(Arturo es el que está abajo en la izquierda y el que está de perfil en el patio de Carabanchel)
Desde el
comienzo de este blog, en el final del 2012, tengo en la cabeza esta entrada,
que he ido posponiendo por distintas circunstancias. Al escribirla, libero a mi
conciencia de una carga, en tanto que fui copartícipe en un acoso político a un
militante antifranquista del mayor rango posible: Arturo Mora. Este es un
episodio vinculado a lo que se denomina como “estalinismo”, término que implica
una significación equívoca, en tanto que
las prácticas organizativas que lo caracterizan, tienen lugar, tanto en todas
las organizaciones comunistas de antes, durante y después del mismo, como en
todos los partidos políticos del postftanquismo, sin excepción alguna.
Escribiendo este texto he removido mi memoria, pero el presente me ha enviado
una señal inequívoca acerca de la persistencia de estas prácticas, con el
nombre de Clara Serra.
Arturo Mora
fue un estudiante de Ingenieros Industriales en los años sesenta-setenta, con
el que compartí militancia y cárcel. Recientemente, ha vuelto a la memoria
colectiva de modo fugaz, en tanto que fue el organizador del célebre concierto
de Raimon en 1968 en la Universidad Complutense. En el concierto reciente de conmemoración
del mismo, Raimon preguntó públicamente por él. Arturo murió en 1978 en un
accidente de circulación. Ninguna voz de los entonces recién llegados a las
nuevas instituciones, evocó a su persona y su presencia en los años duros de la
oposición.
Su importante contribución a la oposición
antifranquista en la universidad, no ha dejado rastros en internet, en tanto
que la oposición al franquismo de ese tiempo era ineludiblemente ágrafa. Solo
permanece en el recuerdo de los que compartimos sus actividades, en tanto que
su exclusión política del PCE lo ha expulsado de la memoria colectiva. En el
mes de agosto de este año, Jesús Ortiz, en un artículo en la edición de
Cantabria del diario.es, evoca su figura y cuenta su historia. Las dos
fotografías que aparecen aquí, son de esta fuente. Así, su historia es común a
la de no pocos antifranquistas, emparedados fatalmente entre el furor del
régimen y la máquina homogeneizadora de la oposición -principalmente
comunista-, que los ha eliminado cruelmente de toda referencia.
He escrito
en este blog dos textos sobre personas relevantes del antifranquismo, Pilar
Bravo y Enrique Curiel. En ambos casos se encuentran en estado de omisión inducida por sus acompañantes en
ese tiempo, centrados ahora en la sobrevivencia, que se renueva día a día,
en el que cualquier interrogante del pasado puede ser utilizado por los compañeros
depredadores, amenazando sus posiciones. Pero la relevancia pública de ambos,
obtenida en los primeros años del postfranquismo, no ha podido ser totalmente
borrada. El caso de Arturo es distinto. Al fallecer el 78 no pudo desarrollar
actividad pública alguna. Por eso ha sido más fácil silenciarlo. Este texto es
una invitación a los que fueron testigos de su militancia a decir algo al
respecto, contribuyendo a su rehabilitación pública.
Arturo era
un activista estudiantil muy relevante desde los años inmediatamente anteriores
a 1968. Era el delegado de la Escuela de Ingenieros Industriales y mantenía una
actividad intensa y permanente. Era una persona manifiestamente inteligente y
brillante. Era reconocido como una de las personas más influyentes del
movimiento estudiantil de la época. Sus actividades denotaban una inteligencia
creativa muy considerable, que favorecían las múltiples iniciativas que
desarrolló en este tiempo. Su sólido compromiso con el antifranquismo, le
confería una reputación muy cuantiosa entre los estudiantes y las personas
participantes en el mundo de la oposición.
Era
militante del partido comunista y responsable de una célula muy numerosa e
influyente en su escuela. Pero nunca fue incorporado al comité universitario,
que dirigía Pilar Bravo. Arturo era una persona muy valiosa, difícil de
encuadrar en el rígido orden militante de la época. Siempre persistió en
conservar su autonomía personal y se distanciaba de los fervores corales que se
derivaban del funcionamiento de la organización. En este sentido, era una
persona sumamente incómoda, en tanto que tomaba decisiones según sus propias
valoraciones. Estas le reportaban un gran prestigio que se contraponía con la
cuarentena suavizada que le imponía el partido.
