Las
películas Sorry We Missed You, de Ken
Loach, y Parásitos, de BongJoon-ho,
ilustran acerca de los cambios sociales que operan en el presente, en los que
la educación se colapsa por efecto de los mismos. Seb es un chico hijo de un
extrabajador industrial, ahora uberizado por efecto de la mutación del trabajo.
Es inevitable su colisión con la institución educación, cuyo modelo
institucional es desbordado por la transformación del sacrosanto mercado
laboral. Seb no será un trabajador industrial continuado, sino un rotante entre
distintos empleos temporales, sometidos a unas condiciones crecientemente
severas. La escuela se muestra incapaz de comprender sus comportamientos
“desviados”, que son congruentes con sus condiciones familiares y sociales. El
abismo entre ambos se hace manifiesto.
Loach
muestra crudamente la cotidianeidad de Ricky, el padre de Seb, que tiene que
aceptar una situación laboral que socava su vida y destruye su persona. La
inestabilidad integral de su condición precaria, en la que cada día se renueva
la situación, cercena su vida diaria, generando un estado personal en el que se
acrecientan los problemas. En este desaparece la idea de futuro, sobre la que
se funda la educación. Así que Seb presenta un cuadro de anomias que es
congruente con su no-futuro. La escuela tiene un modelo institucional pétreo e
inamovible. La temporalidad es su eje estructurante. Pero esta quiebra en una
situación familiar en la que la inestabilidad es la regla y las tensiones
conforman la normalidad. El distanciamiento de Seb del mundo escolar parece
inevitable.
La película
presenta los efectos de la uberización radical. Cuando una de las estructuras
sociales, el trabajo, se modifica radicalmente, las demás estructuras sociales
se resienten inevitablemente, reajustándose mutuamente. La promesa implícita en
la escuela-institución, que es la de amparar la futura integración en el
mercado de trabajo, queda aplazada indefinidamente. El resultado es la
aparición de un repertorio de comportamientos que rehabilitan el concepto de
anomia. Esta mutación desborda la capacidad de comprensión del sistema, que las
entiende como problemas sectoriales o generacionales. Estos dan lugar a la
invención de saberes y métodos que conforman a distintos expertos. Estos tratan
estos problemas como si fueran sectoriales.
Pero Seb
presenta un cuadro en el que se manifiesta el terremoto social de intensidad
máxima que genera la desestabilización del trabajo. Su figura representa la
síntesis de toda una época. Así se evidencia que los problemas globales no se
pueden tratar parcialmente mediante los múltiples repertorios profesionales dela
pedagogía y la psicología. Estas han multiplicado su intervención, generando
estructuras expertas que manifiestan una eficacia inversa a su tamaño. Cuanto
más crecen, menos eficacia ostentan. Las distintas tribus profesionales psicopedagógicas
muestran inequívocamente su fracaso, que se funda en una manifiesta crisis de
inteligibilidad. Los mundos sociales resultantes de la gran
precarización-uberización desbordan cognitivamente a los dispositivos expertos
constituidos para reconducirlo.
Porque ¿qué
futuro le aguarda a Seb? La verdad es que se trata de una persona que es carne
de custodia. Su destino es ser custodiado por instituciones que definen las
distintas etapas para su integración en el sistema de rotación por el mercado
de trabajo. En cada una de ellas surge inevitablemente la tensión entre vivir
la cotidianeidad y adecuarse a las exigencias de las instituciones de custodia
(educativas). La gran verdad es que estas le recortan su autonomía personal, le
limitan su responsabilidad y le ubican en una situación en la que la pauta
esencial es aceptar su condición de sujeto en espera. Tiene que aprender a
esperar a que le llegue su turno de aspirante a un trabajo, que, en la mayor
parte de las ocasiones, es un intervalo que antecede a otro tiempo de
espera-formación.
Seb ilustra
la miseria de la sociedad definida por sus dígitos prodigiosos, de renta, de
dinero, de cosas que se hacen y se venden. Pero este esplendor oculta algo muy
importante en su interior. Una de esas cuestiones es la vivencia del largo
tiempo de espera, que para millones de personas representa un tiempo miserable
que encubre la amarga verdad de que no hay nada estable para él ahora, ni tampoco
mañana. Esta espera custodiada eterna es compensada mediante la oferta infinita
de relatos audiovisuales disponibles y las cataratas de objetos-baratijas que
conforman el mundo low cost, constituido para ellos. Por esta razón, Seb solo
tiene la alternativa de vivir en los márgenes de ese sistema hermético y
opresivo que se le impone. Su única esperanza es escapar ahora de este
sinsentido que lo aprisiona, y al que tendrá que regresar mañana. Es un artista
del momento. Solo puede aspirar a vivir pequeños momentos que se intercalan en
el tedio que domina la situación de custodia.
