Pensar contra la corriente del tiempo
es heroico; decirlo, una locura
Eugène
Ionesco
La sensatez
emerge como factor relevante en todos los discursos políticos en este tiempo.
Esta es ensalzada como virtud suprema que legitima cualquier proposición. En
tanto que antaño fue patrimonio de las posiciones conservadoras, ahora deviene
en patrimonio común de todos los participantes en el juego político. Todos
apelan a ella como un remedio mágico que avala cualquier posicionamiento. La
sensatez se sobreentiende como una garantía, como un requisito imprescindible
que conforma un certificado de solvencia política. La contienda partidaria
adquiere un perfil de encuentro en el campo común de la sensatez, inseparable
de la videopolítica, que monopoliza el
espacio político en el que es imprescindible acreditarla ante las
cámaras ubicuas.
Esta
apoteosis de la sensatez desplaza los discursos que propugnan cambios en
profundidad a sus patios interiores. La intimidad de las reuniones y mítines
políticos es el campo adecuado para expresar la identidad de la izquierda,
ahora asediada por el tsunami de la sensatez. Así, los operadores de la
videopolítica construyen un hilo argumental basado en la captura de fragmentos audiovisuales
de distintos políticos de la izquierda, que se contraponen con sus actuaciones
en las instituciones o los medios, supervisadas por la sensatez. La hemeroteca
asume el papel de policía de tan cardinal virtud.
En este
contexto, la señora sensatez adquiere una naturaleza que le asemeja a la
santidad, en tanto que es entendida como un atributo independiente de cualquier
entorno. Basta invocarla para dotar de credibilidad a cualquier afirmación.
Pero esta ilustre divinidad es susceptible de ser deconstruida en relación al
eterno problema del cambio. Generar cambios en estructuras sociales significa
ineludiblemente experimentar una colisión con la sensatez imperante, que
termina por reformularse de modo irremediable. Porque esta es una construcción
conceptual que siempre se encuentra determinada por el orden político y social.
En tanto que
se trata de una constructo que genera un consenso, la sensatez tiene una
validez siempre provisional, encontrándose sometida a variaciones. Pero una vez
constituida, se impone mediante una coacción latente a cualquiera que desafíe
sus sagrados preceptos. Esta llega a ser manifiesta mediante la descalificación
de sus transgresores. Así, se constituye como un verdadero mecanismo de control
del pensamiento en cada época. Aquellos que la cuestionan son señalados y
apercibidos por los guardianes del orden simbólico. En las sociedades del
presente ha llegado a su cénit, mediante la institucionalización efectiva de lo
que se denomina como pensamiento único o
corrección política. Los medios representan el papel de vigilantes sobre
las personas que desde las periferias culturales imaginan, dicen o piensan más
allá de las estrictas fronteras de la sensatez, entendida como recinto de la
cordura, y compuesta por conceptos que no son sometidos a la crítica.
El
constructo de la sensatez se sobreentiende como una evidencia que no necesita
ser enunciada. Esta es la condición para su asentamiento y generalización. De
esta forma, sus preceptos no son sometidos a deliberación alguna. Así se confirma
como una amenaza para quien ose cuestionarla. Pero este extraño constructo se
deriva de las estructuras de la sociedad en cada época. Se trata de una
racionalización que reafirma el orden social, que siempre descansa sobre un
equilibrio de intereses. El manido sentido común, remite a justificar y
reproducir los equilibrios y las relaciones existentes. Por consiguiente,
favorece inequívocamente a los sectores bien asentados del orden social.
El régimen
del 78 vigente ha generado su sistema de preceptos incuestionables que componen
la sensatez de la época. Esta ha sido erosionada por acontecimientos derivados
de los procesos sociales asociados a la desindustrialización y a una
reindustrialización postfordista. Sus consecuencias en términos de estructura
social, han sido principalmente la conformación de grandes sectores de la
población ubicados en situaciones de desventaja social manifiesta, que con el
tiempo llega a ser inquietante. Sin embargo, estos procesos no son
racionalizados ni incorporados al imaginario de la época. Esta negación de
facto de muchas realidades produce tensiones, en tanto que determinadas
personas y grupos piensan y dicen en función de esas realidades sumergidas al
pensamiento oficial.
