martes, 31 de marzo de 2020

SOCIOLOGÍA CRÍTICA DEL CONFINAMIENTO: LA GESTIÓN DE LAS MANOS




El próximo grado de acercamiento es asir. Los dedos de la mano forman una concavidad en la que se intentan apresar parte del ser tocado. Lo hacen sin preocupación por la estructura, la articulación orgánica de la presa […] Entre los hombres, la mano que ya no suelta se convierte en el símbolo propiamente dicho del poder. <<Lo puso en sus manos>> <<Estaba en su mano>> <<Está en mano de Dios>>. Expresiones similares son frecuentes y familiares en todas las lenguas.
Elías Canetti. Masa y poder

El estado de alerta constituye una de las estrategias posibles para frenar la expansión del coronavirus y minimizar sus efectos letales. Se puede discutir su pertinencia en relación con otras estrategias. No entro directamente en esta cuestión. Pero el confinamiento general derivado de la alerta es un fenómeno que tiene otras dimensiones, ubicadas más allá de las sanitarias. Una población confinada, que restringe sus relaciones interpersonales y genera barreras físicas entre las personas, se debilita fatalmente ante los poderes instituidos. La metáfora del desierto parece inevitable. He vuelto al clásico de Canetti, Masa y poder, para definir esta situación como la privación de las manos, que tiene unas connotaciones políticas inequívocas. Encerrados y con las manos vacías y mutiladas. Esta es la imagen de lo social que expresa lo sustantivo de la situación vigente.

Quizás por esta razón el poder cultiva la imagen de las manos batidas desde los balcones a las ocho de la tarde. Esta es una ocupación de tan ilustres miembros de los cuerpos enclaustrados, que resulta congruente con la realidad de que estamos en sus manos. Las nuestras deben ser lavadas continuamente con un rigor y un método adecuado, que es narrado por los animadores mediáticos convertidos en una extraña versión de coach sanitarios. El contraste entre las manos plenas de los dirigentes políticos y las manos hueras de los encerrados se hace patente. Una población privada de sus densidades táctiles es presa fácil de cualquier proyecto de domesticación. La proscripción de los abrazos tiene unas consecuencias políticas de gran envergadura.

Las manos son un poderoso símbolo individual y social. Todas las organizaciones, disciplinarias y postdisciplinarias, regulan sus posiciones y las dotan de normativas. Mi confesor, cuando era todavía un niño, siempre preguntaba por ellas, anticipándose a la pandemia actual. Los maestros, los brujos de las entrevistas de empresa, las ceremonias en las organizaciones y mil eventos más, también las normatizan, promulgando  reglas respecto a las mismas, a las distancias intercorporales y el tacto. Ahora devienen en el pasaporte de exención de la condición de infectado. Su protección activa implica no conectarlas con el rostro. Es menester disciplinarse en su limitación estricta.

El confinamiento confiere al poder político unas atribuciones extraordinarias, que ningún tiempo atrás ha disfrutado. Se aísla mutuamente a las personas, se vacía el espacio público y se impone la reclusión doméstica. Así se privilegia la comunicación virtual y la congregación en torno a la institución central de la televisión, que ahora deviene en obligatoria de facto. El resultado es un nuevo orden del decir. Los gobernantes adquieren una preponderancia inusitada, en tanto que la masa confinada es debilitada y convertida en receptores disponibles para ser seducidos y conducidos mediante la gestión de las emociones instrumentada por las escenificaciones televisivas.

En coherencia con esta situación, los discursos de guerras, batallas, héroes y sacrificios, se imponen contundentemente. El estado imaginario de guerra confiere unas atribuciones extraordinarias a quienes retienen las capacidades de sus manos, convertidos ahora en generales que nos ponen firmes. Estar en posición de firme, como es bien sabido, implica tener las manos rígidamente alineadas e inmovilizadas. Somos convertidos en moléculas que conforman la retaguardia de un ejército virtuoso que actúa en nuestro nombre. Los que no preserven sus manos liberadas de virus son inscritos en el gradiente mórbido de sintomáticos/ingresados/ubicados en UVI/fallecidos.

El confinamiento es algo más que una estrategia para la gestión de la pandemia, es un laboratorio político de un mundo nuevo. Significa la invención de una novedosa forma de dominación fundada en el miedo al apocalipsis viral. Este es un gran proyecto educativo, experimental y pedagógico de gran alcance. Sus primeros resultados se manifiestan en la movilización de los balcones, que en su mayor parte implica la vigilancia a los incumplidores. Un escrito colgado en un portal de Oviedo, sintetizaba admirablemente el nuevo espíritu de la masa deprivada de sus manos. Señalaba a los vecinos que salían varias veces con sus perros y no comparecían en los balcones a practicar con sus manos. Animaba a denunciarlos ante la institución que ocupa en régimen de monopolio el espacio público: la policía.

El confinamiento es una forma de transformar a la población, que tiene sus antecedentes en distintos episodios históricos. Principalmente, se puede reconocer en la concentración obligatoria de poblaciones rurales en las guerras de descolonización del siglo XX. Entonces se inventaron las aldeas estratégicas, las New Villages. La primera se ubicó en 1948 en Malasia, para combatir con eficacia a los insurgentes del Ejército de Liberación de las Razas Malayas. Estas aldeas estaban perimetradas y vigiladas severamente. El objetivo era sanear a las poblaciones frente a los resistentes. La concentración, la inmovilidad, los controles de las fuerzas de seguridad, los toques de queda nocturnos…Después se aplicaron en Indochina, Argelia y en todos los países con movimientos de descolonización.

El confinamiento es, inequívocamente, una técnica de control, cuya eficacia descansa en la ruptura del estatuto que conforma la vida cotidiana de las personas. Su éxito radica en que el sujeto confinado obtenga la aprobación de los demás. La coacción social es un elemento sustantivo de esta estrategia. Se supone que los aglomerados en sus domicilios reprenderán a los incumplidores y se coaligarán con las autoridades. En este sentido es una operación dotada de un gran poder de subjetivación. Este es el primer gran encierro de una población en una sociedad postmediática, en la que los hogares están dotados de varios dispositivos de recepción y emisión.

En un estado de shock por alteración de la vida cotidiana y suspensión de las relaciones sociales cara a cara, la población confinada es objeto de una intensificación mediática sin precedentes. El gobierno  y los poderes que lo escoltan, devienen en un emisor formidable, dotado de un poder pastoral inédito. Emite las 24 horas sus mensajes y crea un estado de exceso de información, que invade a los receptores inmovilizados. Las personas quedan confinadas en lo que Byung-Chul Han denomina, certeramente,  como “enjambre digital”. Así se conforma un monopolio comunicativo que inmoviliza a los aislados espectadores, que ocupan sus manos en los mandos de los dispositivos de comunicación-recepción.

