La
liquidación en curso de la EASP, es un fenómeno poliédrico, susceptible de
varias lecturas. En tanto que afecta a los intereses de sus profesionales y
empleados, adquiere el perfil de un conflicto de interés, repetido durante
tantos años en el proceso parsimonioso, constante e incremental de extinción
del sector público. Esta es la perspectiva que privilegia el poder político,
ahora ejecutado por el pepé. Pero este óbito organizacional se puede inteligir
desde otras perspectivas. La cuestión principal radica en considerar si la
función que desempeña esta organización puede ser ejercida por otra instancia
alternativa. En este sentido, el denominado Instituto Andaluz de la Salud, nace
sin identidad alguna, siendo definido como un tanatorio de las organizaciones
que le anteceden. No existe un discurso acerca de su misión ni de su identidad,
lo que indica que se trata de una operación de tráfico de patronazgos.
De este modo
se cumple la premonición fatal enunciada por algunos de los fundadores de la
escuela en los años ochenta. Esta nace con la vocación de arraigarse en un
terreno yermo, descartado por las facultades de medicina y las entidades de
investigación biomédica. La salud pública significa, además, la especificación
de varias problematizaciones que afectan al campo político. En este sentido, el
poder académico y el poder político, constituyen amenazas potenciales para un
proyecto de esta naturaleza. Desde sus orígenes, estas admoniciones han estado
siempre recónditas, adquiriendo un variado repertorio de formas latentes y
manifiestas, revestidas de una gama de sutilezas.
En el curso
de su vida, la escuela ha reconfigurado su proyecto inicial en sucesivas
ocasiones, mostrando su capacidad de adaptarse a las continuas transformaciones
de su entorno. Esta flexibilidad ha adquirido la forma de un pluralismo
interno, en el que han coexistido distintas tendencias. El núcleo salubrista
cohabitaba con varias tendencias racionalizadoras de las prácticas biomédicas,
los devotos de la institución central de la gestión y su estela de saberes y
métodos, así como los referenciados en la inteligencia médica crítica global.
La coexistencia, moderadamente pacífica, entre distintas tendencias, ha sido la
condición de sobrevivencia de esta organización.
Pero, con el
paso de los años, la autonomía de la EASP, se ha reducido considerablemente.
Tras la muerte de Patxi Catalá, un acreditado maestro en el arte de lidiar con
el poder político, este ha situado en la cúspide de la escuela a varios
profesionales cuya misión fue reducir su autonomía, para inscribirla en el
orden organizacional de la conserjería, el SAS, los servicios centrales y otras
configuraciones referenciadas en la metrópoli política. Esta colonización ha
tenido varias etapas, en las que se han configurado distintos equilibrios
internos. La etapa de la dirección de Joan Carles March, significó la
recuperación de una parte de su autonomía e identidad. Su cese constituyó un
acontecimiento fatal, en tanto que significaba la subordinación a la enigmática
metrópolis sevillana y sus imperativos políticos.
La llegada
del PP al gobierno regional, significó la materialización del peligro. Todas
las ofensas percibidas por las élites políticas, biomédicas y académicas,
acumuladas durante tantos años, con respecto a los considerados como intrusos, cristalizaron
con el nombramiento de Blanca Fernández-Capel, un peso pesado del PP
provincial. Cuando conocí su designación no tuve dudas acerca de que se trataba
de la ejecución de una operación de extinción inexorable, instrumentada de modo
que tuviera los menores costos políticos posibles. La experiencia acreditada
por las élites políticas, en el arte de extinguir entidades inscritas en el
sector público, es movilizada para resolver la disolución de la escuela,
reintegrándola en el orden académico-político-biomédico imperante.
Así, la
metodología empleada para este caso constituye un monumento a la perversión
institucional. Primero se toma la decisión de extinción, para después hacerla
pública como propuesta legislativa. Se espera que el efecto sobre los afectados
sea letal, tal y como se ha acreditado en la doctrina del shock, ensayada en
múltiples ocasiones y contextos de este tiempo. Estos son situados a la
defensiva, en tanto que se encuentran insertos en una relación de coerción
manifiesta. El círculo se cierra mediante la comunicación sutil de que una
parte de la organización, genéricamente “la que funciona bien”, va a continuar
prestando sus servicios en el velatorio asignado, que es el fantasmagórico
Instituto andaluz de la Salud.
