El cara a cara fascinado del
funcionario y el periodista, del que el puesto de escucha es una variante entre
otras, deja fuera de juego a un antiguo papel principal: el militante. El
devoto camarada de base, lector y cuestionador, crédulo y creyente, sin
presencia social ni relaciones útiles, con la boca y los bolsillos siempre
llenos de libracos, mociones de orden, programas del Partido, extractos de los
discursos “de antes”- en síntesis, la personalidad militante clásica- se
convirtió en algo negativo. El arte del dirigente: saber utilizarlo antes,
saber escapársele después (de cada elección). Desde abajo, la visión está
invertida. Los “no presentables” que habían “llevado a nuestro partido al
poder” a través de años de puerta a puerta y reuniones…no dan crédito a sus
ojos cuando ven a hábiles y notables, sus vecinos, a quienes nunca habían visto
militar en los años sombríos y que no les destinaban entonces a ellos, ingenuos
militantes, más que sarcasmos y pullas, ocupar después de la victoria todos los
lugares, empleos, tribunas, antesalas, comedores, mientras sus propias cartas
quedan sin respuesta y los Palacios nacionales se cierran ante sus narices.
Exeunt los trabajadores sociales, lugar a la “sociedad civil”: aquella que,
viéndose en televisión y escuchándose en la radio, tiene una voz y un rostro
para todo el mundo (un millar de VIP sobre cincuenta millones de franceses).
Quienes tomaron el trabajo electoral sobre el terreno, no serán honrados en
París, en el Estado de las imágenes.
Regis
Debray. El Estado seductor. Las revoluciones mediológicas del poder
La
militancia ha sido una institución asociada al devenir de la izquierda. Los
viejos partidos obreros, así como los antiguos sindicatos de clase, se
fundamentaron sobre la misma. Adoptando distintas formas, la militancia ha
conformado una comunidad moral que ha sustentado a la izquierda política. Los
cambios sociales y políticos acaecidos en las últimas décadas, que pueden ser
sintetizados en los conceptos postfordismo y postmodernidad, aceleran su
decadencia, convirtiendo las comunidades militantes en colectivos cerrados y
aislados. El advenimiento de la sociedad postmediática, disuelve
definitivamente la militancia, conformándola como un residuo de la fenecida era
industrial.
La acción política
en el presente, solo puede ser entendida desde la perspectiva de la
videopolítica, que modifica radicalmente sus prácticas, contenidos y
significaciones. Los eventos políticos tienen lugar para las cámaras de la
institución central de la televisión y sus escoltas de las redes sociales. Así,
los actores de la videopolítica se definen por las coherencias de su estatuto
de visibilidad. Se trata del “millar de VIP”, en las clarividentes palabras de
Debray. En este contexto, los militantes adquieren la naturaleza de superfluos
para las operaciones políticas esenciales. Pero su posición protagonista en los
patios interiores de las campañas electorales, los sitúa en la condición fatal
de sospechosos de obstaculizar las maniobras de los líderes y sus cortes de
VIP. La nueva política televisada implica una drástica disminución de los
actores.
En
septiembre de 2013 publiqué en este blog un texto en el que sintetizaba la
esencia de los partidos políticos de la izquierda y del pesoe en particular
“Los espíritus de la sede”. En este analizaba la gran autopoiesis de estos en
el tiempo del postfranquismo. Esta operación de cierre frente al entorno, se
funda en la construcción de sus esquemas cognitivos congelados, mediante un
proceso de interacción interna que se ubicaba físicamente en el espacio de las
sedes. Los nombres de “Génova”, “Ferraz” y otros se encuentran inscritos en los
relatos de su devenir. La sede representa el espacio íntimo, cerrado al
exterior, en donde tiene lugar un conjunto de procesos de selección de
contenidos, de percepciones selectivas, de categorizaciones, de valoraciones y
de exclusiones, protagonizado por un grupo singular: la militancia.
La gran
crisis que desembocó en el 15 M, ha reforzado considerablemente la videopolítica.
Esta ha devenido en un género televisivo ascendente, realizado para un
fervoroso público que simultanea su devoción por los avatares de este
espectáculo seriado, con el alivio de sus incertidumbres y temores colectivos.
En este tiempo, han crecido las audiencias, se ha conformado una masa crítica
de espectadores y se han multiplicado y renovado los VIP que alimentan este
género audiovisual. La “nueva política” o “el cambio”, se produce mediante una
cháchara interminable de conversaciones e imágenes que protagonizan los VIP en
los nuevos auditorios ante los magnetizados espectadores. La política deviene
en un hecho audiovisual.
En este
contexto, la militancia queda integralmente fuera de juego, adquiriendo el estatuto de impresentable. El
militante es un sujeto definido por sus certezas inapelables. Las reglas que
constituyen este género audiovisual, privilegian las maniobras, los avances y
retrocesos, las medias verdades, la gestión de lo oculto, así como otras
estrategias de persuasión y seducción de los comparecientes en el nuevo circo.
Los militantes quedan confinados en las tareas de organización de actos, en los
que constituyen los fondos visuales en los que tiene lugar la acción de los
líderes y VIP. En estos actos, a semejanza del modelo de la televisión,
expresan sus emociones mediante aplausos, vítores y otras formas de expresión
corporal. El miembro más activo que un militante del presente tiene que ejercitar
es el cuello, con el que expresa su asentimiento pautado a las afirmaciones de
los líderes o la negación de sus rivales. Así se recuperan las cabezas como factor
expresivo.
