En otros tiempos, las gentes se
convertían en sus propias víctimas al atribuir poderes médicos a sus
sacerdotes; hoy, se torturan atribuyendo poderes mágicos a sus médicos.
Enfrentados con personas dotadas de poderes tan sobrehumanos…los hombres y las
mujeres tienden a someterse a ellos, con esa fe ciega cuya inexorable
consecuencia es la de convertirse ellos mismos en esclavos y convertir a sus
<<protectores>> en tiranos.
En la Edad media, la vida y el
lenguaje de las personas estaban impregnadas de la imaginería de Dios y
limitados por la ideología cristiana; hoy, están impregnados de la imaginería
de la ciencia y limitados por la ideología médica.
Thomas
Szasz. La Teología de la Medicina.
Este libro
de Szasz fue publicado en 1977. En este tiempo, la institución medicina se
constituye mediante una sólida alianza con el Estado. De esta resulta el Estado
Terapéutico, que representa un poder instituido que sobrepone a las personas,
que reemplaza a la religión. La asistencia médica, en los años de expansión de
su arsenal diagnóstico-terapéutico, se instala en el imaginario colectivo de
las sociedades industriales maduras. Las ideologías médicas alcanzan su cénit
en este tiempo, convirtiendo sus prescripciones en una obligación social. Estos
credos médico-estatales, presentan analogías con las viejas religiones y con
las prácticas religiosas propias de las sociedades anteriores.
Desde los
años ochenta, convergen dos grandes mutaciones sociales que remodelan la
asistencia médica. Por un lado, las sucesivas rupturas tecnológicas que
representan un salto en el potencial diagnóstico-terapéutico del complejo
médico-industrial. Por otro, se quiebra la relación entre el estado y el
mercado prevaleciente en las sociedades industriales. El equilibrio se rompe a
favor del mercado, que experimenta una expansión formidable. Así, la asistencia
médica es drásticamente reestructurada y remodelada. La industria biomédica
multiplica sus capacidades y toma decididamente
el relevo en la dirección del complejo médico-industrial.
La salud se
convierte así en un vector económico de una importancia creciente para un nuevo
sistema industrial que se sustenta en el principio de un crecimiento
permanente, que termina siendo manifiestamente compulsivo y desbocado. La
asistencia médica se adapta a esta situación mediante la asunción tácita del
valor económico que representa en el conjunto de un sistema económico
integrado. Tanto los profesionales como los pacientes son estimulados por las
nuevas instituciones que se instalan en su medio, principalmente la
institución-gestión, que representa el enlace entre el sector de la salud y el
conjunto del sistema productivo.
Así, la
asistencia médica es remodelada por las nuevas instituciones, que importan nuevos
saberes, métodos, culturas, sentidos y prácticas, que tienen su origen en otros
sectores industriales. Escoltando a la gestión, comparecen con un vigor
inusitado el marketing, la publicidad, las instituciones de la psicologización,
los métodos de lo que se denomina como recursos humanos, así como otros saberes
y métodos mercadológicos. Todo el nuevo repertorio se instala en nombre del
imperio de la novedad, que rige en todo el sistema de producción y consumo de
las nuevas sociedades postindustriales, postfordistas y postmodernas.
El
advenimiento fulgurante de lo mercadológico, no modifica sustancialmente el
sustrato ideológico de las religiones civiles preponderantes en el antiguo
Estado Terapéutico enunciado por Szasz. Por el contrario, revitaliza los
supuestos, los sentidos y las prácticas subyacentes en la asistencia médica. El
progreso en el tratamiento de algunas enfermedades y dolencias, junto a la prodigiosa
expansión de la comunicación, que en el nuevo sistema se fusiona con la
producción, determina la generación de un áurea asociada a la intervención
médica, que termina configurando una renovada y vigorosa teología de la
medicina.
El resultado
de esta emergencia, es que, tanto los medicamentos como las cirugías y otros
tratamientos médicos, adquieren la condición totémica. Los pacientes,
reconvertidos en feligreses sustentados en una fe encomiable, generan unas
expectativas con respecto a los productos del complejo médico-industrial, que
desembocan en la constitución de un imaginario que asigna un valor a la asistencia
médica que se inscribe en lo sobrenatural. Así se constituye una asistencia que
se acompaña de un halo mágico. En este sentido, se puede hablar en rigor, tal y
como indica el título de este texto, de un verdadero animismo
médico-farmacéutico, imperante en tan avanzadas sociedades.
Los
tratamientos, las grageas y otros productos, son simbolizados en términos
equivalentes a la magia. En las representaciones de los profesionales, pero,
principalmente de los pacientes, adquieren una condición equivalente a las
marcas, en tanto que se encuentran dotadas de un valor simbólico que desborda
al valor pragmático derivado de su propio uso. El paracetamol o el ibuprofeno,
entre otros, adquieren la condición de verdaderos amuletos, reliquias o iconos.
En los discursos cotidianos se les atribuye un valor mágico que emana de su
interior. De este modo se constituyen en símbolos de la cultura canonizada. En
coherencia con esta divinización, se instalan en la vida cotidiana.
