Desde el año
pasado se vienen repartiendo profusamente por mi barrio unos folletos que
anuncian a una escuela infantil, Planeta Enano, que se encuentra ubicada en el
interior del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús. En ellos se comunica
un catálogo de servicios inspirado en una filosofía muy actualizada. En el
texto de este, aparecen sucesivamente
los puntos fuertes del proyecto docente, en los que los referidos a la atención
a la salud en sus distintas facetas, se sobreponen a los pedagógicos convencionales.
La priorización de las cuestiones de salud de los infantes, constituyen el eje
de la oferta.
El primero
es “Una escuela dentro del hospital. Tener a vuestro hijo escolarizado dentro
del recinto hospitalario Niño Jesús ofrece la tranquilidad de estar en un
entorno más seguro para él”. En segundo lugar comparece el tótem del médico
especialista “Con la presencia de nuestro propio médico, podemos realizar un
seguimiento del estado de salud de los niños del Centro, y también resolver
posibles dudas o problemas de salud demandados por las familias”. En su página
web presenta la función del gabinete Médico como “Nuestros alumnos son
evaluados y seguidos por nuestro Médico y así nos aseguramos que su
desarrollo se produce dentro de los parámetros marcados por la OMS”.
En tercer
lugar comparece la psicóloga, junto con la maestra de educación especial. El
cuarto es “Escuela de padres, salud y nutrición”. Termina enunciando la
enseñanza del inglés y chino, la estimulación y psicomotricidad, la piscina y
la agenda electrónica app. Las cuestiones pedagógicas convencionales no se
encuentran detalladas en este catálogo-oferta del cuadríptico, pero sí en la
página web. En esta, alude a la seguridad como
“Sistema de acceso por huella dactilar, enchufes en alto, puertas con
sistema anti atrapa dedos, aulas climatizadas, recintos cerrados”.
Desde que lo
conocí, mi curiosidad no ha dejado de aumentar, terminando en perplejidad
creciente. Ahora comienza a circular por
los automóviles, los portales y las entradas al parque del Retiro por Menéndez
Pelayo. Pienso que este cuadríptico no es un hecho aislado, sino que, por el
contrario, desvela una orientación muy acusada en las sociedades del presente,
pero que se encuentra encubierta en la conciencia colectiva. Esta sintetiza el avance de varias tendencias
simultáneas que progresan inescrutablemente, estableciendo lazos entre las
mismas. Las principales son la medicalización, la seguritización, y la privatización,
entendida como reclusión en el mundo interior del colegio-ciudadela, protegido
del espacio público exterior.
La primera instaura un orden médico definido
por el exceso, que escruta minuciosamente a las personas acomodadas para
convertirlas en sujetos tratables, siempre en espera de la comparecencia de las
enfermedades. La segunda instaura un orden social definido por la construcción
de auténticas fortificaciones sociales, que blindan a los segmentos favorecidos
e integrados, frente a los marginales y superfluos, que son desplazados más
allá de las fronteras instituidas por esta segmentación del espacio. De este
modo, decae inexorablemente el viejo espacio público, en el que convergían
distintas clases sociales. Así se instituye una medicalización a la carta para
las distintas clases sociales, así como el aislamiento efectivo de los
niños-clientes.
Recientemente
he publicado en este blog un texto que se refiere a los nuevos desarraigos delos niños. En este destaca la figura de Da-song, el niño rico de la película
Parásitos, que es aislado rigurosamente del espacio público y recluido en un
espacio privado en el que es vigilado y agasajado incesantemente. El mundo
interno de Da-song muestra la cara interna de la sociedad dual, en la que se
avanza en la consolidación de empalizadas y fronteras entre clases sociales. La
vida de los niños recluidos en estos recintos tiene lugar mediante el tránsito
entre espacios de encierro sosegado en los guetos seguros del hogar, la escuela
y los de ocio segregado. La vida en las sociedades del presente se define como
un sumatorio de encierros confortables, cuyo acceso es restringido, y tiene
lugar mediante la vigilancia de las máquinas, que identifican a cada uno
mediante la huella dactilar, así como de los cuidadores-vigilantes-guardianes.
Este
episodio ilustra acerca de lo que significan las privatizaciones de las que de
antaño fueron las instituciones públicas del capitalismo fordista-keynesiano.
