La pandemia
y sus respuestas, pueden ser entendidas desde distintas perspectivas. En este
blog, desde su comienzo, he privilegiado la cuestión del salto portentoso en el
control social y la miniaturización de la democracia. Todas las entradas desde
“El Coronavirus: Panóptico Epidemiológico, Somatocracia mediatizada y
Pesadilla del Paciente Cero”, publicada el 4 de marzo, apuntan en esta
dirección. La pretensión es compensar las interpretaciones al uso, que lo entienden
como un mero problema de salud pública, obviando las distintas dimensiones que
lo constituyen como acontecimiento.
Los
médicos en particular, salvo pocas excepciones, lo han tratado como una
respuesta biomédica a un problema de salud, desentendiéndose de las distintas
realidades que lo conforman. Así, se constituyen en un colectivo avalado por su
experticia, que tiene la legitimidad para definir los aspectos específicos del
tratamiento y sus dispositivos, otorgando a otros expertos el protagonismo compartido
en el modelo de respuesta y su conducción. La verdad es que me ha defraudado el
posicionamiento acrítico de muchos profesionales sanitarios que se ausentan del
campo del tratamiento del coronavirus como fenómeno integral, y, por
consiguiente, ineludiblemente político. En el caso de algunos distinguidos
médicos críticos, su silencio y distraimiento ha alcanzado niveles
verdaderamente patéticos, aún reconociendo la elegancia con la que muchos se
toman distancias con realidades críticas y hacen de la indefinición una obra de
arte. Lo he visto muchas veces en los largos años del régimen del 78.
Ayer leí
un artículo escrito por una profesora de Derecho Penal de la Universidad de
Navarra, Paz Francés Lecumberri. Su título es “Expresiones punitivas en la emergencia
de la Covid-19”. Está publicado en La Marea. Es un texto que analiza el
acontecimiento desde la perspectiva de la respuesta punitiva. Me impresionó su
claridad y concisión con la que sintetiza la catástrofe, que junto con sus
dimensiones sanitarias, supone una escalada punitiva inquietante. En las ruedas
de prensa diarias, junto a los portavoces políticos y epidemiológicos,
comparecen varios uniformados pertenecientes a las fuerzas de seguridad,
constituyendo el confinamiento como una realidad múltiple, en la que el orden
público representa una centralidad incuestionable.
Desde mi
punto de vista, la principal aportación de Paz Francés es lo que ella denomina
como “naturalización del encierro”, que transforma manifiestamente el concepto
de libertad. En estos días se hace manifiesto la pertinencia del concepto de
estado de excepción permanente, que enunció, hace ya muchos años, Giorgio
Agamben, que hace manifiesto la profunda modificación de los sistemas jurídicos frente a determinados
peligros emergentes. El valor de este texto radica en retomar esta perspectiva
ineludible, que en la ínclita sociedad española permanece sumergido.
La
perspectiva general derivada de la concepción del confinamiento como una
estrategia específica que tiene un final, tras el que se regresa a lo que se
define pomposamente como “nueva realidad”, se acompaña de varias cegueras. Mi
posición es nítida al respecto: el denominado desescalamiento implica un mayor
control sobre las poblaciones, ejecutado concertadamente por los sanitarios y
las fuerzas de seguridad y bajo la amenaza de castigos. Esta nueva fase abre un
tiempo inquietante de somatocracia autoritaria, cuyo fundamento es la
clasificación de las poblaciones, para etiquetar a los portadores de riesgos.
Las víctimas de este orden jurídico-sanitario son los enfermos y los mayores,
cuyas vidas van a ser sometidas a restricciones y controles inimaginables hoy.