Esta es una
forma de ejercer el poder que puede definirse inequívocamente como sádica. Se
instituye sobre un colectivo debilitado, al que se convoca a aceptar la
situación, en tanto que cada cual puede formar parte de los salvados. En una
situación así se emplaza a las víctimas a un diálogo ficcional, en tanto que
sus posiciones han sido debilitadas. Las asimetrías en la decisión final son de
una envergadura insalvable. Este modo de autoritarismo encubierto y de
manipulación grosera, descansa sobre la endeblez de la posición de los
profesionales y empleados. Estos son disuadidos de resistir, y conminados de
facto a aceptar la situación, focalizándose en el azar de ser elegidos como
sobrevivientes. El PP deviene en la figura del “Súper”, de Gran Hermano, con el
que discutir comporta resultados fatales para el afectado. En estas condiciones
se instituye el diálogo, que no afecta a la decisión final ya ejecutada.
Esta
definición del diálogo, que tiene como límite la inevitable adscripción al
nuevo instituto de los elegidos, escamotea la cuestión principal, que radica en
la función que ha ejercido y ejerce la escuela. Así, sus profesionales son expropiados
de facto de sus propios activos y aportaciones, debilitando su identidad
profesional, condición esencial para asestarles el golpe final. Los desempeños
organizacionales de la escuela, son desplazados del diálogo, que adquiere así
la naturaleza de solución final. Es obvio que el fin de la escuela deja un
hueco muy importante, que las facultades de medicina y los institutos de
investigación biomédica no pueden reemplazar, debido a su manifiesta
insolvencia para esta misión.
Detesto
repetir estas necias frases al uso instauradas por la institución sacramental de
la gestión. Una de ellas es la manida “fortalezas y debilidades”. Pero, en este
caso, me guardaré las debilidades, para resaltar que la escuela ha realizado y
realiza varias funciones en las que es irremplazable. Su modelo de docencia
representa un avance incuestionable con respecto a los de la anquilosada
universidad y su degradado universo de posgrado y su tráfico de titulaciones.
Miles de profesionales han pasado por sus aulas con saldos positivos en
distintos aprendizajes. Pero, el máster de salud pública en particular, se
encuentra muy por encima de la generalidad de másteres universitarios, a una
distancia abismal.
Como he vivido directamente durante muchas
ediciones esta situación, y he participado también en distintos másteres
universitarios, me afirmo en resaltar la gran diferencia, tanto en metodología,
como en relación entre teoría y la práctica, integración de contenidos,
tutorización y solvencia y compromiso de los profesores. Esto es factible por
la asignación a este máster de recursos cuantiosos, como es la dedicación de pesos pesados en funciones de
coordinación y dirección, que lo convierten en una verdadera excepción. La
presencia diaria en un módulo de personas como Natxo Oleaga, Sergio Minué,
Alberto Fernández Ajuria y otros, constituye un verdadero lujo, si lo
comparamos con otros másteres universitarios, en los que la presencia de
destacados docentes e investigadores es puntual y esporádica. También la
calidad profesional de algunos de los profesores invitados.
La escuela
se ha configurado como un territorio de convergencia entre profesionales de muy
distinta naturaleza. Los vínculos entre docencia, asesoría, cooperación y otras
funciones, han consolidado a esta como un espacio de cierta interlocución,
inimaginable para una institución universitaria fundada sobre disciplinas
fragmentadas regidas por el principio inamovible de la rigurosa separación
entre teoría y práctica. La red de vínculos, regionales, nacionales y globales
de la easp, tiene una consistencia considerable. Esta remite a su naturaleza de
foro profesional, en el que se encuentran presentes distintas tendencias. Así
se ampara a una forma de comunidad profesional que realiza intercambios y actualizaciones.
La decisión
de liquidarla afecta principalmente a varias líneas de trabajo fundamentales,
que se encuentran a la intemperie de las instituciones biomédicas de producción
de conocimiento. Especialmente, la promoción de la salud se encuentra en esta
situación, en el que la escuela es un lugar de encuentro fundamental. Asimismo,
las versiones más amables e inteligentes del management, y su estela de saberes
y métodos, han encontrado en la escuela un suelo confortable, que la han
conformado como excepción al management autoritario. La escuela ha sido la sede
del neoliberalismo progresista en el campo sanitario. Excluyo comentar nada
acerca del feminismo o la cooperación, por el temor de que pueda ser convertido
en un arma de destrucción masiva de los liquidadores, en las deliberaciones en
curso para la salvación selectiva.
