En mi
infancia proliferaron las películas protagonizadas por el Zorro. Este era un
personaje que pertenecía a las clases altas, y que se rebelaba contra el
decrépito orden establecido por un poder corrupto. El héroe asumía el protagonismo
absoluto, ocultando su identidad hasta el momento justo del combate final. Así se convertía en un libertador de un
pueblo pasivo que lo aclamaba tras su liberación. El relato del libertador
providencial, ha estado presente en las revoluciones del siglo XX. En todas
ellas ha comparecido un liderazgo absoluto, al que se ha atribuido el rescate
del pueblo atribulado por los males derivados del régimen derrocado.
La izquierda
política, desde sus comienzos en el siglo XIX, ha asumido modelos de liderazgo omnímodo,
con alguna rara excepción. El leninismo representó la apoteosis de esta forma
de dirección, en la que el partido devenía en divinidad, propiciando un proceso
de concentración de poder, primero en el comité central, y, posteriormente, en
el ínclito secretario general, al que se le conferían atribuciones equivalentes
a los papas de la Iglesia Católica. En estas condiciones, todas las
revoluciones, así como los partidos obreros de masas, degeneraron
inexorablemente, dando lugar a distintas formas de despotismo.
Los
hiperliderazgos políticos se reafirmaron en todos los partidos en la España
postfranquista, resultando de la generalización de los mismos, unas élites
políticas segregadas, que cristalizaron en lo que se denomina prosaicamente
como “clase política”. Estos procesos de concentración y uniformización de
actores políticos, se han reforzado con el desarrollo de la sociedad mediática.
La televisión se ha apropiado de la política y ha intensificado los liderazgos
partidarios. El advenimiento de la sociedad postmediática, con sus
constelaciones de sistemas y redes de comunicación en torno a la
televisión-sol, los ha acrecentado aún más.
La gran
reestructuración neoliberal en curso, propició, en los años negros de lo que se
denominó como “la crisis”, una reacción que se materializó en un incremento de
las movilizaciones. Pero esta reactivación de la intervención en la política,
no mejoró a los actores de la sociedad civil, a los dirigentes de las distintas
organizaciones, que se mantuvieron dentro de los límites establecidos por el
lúgubre bipartidismo, que se sobreponía a los mismos, configurándolos como
sujetos encuadrados de iniciativa limitada. Así se configuraba un espejismo,
definido por la contraposición entre la profusión de movilizaciones y la
miseria intelectiva de las élites en todos los niveles.
El 15 M fue
un acontecimiento que registró esta contradicción. Los participantes reclamaban
la acción directa sin intermediarios, generando métodos de deliberación y de
decisión que remitían a la pluralidad. El 15 M resaltó la heterogeneidad, en
contraposición con la terrible homogeneidad característica de la democracia
postfranquista, que funcionaba con la lógica de los bloques, la verticalidad y
el encuadramiento. Así se generó cierta esperanza en el incremento de la
inteligencia colectiva, que se propicia mediante ciertas metodologías que
favorecen el intercambio y la deliberación.
Tras la
disipación del 15 M compareció Podemos, que se presentó como heredero de este
acontecimiento. Desde su comienzo, generó la esperanza de materializar otra
política fundada en la multiplicación de iniciativas protagonizadas por
múltiples actores en todos los niveles. Los círculos y la prometedora
diversidad de su núcleo fundador, parecían anunciar un cambio. En los años
siguientes tuvieron lugar dos procesos simultáneos. De un lado, la conformación
de un hiperliderazgo tóxico, al estilo leninista convencional, protagonizado
por Pablo Iglesias, que depuró implacablemente el núcleo dirigente,
reduciéndolo a la homogeneidad propia de la democracia encuadrada. De otro
lado, tuvieron lugar múltiples experiencias municipales que se inscribían en la
estela del 15 M, aplicando métodos democráticos que favorecían la
heterogeneidad. La candidatura de Madrid
representó simbólicamente esta emergencia democrática.
Estas
experiencias municipalistas fueron derogadas inmediatamente después de su
constitución. La política local retornó a sus códigos convencionales. La figura
de Carmena representó el entierro de cualquier veleidad democrática, retornando
a los liderazgos integrales de los largos años del encuadramiento
postfranquista. La videopolítica favoreció determinantemente la solidificación
de estos hiperliderazgos, así como el desahucio de los pequeños actores. Así en
Barcelona y en todas las experiencias municipales. El retorno a la política de
concentración drástica de actores, representa elocuentemente el vaciamiento de
lo que se denominó “el cambio” en la referencia al 15 M. En el nuevo escenario
están solo aquellos necesarios para el formato televisivo, uno por familia
política, escoltado por sus inmediatos fieles y expertos.