Por estas
razones he decidido publicar el texto de Paz Francés Lecumberri aquí. Lo podéis
encontrar en lamarea.com. Un aspecto ineludible que lo revaloriza es que rompe
el silencio terrible de la universidad como institución, que aborda esta
catástrofe como un material para la producción de sus propios textos
rigurosamente internos, cuyo valor reside en ser una de las herramientas para
asegurar la competición perversa en la acumulación de méritos de sus
profesores-investigadores-súbditos, sometidos a la rigurosa supervisión de las
agencias de evaluación. Este artículo trasciende la finalidad de ser “una
publicación” inventariable en el paquete de méritos de la autora para su
circulación por las rutas acotadas de la academia.
Expresiones punitivas en la emergencia de la COVID-19
Son
muchas las dimensiones desde las que se puede analizar esta emergencia de la
COVID-19: económicas, culturales, geopolíticas, desde la biopolítica, desde los
feminismos… como excelentemente y en tiempo record han hecho, entre otros,
Agamben, Butler, Preciado, Galindo (1) o Jiménez Franco. Yo quisiera
centrarme exclusivamente en una dimensión muy concreta, en la dimensión de
la respuesta punitiva a este acontecimiento y en un lugar específico, el
Estado Español, si bien algunas de las reflexiones bien puedan servir para
otras realidades territoriales.
Trataré
de exponer cómo, a mi parecer, se relacionan algunas de las decisiones para el
abordaje de la emergencia de la COVID-19 con la cuestión del abordaje del
delito, de la pena y más ampliamente con la cultura sociopolítica basada
prácticamente en exclusiva en lógicas del castigo y sus dispositivos. Creo que
pensar la cuestión desde esta perspectiva es fundamental ya que los
abordajes a esta emergencia se están dando desde este lugar, es decir, desde
las prácticas que ya tenemos como sociedad. Con estas prácticas, con estas
herramientas, estos bagajes, son con los que estamos tortuosamente
transitándola (Así también Rodríguez Alzueta). La pregunta que me hago
es: ¿acaso era/es posible otro modo de afrontar la pandemia al modo en que
lo estamos haciendo? Considero que la respuesta es negativa porque las
medidas que se han adoptado para afrontar esta crisis –en sus distintas
dimensiones– no son casuales. Son simplemente el reflejo y resultado de la
sociedad que tenemos. De las prácticas sociales que concurren en la respuesta a
la COVID-19 algunas son más evidentes y otras no tanto.
Nombraré y
ejemplificaré aquellas prácticas sociales que se pueden reconducir en sentido
amplio a expresiones punitivas y su presencia en la respuesta a esta crisis,
apuntando algunas semejanzas o relaciones entre la respuesta a la emergencia y
esas lógicas punitivas. En este sentido quisiera mencionar la concurrencia
tanto de prácticas punitivas horizontales, es decir, entre miembros iguales de
la sociedad basadas fundamentalmente en la cultura de la delación (que se
enmarcan en el llamado control social informal) y las verticales o estatales,
más claramente enmarcables en prácticas de castigo, abuso y hostigamiento
–control social formal–.
La
primera expresión que tiene una relación estrecha con el abordaje del delito
es el manejo del miedo. El miedo a la pena, a la cárcel, al crimen, a la
policía es un elemento fundamental de lo punitivo. De este modo lo punitivo
utiliza el miedo en distintas dimensiones. El miedo a la exclusión social de
las personas y la posibilidad de ser etiquetadas en la categoría de
delincuentes para someterlas a su control. También se usa el miedo al crimen y
al criminal y a lo diferente, fomentando en el común de la gente una alarma
permanente para justificar el castigo y el control que conlleva. Por último se
encuentra el miedo a la pena, la pura retribución, que como teoría preventiva
justifica la existencia misma del castigo. En la emergencia de la COVID-19, el
miedo está siendo también una parte nuclear al menos en tres
dimensiones: el miedo a enfermar, el miedo a ser sancionado y el miedo a
ser etiquetado no por delincuente sino por irresponsable. Estos miedos nos
llevan a otras expresiones punitivas: el manejo del concepto “del otro”, el
lenguaje de la guerra y la exacerbación de las sanciones. Me detendré en
ellas.