Pero el
núcleo de esta operación de disolución y extinción radica en factores exógenos
al campo sanitario. Esta se funda en la naturaleza de la competición política
del régimen del 78. En esta disputa, cada partido construye un campo
organizacional propio para sustentar sus posiciones. Cuando accede al gobierno
incrementa su campo en detrimento del de sus rivales. En Andalucía, tras tantos
interminables años de oposición, el pepé practica el encarnizamiento sobre lo
que entiende como organizaciones adscritas al campo enemigo. Este es el caso de
la escuela. Esta es etiquetada como componente de la configuración adjunta al
pesoe. En coherencia con ese estigma político, esta es liquidada
implacablemente.
Esta
operación de limpieza “étnico-organizativa”, se practica como una quimioterapia
política. Se trata de arrasar el campo rival, incluyendo los efectos
colaterales inevitables. Al modo de la quimio, se mata a todas las células sin discriminar.
La estrategia del pepé se asemeja a un bombardeo nuclear que castiga
indiscriminadamente a todo el territorio. Así se perpetra un asesinato
institucional perfecto. No es preciso pugnar por la hegemonía. Para ello se
recurre a la valiosa experiencia acumulada en tantos años de reconversión
industrial, y también del sector público, en los que se ensaya la demolición de
organizaciones, de la que se hace un verdadero arte. A este hay que sumar la
encomiable experiencia en la persecución de la inteligencia, que en la España
moderna ha alcanzado un nivel de excelencia admirable.
La defensa
frontal de la escuela en este episodio es compatible con el distanciamiento
crítico que define mi posición. Pero ahora no es el momento adecuado para
exponer alegaciones. Me conformo con apelar a la tiernas síntesis de Serrat en
su canción La mujer que yo quiero “Tiene muchos defectos, dice mi madre. Y demasiados
huesos, dice mi padre. Pero ella es
más verdad que el pan y la tierra. Mi amor es un amor de antes de la guerra…” Esto es.
En su
momento póstumo, cabe, sin acritud, recurrir a la canónica cuestión enunciada
por un sociólogo tan relevante como Boaventura de Sousa Santos y su sociología
de las presencias y las ausencias. Ha sobrado el desfile fatuo de burócratas de
la OMS, de gerentes de ocasión, de expertos subordinados al imperio médico-farmacéutico,
de políticos astutos sin alma, de profesionales estrella biomédicos, de
vendedores de milagros, y de otros señoritos de postín. Al tiempo, se ha echado
de menos a gentes vinculadas a la inteligencia crítica médica global y a los
pensadores lúcidos y comprometidos, más allá de las fronteras de lo que se
entiende como salud. Algunas de las personas que me han nutrido apenas han
frecuentado esta institución: Juan Gérvas, Carlos Álvarez-Dardet, Carlos Ponte,
Guillermo Rendueles…
El final de
la EASP es una cacería infame. Me permito dar una recomendación a mis colegas.
No os dejéis avasallar por los ángeles exterminadores. No permitáis que os
expropien de vuestras propias aportaciones, mediante la minimización y
negación. Sentid a los que os acompañamos y reconocemos. Vuestra historia es,
cuanto menos, poco frecuente en la España del postfranquismo. Pocas
instituciones han alcanzado vuestros modestos logros. En España ninguna. Y
nunca perdáis de vista que vuestros verdugos tienen una envergadura muy inferior
a la vuestra. Lo digo con el criterio que me otorga haber sido profesor de
algunos de los que practican hoy la quimioterapia política con vosotros.
Quiero
concluir con una reflexión que puede ser leída como ácida, al tiempo que
lúcida. Se trata de pensar si en el contexto del presente sería imaginable
crear un proyecto de esta naturaleza. Esta consideración se encuentra cargada
de impertinencia, en tanto que la respuesta es un rotundo no. Así se puede
hacer inteligible el retroceso experimentado por el impetuoso avance del
neoliberalismo y el mercado total. Hoy toca de nuevo resistir, pero renunciar a
imaginar un futuro en el que otra atención a la salud sea posible, es
pernicioso.
Un abrazo
fuerte para todos, y para Natxo Oleaga dos.