El presente
es un tiempo en el que se multiplican las ficciones. Estas tienen su origen en
las maquinarias de producir narrativas que se instalan sobre los medios de
comunicación, las empresas y las organizaciones. De este modo, se constituye
una realidad que ha sido denominada como “capitalismo de ficción”. En este,
tanto el management como sus satélites asociados –el marketing, la publicidad,
la industria cultural, los media y los dispositivos psi- manufacturan relatos
que se extienden por todo el tejido social. Toda la producción de imaginario
que se deriva de estas instituciones se encuentra definida por la presencia de
la ficción. De este modo, la desrealización alcanza niveles que se inscriben en
lo insólito, en tanto que este imaginario termina por formatear las mentes de
los denominados ciudadanos.
El
capitalismo de ficción se instala en todas las esferas sociales. Implica un
modo de subversión radical del orden en las organizaciones gobernadas por los
supuestos del periclitado capitalismo de producción. Así, este conjunto de
narrativas irrumpen en la asistencia sanitaria, y también en la atención
primaria, transformando inapelablemente los supuestos y sentidos preexistentes.
Esta alteración remite a la gran homologación que convierte a profesionales y
pacientes en proveedores y consumidores de unos servicios drásticamente
equiparados a los demás, en los que sus especificidades se disuelven en los
estándares prevalentes en la carrera de servicios. Así se genera un modelo de
“prestación”, extraño a las culturas profesionales convencionales.
El
advenimiento impetuoso del capitalismo de ficción tiene una consecuencia
perversa en la atención sanitaria. Esta es la de colocar a los profesionales a
la defensiva, siendo etiquetados como conservadores, en tanto que se aferran a
saberes y prácticas que se consideran como periclitadas. Las reformas asociadas
al mismo convocan a los profesionales a la adhesión a los principios sagrados
de la adaptación sin fin, que en su versión más radical implica la asunción del
imperativo del desaprendizaje permanente. Así se producen múltiples tensiones
asociadas a la crisis de identidad profesional que implica esta reconversión.
Voy a decir
varias cosas que la mayoría no quiere escuchar ni ver, lo que vulgarmente se
entiende como las verdades del barquero. La más importante es la constatación
de que un médico ejerciente en la atención primaria se encuentra en una
situación adversa. Algunos de los cambios en curso, procedentes de las estructuras
sistémicas que acompañan al capitalismo de ficción, lo ubican en una posición
“a la contra”. Todos los días tiene que encontrarse con personas que están
siendo moldeadas por las instituciones mediáticas y del mercado, principalmente
las de la esfera psi, sometidas a un
modo de individuación que socava el principio de realidad asociado a sus
condiciones sociales, que ineludiblemente se encuentran determinadas por sus
posiciones sociales.
De esta situación
resulta un nuevo paciente, cuya imaginación es estimulada por las agencias de
producción del imaginario asociadas al mercado, en una expansión hacia la
infinitud. Este nuevo visitante de las consultas adquiere gradualmente la
condición de lo que, tan lúcidamente, Antonio Valdecantos define como “súbdito
adulado”. El principal atributo de este nuevo arquetipo social es la exaltación
del yo y la emancipación imaginaria de sus condiciones sociales. Los efectos de
las últimas versiones de la sociedad de consumo, que producen un consumidor multidimensional
enardecido por los relatos audiovisuales desde los que construye su propio yo,
son demoledores para muchas personas, que experimentan un shock en el encuentro
inevitable entre sus fantasías y sus realidades. De esta colisión nace un
malestar difuso que se expresa en un gradiente de intensidades. Este se hace
presente de forma subterránea en las consultas.
En 2004
publiqué un artículo en la revista Formación Médica Continuada en Atención Primaria,
cuyo título era “La sociedad ansiosa”. Este título expresaba nítidamente la
demanda que se me formulaba para escribirlo. Esta se derivaba de la percepción
de ese malestar que se hacía presente en las consultas de múltiples formas. En
estos años estos malestares no han dejado de crecer. Solo los contingentes de
mayores, que representan una proporción mayoritaria de las consultas, son
levemente afectados por las narrativas del capitalismo de ficción. En el caso
de los más jóvenes, consumidores compulsivos de relatos audiovisuales seriados,
la afectación es mucho mayor, contribuyendo así a la cristalización de un
conflicto sórdido, en tanto que presenta dificultades para su racionalización.
En mis
clases de sociología de la salud he presentado la poderosa conceptualización de
Pascal Bruckner en su libro de la “Tentación de la inocencia”. En esta critica
los efectos de la sociedad de consumo sobre las personas que construyen las
situaciones sociales liberadas de su propia presencia y responsabilidad. Así se
asemejan a la inocencia de los niños eximidos de responsabilidades. También he
explorado lo que la psicología convencional denomina como “comportamientos
difíciles”. La mayoría de los tipos enlistados en esta categoría se presentan
con frecuencia en una consulta o en un aula de este tiempo dominado por el
predominio de las ingenierías de la ficción.
