Paréceme que un enfermo es más
irreflexivo cuando tiene médico que cuando se cuida por sí mismo de su salud.
En el primer caso le basta con observar estrictamente todas las recetas; en el
segundo caso nos fijamos con más conciencia en lo que constituye la meta de
todas las recetas, a saber, nuestra salud, observamos más cosas, nos ordenamos.
Y prohibimos muchas más cosas que siguiendo las indicaciones del médico. Todas
las reglas tienen este efecto: distraer del fin que está tras la regla y
volvemos más irreflexivos. Y cómo habría aumentado la irreflexión de la
humanidad, hasta llegar a ser algo indomable y destructivo, si alguna vez,
considerando a Dios como médico, hubiese dejado en manos de él, con completa
honestidad, todas las cosas, según la fórmula que dice: "¡Como Dios
quiera! ".
Friedrich Nietzsche
Estas sabias
palabras de Nietzche fueron escritas en el siglo XIX, en un contexto muy
diferente al del presente. Pero estas representan una certeza incuestionable:
La institución-medicina siempre ha implicado una relación mediante la cual el
paciente delega en el médico la decisión acerca de la definición y resolución
del problema que suscita el encuentro. De este modo, cede su cuerpo para que este sea manipulado por el terapeuta,
transfiriendo toda la responsabilidad a este. El estatuto del enfermo implica
la aceptación de la prescripción del profesional, acompañada de una pasividad
que disuelve toda iniciativa propia. El paciente deviene en un modelo de obediencia
a la autoridad profesional, que implica, en parte, la denegación de sí mismo.
Sobre esta
relación se asienta una institución inequívocamente autoritaria. La medicina ha
sido el modelo ideal de institución disciplinaria. El orden médico implica la
obediencia a los mandatos de los galenos. Illich, define certeramente a las
profesiones mediante el término “inhabilitantes”. La relación se establece
mediante una demanda inicial, tras la cual, el profesional inhabilita de facto al
demandante mediante la definición del problema y su respuesta desde sus propias
coordenadas expertas. El profano ya no participa en las actuaciones que se
derivan de las decisiones médicas, asumiendo el papel de la colaboración
pasiva.
Desde los
años sesenta del pasado siglo, se viene produciendo una profunda transformación
de las vetustas sociedades disciplinarias. Este proceso se funda en múltiples
factores y tiene varias dimensiones. Pero un hecho fundamental radica en el intenso
desarrollo científico-tecnológico, que tiene como consecuencia la
multiplicación de las capacidades de todo el sistema productivo. El efecto de
este proceso es la sobreproducción permanente. El sistema produce una enorme
cantidad de productos y servicios dirigidos a públicos heterogéneos, que se
renuevan incesantemente en plazos temporales cada vez más breves. Vender este
formidable repertorio de productos materiales e inmateriales constituye una
cuestión crucial para las economías postfordistas.
Así, el
mercado despliega un inventario formidable de saberes, métodos, estrategias y
herramientas, para cumplir con la finalidad de movilizar a los compradores. El
comprador pasa a ser el héroe de la nueva época. El mercado y sus dispositivos
organizacionales no lo pueden dejar solo. Es preciso estimularlo, acompañarlo,
conquistarlo y supervisarlo. En mis clases de sociología afirmaba que el gran
acontecimiento del cambio de época es la eliminación del vendedor y la venta
cara a cara. Ahora el comprador, bien acude solo a los lugares donde se
encuentran los objetos y los servicios, o estos se hacen presentes en todos los
rincones de su cotidianeidad. La persuasión y seducción han trascendido al acto
de la compra, para instalarse en la totalidad de la vida del comprador. Los
medios de comunicación e internet desarrollan una imponente colonización de la
vida. El sistema se puede definir como consumo 24x24 horas.
Desde esta
perspectiva, se pueden comprender las nuevas sociedades postdisciplinarias.
Estas se fundan sobre la premisa de que no se puede imponer la compra a una
persona. Esta solo puede garantizarse mediante el establecimiento de una
relación dialógica en la que los ofertantes adquieran la capacidad de
materializar su influencia en una relación abierta. Así, el comprador es
rehabilitado en todos los discursos. Bajo la máscara de la participación, se
esconde un formidable proceso de acoso integral con distintas formas, algunas
de ellas amigables .Cada uno tiene
que cumplir con la finalidad de sostener un sistema desbocado que produce
ininterrumpidamente bienes materiales e inmateriales. Así se construye un poder
mucho más productivo en cuanto a sus efectos sobre las personas.
El sistema
de movilización total de los consumidores-compradores deviene hegemónico y se
transfiere a todas las esferas sociales. También a la asistencia médica. Así,
el paciente, un ser social proverbialmente pasivo y dependiente, pasa a ser
considerado como un sujeto activo que debe buscar soluciones en la multiplicada
oferta sanitaria. Dice Illich que un acto esencial de la dominación de las
profesiones, radica en la determinación de las necesidades. Ahora las
necesidades se encuentran siempre en expansión, siendo fijadas por la oferta.
El torrente terapéutico desborda las patologías convencionales para irrumpir en
la totalidad del cuerpo y de la vida. La salud ya no es ausencia de enfermedad,
sino la maximización del bienestar personal. La prevención otorga la licencia
para multiplicar exponencialmente la asistencia sanitaria, generando un mercado
que no tiene techo.
El paciente
es un ser social modelado por las distintas instituciones. En este tiempo es un
héroe del mercado, un comprador permanente atento a las señales de los
dispositivos de la oferta para definir nuevas necesidades, emprendiendo sucesivas
secuencias de adquisición de bienes corporales o inmateriales. De este modo
contribuye al crecimiento sin fin de la economía. Así trasciende su rol pasivo
parsoniano, mediante su fusión con el sistema de necesidades continuamente
renovado y expandido por los expertos. Tiene la obligación de estar atento a
las señales que emite el mercado acerca de las novedades. Debe acudir al médico
en busca de renovados tratamientos y visitas al mercado de expertos y
soluciones.
