En la
primera hora de la mañana, es inevitable ser alcanzado por los sonidos de la
videopolítica, que se filtran por las grietas de mi sistema de protección. Las
estrellas audiovisuales y las legiones de los comentaristas y expertos
acompañantes, conforman un coro que extiende sus voces autorreferenciales por
los hogares, los bares, los automóviles y los autobuses. A pesar de mis
estrategias sofisticadas para distanciarme de este sórdido espectáculo, es
imposible evitar que los murmullos se hagan presentes en mis castigados oídos,
que lo transportan a mi saturado cerebro. Las contiendas por la adquisición y
conservación de poder político se disfrazan de múltiples máscaras, pero todas
remiten a una aplicación estandarizada de la teoría de los juegos.
En estos
últimos días, leo a esta hora poemas de Bukowski. Un libro publicado por Penguin Random House
Grupo Editorial, cuyo título es el de uno de sus poemas “Garras del paraíso”,
me permite tomar distancia con el agobiante y necio espectáculo de la
actualidad política, que comparece desde el mismo amanecer en mi entorno vital.
Así consigo salir de la actualidad mediatizada y prefabricada por los
operadores del sistema, viajando al universo de Bukowski, que me estimula para
pensar en otras cosas más relevantes.
Bukowski es
un crítico implacable de la razón que preside las vidas en las sociedades
industriales. En sus textos comparecen los personajes que encarnan los
requerimientos de un sistema que ha sido definido por Weber como “la jaula de
hierro”. Las vidas se encuentran estrictamente sometidas a los guiones
requeridos por este sistema de producción y consumo. El sujeto disciplinado es
su arquetipo personal. Este es subjetivado por las normas del estado sólido de
la época, además de los imperativos del mercado de trabajo, la burocracia y la
norma de consumo fordista. La vida sucede de un modo mecanizado y rígido, en el
que las excepciones son escasas.
Paul Goodman
es uno de los autores que ha conceptualizado con mayor precisión este entramado
de instituciones que se sobreponen a las personas. Lo denomina como “la gran
organización”. Desde esta perspectiva, explica los acontecimientos que
conforman las turbulencias culturales que comienzan en los años sesenta, como
una fuga de la gran organización. Esta puede ser representada como la suma del
mercado y el estado. La potencialidad de estas estructuras sistémicas constriñe
a las personas que realizan las vidas en el interior de lo que lúcidamente
Weber denominó como los “Envases de la servidumbre”. Los sujetos solo pueden
evadirse de estos moldes pétreos en escasas ocasiones, en los que la fiesta
representa un desvarío efímero, tras la que el retorno a las normas y los
sentidos de la gran organización son inapelables.
Bukowski
vive en los márgenes de este sistema y de su racionalidad. En sus textos
comparecen los fugados y expulsados que pueblan los márgenes de estas
configuraciones sociales que conforman la gran organización. El contraste entre
los héroes de sus historias y los sujetos disciplinados que habitan en los
mundos de la normalidad, es
esclarecedor. En este sentido, se puede afirmar que su obra constituye una
crítica de lo que hoy se entiende como razón cuerdista. La mayoría de
cuerdos-normales, confinados en la jaula de hierro de las sociedades industriales,
es demolida mediante la presentación de sus miserias cotidianas.
Su obra
puede ser interpretada en el contexto del fordismo maduro y el inicio del tránsito
al postfordismo. Murió en 1994. Por consiguiente, no pudo vivir las
transformaciones operadas desde estos años, que significan cambios de gran
alcance. Por eso me gusta simular una conversación con él. Cuando le cuento el signo
de las nuevas instituciones de la individuación; la clientelización derivada de
la nueva norma de consumo; los efectos demoledores de las industrias del cuerpo
y de la medicalización; las pautas que sigue la gran psicologización que ampara
el nuevo imperio psi; los avatares del nuevo mercado de trabajo bajo la batuta
de los gerentes y los gurús-brujos de la empresa; la multiplicación de la
constelación que tiene como astro-rey a la televisión; la conversión de la vida
cotidiana en un espacio en el que cada sujeto tiene que producir méritos en
todos los órdenes…Intuyo sus risas y sus palabrotas.
Imagino su
reacción ante la metamorfosis de la normalidad. Los normales son ahora seres
severamente estimulados y conducidos por las nuevas autoridades expertas y de
la comunicación. El sujeto disciplinado de la sociedad industrial que él vivió,
es reemplazado por el nuevo sujeto que entiende como libertad sus prácticas
cotidianas para cumplir con las severas conminaciones sociales programadas por
los dispositivos de conducción experta. Me temo que le sería difícil comprender
la dialéctica existente entre el disciplinamiento riguroso, que hoy es
autodisciplinamiento, y las fugas cíclicas a territorios vitales no gobernados
por la razón instrumental. Tras la fiesta se impone el retorno a la nueva versión
de la gran organización.
La vida en
el presente requiere la vigorosa gestión de sí mismo. De un lado, alimentar el
currículum profesional mediante aportaciones continuas. De otro, cultivar lo
vivido como experiencia que tiene que ser imperativamente comunicada en las
redes. El sujeto autodisciplinado es un titán que hace frente a todas las
programaciones expertas, que alcanzan su propia vida e intimidad. Puedo
imaginar su perplejidad multiplicada en los contextos del siglo XXI, así como
el vigor de su respuesta. Su célebre metáfora de que es preciso saber atravesar
el fuego, parece más dificultoso en la actualidad.
Termino
reproduciendo estos poemas que denotan una inteligencia y sensibilidad
inquietantes, en un talento automarginado tan relevante.
¿QUÉ TAL TU
CORAZÓN?
en mis
peores tiempos
en los
bancos de los parques
en las cárceles
o viviendo
con
putas
sentía siempre
una cierta
satisfacción-
no lo llamaría
felicidad-
era más bien
un equilibrio
interior
que se
amoldaba a
cuanto sucedía
y era de
gran ayuda en las
fábricas
y cuando las
relaciones
iban mal
con las
chicas
me ayudó
a pasar las
guerras y
las
resacas
en las peleas
de callejón
los
hospitales
despertarse en
un cuartucho
en una
ciudad extraña y
subir la
persiana-
esa era la
clase más loca de
satisfacción.
y acercarme
ben el cuarto
a un viejo
tocador con el
espejo roto-
mirarme, feo
riéndome de
todo.
lo más
importante es
saber
atravesar el
fuego.
HOLA, ¿CÓMO
ESTÁS?
ese miedo a
ser lo que son:
muertos.
al menos no
están en la calle, tienen
que permanecer
dentro atendidos, esos
pálidos locos
que se sientan solos delante del televisor,
sus vidas
llenas de risa enlatada, mutilada.
su vecindario
ideal
de coches
aparcados
de parcelitas
verdes de césped
de casitas
de puertecitas
que se abren y se cierran
cuando los
familiares se pasan de visita
allí las
vacaciones enteras
puertas que
se cierran
tras los
moribundos que mueren tan despacio
tras los
muertos todavía vivos
en tu típico
vecindario tranquilo
de calles en
curva
de agonía
de confusión
de terror
de miedo
de ignorancia
un perro
quieto detrás de una valla.
un hombre
callado en la ventana.
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