El
concepto de otredad está siendo manejado de forma muy evidente en esta crisis.
Del mismo modo que el estigma recae en el delincuente y desde ahí se establecen
las diferencias entre quienes cumplen las leyes y quienes no, entre quienes
están presas y quienes están libres, entre víctimas y delincuentes, etc; en
esta emergencia el binarismo está extremadamente presente y todos los días
acontecemos en los medios de comunicación a todo un elenco de casos que da
cuenta de distintos ejemplos de personas incumplidoras e irresponsables. Es
más, en las ruedas de prensa diarias de actualización de la situación
‘sanitaria’ el espacio para expresar los datos policiales de personas
incumplidoras, sancionadas o detenidas es enorme. Se ofrecen datos específicos
sobre actuaciones policiales que dan cuenta en detalle de los números pero
también de actuaciones irresponsables atribuyendo en muchos casos
características concretas a las personas que desobedecen. En contraposición se
hiper elogian los comportamientos ejemplares de la policía y de personas
“cooperadoras” con las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, estableciendo
claras líneas divisorias en los atributos de unas personas y otras.
El lenguaje
de guerra, no solo porque son mandos policiales quienes tienen una presencia
indiscutible en esta emergencia ‘sanitaria’, sino porque se ha extendido a toda
la población, nos lleva también a ciertas semejanzas con los lenguajes
político-sociales de abordaje del delito (3) (4). La «guerra contra el virus»,
«la guerra contra la pandemia», «derrotaremos al virus», «héroes y heroínas de
esta batalla» o «ganaremos la batalla al virus» son algunas de las expresiones
que emulan las bien extendidas de «guerra contra el crimen», «guerra contra las
drogas», «guerra contra el delincuente», «la batalla contra los
agresores»… La puesta en escena militar, en sí mismo el despliegue
militar –y por supuesto policial– en todos los municipios como nunca antes se
había visto en democracia, hace de esta emergencia una cuestión de orden
público de primer orden y como tal se está abordando. Esto es una realidad a la
vista de los acontecimientos.
Frente a los comportamientos «irresponsables»,
expuestos del modo descrito por los altos mandos de las Fuerzas de Seguridad
del Estado y también por medios de comunicación, la canalización
para una indiscutible sanción es perfecta. Se debe decir que las posibles
sanciones a imponer por no cumplir con las restricciones del Estado de alarma
en España son las más altas de todo Europa y que es el país que, hasta el
momento, y con los datos que se conocen, más sanciones –y más duras– ha
impuesto de los países de nuestro entorno más cercano. En ningún momento se
planteó que pudiera ser posible apelar a la responsabilidad y razonabilidad de
las personas en el cumplimiento de las medidas impuestas y que la policía
sirviese al interés de que las personas, en caso de salir, fuesen dirigidas a
sus casas. Se decretó el estado de alarma y en el Decreto se remitió para la
imposición de las correspondientes sanciones a lo dispuesto en las leyes. ¿Qué
leyes son esas? Básicamente la Ley de Protección de la Seguridad
Ciudadana, bien conocida como Ley Mordaza. Desde el principio se escucharon
voces advirtiendo que no era automático encajar las conductas de incumplimiento
de las medidas de restricción del confinamiento a los supuestos de
desobediencia de la Ley de Seguridad Ciudadana y menos todavía a un supuesto de
desobediencia del Código Penal. Hace pocos días así lo ha mostrado la propia
Abogacía del Estado cuestionando las multas por desobediencia si no hay una
advertencia previa del agente y la persona no atiende a la advertencia. Sin
embargo, cada día se sancionan a más de 20.000 personas con multas de entre 600
a 30.000 euros y cientos son las detenidas. ¿Nos estamos parando a pensar detenidamente
en la gravedad de esta situación?