El confinamiento supone un aplastamiento de las personas que tiene efectos psicológicos incuestionables. Los temores asociados a las situaciones insólitas asociadas a la pandemia y sus respuestas, tienen como consecuencia la conformación de un sujeto desamparado, que busca su seguridad mediante la identificación. El resultado es una regresión e infantilización de grandes sectores de la población atemorizada, que es bombardeada por informaciones constantes de los traficantes de dígitos. Parece inevitable la fusión mística entre las virtudes de la fe y la esperanza, en que científicos providenciales saquen una vacuna que tenga propiedades mágicas.

En las siguientes entradas desarrollaré un arsenal de argumentos críticos con el confinamiento desde el punto de vista político, social y cultural. Pero ahora quiero interrogarme acerca de que este hecho no haya generado voces críticas ni resistencias, salvo muy contadas excepciones. Este es un acontecimiento histórico y global sin precedentes, y cuyas consecuencias son muy relevantes, en tanto que altera integralmente el campo político. Mi respuesta es, en síntesis, que esta situación tan novedosa no es percibida desde los paradigmas vigentes, que determinan un modo de pensar lo político y lo social que excluye una situación de esta envergadura.

Así se confirma, de nuevo, que grandes acontecimientos que transforman el mundo han sido reconocidos y conceptualizados tardíamente. Las representaciones sociales van con un ciclo histórico de retaso. Así ocurrió con los grandes eventos perversos del siglo XX. El mundo, en el estadio hiperdigitalizado, es muy opaco y oscuro. Esto explica que los operadores políticos puedan imponer su concepción del mundo sobre los acontecimientos emergentes. Este es de un tamaño colosal. No, confinar una población temporalmente modifica radicalmente las condiciones políticas, las instituciones y los modos de gobierno.

De ahí que las ciencias sociales, y, entre ellas, las sociologías, tengan la obligación de arrojar luz sobre las tinieblas que el exceso de información del sistema postmediático genera. En los próximos días volveré con estas cuestiones. Mi posición se inserta en “la contra” de los discursos oficiales, como siempre estuvo la sociología hasta que fue institucionalizada y deglutida por los poderes. Hoy, de nuevo, una sociología crítica es imprescindible. En mi caso, pretendo desatarme las manos y  conectarlas con la cabeza.




sábado, 28 de marzo de 2020

CRÓNICAS DEL CONFINAMIENTO (2)


En tanto que el sistema sanitario público se encuentra colapsado, crecen los mercados subsidiarios y complementarios que se nutren de sus carencias. Hoy mismo, el periodista Alberto Pérez Giménez informa en el diario El Confidencial, de que uno de los principales laboratorios, Megalab, realiza test en su sede por 140 euros, y en los domicilios de los clientes por 170.  El test deviene en un privilegio que se puede comprar, en tanto que en la pública es una quimera. El mercado se sobrepone majestuosamente sobre el estado subalterno, tal y como ocurre habitualmente, pero en este tiempo aumentado por la gran reestructuración neoliberal.

He estado presente casi cuarenta años en el sistema público como sociólogo de guardia. Mi ángulo de observación ha sido privilegiado. Puedo afirmar que el mercado sanitario privado tiene algunos de los atributos divinos: está en todas las partes, y, al mismo tiempo, es invisible. Nadie alude a él, es innombrable. Detenta la propiedad de no ser sujeto de enunciación. En una situación de colapso y confinamiento de la población, que tiene como consecuencia el refuerzo de la mediatización, se empiezan a evidenciar los primeros negocios fundamentados en la escasez de bienes sanitarios. Pero los verdaderos gobernantes, que son los comunicadores audiovisuales, instituyen un estado comunicativo de tinieblas, protegiendo estos venturosos negocios. No hay una sola voz que aluda a los mismos, que adquieren el estatuto de invisibilidad.

En tanto que se despliegan las fuerzas de seguridad y las fuerzas armadas para controlar el cumplimiento de la inmovilidad, estos tráficos de bienes sanitarios esenciales detentan la licencia de factibilidad y presunción de inocencia. Los predicadores de la televisión escalan en la indignación contra los escasísimos infractores del confinamiento, calificando sus conductas de indeseables y pidiendo sanciones. Pero los comercios de bienes sanitarios escasos escapan de este fervor punitivo. Nadie dice ni una sola palabra y sus conductas son blindadas a la evaluación ética y cívica. La indignación agota sus existencias en los pequeños incumplidores, en tanto que el mercado privado permanece en modo secreto.Nunca los medios fueron una estructura dotada de una letalidad tan alta para la democracia como en estos días.

Me pregunto acerca de los hospitales privados y sus misterios. No se me escapa que allí no hay cámaras de televisión. Solo tenemos noticia de ellos por los ingresos de ilustres miembros de la nobleza de estado, y de la izquierda en particular. Se comentan los casos de don Baltasar y doña Carmen, pero no de otros preeminentes miembros de las élites políticas, financieras y empresariales.  Imagino las redes sociales constituidas de intercambios que sostienen estas instituciones selectas y los criterios de admisión que las rigen. Su conocimiento público representaría un efecto similar a una bomba nuclear. Las desigualdades, no solo no declinan en esta situación, sino que, por el contrario, se agudizan considerablemente. La invisibilidad mediática se puede comprar a un precio razonable a aquellos que incitan a la masa encerrada a verter su furia desde los balcones contra los exiguos incumplidores del confinamiento. Esta operación de eficacia maximizada, sí que merece un fuerte aplauso. Los privilegiados amplían sus prerrogativas y se ausentan de la agenda pública y los focos.

Entretanto, los efectos de los días de encierro empiezan a emitir sus primeras señales. Se puede observar el incremento de autoprotección de la gran mayoría, así como la interiorización de la pauta del distanciamiento. Cuando me encuentro con alguien en la calle, aumenta prudencialmente la distancia y rehúye la mirada. Se puede atisbar un incipiente signo de desaprobación, en tanto que no voy enmascarado, soy mayor y camino distendido. Asimismo, entre los vecinos tiende a ensancharse la distancia social y aparecen los primeros síntomas de deterioro de la convivencia enjaulada. Los primeros microconflictos se hacen presentes en contestaciones ásperas, tonos de voz tensados, comportamientos no verbales que sancionan la solidificación de las nuevas fronteras en el estado de hostilidad mutua, en el que el otro próximo es sospechoso de ser portador asintomático o incumplidor.

