El proverbio
de los borregos de Panurgo me ha perseguido durante toda mi vida. El origen de
esta máxima se encuentra en el Cuarto libro de Pantagruel, escrito por
Françoise Rabelais en 1552. Cuenta que, en un viaje por mar, uno de sus
personajes, Pantagruel, discute con un comerciante llamado Panurgo. Este lleva
a cabo una venganza comprando uno de los carneros y empujándolo al mar.
Inmediatamente, sus compañeros lo siguen arrojándose al agua. Este pasaje ha
devenido en una leyenda perenne. En las ciencias sociales se denomina como “efecto
Panurgo” al comportamiento humano de acomodarse a la mayoría. Cada cual tiende
a posicionarse en torno a aquello que domina. La imitación adquiere una forma
de epidemia colectiva que se reproduce continuamente.
El efecto
Panurgo se instala en la totalidad de la vida, de modo que cada cual se acomoda
a lo que impera en cada tiempo. Las sociedades de la época inmediatamente
anterior, llevan incorporado en su ADN el comportamiento disciplinario, que
implica la necesidad de encuadrarse en las formaciones sociales dominantes.
Pero, el sistema que emerge en el presente, se define a sí mismo, en sus
distintas versiones, como la era de “la personalización”. De esta afirmación,
se puede colegir que el efecto Panurgo parece encontrarse en franco declive, en
tanto que se convoca a la creatividad desde todas las instancias del mercado y
el estado.
Pero, por el contrario, este se encuentra en
un estado de salud inmejorable, sólidamente instalado en todas las esferas de
la vida social. Panurgo ha sobrevivido a todas las trasformaciones operadas.
Las encuestas son el emblema de este efecto de seguidismo. Cuando se publican
los resultados, se espera que muchas gentes se muevan en la dirección de
alinearse con el ganador. No, en realidad Panurgo se ha demostrado su
competencia de renovarse admirablemente. Ahora la vida consiste en ajustarse
continuamente a las novedades, que imponen una obediencia voluntaria
encomiable, y, además, implican un esfuerzo personal para adaptarse a las
mismas.
Las viejas
sociedades industriales comportaban sistemas sociales en los que, la
preponderancia de los sistemas sobre las personas eran incontrovertibles. Se
trataba de sociedades nucleadas en torno al taylorismo y el fordismo, que
representaban mucho más que sistemas sociotécnicos de producción. Esta
apoteosis taylorista, se acompañaba de ilustres compañeros de viaje: la
burocracia; la norma de consumo; la industrialización del ocio, y, la estrella
naciente de esta sociedad de masas, la televisión. La interacción de esos
factores tenía como resultado la conformación de un conjunto pétreo, en la que
las personas no tenían otra alternativa que encuadrarse, mediante la asunción
de las normas y pautas de comportamiento altamente automatizados. Estas
comportaban una tolerancia cero a la desviación en su estricto cumplimiento.
Estas
sociedades han sido definidas como democracias pluralistas en lo político. Pero,
en esta definición, existe una alta dosis de distorsión. Este pluralismo remite
a un sistema de categorías inflexibles en las que cada cual se encontraba
rígidamente encuadrado. La profesión, el estrato de consumo, el segmento de
audiencia, todos ellos determinaban una posición social que comportaba una
coerción a cada huésped, para que su comportamiento se ajustase estrictamente a
la regla imperante. Por eso siempre me ha parecido clarividente el término que
utiliza Gilles Lipovetski para sintetizarlas. Dice este autor que se trata de
órdenes democrático-disciplinarios,
para distinguirlos de la nueva época de la personalización.
Vivir en una
sociedad así implicaba múltiples constricciones. Estas instituciones
configuraban las subjetividades de modo más que eficaz. Siempre he utilizado el
término “encuadramiento” para definir los comportamientos de los sujetos en
esas formaciones sociales. En este orden, Panurgo queda instituido como
emperador. Cada cual puede pensar y actuar “dentro” de las reglas imperantes.
El código esencial de estas sociedades se sintetiza en la fórmula “reglas/disciplina/jerarquía”.
Así, la vida consiste en seguir las pautas establecidas por tan venerables
instituciones disciplinadoras. La educación, el trabajo, el ocio, la vida
personal, todo tiene lugar en el interior de los cauces instituidos.
Uno de los
mitos de estas sociedades, que la venerable disciplina de la sociología ha
contribuido a consolidar en el imaginario colectivo, es el de la naturaleza
creativa del ocio. Este es presentado, desde los años sesenta, en los que el
ascenso de la productividad industrial generó un tiempo de no trabajo que se
instala en la cotidianeidad, como un factor liberador de las personas,
proporcionando una compensación a los rigores de la uniformización del trabajo.
Pero, en muy pocos años, el ocio de masas deviene, para la gran mayoría, en un
tiempo explotado industrialmente por las industrias culturales asociadas a la
deidad televisión. Este, en la gran mayoría de los casos, no es un tiempo de
creatividad, sino, por el contrario, de imitación y repetición.
Panurgo alcanza la apoteosis en esta esfera
del ocio, en el que imperan comportamientos rigurosamente industrializados. El supuesto
tiempo libre termina por generar un vector de masificación fundada en
comportamientos automatizados, cuya intensidad es equivalente al del trabajo.