Recientemente, se está expandiendo la costumbre de regalar a los invitados de
las bodas, un pack de productos farmacéuticos para facilitar la recuperación de
la resaca y favorecer la atormentada digestión.
Los medios
de comunicación construyen narrativas acerca de la milagrería terapéutica. El
código de estos discursos remite inequívocamente a lo mágico. Los médicos son
investidos de un áurea sobrenatural que sobrevalora sus verdaderas capacidades.
No es de extrañar que se multipliquen las agresiones cuando no se resuelven los
problemas que se suscitan en la asistencia. Se atribuye un valor mítico a todo
lo nuevo. Así se constituye un horizonte de espera para que comparezcan las
soluciones mágicas encarnadas en nuevos productos y tratamientos. El tiempo que
rige en este sistema religioso de significación es inmediato. Los milagros
tienen que producirse continuamente para realimentar las expectativas de los
feligreses.
Las altas
expectativas de progreso incesante e inmediato, termina por generar un clima de
ilusión que deviene en tensiones y malestares, que son inevitables en esta
situación en la que predomina lo sacro. El efecto más pernicioso de esta
religiosidad médico-mercadológica, radica en la creación de un nuevo arquetipo
de enfermo, el paciente-luchador. En una situación en la que se espera el
advenimiento inminente de soluciones a las enfermedades, se transfiere al
paciente la responsabilidad de facto. Se solicita su activación mística para
compensar los efectos de su enfermedad, asignándole un papel determinante en su
curación. El mercado del cáncer ilustra los efectos devastadores del paradigma del
enfermo luchador. Se supone que aquellos que sobreviven se encuentran dotados
de una fe primorosa.
Tal y como
sucede en las viejas religiones, el devoto tiene que acreditar una fuerza
interna para salvarse. La responsabilidad de su recuperación es intransferible.
Así, aquellos que sobreviven durante un tiempo a las enfermedades fatales, son
considerados como héroes provisionales. Se hace patente el precepto de que “la
fe mueve montañas”. Los profesionales adquieren de esta forma el papel de
verdaderos hechiceros, que estimulan a los pacientes a cultivar su fuerza
interna fundada en la esperanza. Las enfermedades constituyen pequeñas
comunidades de pacientes, que se asemejan a las comunidades religiosas
protestantes, que se estimulan mediante músicas, discursos, así como otros
medios que generan situaciones de éxtasis. Me impresiona mucho la exportación
de estos métodos a la mismísima salud comunitaria. He podido observar los
métodos imperantes en grupos congregados para distintas actividades destinadas
al incremento de la salud, basados en la animación eufórica.
Este
misticismo religioso presenta coherencias con las nuevas corrientes
prevalecientes en el management y otras disciplinas mercadológicas, así como en
el dispositivo psi. Se trata de estimular la euforia, el éxtasis, las emociones
colectivas, las ensoñaciones y la exaltación de los sentidos. Las últimas
versiones de estos saberes-métodos mercadológicos, remiten a lo místico, y, en
algún caso, a lo esotérico mismo. En este sentido, se puede afirmar que en el
tiempo nuevo no declina lo sagrado, sino que, por el contrario, renueva sus
formas. La nueva religión médico-mercadológica es más activa que la que
prevalecía en la sociedad industrial que Szasz analizó. Se puede formular la
analogía entre aquella que representaba al catolicismo, más pasivo y dirigido
por la cúpula episcopal y sacerdotal. Ahora, se configura un modelo protestante
de activismo descentralizado y protagonismo de los pacientes-luchadores
congregados en grupos y pequeñas comunidades activas. En este nuevo modelo, la
excitación mística y la activación de la fe, adquieren un protagonismo
incuestionable.
En este
mundo de ensoñaciones terapéuticas, se incuba una tensión singular que afecta a
algunos de los profesionales de la atención primaria. Su posición de encuentro
continuado con los pacientes les hace vivir las limitaciones de la nueva
milagrería médico-farmacológica. Así se constituye un escepticismo fundamentado
en su mismo ejercicio profesional, así como un gradiente de agnosticismos. En
mis años de profe en el campo de la salud, recuerdo que, en el final de los
cursos, tras varias semanas de reclusión académica involucrada con la
emergencia mercadológica y sus misterios, decían que “ahora regreso a mi centro
para encontrarme con la realidad”. Querían decir que su realidad no era la
constituida en torno a las fantasías de la asistencia médica en la sociedad del
crecimiento. Después de unas semanas en contacto con las revelaciones médicas,
retornaban a una tierra en la que escasean los héroes.
Por eso, al
escribir este texto, no sé la razón por la que me he acordado de Javier Segura,
un ateo de acreditado largo recorrido, sostenido y sostenible, del sistema sanitario fundado en milagrerías
y santerías terapéuticas. La
privatización acumulativa experimentada en el presente, se funda en la fe
encomiable y sostenible de los pacientes- feligreses de esta extraña iglesia
resultante de la fusión entre la medicina y el mercado infinito.