Recuerdo que
siendo un dirigente del partido comunista en Santander, en las primeras
elecciones del 77, nuestra intención era conquistar zonas de influencia, sobre
todo con los jóvenes. Para ello era esencial comunicar una imagen adecuada. En
el primer mitin legal, al que concurrió mucha gente, se presentaron algunos
militantes veteranos con un escapulario gigante, que en ambos lados mostraba la
imagen de Dolores Ibarruri acompañada de
unos lemas que denotaban una religiosidad civil extrema. Mi intervención
enérgica con ellos no tuvo resultado alguno. La imagen que trasmitían era la de
una realidad a la que solo se podía acceder mediante un proceso integral de
“conversión”.
El caso del
pesoe es paradigmático. La militancia se hace presente en las sedes para
producir un modo de conocer la realidad manifiestamente sesgado. Pero estos sesgos
se hacen compatibles, en los largos años de ejercicio del poder gubernamental,
autonómico y municipal, con un pragmatismo fundado en la conservación y
expansión de los intereses tangibles de “la familia socialista”. Así la
militancia se conforma como un grupo de interés singular, que se constituye
sobre los cargos institucionales, asesorías y otras formas estatales de
ejercicio del gobierno. Susana Díaz sintetiza muy bien esta situación cuando
afirma con su estilo incomparable que “la gente me expresa cariño”.
El
advenimiento de la dupla Pedro Sánchez- Iván Redondo ha significado una
revolución. El significado de esta emergencia es la adecuación a los
imperativos de la videopolítica. Así, han sabido influir en la militancia, que
conserva su condición de electores de las instancias dirigentes del partido,
con la renovación de los VIP en el gobierno. Estos ya no son los tecnócratas,
principalmente economistas, de la época de Felipe González, sino nuevas gentes
dotadas de una potencialidad mediática incuestionable. Lo del astronauta
ingenuo y el divo de Ana Rosa Quintana, me parece encomiable, apelando a los
misteriosos imaginarios de la sociedad postmediática.
Izquierda
Unida es un partido de militantes convencionales puros y duros. Estos son los
sobrevivientes a incesantes migraciones a otros territorios políticos. La
drástica disminución de sus vínculos con las instituciones privilegia el
doctrinarismo imaginario de la militancia, enzarzada en continuas polémicas
internas carentes de cualquier nexo con las realidades. La tormentosa y
cronificada relación entre los dirigentes que consiguen presencia en las
instituciones y la base militante cien por cien, constituye su identidad como
organización tanato-histórica. Solo conserva pequeños feudos en los que tiene
presencia institucional, que reconstituyen sus lazos con el exterior. Pero,
pese al proceso de autodestrucción interno, algunos dirigentes han conseguido
mantener su capital mediático mediante su alianza con Podemos. De este modo,
también cumple con el precepto de la preponderancia de los VIP, de los que
Garzón es el emblema.
En podemos
no existe tradición alguna de militancia. Se trata de un partido que define a
sus miembros como “los inscritos y las inscritas”. Esta palabra tiene un rigor
incuestionable. La actividad del partido tiene lugar en las instituciones
políticas de todos los niveles. Así se conforma como un núcleo duro formado por
los elegibles como candidatos y su escolta de asesores. Estos constituyen la
base de las distintas asambleas a las que recurre periódicamente la dirección.
Junto a ellos, un contingente de incondicionales que se hace visibles en los
actos partidarios mediante comportamientos efusivos hacia los líderes
providenciales. Los demás son electores de las consultas virtuales, que entran
y salen de la situación.
Tanto el
pesoe como podemos, manifiestan una convergencia en los papeles que desempeñan
los afiliados. Se puede sintetizar mediante tres niveles: Las direcciones
políticas; los notables elegibles que se manifiestan como un grupo de interés
dependiente de los avatares electorales; los incondicionales participantes en
las emociones suscitadas por los líderes, y una base difusa y desdibujada. La
militancia tradicional tiende a menguar en vías de su desaparición definitiva.
En la videopolítica solo cuentan los que cumplen los requerimientos de la
visibilidad. Estos son los dotados para el espectáculo político que tiene lugar
en los cuadriláteros mediáticos.
El ocaso de
la militancia remite a la modificación de los escenarios en los que tiene lugar
la deliberación política. Ahora son los platós los que asumen esta función en
régimen de monopolio. La militancia deviene en un estorbo impertinente para un
juego definido por los golpes de efecto y las maniobras, cuya única instancia
evaluadora es lo que se denomina como “la maldita hemeroteca”. Mi pronóstico es
que nadie convocará un funeral digno para esta venerable institución de la
militancia.
En estas
coordenadas se puede plantear el problema de la izquierda política. Se trata de
preguntarse acerca de la factibilidad de
los cambios que propone en un contexto de movimientos sociales débiles y
sustentados en segmentos de la opinión pública que crecen y menguan según los
estados de excitación catódica. El perspicaz Bauman, mediante su brillante
metáfora de lo líquido, ofrece una perspectiva sólida para comprender el estado
de la izquierda. Me permito la ironía de afirmar que las imaginaciones son
sólidas, las realidades líquidas y las estrategias gaseosas e ingrávidas.
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