La
democracia se encuentra en estado de ruina. Toda la trama de directivos de
organizaciones, tales como los rectores de universidades, los directivos de
organizaciones sanitarias, educativas y sociales, así como otros del mismo
rango, muestran su disciplinamiento letal que paraliza cualquier iniciativa. La
vida en las organizaciones públicas se encuentra limitada a la aplicación de
las directrices de las reformas neoliberales programadas por élites
transpolíticas y globales. En este ambiente sórdido de desinteligencia
acumulativa, se genera una esperanza piadosa
en que la gran política pueda resolver los problemas mediante la comparecencia
de un salvador.
Pero la gran
política resulta de un proceso en el que han sido eliminados cientos de cuadros
en los distintos partidos. Los funerales por los desplazados por el pesoe y
podemos alcanzan dimensiones insólitas. Que cada cual proceda a contarlos. Lo
mismo ocurre en la derecha. De esta selección darwinista integral resultan los
vencedores, que son los chicos y las chicas duras que han vencido a sus
opositores. Pedir acuerdos a los killers Iglesias y Sánchez parece una ironía
que se encuentra fuera de toda lógica. Ambos han eliminado implacablemente a
todos sus rivales y comparecen en la escena sin ocultar que se proponen
eliminarse mutuamente. Escuchar las consideraciones y las charlas de los
analistas mediáticos, produce una sensación de que han perdido el juicio.
De este
modo, una sociedad fragmentada, domesticada, acobardada, sometida a las grandes
fuerzas que deciden efectivamente, que renuncia a cualquier atisbo de
autonomía, sanciona a los medios como única instancia responsable de una
salida, en ausencia del mundo de la inteligencia y de la cultura. Las radios y
las televisiones inventan un relato que favorece a sus intereses. Este es el de
la aparición de un héroe que gane las elecciones y pilote la transición a la
gloria. La inconsistencia de este argumento es patente.
En estas
coordenadas se puede interpretar la emergencia de Errejón como depositario de
las esencias de un nuevo Zorro. Muchos de los desahuciados por la máquina de
excluir Iglesias/Montero se concitan en torno a él en la creencia de que nos
conducirá a la tierra prometida. Así se genera un estado de expectación
desmesurado, que es un revival de los del comienzo de Podemos. Pero esta vez se
produce en forma de comedia, en tanto que sus ejecutores son los mismos que
terminaron contundentemente con el pluralismo de las candidaturas del cambio.
Esta nueva formación es denominada como “el partido de Íñigo”.
El
espectáculo de su puesta de largo fue sumamente elocuente. En una gran sala
desciende unas escaleras escoltado por sus fieles, que practican admirablemente
el arte de ayudarse con los codos para posicionarse cerca del nuevo libertador.
El público aplaude y lo jalea en la esperanza de que triunfe en las lides
electorales. El argumento esgrimido hasta aquí, acerca de la debilidad de las
organizaciones, se hace patente en Equo. Sus miembros se posicionan sin rubor
según sus intereses, sumándose así al espectáculo de la izquierda. Miles culos
compitiendo por aposentarse en asientos confortables avalados por el cambio.
En 2017
escribí el texto de "Íñigo Errejón y el arte de la jardinería"en este blog.
Desde la situación actual se refuerza el argumento de su debilidad proverbial,
ahora acentuada como fragmento del movimiento político inicial de Podemos, que
se desactiva en una sociedad desmovilizada, regida por élites intermedias
mediocres y serviles, y rigurosamente mediatizada. No importa tanto el número
de sufragios obtenidos, sino la solidez del proyecto y la calidad de sus
apoyos. Lo mínimo que se puede decir de los mismos es que son menguados.
En estas
condiciones, Errejón es constituido en el relato mediático de la actualidad
política, como un nuevo aspirante a Zorro. Su punto fuerte es que parece menos cruel que Pedro y Pablo. Una parte del pueblo audiovisual,
que se encuentra en estado de orfandad, puede depositar su confianza en él.
También muchos de los múltiples náufragos que flotan tras el hundimiento de
esta generación política post-15M, que
ha comparecido con las retóricas del nuevo anticapitalismo, que
enfatizan los afectos y lo compartido, pero que ha mostrado su naturaleza de
depredadores feroces en su selección interna. Los valores del feminismo,
ecologismo y del pacifismo, se invierten fatalmente para estos luchadores en
los cuadriláteros mediáticos y estatales.