martes, 24 de marzo de 2020

CRÓNICAS DEL CONFINAMIENTO (1)


El sujeto del presente es un activista. Desarrolla su vida mediante la respuesta sin pausa al torrente de estímulos procedentes de un entorno definido por la velocidad. La sustancia de la vida es hacer: realizar actividades para ser registradas y difundidas en sus redes y públicos; llenar la existencia mediante la ejecución de movimientos continuos; estar atento a las novedades para responder inmediatamente, evitando así ser descalificado; cultivar el yo y la gestión del sí mismo para cumplir con los imperativos sociales de la rendición de cuentas, y acreditar su diligencia en el arte de presentarse como un producto intangible, siempre renovado. El ritmo es el elemento esencial de este yo social en su eterna carrera de renovación y la acreditación. El encierro representa un paréntesis en este movimiento incesante. Según vayan pasando los días, pronostico la aparición de tensiones por desadaptación a un tiempo inevitablemente pausado, en el que el hacer decrece inexorablemente.

El encierro representa una expansión de la reclusión hogareña, que ya se ha impuesto como tendencia, mediante la configuración del hogar como sede de la “netflixicación”. El sujeto contemporáneo es un espectador consumado, un receptor de relatos audiovisuales seriados. Las series representan una referencia central en el imaginario colectivo. Cada serie implica un número de horas de consumo extraordinariamente elevado. La vida alterna esta condición de esforzado espectador, con la de activista en movimiento. Ahora, el sujeto netflixicado adquiere la condición de espectador en situación de monopolio. Un encierro que se dilate más de un mes, puede representar una saturación que se sitúe en el umbral de la intoxicación. Lo ficcional se erige en el centro de la vida, desplazando a la realidad vivida. Lo mediático deviene en un tóxico imposible de manejar.

El miedo acumulado por la evolución de la situación, así como por su transformación de un espectáculo mediático impúdico, en el que el panóptico somatocrático inspecciona las salidas de cada cual, se refuerza por el veloz desplome de los pronósticos y las previsiones. Los discursos y las proposiciones de las autoridades, se evaporan casi inmediatamente después de ser enunciadas. La sensación de vacío se hace patente. Pero, en lugar de propiciar distanciamientos críticos e incrementos en la reflexividad, se produce justamente lo contrario: se incrementa el monolitismo, la nueva versión de la caza de brujas a los incumplidores, que adquieren una condición espectral. El espíritu punitivo experimenta un salto inquietante, que se amplifica según van transcurriendo los días. 

El nuevo espíritu de las masas asentidoras e incondicionales, se expresa en una adhesión  sin límites a las autoridades, a las fuerzas de seguridad y a los profesionales sanitarios. Esta explosión de la ratificación, conlleva la proyección de la culpabilidad a los considerados incumplidores, que adquieren el perfil de intermediarios con los ungidos con la etiqueta de peligrosos: los asintomáticos. Así se construye a un chivo expiatorio sobre el que se va a descargar un ruido y una furia formidable, que crecerá según vaya transcurriendo el encierro.

En un clima así, se acentúa el deseo de ser conducidos. Se espera la llegada de héroes providenciales que nos conduzcan a la tierra prometida liberada de los virus. Los balcones comparecen como las instancias sociales desde las que se moviliza la adhesión y se expulsan los temores. Mientras tanto, las autoridades políticas continúan con su guerra cateta de atribución de responsabilidades al otro. En estos días hemos visto cosas inconmensurables de juego sucio. Díaz Ayuso, Torra, Marín… Estos son los candidatos a campeones en el arte del juego por debajo de la mesa. La simbiosis entre la estulticia y la maldad hace estragos. 

En esta situación no quiero ser precavido en el juicio acerca de la actuación de las autoridades. Como sociólogo conozco bien la teoría de la estructura de las oportunidades políticas. Pero no puedo seguir sin confirmar el solapamiento de varias catástrofes. La pandemia misma es una de las ellas, que se retroalimenta con la situación de complejidad que desborda las capacidades del dispositivo de respuesta. Frente a situaciones nuevas, lo más importante es aprender. Pero las disposiciones de los partidos se encuentran más bien polarizadas a gestionar la disputa interpartidaria, aprovechando las posibilidades de incrementar las clientelas, que a confrontar una situación abierta e incierta.  La capacidad de aprendizaje es la clave para reconducir una situación crítica. No quiero siquiera comentar las actuaciones de gentes caracterizadas por un hambre de cámara desmesurada. El caso de Pablo Iglesias resulta especialmente patético. Representa un héroe en cuarentena en espera de un púlpito mediático que le proporcione áurea fundada en la cohesión derivada de las efervescencias asociadas a los temores colectivos compartidos.

Sin ánimo de entrar a fondo, por ahora, y en la constatación de que la derecha se encuentra desbocada en un contexto comunicativo de polarización, se puede afirmar, cuanto menos que los movimientos de las autoridades  son mucho más lentos que la dinámica de evolución de la situación; que sus acciones se dirigen principalmente a apuntalar una fachada mediatizada; que en ningún otro país se ha producido un nivel tan inquietante de desprotección de los profesionales sanitarios; que las cifras manejadas por Fernando Simón, que ha reinventado la magia mediante la adopción del rol de brujo – de rostro entrañable en la postmodernidad- son solo la parte visible de un iceberg, que oculta las cadenas de contagios en tanto que no se realizan test en la población. 