Las ataduras derivadas de la conquista por parte de la televisión, de espacios
y tiempos cuantiosos de la vida, adquieren una dimensión monumental. Cada uno
deviene en una entidad infinitesimal, cuyo valor estriba en componer audiencias
masivas que se hacen y deshacen incesantemente.
La nueva
sociedad emergente que conforma el presente, resulta de varios procesos
complementarios y antagónicos. De un lado, los años sesenta, desde la
contracultura y otros movimientos asociados, genera una mutación muy importante
en los modos de vida, que solo puede entenderse como una ruptura. De modo
simultáneo, emerge lo que ha sido denominado acertadamente como “capitalismo
desorganizado”. La convergencia entre ambos es explosiva. La nueva sociedad
implica la maximización de la paradoja. Reclama a cada persona la innovación y
creatividad permanente, en tanto que impone unas reglas que suponen un
seguidismo extremo.
Las grandes
estructuras asociadas al mercado infinito, generan un flujo de novedades en
todos los órdenes que se producen en una dimensión temporal vertiginosa. La
norma de consumo, con la declinación de las series y la irrupción de la gama,
emite señales continuas acerca de sus productos renovados. Cada cual tiene que
estar atento para responder a la perpetua renovación de los productos. Pero
también a las novedades respecto a las necesidades inmateriales, que conforman
el cuerpo, el sexo, la salud y el estilo de vida. Todos estos campos se
encuentran regidos por el principio de la novedad y la renovación.
La nueva
sociedad postmediática cierra el círculo. Se multiplican las televisiones
emisoras y se solidifican las redes sociales, que vehiculizan procesos de
influencia en torno a las novedades. Estas, ya no son anunciadas por los
productores, sino que son las categorías de clientes más involucrados las que
las glosan y difunden entre sus congéneres. Las novedades se acumulan y
transitan por una organización viva que intensifica los procesos de difusión,
creando cadenas de comunicación de alta eficacia. El término “viral” denota
rigurosamente la naturaleza de estos procesos de influencia que devienen en
presiones y verdaderas obligaciones.
De este
modo, el tiempo presente se encuentra caracterizado por un nuevo tipo de
coerción, mucho más eficaz que aquellas ejercidas por las jerarquías de las
grandes instituciones. Ahora son los iguales quienes te conminan a seguir un
comportamiento. Me he negado a ver Juego de Tronos y sé de qué hablo. Algunos
amigos han ejercido sobre mí presiones de distintas clases e intensidades. Una
cuestión crucial mal entendida radica en la gran exigencia del nuevo
capitalismo desorganizado para cada uno de sus súbditos. Todos somos requeridos
para elegir ante distintas opciones, obligados de facto a votar en el eterno
sufragio no político, que se extiende a todas las áreas de la vida. También a
posicionarnos activamente ante el flujo incesante de novedades. El descanso ha
sido rigurosamente prohibido.
En este
territorio habita el nuevo Panurgo. La hiperestimulación postmediática al
activismo respecto a las novedades, implica, para la gran mayoría, desarrollar
la competencia de seguir, de imitar, de repetir, de ser redundante. El riesgo
de ser apartado es patente. De ahí la gran confusión. En tanto que unas
minorías hiperactivas generan novedades y las presentan mediante sus
escaparates, la gran mayoría es estrictamente seguidista. Seguir lo establecido
por consenso es una obligación fundamental. En las redes cada uno presenta los
resultados de la exigente gestión de sí mismo ante los demás: Del estado del
cuerpo, de la salud, de los logros y de las experiencias vitales.
Así se
conforma un extraño Panurgo colectivo que ejerce una coacción inequívoca a
aquellos que se salen del rebaño. La apoteosis psi cierra el círculo de la
redundancia exigida. Los psicólogos tratan a aquellos que traspasan las
fronteras de la normalidad. Estos son tratados “profesionalmente” para ser
reinsertados en el mundo de los estándares de la normalidad. El resultado es
que cada persona es interpelada permanentemente para que se adapte a las
novedades vividas por su segmento, y que se hace presente en las redes. Así, en
general, Facebook, twitter, instagram , whatsapp y similares, ejercen como verdaderos
agentes del orden sobre las vidas de sus devotos usuarios. Son el termómetro de
la normalidad.
La
creatividad queda vedada de facto para la mayoría. Esta es un atributo de las
minorías ruidosas y creativas que
producen las novedades. El ingenio queda restringido a un extraño campo. Se
exige a cada cual que se posicione estrictamente acerca de los contenidos que
circulan por las grandes vías del sistema comunicativo, que se extienden a
todas las redes capilares personales. Pero, al tiempo, cada sujeto encuadrado
tiene la facultad de desarrollar su ingenio para ilustrar la posición en la que
se integra. Los memes son el ejemplo de esta creatividad controlada.
Proporcionan la posibilidad de crear en el interior de la nueva obediencia.
Panurgo vive
confortablemente su nueva edad de oro. La gubernamentalidad específica de estas
sociedades post, favorece su consolidación. Entretanto, las grandes
organizaciones del sistema se permiten predicar la innovación como gran
principio rector. La perversidad de este aserto radica en que todos los
participantes saben, a ciencia cierta, que innovar individualmente significa, con toda certeza, el óbito laboral. Lo dicho, Panurgo se ha renovado eficazmente.
Este sí que se ha reinventado.