Pero, el aspecto más sorprendente radica en la modificación del comportamiento social de los perros. Vivo en un barrio en el que nunca he visto las cacas en el suelo. Todo el mundo las recogía inmediatamente. Pues bien, el barrio está lleno de múltiples excrementos caninos por todas las partes. Parece como si el acuerdo de mantener el suelo liberado de heces de nuestros amigos se hubiera disipado súbitamente. Este hecho remite a la complejidad del comportamiento colectivo y sus misterios. Se puede aventurar la hipótesis de que la asunción de la recogida de las deposiciones caninas se encontraba determinada por la coacción ejercida de facto por los demás ocupantes de la calle. Una vez disipados estos, se entiende como caducado este comportamiento cívico. También se puede apostar por la hipótesis de un acto íntimo de resarcimiento contra el encierro forzoso. En este caso subyace una rebeldía difusa contra la autoridad que constriñe la movilidad.

Dicen que los perros son el espejo de sus dueños. Estos días se confirma la validez de este aserto. En mi barrio y en el Retiro los perros desarrollan una sociabilidad muy considerable. En la mayoría de los casos se saludan cordialmente entre sí, y en algunos casos juegan mostrando su reconocimiento amistoso mutuo. Son escasos los animales que gruñan a sus congéneres. Pues bien, en tan solo dos semanas de encierro, los perros acusan el impacto de este, generando un distanciamiento similar al de sus cuidadores. Proliferan los comportamientos caninos hostiles y la sociabilidad distanciada. Parece increíble la velocidad de esta transformación propiciada por el encierro. Acabo de subir de un paseo con mi perra y he celebrado el encuentro con una señora mayor acompañada de un perro muy joven que se ha encontrado gozosamente con la mía. Han intercambiado señales amistosas y nosotros unas breves palabras cordiales y una sonrisa que he percibido como entrañable, en este tiempo de distancias medidas en metros entre seres inducidos a ser huraños.

Recuerdo que, en la cárcel, que fue mi primer confinamiento forzado en mis años jóvenes, mucha gente mantenía los ciclos temporales propios de su entorno. Así, los domingos se vestían especialmente y la comida se resignificaba, adquiriendo un carácter celebrativo. Ayer por la tarde observé un incremento de gentes en los supermercados. Estos experimentaron una afluencia extraordinaria. Interpreto este acontecimiento como mantenimiento de los ciclos temporales de la vida diaria. La gente se aprovisiona para el finde, como si este pudiera distinguirse de los demás días de obligaciones. Esta mañana he reforzado esta sensación, en tanto que las colas para entrar en los súper eran mayores que en los días “laborables”.

Si tuviera que elegir un efecto perverso de este tiempo de pandemia politizada y mediatizada, no tendría dudas en asignar el número uno a la brutalidad que adquiere el riesgo asignado y el riesgo percibido. Todo el mundo ha interiorizado que las personas encarnamos escalas de riesgos. Los mayores somos estigmatizados de un modo que se inscribe en el sofisticado y fértil concepto de violencia simbólica, enunciado por Pierre Bourdieu. Volveré sobre este tema, pero mis propios amigos me tratan en función de una esperanza de vida amenazada, que tiende a expresarse en probabilidades expresadas en guarismos menguados. La salida del encierro va a ser terrible para los mayores. A mí me ha parecido fantástico hoy despertar con mi perra intercambiando señales de afecto; dar un pequeño paseo bajo un radiante sol de invierno; encontrarme con la señora entrañable del perro;  recibir un mensaje cordial en el blog de un médico antiguo alumno;  cultivar mi imaginación, que ahora se focaliza en mi pequeña fuga de esta tarde; escuchar mis músicas y escribir este texto. Mañana veremos si la vida me puede regalar alguna pequeña maravilla del gran catálogo de sus posibles.

Mis sentidos han obtenido gratificaciones de la luz, los sonidos, las comunicaciones, los afectos y las cosas inteligibles. Lo que más lamento es mi piel penalizada por el encierro y el distanciamiento somatocrático.

jueves, 26 de marzo de 2020

JAVIER AYMAT CONTRA GOLDFINGER Y EL DR. NO


Según pasan los días de encierro se acrecienta la unanimidad en torno a las medidas de excepción. Los receptores sitiados buscan afanosamente libertadores, al tiempo que enemigos, que suponen imaginariamente vinculados al virus, actuando como sus anfitriones. El estado de alerta atenta contra la inteligencia, coaccionando a las personas que tienen dudas u objeciones fundadas acerca de la definición de la pandemia y a sus respuestas. Así se reintroduce la proverbial autocensura, que deviene en una invariante de la sociedad española. Esta es la razón por la que estimo muy positivamente a aquellos que rompen el monopolio de la coacción y el temor, ayudando a quienes seguimos abiertos a pensar.

Ayer me llegó un texto de Javier Aymat, criticando la oleada de histeria colectiva y cuestionando las medidas radicales para la gestión de la pandemia. No conocía a Javier, que es un periodista que habita en su blog “Diario de Tierra”. Se define a sí mismo como “autor”, lo que entiendo como un acto de autoafirmación e independencia, que contrasta con los periodistas cada vez más encuadrados en grupos mediáticos. En este artículo  se ubica a contracorriente, que en este tiempo es esencial para la sobrevivencia de los que piensan y dicen con independencia de las instituciones. 

En este trabajo, cuyo título es “La histeria interminable”, discute la valoración que las autoridades hacen de la epidemia del COVID-19, y critica las respuestas a este problema, en las que entiende que los medios tienen un papel determinante.  Parafraseando a un experto tan relevante como Pablo Goldsmith, entiende este acontecimiento como parte de un fenómeno más general, que define como “acoso científico-mediático” a los gobiernos. Apunta que la pandemia forma parte de los repertorios de intervención gubernamental de estos últimos años. Critica la actuación de la OMS, poniendo de manifiesto su estatuto neutral que le blinda de las críticas, en contraste con el FMI y otras organizaciones internacionales. Termina examinando los efectos perversos de la inmovilización de la población.

El trabajo utiliza como fuentes a destacados profesionales de la salud relegados por los gobiernos, los medios y las organizaciones globales. Wolfang Wodarg, Manuel Elkin, Pablo Goldsmith, Vageesh Jain, John P.A, Ioannidis o Andreu Segura, nutren el texto con sus aportaciones. El rigor con que presenta sus fuentes es infrecuente en el periodismo y la blogosfera. Asimismo, los numerosos comentarios y las respuestas que completan el artículo, resultan extremadamente estimulantes. 

Resalta el vínculo que establece entre las políticas gubernamentales e intereses económicos de grupos industriales y científicos. En anteriores pandemias se ha evidenciado esta cuestión. Dice que los laboratorios “pastorearon” a los gobiernos en la epidemia de la gripe A y otras análogas.  También apunta a la emergencia de mercados estimulados por la alarma mediática: mascarillas, test, alimentos, medicamentos y otros. Pero la sugerencia de que grupos mediáticos y científicos se han convertido en grupos de presión, dotados de una influencia incuestionable, representa una restricción de la democracia.