La
marginación de las representaciones sociales asociadas a la gran
reestructuración neoliberal en curso, cristalizó en un estado cognitivo
colectivo crítico que se denominó como “indignación” y que estalló mediante
concentraciones y movilizaciones en las plazas y otros espacios públicos el 15
M de 2011. De ese estado de colisión de construcciones de la realidad nacieron
nuevos sujetos políticos que requerían cambios de fondo para instaurar una
nueva sensatez. Las instituciones pusieron de manifiesto su imaginario
congelado y su incapacidad de responder. Su sensatez proverbial las había
desfondado. La voz de los recién llegados de la periferia social resultó
estruendosa a los oídos esculpidos en la sensatez del inmovilismo.
Las
elecciones europeas de 2014 representaron el advenimiento de propuestas fundadas
en una nueva sensatez, representadas principalmente por el primer Podemos y el
Partido X. En torno a estas iniciativas se alinearon distintas gentes
convocadas por un estado de expectación considerable. El tiempo transcurrido
hasta las elecciones generales de 2015 fue un período de ebullición, en el que
se produce la concurrencia de muchas voces, iniciativas y movilizaciones. El
sentido común político imperante, derivado de las envejecidas instituciones del
postfranquismo, es desbordado por la aparición de distintas construcciones
conceptuales que desafían su lógica.
Esta
conmoción de las instituciones y su sentido común alcanza su techo en las
elecciones municipales del 2015, en las que comparecen múltiples convergencias
y coaliciones de nuevos sujetos políticos animados por aspiraciones fundadas en
una nueva lógica. Los denominados Ayuntamientos del cambio son el efecto de
estas efervescencias. En este tiempo, se podía soñar en la emergencia de una
renovada sensatez asimétrica a la que descarta a los penalizados por la gran
reestructuración. El horizonte de espera de los cambios estimulaba a los
convocados a constituir un nuevo orden político.
Pero estos
movimientos emergentes fueron depurados por la homogeneidad resultante de la
evolución de Podemos, que resultó un mecanismo formidable de eliminación de la
heterogeneidad. Así, todas las configuraciones presentes en los Ayuntamientos e
instituciones políticas, fueron absorbidas por el viejo sentido común, que
define los límites de lo posible. Las instituciones y los medios actuaron como
agentes de la remodelación de los recién llegados de los mundos de la
insensatez. Los últimos años han sido verdaderamente demoledores, en tanto que
aquellos que propugnaban un cambio más allá de las fronteras instituidas,
terminan por protagonizar un nuevo género: los sermones sensatos. Así se
constituye la cofradía de los novicios de la sensatez, en la que brillan, entre
otros, el padre Pablo, el hermano Íñigo y la madre Manuela.
Este retorno
a la sensatez instituida remite a su verdadera naturaleza. El constructo
sensatez política puede ser definido como la aceptación de la amenaza del
conglomerado que promueve las actividades económicas. Estos enuncian una
conminación contundente que puede ser resumida así: Si nuestros beneficios son
reducidos por la acción (insensata) del estado, dejaremos de invertir y
produciremos una conmoción económica que será la antesala de la ruina. Esta
afectará a las clases subalternas principalmente. Por consiguiente, no se puede
imaginar, ni pensar, ni hacer nada, que vaya más allá de los límites fijados
por nuestros intereses. En el caso de que los transgredáis ateneros a las
consecuencias. Sed sensatos y aceptar esta realidad.
Esta
conminación formidable subyace en todos los discursos políticos. Se puede
sintetizar en una frase que siempre me conmueve. Esta es la que pronuncian los
poderosos ante el desempleo crónico y la rotación instituida mediante la
precarización. “Es mejor un trabajo temporal-basura que el paro”. Me gusta
denominar a esta amenaza latente que se encuentra omnipresente en la totalidad
de la vida política y su narración televisiva, como el síndrome de Sansón. Si sois malos, derribaremos todo el templo.
