigadas en los hábitats donde reside la población. Tienen prioridad los
sistemas de máquinas sofisticadas y sus operadores, que así se constituyen en
un escaparate engañoso de la realidad. Porque también, lo importante es no solo
salvar vidas, sino las condiciones en las que son vividas. Un amigo, jefe de
servicios intensivos de un prestigioso hospital de Granada, me invitó hace
muchos años a visitarlo y, en una conversación memorable, me advirtió que los
que salían de allí lo hacían en su mayoría, en unas condiciones deplorables. Las
UCI no pueden ser el centro de un sistema de Atención a la Salud, ni sus
finalidades y narrativas pueden ser exportadas al conjunto del sistema. Allí lo
importante es salvar vidas, pero para el sistema de atención es mejorar las
vidas.
Esto solo
puede ser garantizado por un dispositivo equilibrado entre la atención hospitalaria
y la atención primaria, que actuando intersectorialmente con los servicios
sociosanitarios, se despliegue en los escenarios de la vida cotidiana de la
gente. Me reservo para otro día la cuestión peliaguda de los centros de
internamiento, que en esta catástrofe adquieren una centralidad inversa a la
atención mediática que suscitan. La salida a esta catástrofe, solo puede ser
entendida desde la priorización de la atención en el domicilio, así como la
reinvención de los centros de confinamiento de ancianos.
Me
impresiona mucho el silencio sepulcral de los médicos de familia, que siendo
denegados como agentes específicos en esta crisis, aceptan resignadamente su
papel de ayudantes en la pirámide asistencial invertida. Tan solo algunos
susurros y lamentos, pero ninguna propuesta vigorosa ni reclamación por su
descapitalización. He recordado la vieja y entrañable canción de Simon y
Garfunkel, El sonido del silencio. “Hola oscuridad, mi vieja amiga…gentes
hablando sin hablar…gentes oyendo sin escuchar…el silencio crece como un
cáncer”. Aceptar resignadamente un escenario en el que se ausenta la
deliberación, y por ende, no escucha nuevas propuestas, es, cuanto menos,
suicida.
El momento
de reclamar un nuevo sistema de atención a la salud, cercano a los domicilios y
las poblaciones, así como coordinado con los servicios sociosanitarios, es
ahora, no mañana. El vacío terrible que se va a producir en lo que llaman “la
posguerra”, favorece a las industrias biomédicas y de tecnologías, en un
contexto en el que un respirador vale más que una enfermera. Esto es muy
peligroso. Es imprescindible un giro drástico guiado por la priorización de los
domicilios y la proximidad.
Esta noche
he soñado que varios comandos de enfermeras, preguntaban a las gentes que aplaudían
las fantasías tecnológicas y hospitalocentristas desde los balcones, acerca de su conocimiento de la tasa de enfermeras por cien mil habitantes, así como su comparación con otros países de Europa. A quienes no sabían responder les recomendaban informarse. Pero los que conocían este dato eran multados por estulticia manifiesta.
1 comentario:
Muchas gracias, Juan, por los análisis y propuestas que realizas, especialmente, en esta situación tan dramática y preocupante. Un abrazo.
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