Pone de manifiesto los efectos perversos de las definiciones apocalípticas vinculadas a la pandemia, que generan más problemas que beneficios. Asimismo, afirma que las respuestas de convertirnos a todos en enfermos mediante la inculcación del miedo, implican la paradoja de “ir al abismo para evitarlo”. La supresión de las libertades, el vaciamiento del espacio público, así como la ocupación de este por el ejército y fuerzas de seguridad, tienen implicaciones manifiestamente perversas. La ratificación de que el enemigo del pueblo es un virus, nunca puede ser inocente.

La idea principal se puede sintetizar en que la reacción produce más daños que el propio virus. Sus efectos económicos serán catastróficos, pero, aún peor, en el campo estricto de la salud se incrementarán las enfermedades evitables, muchas de estas no serán bien tratadas y aumentarán las muertes por las patologías convencionales. Se pueden añadir los daños psicológicos, emocionales, relacionales y físicos en la población aislada. En resumen, las respuestas mediático-gubernamentales han hecho al virus más grande de lo que es.

Recomiendo su lectura, entendiendo que abre la cuestión frente al cierre cognitivo propiciado por la unanimidad y el consiguiente autoritarismo. Textos así son excluidos radicalmente del espacio mediático.

Su descubrimiento en la situación vigente, ha traído a mi memoria las viejas pelis del agente 007. En ellas se confrontaba con malotes de una gran envergadura, que amenazaban a la humanidad. Ha sido imposible soslayar a Julius No, de “Agente 007 contra el Dr No” o Auric Goldfinger, de “James Bond contra Goldfinger”. Esta noche he soñado con algún metistofélico malvado que se había infiltrado en la OMS, suscitando la catástrofe del COVID-19. No recuerdo bien quién fue el 007 que nos liberó, pero al despertar he agradecido a Javier Aymat su fuga de la unanimidad y su aportación para que la bogosfera sea más habitable.

martes, 24 de marzo de 2020

CRÓNICAS DEL CONFINAMIENTO (1)


El sujeto del presente es un activista. Desarrolla su vida mediante la respuesta sin pausa al torrente de estímulos procedentes de un entorno definido por la velocidad. La sustancia de la vida es hacer: realizar actividades para ser registradas y difundidas en sus redes y públicos; llenar la existencia mediante la ejecución de movimientos continuos; estar atento a las novedades para responder inmediatamente, evitando así ser descalificado; cultivar el yo y la gestión del sí mismo para cumplir con los imperativos sociales de la rendición de cuentas, y acreditar su diligencia en el arte de presentarse como un producto intangible, siempre renovado. El ritmo es el elemento esencial de este yo social en su eterna carrera de renovación y la acreditación. El encierro representa un paréntesis en este movimiento incesante. Según vayan pasando los días, pronostico la aparición de tensiones por desadaptación a un tiempo inevitablemente pausado, en el que el hacer decrece inexorablemente.

El encierro representa una expansión de la reclusión hogareña, que ya se ha impuesto como tendencia, mediante la configuración del hogar como sede de la “netflixicación”. El sujeto contemporáneo es un espectador consumado, un receptor de relatos audiovisuales seriados. Las series representan una referencia central en el imaginario colectivo. Cada serie implica un número de horas de consumo extraordinariamente elevado. La vida alterna esta condición de esforzado espectador, con la de activista en movimiento. Ahora, el sujeto netflixicado adquiere la condición de espectador en situación de monopolio. Un encierro que se dilate más de un mes, puede representar una saturación que se sitúe en el umbral de la intoxicación. Lo ficcional se erige en el centro de la vida, desplazando a la realidad vivida. Lo mediático deviene en un tóxico imposible de manejar.

El miedo acumulado por la evolución de la situación, así como por su transformación de un espectáculo mediático impúdico, en el que el panóptico somatocrático inspecciona las salidas de cada cual, se refuerza por el veloz desplome de los pronósticos y las previsiones. Los discursos y las proposiciones de las autoridades, se evaporan casi inmediatamente después de ser enunciadas. La sensación de vacío se hace patente. Pero, en lugar de propiciar distanciamientos críticos e incrementos en la reflexividad, se produce justamente lo contrario: se incrementa el monolitismo, la nueva versión de la caza de brujas a los incumplidores, que adquieren una condición espectral. El espíritu punitivo experimenta un salto inquietante, que se amplifica según van transcurriendo los días. 

El nuevo espíritu de las masas asentidoras e incondicionales, se expresa en una adhesión  sin límites a las autoridades, a las fuerzas de seguridad y a los profesionales sanitarios. Esta explosión de la ratificación, conlleva la proyección de la culpabilidad a los considerados incumplidores, que adquieren el perfil de intermediarios con los ungidos con la etiqueta de peligrosos: los asintomáticos. Así se construye a un chivo expiatorio sobre el que se va a descargar un ruido y una furia formidable, que crecerá según vaya transcurriendo el encierro.

En un clima así, se acentúa el deseo de ser conducidos. Se espera la llegada de héroes providenciales que nos conduzcan a la tierra prometida liberada de los virus. Los balcones comparecen como las instancias sociales desde las que se moviliza la adhesión y se expulsan los temores. Mientras tanto, las autoridades políticas continúan con su guerra cateta de atribución de responsabilidades al otro. En estos días hemos visto cosas inconmensurables de juego sucio. Díaz Ayuso, Torra, Marín… Estos son los candidatos a campeones en el arte del juego por debajo de la mesa. La simbiosis entre la estulticia y la maldad hace estragos. 

En esta situación no quiero ser precavido en el juicio acerca de la actuación de las autoridades. Como sociólogo conozco bien la teoría de la estructura de las oportunidades políticas. Pero no puedo seguir sin confirmar el solapamiento de varias catástrofes. La pandemia misma es una de las ellas, que se retroalimenta con la situación de complejidad que desborda las capacidades del dispositivo de respuesta. Frente a situaciones nuevas, lo más importante es aprender. Pero las disposiciones de los partidos se encuentran más bien polarizadas a gestionar la disputa interpartidaria, aprovechando las posibilidades de incrementar las clientelas, que a confrontar una situación abierta e incierta.  La capacidad de aprendizaje es la clave para reconducir una situación crítica. No quiero siquiera comentar las actuaciones de gentes caracterizadas por un hambre de cámara desmesurada. El caso de Pablo Iglesias resulta especialmente patético. Representa un héroe en cuarentena en espera de un púlpito mediático que le proporcione áurea fundada en la cohesión derivada de las efervescencias asociadas a los temores colectivos compartidos.

