Las
distintas líneas de cambio que se evidencian en los últimos años, y que
configuran el presente, convergen entre sí generando un espacio privilegiado
para la vida: el sofá, así como otros catres semejantes. El novísimo sujeto contemporáneo
es un compulsivo devorador de ficciones audiovisuales, que le retienen en el
sofá un tiempo muy considerable de la cotidianeidad. La expansión de las
plataformas digitales es el factor más decisivo de reestructuración de la vida
cotidiana, configurando un nuevo arquetipo personal. Esta transformación
radical incide en todas las esferas de la sociedad. De este modo, catres y
pantallas se apoderan gradualmente de todos los espacios, y del doméstico en
particular, configurando al hiperespectador contemporáneo, que sobre y frente a
ellas se asienta.
La oferta
audiovisual se multiplica, alcanzando un umbral en el que el exceso desborda las
capacidades y los tiempos de recepción de los aguerridos espectadores, que
tienen la facultad de elegir, seleccionar y administrar su creciente tiempo
requerido por la nueva obligación audiovisual. La vida social deviene en un
creciente tráfico de imágenes, productos audiovisuales varios, pelis y series, del
que se derivan procesos sociales de intercambio, en los que las personas son
influenciadas. Estos se caracterizan por una intensidad y una velocidad
inéditas. El ecosistema audiovisual se multiplica, agitando los mundos
sociales, que producen presiones sobre los nuevos héroes que desde sus sofás
deben ejecutar sus decisiones soberanamente, pero condicionados por los
persuasores múltiples.
La vida
cotidiana se remodela drásticamente, de modo que cada cual tiene que gestionar
sus consumos audiovisuales, de modo que acredite ante los demás sus facultades
de espectador solvente y cumplidor. El único modo posible de cumplir estas
obligaciones sociales, es el de rescatar tiempos procedentes de otras
actividades o reconvertir aquellos en los que sea posible simultanear las
actividades. Así, el declive de la cocina se hace patente, así como el del
paseo, el ocio sin objetivo, la compra ejecutada tras un pausado deambular por
las zonas comerciales, la participación en actividades sociales cara a cara, y
otras. El sujeto espectador tiene que dedicar sus energías para cumplimentar
los deberes derivados del nuevo mandato postmediático.
Así, el
encierro doméstico que se consumó con la consolidación de la televisión,
experimenta un salto considerable, adquiriendo una naturaleza diferente.
Aquella era vista colectivamente, en la familia. Aquél tiempo de una sola
pantalla que se ofrece a varias personas, es desbordado por la multiplicación
de las pantallas, que terminan por exceder a las personas congregadas bajo los
techos del hogar doméstico. La sociedad mediática de una pantalla por hogar,
cede el paso a la realidad postmediática en la que el equipamiento familiar
incluye distintos dispositivos: televisores, ordenadores de mesa, portátiles,
tablets, smartphones, playstation, iPad, iPhone y otros.
La
proliferación de empresas que suministran contenidos, al tiempo que
dispositivos de recepción, impulsa una individualización extrema, en la que
cada cual se recluye en un espacio específico para satisfacer sus obligaciones
específicas audiovisuales. El viejo sofá familiar, ubicado en la sala frente a la
pantalla única, da lugar a la dispersión de los catres en los que asentar las
posaderas para ejercer la sagrada condición de espectador soberano. Así se
configura una nueva socialidad, muy diferenciada de la que prevalecía en la
sociedad mediática histórica de la televisión.
La
multiplicación prodigiosa de las pantallas y los catres, tiene como
consecuencia la configuración de un encierro doméstico amable, en el que cada
cual ejerce como soberano erguido sobre su culo asentado en el sofá. Cada uno
se siente libre para buscar, merodear por la oferta infinita, descubrir, experimentar,
visualizar y comentar con las personas conectadas, que en este tiempo postmediático
son sus contactos, que comparecen sin descanso en la pantalla del móvil,
solicitando atención y respuesta. El ser social hiperconectado del presente,
alterna su anclaje en el sofá doméstico, con su movilidad corporal en el
exterior del mismo, en el que la pantalla de su móvil le estimula y le reclama
compulsivamente.
El sujeto
hiperespectador enraizado en su catre doméstico debe ser capaz para seleccionar
entre los siguientes contenidos: la televisión generalista, portadora de las
efervescencias de la actualidad; las plataformas digitales, con su catarata
incesante de pelis y series; el planeta de la música que solicita a cada uno
por distintos canales; el deporte ubicuo, en el que el fútbol se constituye en
divinidad; los videojuegos prodigiosos que consuman un simulacro del hacer; el
planeta youtube, que expande sus contenidos prodigiosamente. El sumatorio de
los argumentos presentes en estos artilugios, reconstituye el fondo de la vida
social. Cada cual selecciona continuamente, y, mediante su condición social de
emisor y receptor de mensajes cortos, intercambia con los demás, construyendo
un relato sobre su vida, que tiene que renovar constantemente en tan compulsiva
vida social, deviniendo así en un activista y gestor del sí mismo social, que
comparece ante el inapelable tribunal de los contactos y seguidores de la
videoesfera.