Su regreso
al hogar le confronta con una realidad sórdida. Tiene que convivir con las
crisis sucesivas de su padre, encerrado en una situación social en la que no
hay alternativa. Pertenece a un mundo definido por su posición ínfima en la
escala de consumo, en una situación en la que los objetos y las vidas
sofisticadas se hacen presentes por todos los medios en la cotidianeidad,
mediante las imágenes exuberantes de la abundancia y el confort. El quinto
miembro de la familia, el televisor, les conduce a un universo inalcanzable
para ellos. Así se construye un adolescente desarraigado, que vive entre varios
mundos inaccesibles.
La
fascinante película de Bong Joon-ho Parásitos, presenta otro infante
radicalmente desarraigado, Da-song. Este caso es completamente diferente. Esta
película me ha conmovido y ha interpelado a mi imaginación. No dejo de pensar
en la sugestiva utopía de los pobres devenidos en expertos para los ricos.
Ki-woo y Ki-jung, los hijos de la familia pobre, son personajes esplendorosos,
que simulan experticia. Como afirma Guillermo Rendueles, los gerentes y
terapeutas son los nuevos brujos de la tribu, revestidos de ornamentos
tecnológicos y de máscaras técnicas. La
terapia que inventa Ki-jung me ha fascinado. Una familia pobre ejerciendo sobre
una rica la relación más autoritaria e inhabilitante que existe en el presente:
la experticia.
Pero no cabe
duda de que el personaje central es Da-song, el hijo del acaudalado señor Park.
Este es un infante sometido a un encierro doméstico que tiene como objetivo
protegerlo del mundo. Vive recluido en su casa-palacio, rodeado de todos los
lujos imaginables, en donde es vigilado, estimulado y convertido en depositario
de unos afectos que se sitúan en la frontera de lo patológico. Da-song vive en
una jaula de oro aislado radicalmente del mundo. Su figura representa la
mistificación de la infancia y del concepto de felicidad, imperante en este
tiempo para los acomodados en la abundancia.
La
satisfacción total de sus deseos, alcanza un patetismo entrañable en la escena
de la tienda de campaña. El niño decide dormir en una tienda de las que
utilizaban los indios norteamericanos antes de ser exterminados. Bajo una
fuerte tromba de agua se instala en ella y los padres se acomodan en un sofá
para vigilarlo. Nadie contraría a Da-song. Cualquier conminación es entendida
como una agresión autoritaria. Su mundo es una burbuja en la que se trata de
eliminar cualquier idea de sufrimiento o cualquier forma de cuestionamiento de
sus deseos.
La escena de
la fiesta de cumpleaños es antológica. Todos transformados en indios para
cumplir con la imaginación del infante enclaustrado y aislado del mundo, al que
solo accede por sus mentores domésticos. Así, ese niño deviene en un monstruo
que conoce el sufrimiento ni las limitaciones del mundo real. Así se conforma
como un ser necesitado de terapia, objeto de los extravagantes expertos psi que
pueblan la contemporaneidad. Da-song es un ser asistido por un dispositivo que
trata de ocultarle el mundo existente.
Así se
ilustra acerca de uno de los aspectos más singulares del tiempo histórico de la
sociedad neoliberal avanzada. Este es el de la compartimentación severa. Los
habitantes de los mundos de la abundancia se blindan y se recluyen en un
espacio sólidamente cancelado a los demás. De ahí se deriva la consolidación de
múltiples fronteras internas. Seguramente, Da-song nunca vivirá una situación
abierta en la que tenga que compartir el espacio con gentes de otras clases
sociales. Su vida es una sucesión de encierros amables, en los que las
necesidades materiales se encuentran excluidas. Así se configura un ser que
vive en un mundo distorsionado. Todo termina inevitablemente en la terapia.
Da-song es
un sujeto encerrado en su paraíso imaginario, que se puede definir
rigurosamente como una perturbación determinada por el exceso. Su mundo resulta
de su imaginación y sus relaciones sociales convergen en la adulación. Su
posición social se sobrepone a todo. Es un sujeto resultante de la abundancia
entendida como un shock inevitable, que le mutila los sentidos. Su imagen del
mundo es inevitablemente desfigurada. En este medio es inevitable la presencia
de la imbecilidad. Sus padres, los acaudalados señores Park, la representan
admirablemente. Especialmente su madre, Yeon-kyu, desempeña este papel mediante
la excelencia.
Este es el
corrosivo mensaje de Bong Joon-ho, que muestra la superioridad de aquellos que
viven estimulados por la privación, y que tienen que habitar en un mundo social
compartido con gentes de otra condición. La familia de Ki-tack, que vive en un
sótano, se ve impelida a sobrevivir en la áspera superficie habitada por seres
sociales plurales. Así se desarrolla su imaginación y sus competencias de
adaptación. Estos son los que viven en un medio abierto, que excluye encierros
institucionales y de clase, y que interpela a la inteligencia como única forma
de prosperar y sobrevivir. Su encierro es solo nocturno en el sótano-vivienda,
paliado por el el wifi pirateado.
Seb y
Da-song son dos seres sociales del presente que ilustran acerca de los
distintos “internados” generados para albergar a la infancia y la adolescencia.
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