El Real
Madrid es una institución central en la sociedad española, más allá del fútbol
mismo. Las significaciones de sus éxitos deportivos se enraízan en el
imaginario colectivo. Este club
representa la paradoja de asumir de facto la identidad de su rival histórico, el
Barça, que se reivindica como “más que un club”. Esta aseveración es importada
en su integridad por el club merengue, configurando una extraña pareja que
instala en el imaginario deportivo su competición eterna. Sus logros deportivos
son interpretados como los símbolos de la nación. Estos constituyen una leyenda
que se recrea con cada victoria. Además, significa un vínculo fuerte entre
tiempos históricos: La apoteosis en blanco y negro de las copas de Europa en el
franquismo, y el frenesí en las últimas ediciones de la Champions en las
pantallas múltiples de la sociedad postmediática.
De esta
preponderancia simbólica-nacional resulta su dominio en el fútbol español. Los
demás rivales solo pueden vencerle ocasionalmente, en tanto que se encuentran
subordinados imaginariamente al mismo, en
tanto que representante de la partitura de las esencias patrias. De esta
hegemonía resulta un conjunto de ventajas estructurales sobre sus rivales, que
se ubican en todas las esferas: las instituciones deportivas; las instancias
arbitrales; el poder político y judicial; pero, sobre todo, en los medios de
comunicación, que construyen la narrativa de su superioridad, con independencia
de los resultados que obtenga. El Madrid se encuentra “por encima” de la
realidad deportiva. Detenta el estatuto de lo intrínsecamente español, más allá
de su ciudad de referencia.
Soy un
futbolero acreditado. Jugué de joven y me gusta mucho el buen fútbol. He discutido
en numerosas ocasiones con gentes que piensan que este se practica con los
pies. Admiro las cabezas capaces de imaginar jugadas en un tiempo fulgurante.
Entre mis favoritos resalta el admirado Xavi Hernández. Sus pases largos eran
prodigiosos, en términos de inteligencia, para abrir el espacio realizando
combinaciones asombrosas. Era capaz de desactivar cualquier sistema defensivo
rompiendo las líneas con un pase inesperado.
En los
términos que lo estoy planteando, parece inevitable mi disidencia futbolística.
Desde muy jovencito soy culé convicto y confeso. Mi adscripción al Barça fue
inevitable, y en ella pesan, obviamente, las razones
extrafutbolísticas. Mi rechazo a las ventajas ostentosas del Madrid fue
creciendo con el paso de los años. Esta experiencia me ha llevado a comprender
las implicaciones extradeportivas del club merengue. En mi intimidad lo defino
como la última forma póstuma del Movimiento Nacional, que tanto me castigó en
mis tiempos adolescentes. Ser del Barça implica una forma de oposición al
relato imaginario de la España tradicional. En los largos años del
postfranquismo, en los que imperaba el consenso, una fórmula que neutralizaba
eficazmente cualquier discurso crítico, el fútbol fue la única forma de
expresar mi disconformidad con la situación. Así se construía un juego
semántico extraño cargado de sutilezas. A los amigos que eran progresistas y
del Madrid, siempre les reprochaba esta contradicción palpable.
En los
largos años de dominación deportiva del Real, tuvimos que sobrellevar las
ventajas permanentes que se derivaban de su preponderancia política y simbólica
y su condición imaginaria central. Pero, desde la llegada de Cruyff como
entrenador, la situación deportiva se ha ido invirtiendo. En los últimos veinte
años, el Barça domina incuestionablemente en lo deportivo. Las cifras son
elocuentes. Desde la emergencia de la generación de Messi la superioridad es
manifiesta. En los últimos diez años la relación de títulos entre ambos es de
más del doble a favor del Barça. Pero, además, los culés han protagonizado una
revolución futbolística que ha modificado los sistemas de juego, y que ha
tenido un impacto global. Se han constituido en una leyenda futbolística.
Desde estas
coordenadas pueden leerse las contundentes victorias de los culés en los
clásicos de los últimos años. Los 2-6, o 5-0 y similares, han sido vividos como
un resarcimiento de las penurias de los largos años grises, en los que
prevalecía el poder blanco. Cada derrota rotunda constituye un acontecimiento
en el que, por debajo de las celebraciones deportivas, se festeja la
humillación a un poderoso venido a menos. En los rituales festivos se asoman
elementos de crítica que trascienden lo futbolístico. Me gusta decir, cuando
estoy gracioso, que cada paliza futbolística al Madrid genera una parodia que
contiene algunos elementos de la revolución francesa, que nunca se realizó en
el país imaginario España. Se trata de conmemorar la caída provisional de un
poderoso arbitrario situado por encima de los demás. En este sentido, el Real
Madrid es una entidad que se asemeja a la monarquía, la aristocracia, y otras
formas de dominio permanente establecido.
El declive
de la hegemonía del Real Madrid tiene una respuesta peculiar desde la dirección
del club. En tanto que los denodados y furiosos intentos de recuperarse en o
deportivo apenas son perceptibles, se privilegia la actuación sobre el sistema
mediático, de modo que se fabrique un relato que atenúe la decadencia. Así, un
conjunto de medios y programas deportivos, reinterpretan los resultados, de
modo que minimicen los éxitos culés y ensalcen los merengues. De esta forma, la
prensa deportiva, bajo la batuta de Florentino Pérez, construye una narrativa
que constituye una obra de arte fantasiosa, en la que el guion devalúa los
títulos nacionales acaparados por el Barça; exalta la Champions, único título
conseguido en las últimas ediciones; sobrevalora los títulos individuales a
jugadores, que se dirimen por votación de los periodistas; y desestiman los
títulos individuales obtenidos por indicadores objetivos, tal y como es la Bota
de Oro, el Pichichi o el portero menos goleado.