El partido
funcionaba según una versión del modelo del centralismo democrático. Este se
sustentaba en el papel del comité universitario. La metodología imperante en el
mismo se fundaba en priorizar lo general sobre lo particular. En las reuniones
se privilegiaba el análisis de la situación general del país. La responsable, Pilar Bravo, transmitía una información
completa acerca de las contingencias políticas y las actuaciones de los
movimientos sociales. Se analizaban las distintas luchas sindicales y
ciudadanas. El conjunto de la información era muy exhaustiva y elaborada, pero
estaba basada en un inevitable sesgo que sobrevaloraba las actuaciones de la
oposición y ocultaba la correlación de fuerzas real.
Tras
discutir la información se pasaba al análisis de la situación en la universidad
y en los distintos centros. Después se programaban las distintas estrategias y
acciones. En este sentido, esta metodología fomentaba las capacidades de los
distintos dirigentes de los centros. Se puede afirmar que era una organización
dotada de competencias manifiestamente más operativas que las de otras
organizaciones del partido, más anquilosadas. La íntima relación con un
movimiento tan rico y pluralista, como el estudiantil, estimulaba la aptitud de
la organización en su capacidad para alcanzar objetivos.
Pero el
envés del centralismo democrático, radicaba en su estricto dogmatismo.
Cualquiera que expresara sus dudas u objeciones con respecto a la información o
las directrices, era severamente cuestionado y desplazado. En este tiempo pude
ser testigo de no pocas sanciones, algunas de ellas sutiles, de gentes
valiosas. Este sistema generó un efecto perverso, que consistía en la paradoja
de la exigencia de dirigentes en los centros avalados por sus capacidades, pero
que simultaneasen su eficacia con una disciplina férrea. Así se generaba un
estado de aceptación de la información, que devenía en un dogma, lo cual
suponía un acotamiento de la inteligencia difícil de gestionar en un tiempo
largo.
Este sistema
forjó a muchos dirigentes dotados de la capacidad de aportar a la información
oficial, añadiendo argumentos y mejorando sus formas, pero cuidando de omitir
cualquier objeción. Se trataba de una creatividad encauzada, enmarcada en el
interior de unas fronteras rígidas insalvables. Este sistema de inteligencia simultáneamente
requerida y restringida, constituyó uno de los factores decisivos en la
posterior crisis del partido, que explosionó tras las primeras elecciones
generales, perpetuándose acumulativamente hasta su final, en las elecciones del
82. En esos años, las reservas de fe y
adhesión inquebrantable se consumieron velozmente, consumando una
desertificación de la inteligencia que tuvo efectos letales en el devenir
partidario.
En este
orden interno, Arturo fue continuamente cuestionado, en tanto que no aceptaba
de facto la integralidad de las orientaciones del comité, y mantenía el
principio de autonomía de su centro, donde se desarrollaban actividades
programadas y decididas por ellos mismos. Así se forjó la tensión asociada a su
personalidad autónoma, que nunca llegó a explotar, pero que se mantuvo en el
tiempo, incubando así un conflicto latente, que estaba presente en la
organización. Así se constituyó el caso
de Arturo Mora, que se puede definir en la contraposición existente entre
la creciente importancia de su figura como líder estudiantil, y su bloqueo
permanente en la organización del partido.
En estos
años me encontré con él en muchas actividades. Tuve la oportunidad de constatar
la solidez de su anclaje en la escuela. Nuestra relación personal siempre fue
buena, pero nuestras reservas eran mutuas, interfiriendo la calidad de esta.