Sin ánimo de entrar a fondo, por ahora, y en la constatación de que la derecha se encuentra desbocada en un contexto comunicativo de polarización, se puede afirmar, cuanto menos que los movimientos de las autoridades  son mucho más lentos que la dinámica de evolución de la situación; que sus acciones se dirigen principalmente a apuntalar una fachada mediatizada; que en ningún otro país se ha producido un nivel tan inquietante de desprotección de los profesionales sanitarios; que las cifras manejadas por Fernando Simón, que ha reinventado la magia mediante la adopción del rol de brujo – de rostro entrañable en la postmodernidad- son solo la parte visible de un iceberg, que oculta las cadenas de contagios en tanto que no se realizan test en la población. 

Pero la serie netflixicada producida por las autoridades políticas y sanitarias de la que Simón es protagonista principal, se focaliza a ratificar la idea de orden, que preside el imaginario colectivo español. Así se sobrevalora la acción absurda de las fuerzas de seguridad en la calle contra los incumplidores del confinamiento, muchos de los cuales son personalidades propensas a la bronca. No he visto nada más inútil que eso. En las comparecencias se hacen presentes con solemnidad los uniformados, en tanto que el progreso en la detección de infectados asintomáticos se encuentra en suspenso indefinido. La ceremonia de la confusión alcanza aquí su cénit.

Un aspecto muy importante de esta catástrofe radica en que se empieza a consolidar un área ciega, así como un área oculta, que crece por días. En tanto que muchos profesionales sanitarios claman por las deficiencias de sus protecciones, que los exponen al contagio, la situación de carencia empieza a proporcionar señales de un vigoroso mercado negro de mascarillas, geles y otros productos protectores, que no están disponibles en las farmacias, pero que son exhibidos exuberantemente por grandes contingentes de personas. En todas las situaciones de carencia, el mercado se multiplica mediante la configuración de su versión negra. Los signos de un renovado estraperlo de material sanitario se hacen patentes. Desde mi punto de observación, en la tangente del barrio de Salamanca de Madrid, la población está más protegida que los contingentes profesionales que la afrontan. Sin embargo, en las farmacias se han agotado las existencias de productos que el mercado providencial ha revalorizado. Seguiré la pista a esta relevante cuestión.

Los medios y la población proceden a exaltar el valor de los profesionales sanitarios en estos días, multiplicando los gestos de agradecimiento. Pero tras este furor emotivo, se esconde una gran verdad: el sistema sanitario ha sido debilitado en los últimos veinte años. Pero no me refiero solo a los indicadores, que de por sí son elocuentes en términos de descapitalización. La gran devaluación de la atención sanitaria radica en el debilitamiento del espíritu de servicio público y universal que lo animaba. Los recortes son la expresión de una devaluación radical de la atención sanitaria, que es sustituida por un conjunto de supuestos y sentidos procedentes de la empresa postfordista. El espíritu parco, alcanzando en ocasiones el umbral de lo mezquino, que una generación de gerentes, directivos y tecnócratas ha impuesto como cultura profesional polarizada al mercado, ha desorganizado los imaginarios profesionales, generando una anomia y pasotismo incuestionable.

La huella que ha dejado en todo el sistema es patente. La perpetuación de las consultas masificadas, la reducción de recursos y el desprecio por los valores profesionales, han debilitado el tejido sanitario. Unificando la perspectiva del mercado negro naciente con la del declive del sistema sanitario, determinadas ambas por la escasez, me hace pensar en la aparición de un conjunto de redes de favores y tránsitos entre las distintas instituciones que configuran el nuevo sistema público y privado. Cuando se afirma que los hospitales privados se encuentran subordinados a una autoridad única, parece sospechoso que estos no aparezcan en las informaciones. Me pregunto si también están saturados y qué papel desempeñan, así como cuáles son los criterios de asignación de pacientes a ambos. Volveré a esta cuestión con la intención de reescribir la nueva versión de Surcos.

Es imprescindible terminar esta crónica con la constatación de la sociología de las ausencias y las presencias en esta catástrofe. Los medios adquieren la condición de olimpo electrónico, en el que moran los superinformadores propietarios de las grandes audiencias, ahora cautivas con el confinamiento. La televisión confirma la condición de apocalíptica, en tanto que productora del gran espectáculo del miedo, del dolor, de la selección que hace la pandemia, de las tecnologías de respuesta, del dispositivo militar-policial-sanitario investido de santidad. La apoteosis de somatocracia es impensable sin temerosos y obedientes súbditos tratados y reconfigurados en la sacrosanta iglesia de la televisión.

La ausencia es la universidad. Este es un dispositivo autorreferencial que muestra un distanciamiento cosmológico. Ni una palabra acerca de la catástrofe. Se repliega a su intimidad virtual reafirmando su descompromiso majestuoso. Nada. Esta institución procederá mediante la proliferación de papers, publicaciones, tesis y otros productos elaborados desde el interior de la misma. La crisis de la inteligencia alcanza su apoteosis académica en este siglo XXI. La denominada transferencia desde esta institución a su entorno, queda en suspenso, mostrando un vacío pavoroso. La universidad es una tragedia contemporánea.



sábado, 21 de marzo de 2020

MONÓLOGO DEL VIRUS


Los salubristas de los años setenta constataban la contraposición entre el desarrollo económico de las sociedades de la época y la situación de salud. Sus críticas a los sistemas de atención a la salud dominados por los hospitales y las tecnologías, propiciaron la reconversión propugnada en Alma-Ata en 1978. Recuerdo el primer libro que leí de Hernán san Martín “La crisis mundial de la salud”.  Pero estas propuestas fueron procesadas por los propios sistemas sanitarios, reduciendo la atención primaria a una condición subalterna de los hospitales.

La crisis del COVID-19 evidencia las insuficiencias estructurales de los sistemas sanitarios. El hospital adquiere una dimensión apoteósica al confirmar sus insuficiencias ante los problemas que se incuban en las sociedades, que desbordan las estructuras asistenciales disponibles. La respuesta se plantea en términos de crecimiento desbocado: multiplicación de camas de UCI, construcción de hospitales de campaña, hoteles medicalizados…Todo indica que se camina hacia esa maldición enunciada por los salubristas de los setenta: La mitad de la población cuidada por la otra mitad.

¿qué está ocurriendo? La crisis del COVID-19 representa una gran catástrofe general. Tanto el sistema productivo, como las instituciones y la vida queda en suspenso frente a la amenaza. Pero esta hecatombe es interpretada mediante las propuestas de respuesta elaboradas por los expertos y encerradas en la salud, entendida desde la perspectiva del sistema de atención a la misma. Apenas se producen reflexiones sobre las sociedades en las que se encarna el problema. Este monopolio sanitarista en la interpretación de este acontecimiento, es manifiestamente perverso, en tanto que induce a una ceguera monumental. La alternativa es la de crecer y multiplicar las estructuras hospitalarias.

