Descubrí a
Jean Baudrillard en el final de los años setenta. En este tiempo me encontraba
inmerso en la gran segunda disidencia que ha modelado mi vida: la del partido
comunista. En tanto que deliberaba conmigo mismo acerca de mi propia identidad,
para discernir si me inscribía en la categoría hereje o en la de renegado, su
libro publicado por Kairós “A la sombra de las mayorías silenciosas” tuvo un
impacto considerable en mi persona. Desde entonces, siempre ha estado presente
como un rico dilema que me obliga a meditar sobre mis propias deliberaciones
internas.
Incluí una
cita suya en mi tesis doctoral, en un capítulo acerca de la naturaleza del
paciente, un ser social cargado de misterio. Para reforzar el argumento
seguido, no podía estar ausente lo espectral, como en la mayoría de fenómenos
sociales del presente. De ahí su comparecencia. Mi director de tesis me
recomendó no incluirlo. Fue su única recomendación en el curso de la tesis. Los
sociólogos españoles, en general, groseramente empíricos, desdeñan el
pensamiento. Si, además, este es el pensamiento singular de Baudrillard,
asistemático y brillante, autor de textos que pueden ser leidos como un
conjunto de fragmentos, lo que le confiere una naturaleza de pop-sociológico, alcanza la categoría de
un maldito, que en España significa que es desechado en su totalidad.
He vuelto a
reencontrarme con él en mi devenir existencial de los últimos años, que ahonda
la bifurcación entre la nueva sociedad postmediática que se está instaurando
aceleradamente, y mi forma de conocer y de vivir. Ahora lo leo pausadamente,
meditando acerca de sus aportaciones en tanto que me encuentro rodeado de seres
vivos que se ausentan de su entorno físico inmediato y habitan compulsivamente
el espacio virtual. Me propongo recuperar a algunos autores críticos con el
presente para compensar el vacío que se deriva de la velocidad y de la ausencia
de pensamiento crítico con respecto a la catarata de novedades.
Los párrafos
que siguen los he seleccionado de “El crimen perfecto”, un libro que fue
publicado en 1995 en francés y en 1996 en su primera edición en español en
Anagrama, traducido por Joaquín Jordá. Este tiene su mérito por la dificultad
que entraña traducir a Baudrillard. La última edición, que es la quinta y es de
2016. Los 25 años transcurridos desde la escritura del texto, revalorizan sus
aportaciones. No cabe duda de que este autor fue capaz de comprender el núcleo
duro de este tiempo histórico. Todos los párrafos son extremadamente
sugerentes. Que cada lector juzgue. A mí me suscitan terremotos intelectuales.
Estos son:
Vivid
vuestra vida en tiempo real; vivid y sufrid directamente en la pantalla. Pensad
en tiempo real; vuestro pensamiento es inmediatamente codificado por el
ordenador. Haced vuestra revolución en tiempo real, no en la calle, sino en el
estudio de grabación. Vivid vuestra pasión amorosa en tiempo real, con vídeo
incorporado a lo largo de su desarrollo. Penetrad en vuestro cuerpo en tiempo
real: endovideoscopia, el flujo de vuestra sangre, vuestras propias vísceras
como si estuvierais allí.
Nada se le
escapa. Siempre hay una cámara oculta en algún sitio. Pueden filmarte sin que
lo sepas. Pueden llamarte a repetirlo todo delante de cualquier cámara de
televisión. Crees que existes en versión original, sin saber que sólo eres un
caso especial de doblaje, una versión excepcional para los happy few. Estás bajo la mirada de la retransmisión instantánea de
todos los hechos y gestos en cualquier canal. Antes lo habríamos vivido como
control policial. Hoy se vive como promoción publicitaria.
El concepto
clave de esta Virtualidad es la Alta Definición. La de la imagen, pero también
la del tiempo (el Tiempo Real), la música (la Alta Fidelidad), el sexo (la
pornografía), el pensamiento (la Inteligencia Artificial), el lenguaje (los
lenguajes numéricos), el cuerpo (el código genético y el genoma). Por doquier
la Alta Definición marca el paso, más allá de cualquier determinación natural,
hacia una fórmula operativa -<<definitiva>> precisamente-, hacia un
mundo en el que la sustancia referencial se hace cada vez más escasa. La alta
definición del medio corresponde a la más baja definición del mensaje; la más
alta definición de la información corresponde a la más baja definición del
evento; la más alta definición del sexo (el porno) corresponde a la más baja definición
del deseo; la más alta definición del lenguaje (en la codificación
numérica)corresponde a la más baja definición del sentido; la más alta
definición del otro (en la interacción inmediata) corresponde a la más baja
definición de la alteridad, el intercambio, etc.
Quimera
paradójica esta operación virtual del mundo. Declinación mundial de todos los
datos, fantasía idéntica a la declinación de los nombres de Dios; quimera en la
que nos hundimos como en un sarcófago metálico; en estado de ingravidez, pensando
en vivir, por la gracia del Digital, todas las situaciones posibles. Fantasía
de síntesis de todos los elementos con los que intentamos forzar las puertas
del mundo real.
