El próximo grado de acercamiento es
asir. Los dedos de la mano forman una concavidad en la que se intentan apresar
parte del ser tocado. Lo hacen sin preocupación por la estructura, la
articulación orgánica de la presa […] Entre los hombres, la mano que ya no
suelta se convierte en el símbolo propiamente dicho del poder. <<Lo puso
en sus manos>> <<Estaba en su mano>> <<Está en mano de
Dios>>. Expresiones similares son frecuentes y familiares en todas las
lenguas.
Elías
Canetti. Masa y poder
El estado de
alerta constituye una de las estrategias posibles para frenar la expansión del
coronavirus y minimizar sus efectos letales. Se puede discutir su pertinencia
en relación con otras estrategias. No entro directamente en esta cuestión. Pero
el confinamiento general derivado de la alerta es un fenómeno que tiene otras
dimensiones, ubicadas más allá de las sanitarias. Una población confinada, que
restringe sus relaciones interpersonales y genera barreras físicas entre las
personas, se debilita fatalmente ante los poderes instituidos. La metáfora del
desierto parece inevitable. He vuelto al clásico de Canetti, Masa y poder, para definir esta
situación como la privación de las manos, que tiene unas connotaciones
políticas inequívocas. Encerrados y con las manos vacías y mutiladas. Esta es
la imagen de lo social que expresa lo sustantivo de la situación vigente.
Quizás por
esta razón el poder cultiva la imagen de las manos batidas desde los balcones a
las ocho de la tarde. Esta es una ocupación de tan ilustres miembros de los
cuerpos enclaustrados, que resulta congruente con la realidad de que estamos en
sus manos. Las nuestras deben ser lavadas continuamente con un rigor y un
método adecuado, que es narrado por los animadores mediáticos convertidos en
una extraña versión de coach sanitarios. El contraste entre las manos plenas de
los dirigentes políticos y las manos hueras de los encerrados se hace patente. Una
población privada de sus densidades táctiles es presa fácil de cualquier
proyecto de domesticación. La proscripción de los abrazos tiene unas
consecuencias políticas de gran envergadura.
Las manos son
un poderoso símbolo individual y social. Todas las organizaciones,
disciplinarias y postdisciplinarias, regulan sus posiciones y las dotan de
normativas. Mi confesor, cuando era todavía un niño, siempre preguntaba por
ellas, anticipándose a la pandemia actual. Los maestros, los brujos de las
entrevistas de empresa, las ceremonias en las organizaciones y mil eventos más,
también las normatizan, promulgando
reglas respecto a las mismas, a las distancias intercorporales y el
tacto. Ahora devienen en el pasaporte de exención de la condición de infectado.
Su protección activa implica no conectarlas con el rostro. Es menester
disciplinarse en su limitación estricta.
El
confinamiento confiere al poder político unas atribuciones extraordinarias, que
ningún tiempo atrás ha disfrutado. Se aísla mutuamente a las personas, se vacía
el espacio público y se impone la reclusión doméstica. Así se privilegia la
comunicación virtual y la congregación en torno a la institución central de la
televisión, que ahora deviene en obligatoria de facto. El resultado es un nuevo
orden del decir. Los gobernantes adquieren una preponderancia inusitada, en
tanto que la masa confinada es debilitada y convertida en receptores
disponibles para ser seducidos y conducidos mediante la gestión de las
emociones instrumentada por las escenificaciones televisivas.
En
coherencia con esta situación, los discursos de guerras, batallas, héroes y
sacrificios, se imponen contundentemente. El estado imaginario de guerra
confiere unas atribuciones extraordinarias a quienes retienen las capacidades
de sus manos, convertidos ahora en generales que nos ponen firmes. Estar en
posición de firme, como es bien sabido, implica tener las manos rígidamente
alineadas e inmovilizadas. Somos convertidos en moléculas que conforman la
retaguardia de un ejército virtuoso que actúa en nuestro nombre. Los que no
preserven sus manos liberadas de virus son inscritos en el gradiente mórbido de
sintomáticos/ingresados/ubicados en UVI/fallecidos.
El
confinamiento es algo más que una estrategia para la gestión de la pandemia, es
un laboratorio político de un mundo nuevo. Significa la invención de una
novedosa forma de dominación fundada en el miedo al apocalipsis viral. Este es
un gran proyecto educativo, experimental y pedagógico de gran alcance. Sus
primeros resultados se manifiestan en la movilización de los balcones, que en
su mayor parte implica la vigilancia a los incumplidores. Un escrito colgado en
un portal de Oviedo, sintetizaba admirablemente el nuevo espíritu de la masa
deprivada de sus manos. Señalaba a los vecinos que salían varias veces con sus perros y no comparecían en los balcones a
practicar con sus manos. Animaba a denunciarlos ante la institución que ocupa
en régimen de monopolio el espacio público: la policía.