Por esta razón me parece muy importante rescatar la inteligencia crítica y abrir la reflexión y deliberación a las sociedades globales. Esta es la razón por la que publico un texto que ha conmovido mi intelecto. Es el “Monólogo del virus”. El autor es Pablo, lo podéis encontrar en Contraindicaciones y está publicado el 17 de marzo. En esta página se pueden encontrar distintos textos, de Pablo y de otros autores,  que aportan miradas y perspectivas excluidas por las dos instituciones apocalípticas del presente: la academia (universidad) y los medios de comunicación.

Es tan sugerente que no lo voy a comentar, aunque sí lo haré los próximos días. Leyéndolo me ha invadido una sensación de horror ante la miseria intelectual del mundo institucional que vivo.





Dejad de proferir, queridos humanos, vuestros ridículos llamamientos a la guerra. Dejad de dirigirme esas miradas de venganza. Apagad el halo de terror con que envolvéis mi nombre. Nosotros, los virus, desde el origen bacteriano del mundo, somos el verdadero continuum de la vida en la tierra. Sin nosotros, jamás habríais visto la luz del día, ni siquiera la habría visto la primera célula.




Somos vuestros antepasados, al igual que las piedras y las algas, y mucho más que los monos. Estamos dondequiera que estéis y también donde no estáis. ¡Si del universo sólo veis aquello que se os parece, peor para vosotros ! Pero sobre todo, dejad de decir que soy yo el que os está matando. No estáis muriendo por lo que le hago a vuestros tejidos, sino porque habéis dejado de cuidar a vuestros semejantes. Si no hubierais sido tan rapaces entre vosotros como lo habéis sido con todo lo que vive en este planeta, todavía habría suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los estragos que causo en vuestros pulmones. Si no almacenaseis a vuestros ancianos en morideros y a vuestros prójimos sanos en ratoneras de hormigón armado, no os veríais en éstas. Si no hubierais transformado la amplitud, hasta ayer mismo aún exuberante, caótica, infinitamente poblada, del mundo —o mejor dicho, de los mundos— en un vasto desierto para el monocultivo de lo Mismo y del Más, yo no habría podido lanzarme a la conquista planetaria de vuestras gargantas. Si durante el último siglo no os hubierais convertido prácticamente todos en copias redundantes de una misma e insostenible forma de vida, no os estaríais preparando para morir como moscas abandonadas en el agua de vuestra civilización edulcorada. Si no hubierais convertido vuestros entornos en espacios tan vacíos, tan transparentes, tan abstractos, tened por seguro que no me desplazaría a la velocidad de un avión. Sólo estoy ejecutando la sentencia que dictasteis hace mucho contra vosotros mismos. Perdonadme, pero sois vosotros, que yo sepa, quienes habéis inventado el término « Antropoceno ». Os habeis adjudicado todo el honor del desastre ; ahora que está teniendo lugar, es demasiado tarde para renunciar a él. Los más honestos de entre vosotros lo sabéis bien : no tengo más cómplice que vuestra propia organización social, vuestra locura de la « gran escala » y de su economía, vuestro fanatismo del sistema. Sólo los sistemas son « vulnerables ». Lo demás vive y muere. Sólo hay vulnerabilidad para lo que aspira al control, a su extensión y perfeccionamiento. Miradme atentamente : sólo soy la otra cara de la Muerte reinante.

Así que dejad de culparme, de acusarme, de acosarme. De paralizaros ante mí. Todo eso es infantil. Os propongo que cambiéis vuestra mirada : hay una inteligencia inmanente en la vida. No hace falta ser sujeto para tener un recuerdo o una estrategia. No hace falta ser soberano para decidir. Las bacterias y los virus también pueden hacer que llueva y brille el sol. Así que miradme como vuestro salvador más que como vuestro enterrador. Sois libres de no creerme, pero he venido a parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontrabais. He venido a detener la actividad de la que érais rehenes. He venido a poner de manifiesto la aberración de la « normalidad ». « Delegar en otros nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar de las condiciones de vida ha sido una locura »… « No hay límite presupuestario, la salud no tiene precio » : ¡mirad cómo hago que se retracten de palabra y de obra vuestros gobernantes ! ¡Mirad cómo los reduzco a su verdadera condición de mercachifles miserables y arrogantes ! ¡Mirad cómo de repente se revelan no sólo como superfluos, sino como nocivos ! Para ellos no sois más que el soporte de la reproducción de su sistema, es decir, menos aun que esclavos. Hasta al plancton lo tratan mejor que a vosotros.

Pero no malgastéis energía en cubrirlos de reproches, en echarles en cara sus limitaciones. Acusarlos de negligencia es darles más de lo que se merecen. Preguntaos más bien cómo ha podido pareceros tan cómodo dejaros gobernar. Alabar los méritos de la opción china frente a la opción británica, de la solución imperial-legista frente al método darwinista-liberal, es no entender nada ni de la una ni de la otra, ni del horror de la una ni del horror de la otra. Desde Quesnay, los « liberales » siempre han mirado con envidia al Imperio chino ; y siguen haciéndolo. Son hermanos siameses. Que uno te confine por tu propio bien y el otro por el bien de « la sociedad » equivale igualmente a aplastar la única conducta no nihilista en este momento : cuidar de uno mismo, de aquellos a los que quieres y de aquello que amamos en aquellos que no conocemos. No dejéis que quienes os han conducido al abismo pretendan sacaros de él : lo único que harán será prepararos un infierno más perfeccionado, una tumba aún más profunda. El día que puedan, patrullarán el más allá con sus ejércitos.

Más bien, agradecédmelo. Sin mí, ¿cuánto tiempo más se habrían hecho pasar por necesarias todas estas cosas aparentemente incuestionables cuya suspensión se decreta de inmediato ? La globalización, los concursos, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas, Disneyland, las salas de fitness, la mayoría de los comercios, el parlamento, el acuartelamiento escolar, las aglomeraciones de masas, la mayor parte de los trabajos de oficina, toda esa ebria sociabilidad que no es sino el reverso de la angustiada soledad de las mónadas metropolitanas. Ya lo veis : nada de eso es necesario cuando el estado de necesidad se manifiesta. Agradecedme la prueba de la verdad que vais a pasar en las próximas semanas : por fin vais a vivir en vuestra propia vida, sin los miles de subterfugios que, mal que bien, sostienen lo insostenible. Todavía no os habíais dado cuenta de que nunca habíais llegado a instalaros en vuestra propia existencia. Vivíais entre las cajas de cartón y no lo sabíais. Ahora vais a vivir con vuestros seres queridos. Vais a vivir en casa. Vais a dejar de estar en tránsito hacia la muerte. Puede que odiéis a vuestro marido. Puede que aborrezcáis a vuestros hijos. Quizás os entren ganas de dinamitar el decorado de vuestra vida diaria. Lo cierto es que, en esas metrópolis de la separación, ya no estábais en el mundo. Vuestro mundo había dejado de ser habitable en ninguno de sus puntos excepto huyendo constantemente. Tan grande era la presencia de la fealdad que había que aturdirse de movimiento y de distracciones. Y lo fantasmal reinaba entre los seres. Todo se había vuelto tan eficaz que ya nada tenía sentido. ¡Agradecedme todo esto, y bienvenidos a la tierra !

