Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

sábado, 27 de julio de 2019

LA INVESTIDURA Y SUS PÚBLICOS ADEPTOS


En estos calurosos días de julio me persiguen los sonidos de la investidura que se filtran en mi cotidianeidad. Las radios y las televisiones emiten sus vicisitudes mediante tañidos que atraviesan las paredes de los habitáculos en los que me protejo. Pero, lo peor, es que el público que fabrican también se hace visible ante mí. La investidura es un acontecimiento mediático total, que moviliza a varios millones de personas, que constituyen un segmento de la audiencia total. Pero es imposible escapar del ruido que producen, de sus voces y de sus estados de excitación derivados de ese juego compulsivo.

La política ha estado presente durante toda mi vida. En distintas situaciones he deplorado la despolitización imperante entre gran parte de las gentes que conformaban mi entorno. Siempre he considerado que el distanciamiento de la política era una forma de suicidio colectivo para quienes ocupan posiciones subalternas. Pero todo se ha modificado con la expansión de la videopolítica. Ahora acceden a este género audiovisual varios millones de personas, que se involucran como espectadores de los avatares ocasionados por la incesante teatralización de la redistribución del poder político. Estos, estimulados por el espectáculo mediatizado, se diseminan por lo social asumiendo el papel de locutores amateurs. De esta actividad del segmento audiovisual de los sujetos politizados, resulta una efervescencia de las conversaciones cotidianas. Esta charla se entremezcla con la indiferencia cosmológica de los demás segmentos de las audiencias, focalizados en otras ficciones cotidianas.

El estado de politización de grandes contingentes de súbditos adulados, se encuentra determinado por la programación eficaz de las televisiones y las radios. Estos agentes emiten incesantemente un flujo de informaciones, datos, comentarios, análisis de expertos e imágenes. El atributo fundamental de esta masa de información radica en su desestructuración. Este flujo de comunicaciones carece de un centro organizador. De este modo, termina por aplastar al receptor, que se encuentra desamparado frente a la catarata comunicativa. De este modo, la mediatización del acontecer político configura a un sujeto-espectador disperso, cuyo vínculo con el espectáculo es la identificación con alguno de los contendientes.

He vivido muchos años, como profesor de sociología, los efectos letales sobre los estudiantes de la multiplicación de fragmentos de lecturas de distintos autores. Si el receptor carece de una organización cognitiva propia, que se referencie en un núcleo duro que pueda facilitar la metabolización de las lecturas, su estado de dispersión se acentúa. El resultado es que la gran mayoría se encuentra radicalmente extraviada en el océano de lecturas fragmentarias. Esta disgregación mental genera una animadversión a las lecturas mismas, en tanto que, en ausencia de un centro organizado, se produce una confusión que favorece una percepción de reiteración acumulada, así como un estado de saturación insoportable.

El sujeto resultante de esta secuencia interminable del acontecer mediático-político, se caracteriza por su adhesión incondicional a alguno de los actores políticos. Así se configura un público que se involucra emocionalmente en la cadena de eventos, declaraciones y jugadas. Cada espectador se fusiona con los suyos en sucesivos estados anímicos derivados de la interpretación de los resultados de las jugadas de los actores políticos presentes en el escenario-cuadrilátero. Así, se suceden estados de euforia colectiva que se intercalan con estados de depresión, que dependen de las oscilaciones del juego.

El modelo de espectáculo audiovisual de la política es el fútbol. Este es el juego dominante en el conjunto social, el campo en el que los medios audiovisuales ensayan sus producciones, de modo que sus reglas terminan por ser transferidas a los otros juegos. El código esencial del fútbol es la identificación emocional con el equipo y la reducción de la racionalización en la emisión de juicios acerca de los avatares del juego. Asimismo, el azar desempeña un papel determinante en las sucesivas jugadas. El gol es la combinación entre el arte y el azar. Así, cada hincha espera que suceda algo fantástico, con independencia del desempeño de su equipo en el partido: el gol, siempre acompañado de una catarsis colectiva.

La videopolítica sigue las pautas impuestas por el fútbol. Retransmite los acontecimientos como si fueran eventos independientes, como los partidos. De este modo, las audiencias-hinchadas asisten al desenlace del evento inmediato, para reponerse mediante la esperanza de que se repita o modifique en el siguiente episodio. La información política adopta el formato de “minuto-resultado”, acaparando las ilusiones colectivas de los incondicionales. De esta actividad resulta un tipo de racionalidad que minimiza la reflexión y exalta el azar, atribuyendo a los actores una narrativa que deviene en leyenda. De este modo se excluye radicalmente la racionalización y la crítica. Los héroes de estos mundos sociales son personas a las que se les supone atributos míticos. Recuerdo la reciente hecatombe electoral de Podemos en Andalucía, que no suscitó ni una sola reflexión. Teresa Rodríguez apeló al valor supremo intangible del proyecto, “animando” a los desesperanzados incondicionales en espera de la siguiente jugada.