Pero la serie netflixicada producida por las autoridades políticas y sanitarias de la que Simón es protagonista principal, se focaliza a ratificar la idea de orden, que preside el imaginario colectivo español. Así se sobrevalora la acción absurda de las fuerzas de seguridad en la calle contra los incumplidores del confinamiento, muchos de los cuales son personalidades propensas a la bronca. No he visto nada más inútil que eso. En las comparecencias se hacen presentes con solemnidad los uniformados, en tanto que el progreso en la detección de infectados asintomáticos se encuentra en suspenso indefinido. La ceremonia de la confusión alcanza aquí su cénit.

Un aspecto muy importante de esta catástrofe radica en que se empieza a consolidar un área ciega, así como un área oculta, que crece por días. En tanto que muchos profesionales sanitarios claman por las deficiencias de sus protecciones, que los exponen al contagio, la situación de carencia empieza a proporcionar señales de un vigoroso mercado negro de mascarillas, geles y otros productos protectores, que no están disponibles en las farmacias, pero que son exhibidos exuberantemente por grandes contingentes de personas. En todas las situaciones de carencia, el mercado se multiplica mediante la configuración de su versión negra. Los signos de un renovado estraperlo de material sanitario se hacen patentes. Desde mi punto de observación, en la tangente del barrio de Salamanca de Madrid, la población está más protegida que los contingentes profesionales que la afrontan. Sin embargo, en las farmacias se han agotado las existencias de productos que el mercado providencial ha revalorizado. Seguiré la pista a esta relevante cuestión.

Los medios y la población proceden a exaltar el valor de los profesionales sanitarios en estos días, multiplicando los gestos de agradecimiento. Pero tras este furor emotivo, se esconde una gran verdad: el sistema sanitario ha sido debilitado en los últimos veinte años. Pero no me refiero solo a los indicadores, que de por sí son elocuentes en términos de descapitalización. La gran devaluación de la atención sanitaria radica en el debilitamiento del espíritu de servicio público y universal que lo animaba. Los recortes son la expresión de una devaluación radical de la atención sanitaria, que es sustituida por un conjunto de supuestos y sentidos procedentes de la empresa postfordista. El espíritu parco, alcanzando en ocasiones el umbral de lo mezquino, que una generación de gerentes, directivos y tecnócratas ha impuesto como cultura profesional polarizada al mercado, ha desorganizado los imaginarios profesionales, generando una anomia y pasotismo incuestionable.

La huella que ha dejado en todo el sistema es patente. La perpetuación de las consultas masificadas, la reducción de recursos y el desprecio por los valores profesionales, han debilitado el tejido sanitario. Unificando la perspectiva del mercado negro naciente con la del declive del sistema sanitario, determinadas ambas por la escasez, me hace pensar en la aparición de un conjunto de redes de favores y tránsitos entre las distintas instituciones que configuran el nuevo sistema público y privado. Cuando se afirma que los hospitales privados se encuentran subordinados a una autoridad única, parece sospechoso que estos no aparezcan en las informaciones. Me pregunto si también están saturados y qué papel desempeñan, así como cuáles son los criterios de asignación de pacientes a ambos. Volveré a esta cuestión con la intención de reescribir la nueva versión de Surcos.

Es imprescindible terminar esta crónica con la constatación de la sociología de las ausencias y las presencias en esta catástrofe. Los medios adquieren la condición de olimpo electrónico, en el que moran los superinformadores propietarios de las grandes audiencias, ahora cautivas con el confinamiento. La televisión confirma la condición de apocalíptica, en tanto que productora del gran espectáculo del miedo, del dolor, de la selección que hace la pandemia, de las tecnologías de respuesta, del dispositivo militar-policial-sanitario investido de santidad. La apoteosis de somatocracia es impensable sin temerosos y obedientes súbditos tratados y reconfigurados en la sacrosanta iglesia de la televisión.

La ausencia es la universidad. Este es un dispositivo autorreferencial que muestra un distanciamiento cosmológico. Ni una palabra acerca de la catástrofe. Se repliega a su intimidad virtual reafirmando su descompromiso majestuoso. Nada. Esta institución procederá mediante la proliferación de papers, publicaciones, tesis y otros productos elaborados desde el interior de la misma. La crisis de la inteligencia alcanza su apoteosis académica en este siglo XXI. La denominada transferencia desde esta institución a su entorno, queda en suspenso, mostrando un vacío pavoroso. La universidad es una tragedia contemporánea.



3 comentarios:

  1. Magnífico análisis. Muchas gracias, Juan. Muy oportuno el análisis sobre el inquietante justicierismo de balcón (la España de los balcones, madre mía) al que estamos asistiendo. También se agradece mucho el último párrafo sobre el silencio sepulcral que guarda la supuesta sede de la "inteligencia", silencio sumamente revelador sobre la naturaleza y la función de esta institución. Saludos y mucho ánimo desde Granada.

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  2. Gracias por poner en palabras lo que muchos pensamos

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  3. Hola Juán

    Soy Fernando, de Economía, compañero en CC. Políticas y Sociología. Sigo tu blog con especial interés, pero soy muy vago para las redes. Sólo pongo la viñeta de El Roto y algo de música. Solo quería darte un fuerte abrazo, siquiera virtual, y animarte a seguir con tus acertadas y aceradas reflexiones

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