Gracias a mí, por tiempo indefinido, ya no trabajaréis, vuestros hijos no irán al colegio, y sin embargo será todo lo contrario a las vacaciones. Las vacaciones son ese espacio que hay que rellenar a toda costa mientras se espera la ansiada vuelta al trabajo. Pero esto que se abre ante vosotros, gracias a mí, no es un espacio delimitado, es una inmensa apertura. He venido a descolocaros. Nadie os asegura que el no-mundo de antes volverá. Puede que todo este absurdo rentable termine. Si no os pagan, ¿qué sería más natural que dejar de pagar el alquiler ? ¿Por qué iba a seguir cumpliendo con sus cuotas del banco quien de todos modos ya no puede trabajar ? ¿Acaso no es suicida vivir donde ni siquiera se puede cultivar un huerto ? No por no tener dinero se va a dejar de comer, y quien tiene el hierro tiene el pan, como decía Auguste Blanqui. Dadme las gracias : os coloco al pie de la bifurcación que estructuraba tácitamente vuestras existencias : la economía o la vida. De vosotros depende. Lo que está en juego es histórico. O los gobernantes os imponen su estado de excepción o vosotros inventáis el vuestro. U os vinculáis a las verdades están viendo la luz o ponéis vuestra cabeza en el tajo del verdugo. O aprovecháis el tiempo que os doy ahora para imaginaros el mundo de después a partir de las lecciones del colapso al que estamos asistiendo o éste se radicalizará por completo. El desastre cesa cuando la economía se detiene. La economía es el desastre. Esto era una tesis antes del mes pasado. Ahora es un hecho. A nadie se le escapa cuánta policía, cuánta vigilancia, cuánta propaganda, cuánta logística y cuánto teletrabajo hará falta para reprimirlo.

Ante mí, no cedáis ni al pánico ni al impulso de negación. No cedáis a las histerias biopolíticas. Las próximas semanas serán terribles, abrumadoras, crueles. Las puertas de la Muerte estarán abiertas de par en par. Soy la más devastadora producción de devastación de la producción. Vengo a devolver a la nada a los nihilistas. La injusticia de este mundo nunca será más escandalosa. Es a una civilización, y no a vosotros, a quien vengo a enterrar. Quienes quieran vivir tendrán que crearse hábitos nuevos, que sean apropiados para ellos. Evitarme será la oportunidad para esta reinvención, para este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el que algunos eran lo suficiente miopes como para ver la forma misma de la institución, pronto ya no obedecerá a ninguna etiqueta. Caracterizará a los seres. No lo hagáis « por los demás », por « la población » o por la « sociedad », hacedlo por los vuestros. Cuidad de vuestros amigos y de vuestros amores. Volved a pensar con ellos, soberanamente, una forma justa de vida. Cread conglomerados de vida buena, ampliadlos, y nada podré contra vosotros. Esto es un llamamiento no a la vuelta masiva a la disciplina, sino a la atención. No al fin de la despreocupación, sino al de la negligencia. ¿Qué otra manera me quedaba de recordaros que la salvación está en cada gesto ? Que todo está en lo ínfimo.

He tenido que rendirme a la evidencia : la humanidad sólo se plantea las preguntas que no puede seguir sin plantearse.

[Traducido por el Grupo Coquelicot y revisado por un amigo]`


miércoles, 18 de marzo de 2020

CANCIONES PARA DESPUÉS DE UNA GUERRA



El estado de alarma que sanciona el confinamiento general me produce  una sensación del retorno al pasado, a la vieja España de mi infancia y juventud. La amenaza del coronavirus es construida por los medios de comunicación como un espectáculo audiovisual total. Así se genera un clima emocional estimulado por los temores colectivos, que es vivido en un estado de masificación mediática intensa, que procesa las informaciones diarias en términos de saldo entre altas y bajas. Cada uno se siente aliviado cada día al constatar que no se encuentra entre los penalizados por el contagio, en espera de repetir la suerte al día siguiente.

En una situación así se refuerza el comportamiento de masa, caracterizado por la existencia de un clima emocional desbocado. En este contexto, la totalidad social se sobrepone a cada átomo individual de un modo contundente, confirmando el retorno a las sociedades de las solidaridades mecánicas enunciadas por Durkheim. La televisión refuerza su papel de institución central mediante el debilitamiento de sus competidores y acompañantes en situaciones abiertas. La masa catódica atemorizada expulsa sus demonios internos y sus miedos, proyectándolos en los considerados como salvadores –las autoridades y el personal sanitario principalmente-, y también en los incumplidores, que son objeto de una escalada punitiva que les constituye simbólicamente como portadores de los peligros. Hemos visto ya varias situaciones antológicas.

En una situación de estas características, los poderes del estado y de las instituciones recuperan su legitimidad coercitiva al cien por cien. La masa encerrada, temerosa y mediatizada, se congrega en torno a los ángeles exterminadores del mal. La exigencia de castigo a los malos adquiere un volumen insólito. He visto episodios de unos niveles de agresividad inimaginables en situaciones ordinarias. El resultado es la constitución de una autoridad sin limitaciones. Como es sabido, la autoridad es una realidad que es otorgada por los conducidos. Estos son quienes la transfieren a los conductores. En estos días las instituciones centrales han adquirido una autoridad cosmológica, fundamentada en la obediencia voluntaria de una muchedumbre encerrada, atemorizada y congregada por la televisión, agente inductor de una conciencia colectiva en estado volcánico.

En una situación así, parece inevitable que mi infancia y juventud haya reflotado. Se avivan los recuerdos de episodios terribles de aquellos años. Los ejercicios espirituales, en los que éramos encerrados tres días sin hablar entre nosotros y sometidos a una intervención religiosa basada en una suerte de terapia dura del shock. La semana santa, como tiempo de cancelación de la vida y exaltación religiosa. Recuerdo que alguna vez he recibido conminaciones, y hasta alguna bofetada, por reír en esos días sagrados. También los climas colectivos creados por percibir amenazas de huelgas u otras actividades de la entonces menguada oposición, que suscitaban respuestas atribuyéndoles la condición de agentes del extranjero. Y en todos los momentos solemnes de aquellas instituciones en los que se movilizaba la jerarquía y se exigía una disciplina férrea. El tono de los comunicadores de la radio y de la primera televisión, estaba caracterizado por una solemnidad mayúscula, cuya función era poner a cada uno en su sitio, que siempre era la posición de firme. Pronto descubrí, lamentablemente, cuál era el mío.