Con la
Realidad Virtual y todas sus consecuencias, hemos pasado al extremo de la
técnica, a la técnica como fenómeno extremo. Más allá del final, ya no hay
reversibilidad, ni huellas, ni siquiera nostalgia del mundo anterior. Esta
hipótesis es mucho más grave que la de alienación técnica o el apresamiento
heideggeriano. Es la de un proyecto de desaparición irreversible, en la más
pura lógica de la especie. La de un mundo absolutamente real, en el que,
contrariamente al artista de Michaux, habríamos sucumbido a la tentación de no
dejar huellas.
No sólo la
Inteligencia Artificial, sino toda la elevada tecnología, ilustra el hecho de
que, detrás de sus dobles y sus prótesis, sus clones biológicos y sus imágenes
virtuales, el ser humano aprovecha para desaparecer. Como el contestador
automático: <<Estamos fuera. Deje un mensaje…>> O el vídeo
conectado al televisor, que se encarga de ver la película en lugar de uno […..]
Todo acaba por originar una masa de posibilidades rechazadas, y la idea de
tener una máquina para almacenarlas y filtrarlas, en la que se mitigarán
suavemente, es una idea profundamente tranquilizadora.
La triste
consecuencia de todo eso es que ya no sabemos qué hacer con el mundo real. Ya
no vemos la necesidad de ese residuo, que se ha vuelto embarazoso. Problema
filosófico crucial: lo real está en paro técnico. Ocurre, por otra parte, lo
mismo que en el paro social: ¿qué hacer con la fuerza de trabajo en la era de
la informática? ¿qué hacer de ese deshecho exponencial? ¿Relegarlo a los
basureros de la historia? ¿Ponerlo en órbita, mandarlo al espacio? No nos
liberaremos tan fácilmente del cadáver de la realidad. En último término, nos
veremos obligados a convertirlo en una atracción especial, una puesta en escena
retrospectiva, una reserva natural: << ¡En directo a la realidad!¡visiten
ese mundo extraño! ¡Concédanse el estremecimiento del mundo real!
¿Será
posible que existan dentro de un tiempo los vestigios fósiles de lo real, de la
misma forma que existen los de las eras geológicas pasadas? ¿Un culto
clandestino de los objetos reales, venerados como fetiches y que adquirirán de
repente un valor mítico?
Desde hace
algún tiempo estamos trabajando sólo para aquellos que nos descubrirán un día ,
a nosotros y a nuestra <<realidad>>, como los vestigios de una
época heteróclita, o misteriosa, igual que el cráneo de Pilt-down: mezcla del
cráneo de hombre de Neanderthal con mandíbula de australopitecus; eso es lo que
descubrirán más adelante los arqueólogos de una era metafísica para la cual
nuestros problemas resultarán tan ininteligibles como para nosotros el modo de
vida y de pensamiento de las tribus neolíticas. El único problema será el de la
datación y clasificación, desde el fondo de las arqueotecas, convertidas en los
campos de excavaciones de la Era del Digital. No sabemos qué carbono 14
permitirá, gracias a la radioactividad moribunda de esos pocos vestigios,
explicar la génesis de todos esos conceptos, sin hablar de su sentido, ya que
mientras tanto habrá nacido otra cronología: el año cero de la Realidad
Virtual. Todo lo anterior se habrá convertido en fósil. El propio pensamiento
comienza a adquirir ya el aspecto de un objeto fósil, de huella arqueológica,
digno de ser visitado como atracción especial, bajo el báculo de algún think-operator: << ¡El pensamiento
en tiempo real! ¡Concédase el escalofrío histórico del pensamiento!>>.
Dejo a Jean
y vuelvo a ser Juan. Estos párrafos serían suficientes para estimular una
conversación pausada entre varias personas, para darle vueltas a sus
afirmaciones. Pero la conversación también es un verdadero fósil, un residuo no
reciclable en una era en la que cada uno es un activista compulsivo editor de
imágenes y mensajes cortos, y también receptor depositario de las producciones
de los demás. Por eso el título de esta entrada es provocador, en tanto que se
refiere a una palabra estigmatizada: meditar. Cada cual se encuentra rodeado de
dispositivos que envían estímulos incesantemente. Vivir es resolver rápidamente
cada uno de estos estímulos. Las sociedades postmediáticas y sus misterios.
Seguiré con Baudrillard aquí.
En relación con el concepto de meditación occidental y oriental, me pregunto si existe un sigma entre ambas tradiciones. En el siguiente vídeo se reflexiona sobre ello:
ResponderEliminarhttps://youtu.be/35zR1OpnCvc
Repensando, caigo en la idea de que es la sociedad japonesa donde podemos encontrar los ejemplos más significativos de los textos de Baudrillard... Quizás todavía no llegamos a vislumbrar eso que llamamos GLOBALIZACIÓN o capitalismo global (dicho en lenguaje popular)
ResponderEliminarOtra curiosidad es el interés que Bourdieu tuvo por trasladar sus teorías a la sociedad japonesa... Creo recordar que en Razones Prácticas se incluye un texto de una conferencia que dio en Japón. Un abrazo.
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