El
Ministerio del Interior, a pesar de las objeciones jurídicas que se suscitan en
la aplicación de la Ley de Protección de Seguridad Ciudadana, ha dado
instrucciones internas para que se utilice para sancionar a las personas
incumplidoras prioritariamente esa ley “ya que es un instrumento ágil”. Esto lo
dice el mismo ministro –Fernando Grande-Marlaska– que hace pocos meses anunció
que una de las prioridades del Gobierno era derogar la Ley Mordaza. Pero no se
trata solo del número de sanciones y personas detenidas, se trata también de
los abusos de poder que están ejerciendo las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del
Estado, del escarnio público al que someten a muchas personas a las que se
les para, supuestamente saltándose el confinamiento. Estos hechos han sido
algunas veces filmados y por ello conocidos. Casos de violencia extrema de la
policía deteniendo a una mujer que corría por su ciudad mientras los vecinos
vitorean la hazaña; violencia frente a personas que van en bicicleta; violencia
frente a chicas y chicos jóvenes que están en la calle, violencia frente a
personas con claros signos de sufrimiento mental… y los casos no son pocos. Por
tanto, en esta emergencia, como en el abordaje del delito, también están
presentes, las más claras y oscuras prácticas de hostigamiento, tanto por el
número de sanciones como por la forma de intervención.
Otra
dimensión punitiva que quería mostrar es la práctica del ‘chivato’, la del
‘policía de balcón’, la del ‘vecino’, la de ‘la vieja del visillo’, es decir,
las prácticas de delación, cualquiera que sea el nombre que le queramos dar.
Estas prácticas que parecían mayormente desterradas de nuestras vidas, están
emergiendo de forma importante: personas que llaman a la policía porque hay una
persona paseando, porque ha sacado tres veces al perro, porque están unos niños
jugando en las zonas comunes del edificio, porque la vecina ha tenido visita de
la familia, gritos desde los balcones con insultos a quienes van por la calle o
gritos de “vete a tu casa”, “irresponsable”.
Otras se
expresan poniendo piquetes en los accesos a pueblos, para blindar el municipio.
Estas lógicas punitivas que antes denominaba horizontales, entre iguales, están
adquiriendo una relevancia particular en el mantenimiento del miedo, del
control, en posibilitar la intervención de mecanismos punitivos formales y
lejos de ser expresiones solidarias, como se trata insistentemente de transmitir
por los medios de comunicación, no son más que la expresión informal de un
ejercicio de autoridad, en este caso de quienes se consideran que tienen la
autoridad moral frente a quienes incumplen y la más antigua forma de escarnio
público.
Para ir
finalizando quisiera terminar con la expresión tal vez más evidente de la
relación entre las prácticas punitivas y el abordaje de la crisis: el uso
del encierro. Es sorprendente cómo se ha asumido que la solución a la crisis
sanitaria sea el encierro, habiéndose dado una normalización nunca antes
conocida de la contención y distanciamiento del cuerpo como solución a una
emergencia. Es más, estamos ante el desarrollo del autoencierro o
autoconfinamiento «por responsabilidad». Así, del mismo modo que la cárcel
es comprendida por sus defensores como un mal necesario, también el encierro,
la cárcel-casa, es un mal necesario debido al virus. De este modo, el encierro
en las casas es entendido como algo irrefutable, incuestionable mientras no
haya una alternativa, del mismo modo que la cárcel es irrefutable no teniendo
–“por el momento”, se suele decir– alternativas. Sin embargo, ni se puede
afirmar que el confinamiento ha funcionado –está funcionando– y mucho menos que
la prisión esté siendo la solución a la criminalidad. La naturalización
del encierro en el abordaje de esta y futuras pandemias nos llevará –nos está
llevando– a una concepción de la libertad que necesariamente se transformará y
será transformada.