El
confinamiento es una forma de transformar a la población, que tiene sus
antecedentes en distintos episodios históricos. Principalmente, se puede
reconocer en la concentración obligatoria de poblaciones rurales en las guerras
de descolonización del siglo XX. Entonces se inventaron las aldeas
estratégicas, las New Villages. La
primera se ubicó en 1948 en Malasia, para combatir con eficacia a los
insurgentes del Ejército de Liberación de las Razas Malayas. Estas aldeas
estaban perimetradas y vigiladas severamente. El objetivo era sanear a las poblaciones frente a los
resistentes. La concentración, la inmovilidad, los controles de las fuerzas de
seguridad, los toques de queda nocturnos…Después se aplicaron en Indochina,
Argelia y en todos los países con movimientos de descolonización.
El
confinamiento es, inequívocamente, una técnica de control, cuya eficacia
descansa en la ruptura del estatuto que conforma la vida cotidiana de las
personas. Su éxito radica en que el sujeto confinado obtenga la aprobación de
los demás. La coacción social es un elemento sustantivo de esta estrategia. Se
supone que los aglomerados en sus domicilios reprenderán a los incumplidores y
se coaligarán con las autoridades. En este sentido es una operación dotada de
un gran poder de subjetivación. Este es el primer gran encierro de una
población en una sociedad postmediática, en la que los hogares están dotados de
varios dispositivos de recepción y emisión.
En un estado
de shock por alteración de la vida cotidiana y suspensión de las relaciones
sociales cara a cara, la población confinada es objeto de una intensificación
mediática sin precedentes. El gobierno y
los poderes que lo escoltan, devienen en un emisor formidable, dotado de un
poder pastoral inédito. Emite las 24 horas sus mensajes y crea un estado de
exceso de información, que invade a los receptores inmovilizados. Las personas
quedan confinadas en lo que Byung-Chul Han denomina, certeramente, como “enjambre digital”. Así se conforma un
monopolio comunicativo que inmoviliza a los aislados espectadores, que ocupan
sus manos en los mandos de los dispositivos de comunicación-recepción.
El
confinamiento supone un aplastamiento de las personas que tiene efectos
psicológicos incuestionables. Los temores asociados a las situaciones insólitas
asociadas a la pandemia y sus respuestas, tienen como consecuencia la
conformación de un sujeto desamparado, que busca su seguridad mediante la
identificación. El resultado es una regresión e infantilización de grandes
sectores de la población atemorizada, que es bombardeada por informaciones
constantes de los traficantes de dígitos. Parece inevitable la fusión mística
entre las virtudes de la fe y la esperanza, en que científicos providenciales
saquen una vacuna que tenga propiedades mágicas.
En las
siguientes entradas desarrollaré un arsenal de argumentos críticos con el
confinamiento desde el punto de vista político, social y cultural. Pero ahora
quiero interrogarme acerca de que este hecho no haya generado voces críticas ni
resistencias, salvo muy contadas excepciones. Este es un acontecimiento
histórico y global sin precedentes, y cuyas consecuencias son muy relevantes,
en tanto que altera integralmente el campo político. Mi respuesta es, en
síntesis, que esta situación tan novedosa no es percibida desde los paradigmas
vigentes, que determinan un modo de pensar lo político y lo social que excluye
una situación de esta envergadura.
Así se
confirma, de nuevo, que grandes acontecimientos que transforman el mundo han
sido reconocidos y conceptualizados tardíamente. Las representaciones sociales
van con un ciclo histórico de retaso. Así ocurrió con los grandes eventos
perversos del siglo XX. El mundo, en el estadio hiperdigitalizado, es muy opaco
y oscuro. Esto explica que los operadores políticos puedan imponer su
concepción del mundo sobre los acontecimientos emergentes. Este es de un tamaño
colosal. No, confinar una población temporalmente modifica radicalmente las
condiciones políticas, las instituciones y los modos de gobierno.
De ahí que
las ciencias sociales, y, entre ellas, las sociologías, tengan la obligación de
arrojar luz sobre las tinieblas que el exceso de información del sistema
postmediático genera. En los próximos días volveré con estas cuestiones. Mi
posición se inserta en “la contra” de los discursos oficiales, como siempre
estuvo la sociología hasta que fue institucionalizada y deglutida por los
poderes. Hoy, de nuevo, una sociología crítica es imprescindible. En mi caso, pretendo desatarme las manos y conectarlas con la cabeza.