Mi llegada a la universidad de con diecisiete años catalizó todas mis dudas y objeciones incubadas en el tiempo vivido en estas instituciones totales definidas por el ejercicio de una autoridad sin limitaciones. Pero mis posicionamientos críticos en los años de la facultad, me reportaron una sensación de soledad patente. La gran mayoría de los que me rodeaban vivían sus vidas encajadas en el molde de la versión tardofranquista de la servidumbre voluntaria. Así, los críticos quedábamos eficazmente aislados. En estos años decisivos, me acostumbré a este confinamiento, que conllevaba un repudio moral por parte de mi propia familia, además de la gran mayoría de la sociedad. Tuve que aprender el arte de mostrarme fugazmente para después replegarme a una zona oculta protegida de las miradas de la mayoría encuadrada.

Entiendo y admiro a Juan Goytisolo, un autor que ha definido lúcidamente el franquismo como un orden social dominado por el estado perpetuo selectivo de autocensura, así como sus efectos mutiladores sobre las personas.  Este pensaba que la democracia naciente tenía una hipoteca imposible, en tanto que los autocensurados imperecederos no podían liberarse completamente de sus artes del ocultamiento a la mayoría autoritaria. Esta cultura de interiorización de la obediencia adquiere un esplendor inusitado en España, afectando también a las gentes de las izquierdas, entre las que viví esos años. Expresar dudas, se entendía como un signo inequívoco de traición y una acción que favorecía al enemigo.

La transición política abrió un tiempo en el que parecía que el encuadramiento disciplinado iba a ceder al pluralismo en todos los órdenes, y de que era posible pensar y deliberar todas las cuestiones. Los matices, las puntualizaciones, las objeciones y otros productos de la reflexión parecían posibles, minando así el monolitismo. Pero en pocos años todo devino en un espejismo. Los bloques se consolidaron sin grietas y todas las cuestiones eran sometidas a la ley implacable de la adhesión. La ruina de la inteligencia mediante la subordinación al bloque de poder de cada parte, se hizo patente con pocas excepciones.

En los años dorados del régimen del 78 me integré socialmente, pero aprendiendo a ocultar mis posicionamientos, que en muchas ocasiones no eran la confirmación mecánica de las de mi bloque. Aprendí a decir las cosas, pero sin destapar el fondo, para evitar mi reprobación. Así he construido una soledad que me ha acompañado toda mi vida. Lo permanente en esta son las distancias, que es menester manejar como un excelso arte menor. Mi vida me ha configurado como un extraño artista de la evasión. En los días del 15 M experimenté una sensación de alivio, en tanto que vivía un acontecimiento en el que dominaba la multiplicidad y la heterogeneidad. El año 14 voté por el prometedor partido X, pero este fue desplazado por el ascenso de Podemos, con el que tuve un momento de atracción, que se disipó muy pronto en tanto que retornaron drásticamente a la homogeneidad monolítica y la obediencia incondicional.

En estos días de inmovilidad forzada me encuentro de nuevo en un orden social rígido y pétreo. De nuevo me siento constreñido por lo que intuyo como un retorno a la unanimidad y la adhesión.  Cada día que pasa, se solidifica más un nosotros amenazador. La escalada contra los  considerados como desobedientes de palabra y de obra, tal y como rezan las religiones rígidas, es alarmante. Las instituciones más jerárquicas y autoritarias recuperan la plenitud de su poder sancionador. Como todavía retengo un alto grado de intuición, puedo percibir las conminaciones sin matices de los atemorizados súbditos, que trasfieren a las instituciones la plena autoridad, en perfecta sintonía con los medios poblados por los expertos, que viven los días gloriosos de las audiencias cautivas y multitudinarias, al servicio del mercado informativo sin techo.

La señal que más me inquieta es la ausencia de resistencia de muchas personas críticas, que comienzan a compartir silencios para protegerse del clima coercitivo imperante, en el que las instituciones fortalecidas por las inyecciones de legitimidad cautiva, clausuran las diferencias y desarrollan presiones a la unanimidad y conformidad. Cada día percibo más el amedrantamiento general, y el sistema de distancias con quienes no estamos en la unanimidad. Las voces críticas declinan bajando los tonos y aceptando preceptos y definiciones difíciles de digerir, en la deriva trágica de las autoridades mediatizadas.

En particular, me inquieta la presentación mediática del ejército en las calles. Las televisiones trasmitieron la llegada de los paracaidistas a la Puerta del Sol, en donde se desplegaron ante las cámaras sin ejercer función alguna. También las actuaciones de la policía y el rigor creciente de los requisitos para ejercer compras de alimentos o fármacos. El miedo colectivo, azuzado por los malos resultados de la gestión de la crisis, se proyecta sobre algunos incumplidores marginales. El tono de los comentaristas de la tele va intensificándose, pidiendo castigos efectivos a pequeñas desviaciones. Por el contrario, nadie somete a escrutinio racional las actuaciones de las autoridades, que siguen enzarzadas en su competencia por cuotas de poder institucional. 

En una situación de autoaislamiento de esta naturaleza, ayer recurrí a una persona tan importante para mí como es Basilio Martín Patino. En toda su obra se hace patente ese distanciamiento con su época. Su inteligencia  prodigiosa, forjada en la adversidad, me ha aportado una perspectiva fecunda desde su Nueve cartas a Berta. Ayer vi Cancionespara después de una guerra. Es una película tan inteligente y sugerente, que me produce una sensación de alivio, en tanto que descifra estos primeros años fundantes del franquismo, con una perspicacia encomiable. Es un torrente de músicas e imágenes excelsas, que muestran las miserias de este orden., y que solo puede realizarse desde una mirada periférica.

Con Martín Patino tengo una relación especial, como con algunos otros, en la que intuyo que compartimos esa sensación de aislamiento a la que me he referido antes en primera persona. Somos parte de un contingente de proscritos menores, que laboriosamente ha engendrado este orden político y social. En sus películas, y en esta también, percibo algo que puedo definir como una intimidad compartida frente al adverso medio exterior. Pienso que solo se puede comprender desde biografías en las que el estatuto de sospecha y desconfianza siempre se encuentra presente. Así, la vida interior es un recurso indispensable.

En esta película que recomiendo, me impresiona mucho la capacidad del régimen franquista de congregar grandes multitudes en todas sus etapas. No puedo olvidar el 1 de octubre de 1975 en Madrid, fecha en la que se congregó una multitud impresionante tras los últimos fusilamientos días antes, de varios militantes antifranquistas. Ese día pude constatar la solidez de la adhesión de grandes contingentes de gentes. Esa masa se transformó dos años después en infantería electoral de los nuevos partidos. Ahora regresa en formato mediático como sumatorio de encerrados y asustados en busca de un salvador. Después de esta crisis nada será igual.