Había hablado con Pilar varias veces sobre su situación, en las que se
manifestó el estigma asociado a su persona. Me sorprendía que no estuviera en
el comité, dado su influencia y la fortaleza de la célula que dirigía. El
conflicto latente permanente con Arturo, no llegó a estallar por la gran
inteligencia de Carlos Alonso Zaldívar, que era responsable en Ingenieros
Aeronáuticos y persona clave en el comité, que actuó de mediador en distintas
ocasiones con su buen hacer.
Mi último
encuentro con él fue en la prisión de Carabanchel. No recuerdo bien si fue en
una estancia entre enero y mayo del 71, o en otra desde febrero a septiembre
del 72. Arturo había abandonado el partido tras varios años de desencuentros y
bloqueos. Pero su presencia en la comunidad de presos políticos era muy
intensa, debido a su personalidad y liderazgo. Se mantenía al margen de las
actividades políticas, pero desarrollaba múltiples iniciativas y desempeñaba un
relevante papel en la interlocución entre presos pertenecientes a las distintas
fuerzas políticas, así como en la acogida a los independientes. Recuerdo que,
entre otras actividades, dirigía sesiones de gimnasia. Todavía realizo algunos
ejercicios que aprendí en las mismas.
La tercera
galería de Carabanchel albergaba a la mayor parte de presos políticos. En la
sexta galería permanecía un grupo de dirigentes del PCE y de Comisiones
Obreras. Las condiciones de la prisión eran moderadamente confortables en
relación al pasado, en tanto que se habían conseguido mediante sucesivos
conflictos, huelgas de hambre, acciones legales de los abogados y un cambio
sustancial en la situación política general, que otorgaba a la oposición un
estatuto de mayor respetabilidad. Se disponía de una celda-comedor, en la que
se servían los desayunos y comidas; una celda biblioteca, en la que se
encontraban varios cientos de libros; un patio exclusivo para los presos
políticos, unas duchas en buen estadoy algún extra en las celdas.
En esta
galería se acumulaban los presos preventivos de Madrid –estudiantes,
sindicalistas, miembros del PCE, militantes de organizaciones
marxistas-leninistas y trotskistas, algunos independientes- , el grupo de
vascos de la ETA, y los de distintas provincias, trasladados allí para su
juicio en el Tribunal de Orden Público. Se había constituido una comuna, en la
que se incluían todos los presos políticos. Tanto la comida que enviaban las
familias, como el dinero, eran donados a la comuna, siendo administrados colectivamente. Esta funcionaba
razonablemente bien, de modo que la unidad se sobreponía a las diferencias entre
distintas organizaciones, siendo el clima más que aceptable.
Los presos
políticos compartíamos una identidad específica, fundada en la negación de los
delitos que el régimen autoritario nos atribuía. En este sentido, existía una
conciencia que marcaba una rígida frontera con los presos comunes. No había
relación alguna con ellos, a pesar de la contigüidad espacial. Las
instalaciones exclusivas facilitaban este apartheid. La idea de separación se
encontraba muy arraigada y generaba una conciencia de casta exclusiva, que los
mismos funcionarios contribuían a reforzar mediante un trato especial.
Arturo
mantenía una integración activa en las cuestiones de mantenimiento,
organización y vida cotidiana en la comuna, pero sabía mantener las distancias
políticas, sobre todo con los miembros del partido, que éramos el contingente
mayoritario. Para algunos estudiantes de clase media, cuyas familias eran extrañas
a la resistencia a la dictadura, la madre de Arturo, junto a otras mujeres,
desempeñaba un papel de socialización de los familiares. Mi madre, al principio
me traía algunas delicias gastronómicas de uso individual. Las veteranas le enseñaron
a modificar sus aportaciones, con productos de uso general.
Pero, aún a
pesar de su presencia discreta en las actividades “político-culturales”,
persistía un rencor latente a su figura, en tanto que persona independiente,
marcada por la condición de “ex”, y portador de unas cualidades que le
conferían un papel interlocutor entre presos de distintas organizaciones. El
factor más singular de la vida de Arturo en este encierro, fue que rompió la
pauta sagrada del apartheid con los presos comunes. Cultivaba relaciones con
distintas personas, entre ellos varios chicos que estaban allí por tráfico de
drogas. Todos los días pasaba la frontera invisible, para conversar con
personas del otro lado.