De estas
actividades resulta un ser social que compatibiliza su estricta soledad, con
los deberes compulsivos derivados de la hiperconexión, de los que debe
conseguir y renovar el imperativo social de su propia aprobación. El héroe del
sofá es un activista constreñido por los exigentes requerimientos sociales de
su mundo virtual. La posibilidad del descanso o de la pausa se encuentra
excluida en ese agitado mundo social. El sujeto digitalizado tiene que
adecuarse a su medio, que le envía estímulos permanentemente. La oferta de incitaciones
no tiene límite, de modo que desborda la capacidad de recepción. La persona
hiperestimulada siempre se encuentra corriendo tras sus obligaciones sociales
de respuesta e intercambio sin fin.
En este
sentido, el nuevo encierro doméstico implica, inevitablemente, la transferencia
de tiempos cotidianos hacia el tiempo de recepción audiovisual. Asentado sobre
el sofá, cada uno debe minimizar muchas de las actividades de la vida
cotidiana. La reducción de tiempo de cocina, de tareas domésticas, de
relaciones sin finalidad, de afectos compartidos, de momentos vividos en común,
parece ineludible. Me pregunto acerca de cómo folla el hiperespectador. Me
asalta la idea de que se recortan los tiempos, de modo que se establecen como
intervalos o pausas entre dos capítulos, pelis, partidos, programas de éxito y
otros contenidos.
El encierro
doméstico contemporáneo genera un nuevo complejo industrial para abastecer a
los instalados en el sofá. Amazon lidera la compra on line, reduciendo el
tiempo de compra convencional. Las empresas de comida a domicilio abastecen a
los disciplinados espectadores, Deliveroo y otros se expanden para alimentar a
los batallones anclados sobre los catres atentos a los eventos mediáticos. Tras
la expansión de Telepizza, todos han ido sumándose a este próspero sector. Ikea
construye un imperio sobre el diseño de los entornos de los sofás. Netflix,
Movistar y otros, conforman el suministro de contenidos a los encerrados.. La
industria de la alimentación desarrolla una potente oferta de comidas
elaboradas o semielaboradas. La construcción se adapta al nuevo hogar sumatorio
de espacios autónomos, regidos por el principio de cada cual en su catre,
sancionando el declive de los espacios comunes. Las dimensiones de este
complejo industrial son estratosféricas, significando una parte sustancial de
la nueva economía.
Los ubicados
en los sofás tienen que responder, además, a las conminaciones para cumplir con las
exigentes normas corporales. De este modo la actividad física deviene en un
ingrediente imprescindible. La programación rigurosa rige también en este
espacio cotidiano. Es menester reducir el tiempo intensificando y concentrando
la actividad. De ahí la expansión de los gimnasios, en los que los héroes de
los sofás queman las calorías y modelan sus cuerpos frente a los espejos, en
espera de asemejarse a los héroes que pueblan las ficciones y los espectáculos.
Los gimnasios son los únicos espacios en los que los sujetos contemporáneos se
desentienden voluntariamente de sus móviles. También la bici, que maximiza el
esfuerzo acortando tiempo.
Sobre la
preponderancia entre la alternancia entre los tiempos del sofá y las
movilidades compulsivas y concentradas, se asienta una sociedad completamente
nueva: la sociedad del espectáculo. En esta todo queda subordinado a los
relatos audiovisuales que se renuevan en las pantallas, produciendo emociones
compartidas que adquieren su minuto de gloria. Así la política o las causas
sociales. Estas consisten en explotar su presencia en un momento glorioso en el
que comparecen ante los espectadores, para, inmediatamente después, retornar a
su estatuto de candidata a una nueva comparecencia.
La sociedad
del sofá (espectáculo) implica la consagración de una persona-átomo social,
rigurosamente movilizada, dirigida desde el exterior y modelada por su
actividad constante. El declive de la lectura, la reflexión, y, por ende, de la
educación, se hace patente. El aula deviene en una situación dramática.
Recuerdo mis tiempos de profesor, en los que el peor castigo consistía en
asignar una clase a las nueve de la mañana. Esa es la hora de la resaca
audiovisual de los devoradores de ficciones. La disciplina característica de esta
obsoleta forma social es desbordada por el tiempo administrado por el propio
sujeto, que consagra la noche como tiempo en el que su consumo audiovisual solo
disputa con algo tan desamparado como es el sueño.
Sí,
efectivamente esta es una civilización en la que el catre desempeña un papel
crecientemente importante. La pregunta más impertinente que se puede formular a
cada uno es ¿cuánto tiempo diario total dedicas al visionado audiovisual? Esta
es turbadora para la mayoría de las gentes, porque la respuesta es muy fuerte.
Que cada cual haga sus cuentas. El aspecto más crítico es que el sofá implica
una disposición corporal en la que se sobrepone el flotar. Los sujetos
contemporáneos de la sociedad del espectáculo son seres flotantes sobre sus
catres. Todo lo que flota termina adquiriendo la carta de naturaleza del
náufrago, esto es inevitable. Así se hacen inteligibles muchas cosas que desde
otra perspectiva tienen difícil explicación.
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