Ciertamente,
siguen existiendo numerosos contingentes de pacientes parsonianos
convencionales, convocados a las consultas para el tratamiento de sus
enfermedades tangibles. Pero, en términos de proceso, se registra la presencia
creciente de los nuevos pacientes activos y esculpidos por el modelo de los
compradores. Así se redefine gradualmente la demanda sanitaria y los papeles de
los agentes que la conforman. De esta
forma se configura la coexistencia de distintas finalidades. Sigue vigente el
sentido convencional de atención a las enfermedades, pero, junto a este, emerge
el vendaval preventivo y de los mercados asociados, que se integran con los de
la remodelación del cuerpo y la consecución de un estándar alto de bienestar,
así como la conjuración del riesgo. En este complejo de mercados, no se puede
ocultar el imparable ascenso de la constelación psi.
Los médicos
van adquiriendo un nuevo papel, el de intermediarios entre el torrente
terapéutico y los pacientes. Ellos son quienes confirman los indicios que plantean
los pacientes y les inducen a viajar por el laberinto de especialistas
portadores de las nuevas soluciones. El sobredimensionamiento de los criterios
diagnósticos desempeña un papel primordial para iniciar un itinerario por las
vías de varios mercados superpuestos. Los medios de comunicación desarrollan
informaciones que presentan coherencias con la nueva finalidad de multiplicar
las actividades dotadas de un valor económico muy cuantioso. Las redes sociales
actúan como catalizadoras, en tanto que recogen los testimonios de
pacientes-viajeros por el laberinto asistencial, en primera persona.
Me gusta
explorar este mundo prosaico y hacer excursiones por este laberinto terapéutico.
Mi reciente revisión oftalmológica la he realizado en un afamado hospital,
beneficiario de este proceso. Así he podido vivir, en primera persona, la nueva
jerarquización de los enfermos, según los tratamientos de distintas dolencias
clasificados por su valor económico. Un diabético, candidato a una retinopatía,
es subordinado al tratamiento prioritario de aquellos que quieren eliminar su
miopía, u otras dolencias que implican soluciones quirúrgicas y una carrera
terapéutica del enfermo. La sala de espera fue un luminoso espejo del avance de
este proceso de redefinición de finalidades en la asistencia médica.
El argumento
seguido hasta aquí conduce a la analogía entre distintas esferas de servicios.
Por eso me gusta enunciar el postulado de la turistificación de los pacientes. El
turismo es un mercado de consumo inmaterial formidable. Se funda sobre la
constitución de un arquetipo personal: el turista. Este es un ser social que
repite incesantemente viajes fugaces, en los que sus prácticas y condiciones
son altamente cuestionables en muchos casos. El turista es capturado por el dispositivo
de la oferta mediante una ensoñación. Le venden una experiencia imaginaria, que
en muchas ocasiones no se verifica. El producto es tan intangible que la
captura del cliente implica la presencia, en algún grado, de la inevitable
sugestión.
De la misma
manera ocurre en el sector sanitario. El torrente terapéutico incesante, sus
voceros y sus escenificaciones, ocultan su verdadera naturaleza. Muchos
tratamientos, bien son innecesarios e ineficaces, bien son portadores de daños
para los tratados. Se trata de una oferta que se funda en una ensoñación. Sus
clientes pueden ser perjudicados severamente por los productos y tratamientos
presentados en términos de milagrería. El paciente capturado pretende maximizar
su salud mediante acciones que le aproximan al universo de la magia. En muchos
casos, se trata de viajes imposibles, no recomendables desde la perspectiva del
raciocinio. En mis paseos por las consultas dermatológicas, he visto
situaciones insólitas y personas verdaderamente hipnotizadas por rituales
oficiados por hechiceros uniformados de blanco y verde.
En este
proceso fatal de redefinición de la oferta sanitaria y estimulación de una
demanda que tiene componentes de ficción, la atención primaria, entendida como
una estructura orientada a la mejora de la salud, es desplazada
incrementalmente. Adquiere la condición, muchas veces injustificada, de
sospechosa de no colaborar con el rol de agencia de viajes terapéuticos por el
laberinto de actividades médicas de alto valor añadido. Su papel queda restringido
a atender a portadores de diagnósticos avalados, especialmente al subcontinente
de la cronicidad. El acto de mayor profesionalidad de un médico generalista es
el de derivar solo en casos extraordinarios.
El proceso
de privatización del sistema de salud se funda sobre el postulado de la
turistificación de los pacientes. Se trata de hacerlos viajar, de animar a sus
derivas en busca de soluciones por el dispositivo asistencial que se referencia
en el poder simbólico de lo nuevo y de la magia. Así se conforma otra gran
ensoñación en las sociedades del presente. En este contexto se puede comprender
la afirmación de Juan Gérvas de que la medicina está penalizando severamente a
los ricos en los Estados Unidos.
Vuelvo a las
palabras iniciales de Nietzche. Ir al médico hoy es un acto económico, que
implica la predisposición a poner tu cuerpo a disposición del torrente
terapéutico, que desempeña un papel primordial en la economía. También un acto
social, en tanto que significa la adhesión activa a las representaciones de la
época. En lo que se refiere a la salud, representa ya una jugada propia del
universo de las apuestas múltiples. Puedes ser beneficiario, o perjudicado en
distintos grados. Ser reflexivo hoy, implica tener la capacidad de ser autónomo
con respecto a la infosfera, que está contaminada por las conminaciones de los
agentes de los mercados turísticos, médicos u otros.
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