Ahora voy a
contar un acontecimiento doloroso. Yo pertenecía al comité del partido en la
tercera galería. En este, se encontraban presentes algunos militantes con
cierto abolengo, muy diferentes a los de la organización universitaria, en lo
que se refiere a un sectarismo más acentuado. De esta forma, el caso Arturo Mora adquirió una
naturaleza nueva. La tensión latente se fue incrementando, hasta que llegó una
información confidencial que afirmaba que recibía una pequeña cantidad de
dinero para su uso personal, por medio de un preso común. Él era uno de los
mayores contribuyentes a la comuna, tanto en dinero como en comida, debido a la
experiencia de su madre, que conseguía aportaciones adicionales. Creo recordar
que su padre estuvo en la cárcel en los años de plomo debido a su posición
anarquista.
Esta
información desencadenó una tormenta, en tanto que catalizó el rencor latente, activando
el estigma político asociado a su persona. En distintas situaciones y
organizaciones me he encontrado con el problema de los chivatazos y los
chivatos. En un medio homogéneo y cerrado, una información confidencial convierte el imaginario del grupo
en un volcán activo. En los largos años de cárcel y clandestinidad se han
producido muchas situaciones así, que se resuelven mediante el cierre del
grupo, que activa sus defensas frente al identificado como enemigo interior.
En este caso
se decidió investigar esta información mediante su vigilancia en las horas
posteriores a las visitas. Se asignó la tarea a personas adecuadas por su bajo
perfil. No se pudo confirmar la información, pero la imaginación punitiva se
había desatado y se hacían interpretaciones desmesuradas con respecto a sus
relaciones con presos comunes. Se decidió convocar una asamblea de la comuna
para denunciarlo y proponer su expulsión. En el proceso de esta decisión,
tuvieron un papel primordial algunos dirigentes que habían participado en sus
anteriores condenas en procesos análogos. Pero, según pasaban los días, crecían
las dudas entre distintos miembros del comité, entre los que me encontraba.
Al final, la
asamblea fue convocada, pero, en las consultas previas con miembros de otros partidos,
el argumento no tuvo aceptación y suscitó rechazos. Al final se presentó en la
reunión, pero la acusación adoptó una forma de insinuación, al carecer de
pruebas avaladas. La reacción adversa fue muy considerable, sobre todo por
parte de algunos miembros relevantes de esta comunidad. Creo recordar, aunque
no estoy totalmente seguro, que personas del peso de Vicente Llamazares,
dirigente estatal de comisiones obreras, y Luciano Rincón, un escritor
independiente, colaborador de Ruedo Ibérico, se opusieron vivamente, de modo
que se diluyó la acusación.
Lo que sí
recuerdo nítidamente es el impacto que causó en Arturo. Su rostro lo acusó
manifiestamente. Así adquiría la condición del club de los doblemente vigilados
y perseguidos, así como víctima de la terrible enfermedad del sectarismo, cuya
culminación es la práctica de la caza de brujas. Tras salir de la cárcel no
volví a saber de él. Yo mismo tuve que vivir un episodio de ruptura con el PCE,
en el que el método de exclusión era el mismo, evidenciando la perfección de esa
máquina de excluir tan eficaz. En el artículo de Jesús Ortiz, se afirma que su
ruptura con la izquierda propició un giro hacia posiciones de centro. No me
extraña nada.
Arturo, te
expreso públicamente mi reconocimiento a tu figura y aportación. También mis
disculpas, pues participé en la decisión de vigilarte. Fuiste de lo mejor de
nuestra oscura generación. Tu prematura desaparición te ha liberado de la
visión de las trayectorias de muchos de aquellos que nos convocó y unió la
oposición a la dictadura autoritaria. No pocas de ellas han resultado
fatales, desde cualquier perspectiva desde la que se contemplen. Un fuerte abrazo
Reciba el testimonio de mi admiración por su honradez y sinceridad.
ResponderEliminarGracias. El silencio es la divisa de mi generación, tan bien retratada por Rafael Chirbes.
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