Se trata de ser sensatos y responsables, que consiste en aceptar este chantaje
y reducir las actividades a discursos y prácticas que no amenacen al sentido
común constituido sobre esta amenaza.
Así, la
nueva izquierda, es amedrantada por esta coacción y deviene en productores de
fantasías. Pueden apelar a los cambios, pero ocultando la gran verdad de que
cualquier cambio estructural implica una batalla larga y cruenta, que se
asemeja a aquellas que consiguieron derechos y condiciones de vida mejores a
las clases trabajadoras en el tiempo del fordismo-keynesianismo. Ahora, el cambio
se ubica en la ficción y el espectáculo, en tanto que nadie, desde una
instancia política, puede materializarlo en términos que amenacen
verdaderamente el equilibrio. La vida política deviene en el espectáculo de la
sensatez. Solo cabe esperar ser aliviados por los zascas de los ínclitos
tertulianos de izquierda, o la creatividad de los productores del género humor,
que con sus puestas en escena caricaturizan a los poderosos-amenazadores y sus
representantes en la tierra (instituciones) e infosfera (televisiones). El
cambio se instala en Youtube, en el que se pueden visualizar pequeños episodios
de la batalla imaginaria por el cambio.
La
mediatización restaura un orden imaginario en el que parece posible replicar a
los chantajistas del apocalipsis, pero esto no es cierto. Este orden minimiza a
los movimientos sociales propositivos, que son desplazados a la marginación
mediante su visibilización selectiva, que tiene lugar en determinadas
ocasiones, para contribuir a la contienda imaginaria mediatizada. Este es el
destino de la plataforma de afectados por la hipoteca y otros movimientos
sociales vivos: ser insertados en un montaje audiovisual que sirve para
legitimar una narrativa, en la que tanto la contienda como el cambio de
estructuras son simulados y ficcionales.
En toda mi
biografía se hacen presentes esplendorosamente las emergencias de insensatos
que introducen energía en el sórdido sistema social y cultural. Músicos,
poetas, artistas, revolucionarios, pensadores, miembros de causas sociales
rupturistas. Pero la sensatez, una vez desbordada, se recupera instalándose en
esferas sociales en las que resiste, para expandirse a otros territorios
afectados por la insensatez creativa. Pero la sensatez instituida termina por
interferir todos los proyectos y constituir una red de defensas. El presente es
un tiempo agobiante, dominado por la televisión, en la que la sensatez alcanza
la gloria y los insensatos son desplazados a los márgenes del espectáculo
continuo.
La paradoja de
la sensatez radica en que quienes la reclaman y exigen, crean y gobiernan un
mundo radicalmente insensato. Los niños son ingresados en instituciones de
custodia con solo tres años, y son adiestrados en la adquisición de
competencias profesionales hasta los treinta. Veintisiete años de “formación”
para un empleo cada vez más volátil. No parece nada sensato. Este mundo se
encuentra regido por los brujos de los medios y su constelación de expertos que
pretenden la inhabilitación de cada uno, de modo que desarrollemos la
disposición para ser conducidos por expertos. No, no es nada sensato. Pero es
coherente, se trata de que cada uno maximice su competencia de obedecer a un
poder extraño y absurdo.
Romper con
este constructo de la sensatez es una cuestión fundamental. Esta ruptura solo
puede fundarse en una comunicación intensa cara a cara, liberada de los
expertos mutiladores, donde nosotros mismos procedamos a intercambiar,
categorizar, resignificar y comprender en común. Esta es una cuestión que solo
se puede realizar en un campo liberado de expertos y directores. Por eso soy
ateo militante con respecto a los proyectos políticos que terminan generando
nuevas jerarquías. Estos siempre terminan retornando al viejo sentido común, el
de los portadores de amenazas sansonianas.
Los nuevos políticos devenidos en la sensatez, presumen de ella, pero no son
otra cosa que insensatos acreditados, arribados al mundo de la insensatez de
los poderosos. Por eso reclamo ubicarme en un territorio más allá de la
sensatez instituida.
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