Las
recientes elecciones generales constatan el gran salto adelante de Vox. En los
medios se multiplican las interpretaciones apresuradas, formuladas desde la
perspectiva rotunda de lo actual, que es reemplazado irremediablemente mañana.
La carencia de perspectiva histórica se hace patente, propiciando el
desencadenamiento de percepciones que amparan los temores colectivos de retorno
a un pasado autoritario. Se hace ostensible la ausencia de un marco conceptual
que permita comprender los procesos que operan en este tiempo. En la sociedad
postmediática, impera el monopolio de la voz emanada de los analistas de
ocasión anclados en las televisiones, que desplazan así a la antigua intelligentsia, así como a los discursos
sólidos de las ciencias humanas y sociales.
En el
torrente confusional de las interpretaciones de ocasión, se recurre a conceptos
que apelan a escenarios históricos ya caducados. Este es el caso de la palabra
“fascismo”, que adquiere un significado que se sobrepone a cualquier contexto
socio-histórico específico. La apelación permanente a este concepto, convertido
en una amenaza fantasmática, encubre el vacío sobre el que se interpreta la
salida a la superficie de una importante parte de la sociedad española, que ha
permanecido relativamente sumergida durante los años felices del régimen del
78. Lo que se denomina como crisis o recesión económica, que comienza en 2008, conlleva
la recuperación de sucesivos elementos autoritarios que remiten inequívocamente
al franquismo, entre los que ocupan un lugar de privilegio algunas sentencias
judiciales que denotan una cultura inequívocamente franquista. Esta reaparición
secuencial de anacronismos, ha terminado por visibilizar a los segmentos
políticos y sociales que los sustentan.
Para hacer
una interpretación completa de la emergencia de Vox, más allá del estereotipo
en que es encerrado en la mayoría de los casos, es menester superar los
estrechos marcos conceptuales al uso de lo que se denomina como “ciencia política”,
que es un saber empírico acerca de los procesos electorales, los gobiernos
resultantes de estos, así como de los fenómenos sociales relacionados con los
mismos. Los conceptos y las taxonomías
construidas desde las coordenadas de este saber, no permiten comprender en su
integridad los fenómenos políticos derivados de contextos históricos
singulares, como es el caso de la emergencia de este partido. Así, los
esforzados analistas politólogos hiperempíricos, lo definen como un partido de
“extrema derecha”, que ocupa un extremo en un gradiente imaginario continuo
entre posiciones políticas ubicadas en un espacio compartido.
La etiqueta
“extrema derecha”, al igual que la de “fascista”, resulta poco clarificadora
acerca de la naturaleza de Vox, en tanto que confirma un cliché fundado en la
analogía entre distintos sistemas políticos. La insuficiencia de la politología
empírica contrasta con la condición de este fenómeno político, que se encuentra
asociado a dimensiones que se encuentran más allá de las instituciones
políticas. En este sentido, Vox es un producto específico de una coyuntura
histórica, inseparable de un sistema económico, así como de una estructura
social. Su emergencia configura una realidad dotada de un coeficiente histórico
singular. De ahí que la perspectiva de la historia del presente o la sociología
histórica resulte más productiva para caracterizarlo.
Desde esta
óptica, se puede afirmar que Vox significa principalmente una convocatoria para
reactualizar el franquismo. No se pretende restaurarlo en su integridad, en
tanto que esto no es factible, sino más bien recuperar algunos componentes
esenciales de este, amenazados tras la erosión del régimen del 78. Se trata de
revertir algunos de los elementos derivados del pacto fundacional de este,
fundados en un consenso que ahora se resquebraja. Así, se puede definir a Vox
como un proyecto que representa el retorno de un franquismo posibilista,
adaptado a las condiciones históricas de este tiempo. Este resulta de la
hibridación del viejo régimen con el resultante de la Constitución del 78.
Esta
emergencia póstuma del franquismo, hereda la proverbial capacidad de adaptarse
de este a nuevas situaciones, liberándose de corsés ideológicos rígidos. Tras
sus primeros años, vinculado inequívocamente a Hitler y Mussolini, el
franquismo viró hacia las democracias triunfantes, realineándose junto a
Estados Unidos en la guerra fría, pero conservando sus elementos constitutivos
autoritarios. El régimen acreditó su competencia de adaptarse a nuevas
situaciones sobrevenidas, conservando sus rasgos esenciales. Después de los
años de transición política, se refugió en distintas instituciones del estado,
amparándose en el paraguas político de la entonces Alianza Popular. En este
cómodo sótano ha vivido durante largos años en espera de la oportunidad de
revivir.
En los
últimos años sale impetuosamente a la superficie, congregando a sus bases
sociales, que proceden de elementos del viejo capitalismo primitivo de los años
sesenta y setenta, que han subsistido alimentándose de los negocios de tráficos
de suelo y otras actividades productivas definidas por la baja productividad. De
ahí su preponderancia en el sur, así como en los espacios más afectados por la
desindustrialización. Todas ellas propician la reproducción de una subsociedad
definida por lo nacional-cutre. El perfil de los adheridos se encuentra
determinado por la intensidad de su sentimiento de resarcimiento con las
instituciones que los han mantenido sumergidos largos años.