Ello,
pienso que inevitablemente, tendrá una incidencia en la comprensión de la pena
privativa de libertad en el largo plazo. Veremos de qué modo. Son distintas las
voces que consideran que esta situación puede ser un punto de
inflexión para que comience un proceso empático con las personas presas e
incluso para que se den transformaciones en la pena privativa de libertad donde
se amplíen derechos. Yo no soy tan optimista más allá de que las nuevas
tecnologías se introduzcan en las prisiones y/o en nuevas formas de castigo,
pues lo carcelario está muy consolidado. No obstante, habrá que intentarlo y
aprovechar esta emergencia en ese sentido. Lo que sí se puede decir hoy mismo
es que la cárcel y otros espacios de encierro parecen menos irrefutables que
ayer (5). En el Estado Español prácticamente se han vaciado los CIE y se han
dado excarcelaciones de personas presas, lo que nos pone de frente a la
realidad de que se está utilizando el mecanismo de la prisión y en general
del encierro (6), más de lo que tal vez sea necesario, es decir: hay
opciones de excarcelación y de semilibertad en casos donde, hasta hace
pocas semanas, no se veían. Es cierto que el Estado Español ha excarcelado a
pocas personas presas, lo cual está siendo denunciado
por colectivos sociales. Sin embargo, en todo el mundo, se están dando
excarcelaciones masivas sin objeciones porque es la recomendación dada por la
OMS y el Consejo de Europa.
Para concluir,
quisiera nombrar la importancia de los medios de comunicación en la transmisión
de todas estas lógicas sociopolíticas, en la deformación de la legalidad y en
la exacerbación del autoritarismo y la mano dura: exactamente igual que frente
al delito.
Como
decía al inicio del texto, estamos transitando esta emergencia con las
prácticas que tenemos como sociedad y algunas de ellas están tristemente
emergiendo con una gran clarividencia. Con todo lo anterior, aceptar y
naturalizar la práctica del aislamiento como medida-solución, aceptar y
naturalizar la suspensión de derechos fundamentales en nombre de la emergencia
y aceptar y naturalizar la ocupación del espacio público por la policía no es
un buen síntoma y debe ser revisado siempre. Por supuesto, no se trata –no
es lo que se está tratando de decir aquí– de irracionalmente considerar que no
hay que tomar medidas ante una situación de pandemia. En lo que se insiste es
en evidenciar algunos de los elementos de por qué no se ha respondido de otro
modo a la pandemia, en repensar las medidas adoptadas y sus consecuencias
cuando queda implicada la afectación de derechos básicos. Hemos cedido sin
apenas preguntar y desde el miedo prácticamente todos nuestros derechos
fundamentales. ¿Dónde están los límites? ¿Hasta dónde estamos dispuestas a
renunciar? Evidenciarlo nos puede permitir pensar en cambiar otras formas de
abordaje de emergencias en el futuro –porque vendrán– y esto es siempre rico y
necesario y no una “irresponsabilidad”.
Sin
embargo, me temo que más bien al contrario, esta circunstancia se está
aprovechando para componer consensos amplios que refuercen precisamente estas
lógicas, sentando las bases con las respuestas de hoy, para todas aquellas que
puedan venir mañana y peor todavía que esas lógicas y prácticas se sigan
perpetuando en el resto de espacios y de toma de otras decisiones, siempre
permeables al concepto del castigo y todo lo que a él es inherente.
Paz
Francés Lecumberri es profesora contratada doctora (interina) de Derecho Penal
en la Universidad Pública de Navarra y miembro de Salhaketa Nafarroa.
(1) Una
compilación de artículos publicados por estos autores y otros, sin perjuicio de
otras publicaciones que han hecho después se puede encontrar en el trabajo
colectivo Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias, Ed.
ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), 2020.
(2) Rodríguez Alzueta, Esteban: Delación social y policiamiento de la
cuarentena, en el seminario virtual Pensar la crisis. El Estado y
la comunidad frente a las emergencias, organizado por la Asociación
pensamiento penal.
(3) Diego Zysman Quirós en el seminario virtual Pensar la cárcel
después de la pandemia, organizado por la Asociación pensamiento penal, 14
de abril 2020.
(4) Santiago López Petit en El coronavirus como declaración de Guerra,
en: Sopa de Wuhan, Ed. ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio),
2020, p. 55.