El resultado
es que el estatuto que se le asigna a un paciente, convertido ahora en un
usuario, se asemeja al de la santidad en las religiones. De este modo es
equiparado al héroe central del capitalismo de consumo: el comprador. Este es
exaltado como sujeto de derechos completos, en tanto que su alma es conquistada
por las maquinarias de formatear relatos que estimulan su imaginación, en el
trance de superar el umbral de sus propias necesidades percibidas. De este modo,
se convierten en invisibles las tensiones y malestares que se encuentran
presentes en las relaciones de “prestación”. Así se transfiere a los
prestadores una situación difícilmente manejable. En el caso de la educación y
la sanidad, debido a la naturaleza de sus relaciones de “prestación”, los
profesionales viven situaciones que no son susceptibles de ser integradas en
los piadosos esquemas de las organizaciones, que glorifican a sus usuarios devenidos
en compradores ficcionales.
En el nuevo
capitalismo de ficción los discursos se emancipan de sus mismos contextos de
aplicación. Si me pidieran un lema sobre la asistencia sanitaria en el
presente, formularía este: “Asistencia sanitaria en la situación de
desestabilización de las posiciones sociales”. Este es el factor axial que
define este tiempo. La gran mayoría de los visitantes de las consultas son
personas cuyas posiciones sociales han sido licuadas y carecen de suelos
sólidos sobre los que asentarse. Los efectos perversos sobre las vidas son
patentes, en tanto que muchas de esas posiciones inestables se asocian a
constricciones severas. Se podrían enunciar una variadísima gama de situaciones
que afectan a grandes contingentes de personas.
La atención
primaria tiene como especificidad una relación sostenida en el tiempo entre los
profesionales-prestadores y los pacientes-clientes, a diferencia de la
especializada. En el curso de una relación asistencial, las ficciones tienden a
disiparse, dando lugar a la emergencia de realidades no siempre bien aceptadas.
La complejidad de la relación se hace patente. Pero en contraposición con la
complejización emergen las magias inducidas por las ciencias de la gestión,
promotora de los saberes necesarios para la colonización de los compradores. Los
profesionales se configuran como víctimas de las ficciones que pueblan la
formación continuada, en la que comparecen distintos gurús portadores de las
últimas versiones de la asistencia “new age”, cuyo origen mitológico remite a
el primer trasplante de corazón realizado por Christian Barnard.
Así se
multiplican los discursos optimistas de la humanización, los recetarios de
técnicas para optimizar las relaciones y las versiones de las ideologías de las
relaciones públicas. Los médicos son inducidos a comportarse en las consultas
con el modelo universal de las azafatas. Así se construye la sonrisa
institucional del capitalismo amable de ficción. Los enfoques reduccionistas
con respecto al manejo de situaciones adversas se multiplican. Cada profesional
vive en silencio su confrontación con múltiples dramas personales que hacen su
aparición en la consulta. En este contexto, el peor pecado es el pesimismo.
Así, nadie alude a los factores adversos y estas situaciones son reconvertidas
en transacciones inscritas en la piadosa cartera de servicios.
Pero un
médico generalista, que tiene una relación prolongada con muchos pacientes, no
puede actuar como un azafato blanco. Por el contrario, tiene que enfrentarse a
complejos problemas relacionados con los comportamientos, que implican el
manejo de tensiones con los nuevos pacientes modelados como compradores de
servicios. En estas condiciones es difícil saber “estar en su sitio”, que, en
muchas ocasiones comportan una intervención sobre el paciente con el fin de que
asuma responsabilidad o modifique algún comportamiento. En este contexto el rol
profesional tiene un conjunto de exigencias muy rigurosas, que desbordan los
esquemas derivados de las relaciones públicas propias del capitalismo de
ficción.
En la
célebre película “Pretty woman”, que construye la ficción de que es posible un
viaje rápido y emocionante entre posiciones sociales muy lejanas en la
jerarquía social, Edward Levis y Vivian Ward representan un sueño que se hace
factible. La peli termina con estos rótulos que sintetizan la centralidad de la
ficción en este extraño tiempo de sujetos ocupantes de posiciones inestables,
al tiempo que adulados por el mercado infinito:
“Bienvenidos a Hollywood ¿cuál es tu sueño? Unos sueños se hacen y otros
no. Continuad soñando”. Muy elocuente este mensaje.
Esta ficción
sobrevuela sobre las consultas de atención primaria, tanto sobre los
profesionales como a los pacientes. Es una imperiosa necesidad abandonar las
ficciones de la new age sanitaria que inunda los discursos sobre la
humanización y regresar a los discursos espesos adecuados a las condiciones de
la sociedad de las personas ocupantes de posiciones inestables. Propongo una
vuelta a la tierra, a pensar una asistencia adecuada a este escenario, en el
que las nuevas condiciones resignifican la salud y la asistencia. Que sigan
soñando los beneficiarios del capitalismo de ficción, que son los políticos,
gerentes, expertos y empresarios del campo. Los profesionales y los pacientes
concentrados en conocer y compartir los misterios específicos de este campo
social. Es un disparate tratar a los pacientes como a compradores. El objetivo no es emocionarlos, sino incrementar sus capacidades de hacer frente a sus complejas problemáticas de salud, siempre vinculadas a sus condiciones sociales. Y aún más cuando los suelos de las personas son blandos y viscosos.
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