De ahí el
título de este texto. La subsociedad que ampara la emergencia de Vox se puede
simbolizar en el conjunto de actividades productivas, agrícolas, industriales,
turísticas y territoriales que determinan la muerte del Mar Menor en Murcia. Este
es el espíritu del desarrollismo salvaje que prescinde de cualquier limitación
medioambiental. Sus distintos arquetipos personales comparecen en los actos de
Vox, en los que la densidad y pluralidad de lo cutre anticosmopolita adquiere
su máximo esplendor. El “Que viva España” de Manolo Escobar actúa como
catalizador de una cultura definida por lo impresentable.
Pero, el
aspecto más inquietante de esta emergencia, radica en la fusión entre las
estructuras sobrevivientes al viejo régimen, con los efectos de la
reestructuración postfordista, iniciada en los años ochenta y consumada en los
últimos años. Los sectores sociales víctimas de la desindustrialización,
conforman una subsociedad distanciada y desafecta con las instituciones del
declinante régimen del 78. Sobre este material explosivo se yergue la
emergencia de Vox. Se trata de algunas de las víctimas del proyecto social de
la denominada modernización. Estas se conjuran contra el cosmopolitismo y se
funden en la oposición a lo global, a los inmigrantes, al feminismo, al
ecologismo, así como a los valores democráticos. El resultado de esta amalgama
es la adopción de un modelo de despolitización activa, junto con la
identificación con lo nacional retro, recuperando la esencia de un patriotismo
trasnochado.
Estos
contingentes sociales, que se encontraban encuadrados en el partido popular, y
cuyas iconografías resplandecen en la plaza de Toros de Valencia en los mítines
multitudinarios de Rita Barberá y Camps de antaño, migran hacia Vox incentivados
por la crisis política general, en la que la cuestión catalana representa un
elemento muy importante, así como por la mediatización del acontecer político.
Las imágenes de los mítines de Vox representan la explosión de fenómenos que
permanecían confinados en ámbitos menores, tales como los fervores de los
públicos congregados en los desfiles de la legión, así como otros similares.
Comparto la
interpretación de Ana Fernández-Cebrián y Víctor Pueyo, acerca de Vox, que
subraya que este partido no produce discursos articulados susceptibles de ser
interpretados. Ciertamente es un muñeco vacío que otros le hacen hablar. En
este sentido sanciona la continuidad con el último franquismo, que minimizaba sus retóricas, que solo eran
movilizadas en ocasiones excepcionales. Al tiempo, se investía de un modo
incoloro al estilo de la estética de un centro comercial, pero acreditando su
proverbial mano de hierro en la conducción del estado. Vox ilustra esa frase
antológica de Franco, que le recomendó a uno de sus ministros “no meterse en
política”. Su discurso es una mistificación de la patria España, en la versión
tradicional franquista. Junto a ésta, comparece una interpretación dura del
proyecto neoliberal en curso. Todo lo demás se encuentra sujeto al imperativo
de la contingencia.
Así, la
politología convencional fracasa en tanto que tiene la pretensión de analizar
sus propuestas para clasificarlos en el espacio político imaginario. El grupo
dirigente carece de una propuesta elaborada. Se limita a reivindicar cuestiones
de principio desde su perspectiva ultraconservadora. Santiago Abascal carece de
cualquier discurso. Se limita a exponer lo que Jiménez Losantos y otros mercenarios
mediáticos de la ultraderecha desgranan en sus programas. En este sentido se
reafirma su condición de posmodernidad. Este es un fascismo singular
posmoderno, dotado de un programa tan general, que es susceptible de ser
cocinado de distintos modos, gestionando sus ambigüedades.
De este
modo, Vox es un instrumento de los operadores de los grandes intereses
económicos, que es instalado en un campo de poder político, con la intención de
ser utilizado como palanca para la realización de jugadas de billar a varias
bandas. Ahora estamos viviendo la primera, que es la presión al partido popular
para radicalizar su proyecto, rectificando algunos posicionamientos indeseados.
Aquí radica la verdadera naturaleza de Vox, cuyas fronteras políticas con el
partido popular son etéreas. Pero, en la cuestión esencial, ambos convergen en
su adhesión activa a las arquitecturas de la sociedad neoliberal avanzada.
El peligro
que comporta la cristalización de un segmento político ultra en el campo
político, radica más bien en la debilidad de la izquierda que en su propia
fuerza. Aún y así, su mérito radica, al igual que el de los partidos emergentes
de la extrema derecha europea, en su capacidad de conexión con la masa social
resultante de la descomposición del fordismo. Parece preciso recuperar el
análisis de Hanna Arendt acerca de los orígenes del totalitarismo, en sus
nuevas versiones que reviven en los escenarios posmodernos. Me parece
pertinente su concepto de desierto social. Vox surge de la desertización social
asociada al posfordismo. La gran masa social resultante, carente de vínculos
sólidos horizontales, es sometida a un
estricto control por las nuevas instituciones de la individuación:
precarización, gestión, mediatización, neflixtización, endeudamiento múltiple,
así como otras del mismo rango.
Desde una
sociedad caracterizada por sus vínculos débiles, sus instituciones licuadas y
su individuación severa, es muy dificultoso oponerse al avance de las últimas
reencarnaciones de los viejos totalitarismos, como es el caso del fascismo. Escribiendo esta entrada he recordado el texto canónico de Castoriadis del "Ascenso de la insignificancia".
https://elcuadernodigital.com/2019/07/13/la-voz-de-vox-o-a-que-suena-el-posmofascismo/
1 comentario:
Gracias.
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