(5) Brandariz, José Ángel, en el seminario virtual Pensar la cárcel
después de la pandemia, Organizado por la Asociación pensamiento penal, 14
de abril 2020.
(6) Sobre los CIE y su vaciamiento y su impacto futuro se expresa Ana
Ballesteros Pena en el seminario virtual Pensar la cárcel después
de la pandemia, Organizado por la Asociación pensamiento penal, 14 de abril
2020.
6 comentarios:
Hola Juan,
tras leer "La emergencia viral y el mundo de mañana" Por Byung-Chul Han (publicado en El País el 22 de Marzo de 2020 y editado en Sopa de Wuhan) me pregunto, si lo has leído, que lectura general haces de sus planteamientos y, en concreto, de la idea que dice (con mis palabras) que Europa vive como una distopía la incorporación del estado de control Chino y otras prácticas de países asiáticos, como el control de los Big Data de la población, que según el autor están siendo medidas más efectivas para controlar la transmisión del virus que el confinamiento y el cierre de fronteras y, por otro lado, no implican la paralización de la producción y el consumo.
Un abrazo.
Gracias Lirón. Pienso que en lo sustancial, que en el tipo de poder que opera, Europa y China están más cerca de lo que puede parecer. En los años ochenta, algunos sociólogos enunciaron la tesis de la convergencia entre Occidente y la vieja URRS al respecto. A pesar de que las formas políticas son muy diferentes, las democracias europeas se han ido des-sustanciando en los últimos treinta años. Aún a pesar de que se mantienen las reglas, la unanimidad sustentada en pocas versiones aparentemente diferentes, es manifiesta. Ambos sistemas están dirigidos por élites tecnocráticas vinculadas al todopoderoso mercado.
Dicho esto, es cierto que China es un sistema político de una eficacia avalada para gestionar a su población. Pero en Europa crecen imparablemente también los big Data y otros mecanismos del capitalismo digital. Leer la siliconización del mundo de Eric Sadin es clarificador, para reafirmar la vigencia de un paradigma universal.
La diferencia entonces,estriba en los mecanismos de control de la población, que hace a los chinos más competentes en la disciplina de la población.
En Europa se respira la nostalgia por las libertades individuales, pero la emergencia viral constituye un verdadero salto en la capacidad del control, que reduce las diferencias con China.
Gracias.
Compartí el texto en un grupo de whatsapp y la respuesta de un profesor de historia fue la siguiente:
En las pandemias del pasado había mortandades catastróficas porque no había ni Estado ni Ciencia. No es el momento de ponerse exquisita con las libertades individuales.
Hace tiempo escribí una entrada en este blog muy elocuente para este asunto. Se titulaba "Los panópticos consentidos".
Do you remember the counterrevolution?
"¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA «contrarrevolución»?. Por ésta, no debe entenderse solamente una represión vio-
lenta —aunque, ciertamente, la represión nunca falte.
No se trata de una simple restauración del ancien régime, es decir del restablecimiento del orden social res-
quebrajado por conflictos y revueltas. La «contrarrevolución» es, literalmente, una revolución a la inversa. Es decir: una innovación impetuosa de los modos de producir, de las formas de vida, de las relaciones sociales que, sin embargo, consolida y relanza el mando capita-
lista. La «contrarrevolución», al igual que su opuesto simétrico, no deja nada intacto. Determina un largo estado de excepción, en el cual parece acelerarse la expansión de los acontecimientos. Construye activamente su peculiar «nuevo orden». Forja mentalidades, actitudes culturales, gustos, usos y costumbres, en suma, un inédito common sense. Va a la raíz de las cosas y trabaja con método".
Paolo Virno
https://drive.google.com/file/d/1aRNr68-LhbeO0Ad_LSaReuFz5Flhr6Dq/view?usp=drivesdk
La Era de las Incertidumbres (Serie)
https://m.filmaffinity.com/es/movie.php?id=710367
Buenas noches.
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