De este modo
se conjura el fantasma del declive mediante una manipulación mediática que
alcanza cotas inimaginables. Así se construye una competición entre Messi y
Christiano Ronaldo, en la que este es manifiestamente favorecido por los
votantes, que pertenecen a la prensa deportiva. En la última edición, siendo
Messi Bota de Oro europea y ganador de Liga y Copa, fue desplazado por Modric,
que ganó el trofeo respaldado por los votos de los fantasiosos informadores. En
este caso, se puede confirmar la validez de la frase de que “todas las
comparaciones son odiosas”. Esta contienda entre figuras oculta la verdad de
que el ciclo ascendente del Barça no ha concluido, tal y como anuncian cada vez
que pierde un partido.
La
manipulación mediática se encuentra en su edad de oro. Los periodistas
sobrecogedores actúan a la inversa de los científicos. Se toman la libertad
total de seleccionar arbitrariamente los hechos y los indicadores para cada
ocasión. Así, el foco se pone sobre Messi, afirmando que no ha ganado con
Argentina el mundial. Este es el criterio válido que se sobrepone a sus 33
títulos conseguidos con el Barça. Recuerdo que hace dos temporadas, el Barça
ganó la Liga perdiendo solo el partido final, cuando ya eran campeones. Esta
proeza pasó desapercibida a los comentaristas, así como el papel de Messi,
sublime jornada tras jornada, siendo Pichichi y Bota de Oro europeo con una ventaja escandalosa. Pero cuando fue derrotado por la Roma
estrepitosamente, se conjuró sobre él una crítica demoledora, atribuyéndole la
responsabilidad del desastre. Recuerdo el comentario de Carreño, de la cadena
SER, que decía que la temporada para Messi había sido desastrosa. Esta historia
se ha repetido la última edición, en esta ocasión frente al Liverpool, con el
inefable Carreño haciendo el mismo comentario.
El fútbol es
una actividad en la que el azar desempeña un papel incuestionable. Así, la
división mediática del Madrid actúa en espera de que la suerte pueda favorecer
la monumental obra de inversión de la realidad que escenifican permanentemente.
Este juego propicia la explosión de sentimientos y emociones colectivas de las
hinchadas. Estas representan a un público incondicional, que se adhiere al club
de forma incondicional. De estas actividades resulta la construcción de héroes
de quita y pon y la producción de idolatrías. Estos procesos terminan activando
unos niveles de infantilización clamorosos. Ser aficionado representa un
momento de regresión infantil que se renueva en cada episodio. Los resultados
crean estados de euforia o depresión, tras los que se regresa a la vida
cotidiana recuperando los atributos de un adulto. En esta cuestión hablo en
primera persona.
Por eso no
es casual que en el fútbol se ensayen métodos y formas de control que se
exportan a la política y otras esferas. Las campañas electorales son el espejo
de la futbolización. La sociedad postmediática, representada en una combinación
de las televisiones y las redes, mediante la multiplicación de las pantallas,
supone la plenitud del fútbol. Millones de hinchas intercambian
mensajes-alaridos creando estados de movilización de emociones que pueden
llegar al delirio. Sergio Ramos tiene 16,3 millones de seguidores en twitter.
No me ha interesado saber cuántos en Instagran. El Real Madrid 32,7 millones de
seguidores y el ínclito Pedrerol casi un millón.
Estas
condiciones hacen factible la manipulación mediática de la realidad. La
desaparición del declive del Madrid puede invertirse mediante una metamorfosis
programada. Cuando algún gol sublime de Messi tiene lugar, las teles recuperan
las imágenes de otros goles de héroes blancos del pasado, para pasarlos
repetidas veces solicitando una votación acerca de cuál es mejor. Para explicar
elocuentemente lo que es la postmodernidad, he recurrido en varias ocasiones al
fútbol. La masa infantilizada es estimulada por las golosinas audiovisuales de
sucesivos goles e imágenes de jugadas brillantes de copiar y pegar. Así, cuando
acude a un estadio tiende a defraudarse por el tiempo que se tarda en incubar
una jugada o gol real, que después es convertido en un spot que se visualiza
millones de veces en Youtube y otros canales.
Mi
pronóstico es que, en ausencia de transformaciones tangibles en lo económico,
social y cultural, que nos liberen del dominio de la simbiosis entre las élites
nacionales y las globales, tendré que retornar por un momento a la infancia
cada domingo, para esperar a una derrota del Real que me restituya
imaginariamente a la vivencia gozosa de la afrenta a un poderoso. La mañana del
lunes significa el regreso a la realidad, en la que me encuentro sitiado por
los medios que tratan de reparar la imagen del poderoso, reforzando el mensaje
de que “al reino de los cielos irán los de siempre”.
La mirada del añorado Forges sobre un hincha del Madrid el día después de una derrota contundente
No te añado ni una coma, no puedo estar mas de acuerdo contigo y eso que yo soy aficionado tardío al fútbol y culé desde hace solo 2 décadas de las casi 7 que ya disfruto. Mi padre no era futbolero mis amigos tampoco y tardé en coger la afición,quizás Vázquez Montalbán me empezó a engatusar con anterioridad, pero en fin nunca es tarde si la dicha llega, Un abrazo Juan.
ResponderEliminarCamarada Daniel esta vez tengo que reprocharte que el rival del Madrid durante muchos años fue el Atleti de Ufarte Luis Garate Adelardo y Collar no el Barsa.Colchonero confeso te pido como en los tiempos de la celula una autocritica por tu desviacionismo cule......
ResponderEliminar