Privatizar significa segmentar severamente el espacio y consolidar la
estratificación de la vida, confinada en los espacios constituidos para
sancionar las diferencias. La segmentación comienza en el consumo, evidenciando
la constitución de una verdadera nación-estilo de vida para los segmentos de
menor renta, que son ubicados en el mundo low cost creciente. Esta tendencia se
extiende a la educación, a la sanidad, al mercado de trabajo, a los servicios y
a todos los confines de las vidas.
Privatizar
es un sistema de sentidos. Implica principalmente cortar, aislar, separar. La
oposición a los procesos de privatización se realiza desde la piadosa izquierda
sociológica, que anclada en el pasado y referenciada en la vieja ciencia
cartesiana-newtoniana, entiende la realidad sectorial como un medio dotado de
propiedades específicas y desgajado de lo global. De ahí resulta la
fragmentación de las resistencias. Cada cual a lo suyo, frente a la
privatización de la sanidad, la marea blanca. En el campo de la educación, la
marea verde. Y así sucesivamente. No, la privatización es una operación
esencial del sistema social total. Así, la concentración de los niños de
familias acaudaladas en fortificaciones amuralladas, tiene la finalidad de
aislarlos del mundo público compartido por todos. Nos encontramos en el camino
de la perfecta sociedad dual, definida por la existencia de barreras
infranqueables.
En este
contexto se puede entender esta experiencia de medicalización. Los
niños-clientes son iniciados en la utopía de la salud perfecta. Los médicos
--especialistas, por supuesto-- se hacen presentes en su cotidianeidad para
adiestrarlos en el arte de detectar cualquier síntoma que anuncie la
posibilidad de una enfermedad. Así se inicia la carrera biográfica de una vida
dominada por la patologización general, en la que la posibilidad de enfermar se
encuentra denegada. La quimera de la salud total se refuerza mediante la
creencia en el poder providencial de la nueva medicina personalizada, que es
inevitablemente un producto nacido en una sociedad dual, cuyo proyecto se
dirige selectivamente a los integrados, confortables.
Esta
medicalización opera en un medio definido por la exclusividad, privilegiando a
los niños sanos y seguros que son definidos en el cuadríptico como “El universo
infantil cuenta con un nuevo planeta. El planeta enano. Un espacio donde las
estrellas son los niños pequeños de 0 a 6 años a los que hacemos brillar desde
la edad más temprana”. La metáfora del planeta y las estrellas es perfecta, y
contribuye a desvelar el argumento seguido hasta aquí. Se trata de materializar
la idea de la excelencia en el camino seguido de la cuna a la sepultura para
niños que gozan de ventajas sólidas derivadas de su origen social.
Pero el
sumun de la medicalización estriba en considerar como privilegiado y seguro el
espacio de una institución como es el hospital. Así se refuerzan los
imaginarios de la medicalización y la seguritización. No, un hospital es una
institución que trata personas con problemas graves de salud. El protagonismo
en este medio es para los operadores de conjuntos de máquinas integradas que
hacen diagnósticos selectivos e implementan tratamientos sofisticados. El
paciente ingresado es un sujeto que carece de alternativa, y su vida en el
interior de esta institución se encuentra severamente restringida, en tanto que
tiene que subordinarse a un orden organizacional que disminuye drásticamente su
autonomía. El hospital no es un medio
recomendable para ninguna persona sana.
Mi
interpretación del texto del folleto remite a la propuesta de un orden social
en el que cada cual se encuentra vigilado y dirigido por expertos. Este es el
verdadero sentido de la seguridad en los contextos de encierros amables del
presente. Pienso que lo más seguro es la vieja escuela, que albergaba infantes
de distintas procedencias sociales, así como la calle, entendida como un
espacio que implica unas relaciones abiertas entre distintas gentes, también la
movilidad social resultante del viejo tándem sistema educativo-mercado de
trabajo, antes del advenimiento del huracán segregador, seguritario y
medicalizado a la carta.
Me inquietan
los niños Da-song encerrados y protegidos frente a un mundo desigual. La verdad
es que pienso que eso es fabricar monstruos. Tengo temor de un futuro así,
aunque de momento no llamaré a Securitas Direct. Mientras tanto me tendré que
conformar con transitar a pie, lentamente, en un Madrid que ya es un sumatorio
de espacios fortificados: el automóvil, la casa cuartel y la escuela-fuerte. En
ese entramado se encuentran las ciudadelas amuralladas de los niños protegidos
de la pluralidad.
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