Uno de los efectos de la televisión es la producción en la mayoría de los receptores de un estado mental que se asemeja a la anestesia, que se compatibiliza con un estado de efervescencia emocional. Me impresiona mucho la visión de reporteros que preguntan a la gente en la calle acerca de cuestiones políticas. La ignorancia y el desinterés  de los entrevistados es apoteósica. Algunos expertos en comunicación de masas afirman que, en los estudios empíricos, la mayor parte de la gente no recuerda los contenidos de los informativos que vio el día anterior. Siempre me acuerdo de Octavio Paz, que afirmaba que “la televisión es un encuentro con la nada”.

Uno de los atributos más paradójicos del fútbol televisado es la contraposición entre la adhesión de grandes masas de aficionados que lo viven intensamente y la falta de criterio futbolístico de una gran parte de ellos. La multitud vociferante del fútbol, diseminada por todos los rincones del espacio público, por los bares, los domicilios, los centros de trabajo y los centros educativos, entiende poco de este. Su actividad se concentra en un proceso de interpretación selectiva de los avatares del juego, una celebración exaltada de los éxitos, un estado de funeral colectivo en las derrotas, así como su participación en un proceso de beatificación y santificación de los héroes de cada equipo. Esta actividad constituye un tráfico de santos que conforman la memoria de cada equipo. Pero el aspecto esencial del hincha futbolístico radica en su fe encomiable en que, mañana, en el partido siguiente, todo se volverá a regenerar mediante una nueva victoria.

El molde del fútbol se aplica al nuevo mercado audiovisual de la política. Sus audiencias se hacen presentes en algunos lugares de la cotidianeidad. En estos comparecen los incondicionales, que capturan fragmentos de las emisiones incesantes, para transformarlos en dogmas de fe. Estos jalean a los líderes propios y descalifican integralmente a los de los equipos rivales. Cada uno se toma la licencia de juzgar, opinar, pronunciarse acerca de los eventos y reafirmar sus verdades. El grado de manipulación mediática es escalofriante. Cada hincha es recargado por fragmentos televisivos firmados por presentadores, expertos, políticos de todas las clases, frikis intelectuales y la humanidad de “famosos” que puebla los programas. En estas condiciones, los discursos verbales que exhiben los incondicionales, son verdaderamente pavorosos, en tanto que, al modo del fútbol, asumen leyendas basadas en el arte de fantasear.

Por ilustrarlo con un ejemplo, la jugada de Pablo Iglesias de renunciar a la condición de superministro, es exaltada por muchos de los activos espectadores, que lo interpretan como un golpe maestro al adversario Sánchez. En este caso aparece nítidamente la naturaleza del juego audiovisual que conforma la videopolítica. Es percibida como un evento aislado, al modo de un partido de fútbol. Se trata de un verdadero “gol” por la escuadra. Pero, esta identificación con la leyenda de Pablo, excluye el análisis del proceso de Podemos. Desde su emergencia inicial ha terminado con la mayoría de sus dirigentes; ha instaurado un régimen de hiperliderazgo que alcanza cotas inusitadas; ha disuelto el plualismo interno; ha perdido una parte cuantiosa de apoyos electorales; ha simplificado su discurso y estrategia, y ha desvanecido el áurea fundacional. Pero estas cuestiones escapan de la percepción de los fervorosos seguidores, concentrados en la historia interminable del “partido a partido”.

Mi cotidianeidad es invadida por esta clase de personas moldeadas por la videopolítica, cuyos posicionamientos son alarmantemente dependientes de las escenificaciones de las teles. Este es uno de los hechos más paradójicos de mi propia vida, porque siempre entendí la democracia como el ascenso de los ilustrados, de los bien dotados de conocimientos y capacidades para conocer. La irrupción de los fanáticos de las audiencias políticas, me produce un estado de inquietud profunda. En estos días he tenido que renunciar a hablar en varias ocasiones, dado el cariz de la conversación con mis interlocutores “politizados” por la tele.

Me gusta decir que se trata de una “chiringuitación” de la política. El Chiringuito de Jugones es el programa matriz y Pedrerol es el maestro oficiante. En este se reúne a hinchas rivales para que diriman sus diferencias mediante distintas clases de sonidos y gestos que apelan a la identidad partidaria de cada cual. No hay conversación, no hay diálogo alguno. El arte está en ser firme en sus convicciones, parodiar al rival y no ceder nunca. Esto es muy peligroso, en tanto que funciona como una factoría de fans o hooligans  de distintas clases. Estos comportamientos se exportan a la política.







2 comentarios:

libreoyente dijo...

Totalmente de acuerdo con su análisis. Qué triste y descorazonado que una de las actividades más importantes de los humanos como seres sociales, la política, se haya convertido en una situación en la que es todo menos racional, la de hooligan. En fin, seguiremos tratando de poner el granito de arena de cada día. Gracias por su esfuerzo.

juan irigoyen dijo...

Gracias. La política en mi adolescencia era algo prohibido y tenía carta de nobleza. Ahora es una charla degradada que oculta la realidad.